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25 marzo 2010 4 25 /03 /marzo /2010 09:01

    El Estadista:
Proyección Intemporal de Benito Juárez.
  Dos Flechas para la Ballesta.  Ensayo, 2010 (1/3).

 Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica de Geografía Teórica;
http://espacio-geografíco.over-blog.es/
México, 25 mar 10.

 

Comentario Preliminar.

Recibimos en nuestro correo electrónico la Convocatoria para el certamen del Bicentenario, con el tema sobre las influencias de Benito Juárez hacia la Revolución de 1910, y decidimos participar en él con el trabajo que aquí presentamos.

 

Entender el mundo de la política para quienes no somos políticos profesionales, se hace súmamente complejo, por una simple y sencilla razón: extendemos a la actitud moral del político profesional, nuestra propia actitud moral; y ambas no son, ni pueden ser, coincidentes.

 

El político profesional, precisamente por ser un profesional en ello, mentirá necesariamente; y ello es inaceptable para quienes en la vida cotidiana actuamos procurando la integridad moral en la verdad.

 

Esto es así, porque debe hacerse una valoración moral distinta, primero, entre el que actua como un profesional y el que no lo es, y luego, entre el que siendo un profesional, lo es particularmente de la política, y el que aún siendo un profesional, no lo es de la política, o simplemente ni siquiera es profesional.

 

La valoración moral es distinta, precisamente en función de su aplicación al profesional, o al que no lo es.  El acto moral de quien no es un profesional, está normado por las reglas de la moralidad social (conocida como teleología, y que se determina por las consecuencias de los actos).  En su lugar, el acto moral de quien sí es un profesional, no es un acto necesaria y socialmente normado (conocido ello como deontología, o ética profesional; esto es, de aquello que no queda determinado por las consecuencias de los actos, sino deja en libertad al profesional a actuar conforme su criterio, en el entendido de que lo hace en el interés social mismo).

 

De ahí que para atenuar un mayor daño, mienta el abogado, el comunicólogo, el médico, y, principalmente, el político.  Y de ahí que reclamar al político por habernos engañado, revela precisamente el no-entendimiento de lo que norma su acto moral.

 

Esa deontología es precisamente la que, en un momento dado, hace al buen abogado, al necesario comunicólogo, al relevante médico, y en las funciones del Estado, en un momento dado, hace del político, al estadísta.

 

Hay una metáfora interesante en el ensayo: las dos flechas para la ballesta; esto es, una de ellas, la telología, el acto moral normado, socialmente juzgado; y la otra, la deontología, el acto moral no neceariamente normado, en el criterio del profesional e interés social.

 

*

 

Ensayo.

 

 

Preámbulo

 

<<Del amor paterno del ciudadano común, a la encarnación de los ideales de la lucha por la independencia, la justicia, y la libertad>>.  Pero no, no es la cita de palabras dichas directamente en referencia a Benito Juárez, si bien le aluden por entero; sino citamos las palabras dichas para describir en su esencia al personaje casi mítico que representaba sus ideales: Guillermo Tell.

 

Y de un esencial pasaje de la leyenda de éste, tomamos la idea para explicar la condición de estadista de Benito Juárez; que por su parte, es dicha condición de estadista lo que representa la razón esencial de su proyección intemporal, nutriendo ideológicamente en la causa humana, a todos cuantos luchan; no sólo en México, sino de manera universal, por un mundo mejor en tanto más justo y de seres humanos libres.

 

Para elaborar este ensayo no hemos recurrido fuentes de primer orden, puesto que necesitábamos lo opuesto a ello: las fuentes interpretativas; y seleccionamos la inmediata a los acontecimientos de José Mª Vigil, La Reforma, 1884-1889, que sin más, se narra en la misma razón de Estado de la República; luego, era obligado, el trabajo de Justo Sierra, Juárez, su Obra y su Tiempo, 1905, que en manos de la siguiente generación, ya necesita explicación a los hechos, y que Justo Sierra aporta con maestría; finalmente, tomamos el documento de Ralph Roeder, Juárez y su México, 1947, que no sólo es ya la interpretación que ha tomado distancia histórica, sino venida del que ve nuestra historia desde otro rigen geográfico.

 

Y este ensayo que incide en la interpretación de Juárez como estadista, ensayo seguidor, por ello, de la razón de Estado de Vigil, y ratificador del acierto de ella en el estadista en la interpretación de Roeder, se distinguirá sutilmente de la interpretación de Justo Sierra en ese punto.  Sierra, no obstante explicar con toda diafanidad la necesaria razón de Estado, no deriva de ello la figura del estadista en Juárez, sino, dice Sierra: “…de no apurar ni su derecho, ni su conveniencia; no iba hasta el fin de sus actos, se paraba en donde las consecuencias de ellos podían realizar un propósito”[1].  Por lo contrario, apurar o no su derecho, apurar o no su conveniencia, que Juárez no violenta en ningún caso, estaba en el acto moral normado.  Pero, además, creemos por lo contrario, que justo ahí donde saltamos al acto moral no normado, deontológico, de la más pura razón de Estado que define al estadista, Juárez no se detiene dejando a la inercia la realización del propósito, sino, a nuestro parecer, en nuestra interpretación, es que, por lo contrario, va hasta el fin de sus actos realizando por ello mismo, el propósito.

 

Ese esencial pasaje de la leyenda de Guillermo Tell, es el de las dos flechas para la ballesta, con la reserva de una, para que, de fallar en el cometido de acertar en la manzana sobre la cabeza de su hijo, esta última fuese para ejecutar al injusto que lo condenaba.  Las dos flechas para la ballesta representan: una, al deber ser que se atiene a las consecuencias de lo juzgado socialmente; otra, al deber ser que obra con el propio criterio y albedrío en nombre de lo moral y universalmente justo en el contexto de la necesidad histórica.  Es la capacidad de actuar simultáneamente en cualesquiera de los dos actos, justo, lo que hace al estadista.  Juárez, en el seno de la ideología del liberalismo; de la heredad francmasona en la consigan de <<Liberté, Égalité, Fraternité, ou la Mort>>; debió ver en el simbolismo de las dos flechas para la ballesta, la gran lección que lo proyectó en la historia como tal estadista.

 

Las luchas revolucionarias en México hasta el Pronunciamiento de Ayutla en 1854, como durante la Guerra de Reforma entre 1857 y 1861, eran aún dieciochescas; la Guerra de Intervención Francesa en la que se enfrentó al ejército más poderoso del mundo hasta ese momento, puso a México, de golpe, en las luchas revolucionarias decimonónicas: esta vez, en una segunda lucha revolucionaria por la independencia.  Cuando en Europa las primeras insurrecciones proletarias tenían lugar dirigidas por los anarquistas en 1848; apenas con una incipiente influencia de los comunistas cuyo Manifiesto que les daba vida se publicaba un año antes; en México, las teorías político-sociales de Max Stirner: el anarquismo, o de Marx y Engels: el comunismo, no aparecerían sino hasta luego de 1860 con la llegada a México del socialista Plotino Rhodakanaty, o hasta los años ochenta con los anarquistas hermanos Flores Magón durante el porfiriato.

 

La influencia ideológica de Benito Juárez en el proceso revolucionario que lleva a 1910, no va a estar en el fundamento teórico social, de las grandes teorías de una sociedad ideal.  Mandará a fusilar a uno de los primeros comunistas en México, a Julio López Chávez tras su insurrección campesina de 1869, colaborador de Rhodakanaty, y no será sino hasta con la fundación del Partido Comunista Mexicano en 1919, que el proyecto socialista volverá; y el Partido Liberal Mexicano, fundado por los anarquistas en el espíritu juarista –en esa contradicción muy propia del anarquismo– tendrá por proyecto social la negación del mismo Estado que Juárez había logrado consolidar en México.

 

                              No obstante, la influencia ideológica de Juárez, si no en lo teórico-social, sí será; y por demás, una poderosa influencia; en el fundamento teórico-político: en su esencia, en la política de Estado.  De ahí que, paradójicamente, sea el porfiriato, con todo lo que fue, por la simple razón de Estado; el que consolide el proyecto económico del liberalismo, como después, sobre su base, la consolidación política del Estado tras la Revolución de 1910-1917; por lo que el proyecto político-social convencionalista de un proletariado aún sin sólida teoría, sea derrotado por el proyecto constitucionalista, como la lógica necesidad histórica de la ratificación del Estado mexicano moderno.  Y todo ello, no en el deber ser que se atiene a las consecuencias de lo juzgado socialmente, hemos dicho; sino en el deber ser que obra con el propio criterio y albedrío en nombre de lo moral y universalmente justo por lo históricamente necesario.  Esto es, en la deontología política.


[1]      Sierra, Justo; Juárez, su Obra y su Tiempo; primera edición, 1905; Porrúa, México, 1980.



 

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