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  • : Espacio Geográfico. Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri
  • : Espacio Terrestre: objeto de estudio de la Geografía. Bitácora de Geografía Teórica y otros campos de conocimiento del autor. Su objetivo es el conocimiento científico geográfico en el método de la modernidad.
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13 octubre 2013 7 13 /10 /octubre /2013 22:01

El-Vellocino-de-Oro.jpgLa Misión Secreta del Argo.  Ciencia-Ficción Sospechosa  (9/…).

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

http://espacio-geografico.over-blog.es/

03 nov 12

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La Exposición del Secreto del Vellocino de Oro.

 

Deucalión justificó ese largo pasaje para hacer notar que Asclepio tuvo el suficiente tiempo para descifrar el secreto del Vellocino; y más aún, que aún no lo hubiera logrado en la travesía, con el Vellocino en su posesión, con toda calma y tiempo en su clínica de Epidauro, finalmente lo podría haber descifrado.  El caso es que, lo que Deucalión daba a entender, era que Asclepio, finalmente, habría descifrado el secreto, porque tuvo tiempo para ello.

 

_     El Vellocino de Oro –continuó Deucalión–, era el Caduceo transformado; pero aquí hay dos cosas: 1) no es que necesariamente fuese de oro, sino que ello daba a entender que, “tenía un gran valor”.  Era el Caduceo en la piel simple del carnero; pero, 2) el Caduceo no es, a la vez, una Vara física (por lo menos no lo es ya, fuera de las manos de Hermes), sino el poder de los dioses máximos, Hera y Zeus, para transformar las cosas a voluntad.

       Ese poder, en manos de Asclepio, iba plenamente dirigido a aquello que representa la serpiente en sus manos: lo que le permite conocer las plantas para la salud.

       Asclepio se fue en un destello en medio de una luz azul, así, sin más; seguramente volvió a su tiempo; y Asclepio y las generaciones de humanos del tiempo de éste en el futuro, amigo…, son inmortales…

       Debo decirte una cosa más.  Ese “poder de los dioses” trasladado a la piel del valioso Vellocino, es, entonces, un procedimiento escrito al reverso del Vellocino, seguramente incluso pirograbado en  el cuero y escrito en forma cabalística (Eetes la exhibe para ver quién lo entiende).  Asclepio descifró el procedimiento secreto en un aspecto.

       Tiempo después, la prodigiosa memoria de Etálides, reprodujo y me entregó esto… -y Deucalión sacó un pergamino muy bien cuidado, que desenvolvió y extendió frente a mi vista: ¡ese era, ni más ni menos, el secreto del Vellocino de Oro!  Un texto al que acompañaba una figura en la que se reconocía la transformación de los Elementos.  El Caduceo con una serpiente, el Caduceo con dos serpientes, uno de ellos alado; otro, un tercero, coronado del Sol y la Luna con las dos serpientes.  No entendía el texto, pero quizá podría traducirse con un experto; no obstante los dibujos lo explicaban con suficiencia…: Asclepio había tomado su propio Caduceo…, ¡y yo no tenía ninguna dificultad en reconocer el mío!

_     Copia tu parte y tradúcela –dijo Deucalión sobreentendiendo lo mismo de lo que yo me daba cuenta; y así lo hice con todo y dibujos.


_     Hace unas décadas –le dije– desprecié esta alquimia; hace unas décadas esto no me hubiera significado nada.  Lo que he descubierto acerca del espacio y su unidad material no supone el Caduceo en esa forma en que me corresponde, sino inversamente, es el Caduceo en esa forma, el que supone lo que he descubierto.  Luego, ¿qué sentido  tiene?

Caduceo-Geografico.jpg

 

 

_     El mismo de Asclepio –respondió seco–; el que tú también habrás de desaparecer en un destello en medio de un halo azul.  Es decir, que este no es tu tiempo, estuviste aquí para lo que has hecho; ahora no cabes más entre los “terraplanos”, y has de partir a tu tiempo.

       Así, habrás de traducir el texto, interpretar y sacar conclusiones, y hacer lo que os toque…; y entonces habrás de partir.  Lo demás, será tu plena vida propia, plenamente sincrónica.  Así se le concedió tanto a Eetes como a Etálides, que reflexionando acerca de todo lo ocurrido sobre el absurdo de la expedición de la Argo, entendieron más que los “terraplanos” de su tiempo…; en realidad, qizá alguno de ellos, ocho o nueve siglos después, sea Aristóteles, o Dicearco, o Eratóstenes.  Zetes era un tipo rústico, quizá no encuadraba ni entre los de la denominada escolástica, y no dudaría que acabara siendo Cosmas Indicopleustes.  Etálides sí era de familia más refinada, culta, no dudaría que fuese Aristóteles; no importa, estaba claro que su vida ya no encajaba en el mundo de la vida indiferente de los “terraplanos” que por la eternidad podrían seguir siempre igual; acabaron haciendo en algún momento del tiempo su vida plenamente sincrónica.

 

Por supuesto, no debo dar a conocer el texto, que es eterno secreto del tiempo; sin las mientes de Etálides, ese texto permaneció, físicamente, por un lapso prudente.  Bien comprendido y radicado en la memoria no existe más que en esa forma; solo debo dar a conocer el dibujo del Caduceo propio, en la forma que al geógrafo corresponde.  Ya Hermes no tuvo reserva en darlo a conocer, para que lo comprendiera el que pudiera en el momento correspondiente.  Y de ello sabría qué hacer; cuál habría de ser el paso siguiente.

 

Al fin, habrá de entenderse en todo ello no más que un mensaje, lo propio al kerjax o heraldo Hermes.  El Caduceo, el kerykeion, transformado en Caduceo, y ello es el secreto que lo hace el valioso “Vellocino de Oro”; piel, pues, que no es más que un pergamino en el cual el poderoso mensaje está inscrito.

 

Hermes (Mercurio), puesto de puntas sobre un pie y el brazo diagonalmente opuesto extendido al cielo con el índice apuntando al infinito y sosteniendo en la otra mano el Caduceo, es el inicio del mensaje, su introducción: <<Esto es para volar al infinito; allá donde mora Cronos, el Dios del Tiempo>>.

 

A pesar de todo, por más que yo escriba y me explique con bastedad, por más que me extienda en palabras, esto no lo pueden ver los ojos jóvenes, llenos de vida, de energía, ávidos de verlo todo, y en ello su mirada parece vibrar con intensidad.  Esto no lo pueden ver por más que su vista pase por encima de estas letras…, sólo serán trazos informes en una mancha de tinta.  Esto sólo es para en la agonía de la vida, esos que “ya lo han visto todo”, esos que saben que la selva llena de vida, no da sus frutos sino en medio de desgarradora zarza.  Esos que saben, por experiencia de vida, que todo es dialéctica contradicción, y que serenos y apacibles fijan la vista en un punto, y si su mirada se mueve a otro punto, lentamente, primero, su vista pasa por una solazadora mirada al infinito.  El mensaje, aún colgado de un árbol y a la vista de todos, no es para todos; sólo unos cuantos notan que hay algo pirograbado en la piel, al reverso de un vellocino en el que todos se afanan para ver el oro.

 

Sólo en esa agonía, Zetes obtiene el conocimiento a partir de su actitud inquisitiva (y acaso Etálides saque provecho de ello por sí mismo).  Todo lo demás queda indiferente en la vida común ajena a contraposiciones.  Así les es posible moverse en el tiempo.  Nadie, como ello, va a atrás en la historia por ir, se mueven hacia adelante, al futuro; ese futuro previsible (y en el ir y venir, comprobable), de la realización de sus ideas, de su pensamiento haciéndose de los comunes.  Ese futuro del reino de aquellos a los que  uno más se parece en su condición ideológica, económica y social.  Por ello, cuanto más avanzado en pensamiento, tanto más fuera de su momento histórico y más lejano su viaje en el tiempo.

 

Allí, en las ideas realizadas en el dominio de los comunes, uno se volverá, a su vez, un “terraplano”, uno más, pero no como inconsciencia, sino como descanso en la satisfacción plena.

 

El Caduceo de Apolo obsequiado a Hermes (y ésta dado a Eetes, hijo de Apolo).  Helo ahí tal como me fue trasmitido.  La Tierra en el Lirio de la Flor de Liz haciendo su espacio en el Cosmos, el espacio terrestre o geográfico, con la Luna que delimita con la influencia de su propio espacio; todo ello afectado poderosamente por el Sol, generando la vida, y en particular, la vida humana, significado en la hoja de laurel que brota desde el humus de la tierra, no sin ser en su cruce, con sus propias contradicciones dialécticas, proyectándose al infinito en el tiempo en tanto esa vida humana es las propias alas que han de volar a las estrellas, al infinito, simbolizado en una estrella en la punta superior.  Una vuelta y un tercio por cada serpiente: un conocimiento dialéctico del mundo un poco más allá de su unidad en el espacio como su unidad material; y un poco más allá de sus transformaciones materiales mismas como transformaciones objetivas enraizadas en las ciencias, en las nueve musas del arte, de la ética y en particular de la ciencias de la tierra, reflejo objetivo de sus más diversos fenómenos “trasmutados”, primero en unas limitadas propiedades de espacio, luego en unidades morfológicas, posteriormente en los elementos de Empédocles, o “fases”, y en ese tercio de más en las espirales de las serpientes, representando lo nuestro trasmitido hasta los estados de espacio.

 

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