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  • : Espacio Geográfico. Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri
  • : Espacio Terrestre: objeto de estudio de la Geografía. Bitácora de Geografía Teórica y otros campos de conocimiento del autor. Su objetivo es el conocimiento científico geográfico en el método de la modernidad.
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18 septiembre 2011 7 18 /09 /septiembre /2011 23:01

Ícono Filosofía-copia-1Una Curiosa Demostración de la Existencia de Dios, pero, al Final, la Objetivamente Verdadera.  Ensayo, 2011 (1/3).

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica

de Geografía Teórica.

http://espacio-geografico.over-blog.es/

La Tierra; 1 (jN, lW); 19 sep 11.

 

Ya nos vamos, es la hora, de otro modo, difícilmente se explicaría este tema.  Reflexionábamos hace unos días en que la vida es una maravilla, todo lo bello; pero que su contraparte dialéctica, todo lo feo, es el mundo en que la vida se da; pero no el mundo natural, por definición, a su vez, bello, sino el mundo de lo social como lo otro respecto de ella misma; el mundo social de la condición humana.  Como sociedad, lejos de la utopía, y como individuo, grotesca caricatura del ser humano que aún se cree indigno de Dios.

 

De ese modo, la vida, el perfecto círculo, la perfecta esfera al trazo continuo y firme del compás; pero el mundo es ese medio que produce las discontinuidades, que mella el trazo hasta, incluso, el rompimiento en discretos.  Tal es ese portento incomprensible, que incluso es Dios el protogeómetra que echa mano al compás y difícilmente no sólo destina bajo el libre albedrío de su creación, sino predestina, en esa imagen fantástica de un ser sobrenatural, es decir, más allá del mundo natural, por fuera de él, y Todopoderoso, y en su omnipotencia, omnisciente y omnipresente, creador de todo cuanto existe, del tiempo y  del espacio mismos.

 

En filosofía, el tratado de Dios se hace en tres aspectos: 1) sobre su realidad; 2) sobre su naturaleza; y 3) sobre las pruebas de su existencia.  En cuanto a lo primero, nos dice el filósofo José Ferrater Mora en su Diccionario de Filosofía, es la discusión del problema de la idea de Dios, dada ya en la filosofía; ya en la religión; o bien en el sentir del vulgo como el Padre ya en la constante de la vida, o bien como su accidente.

 

En cuanto a lo segundo, se discute la naturaleza de Dios respecto a si su omnipotencia niega o no el libre albedrío, la libertad humana de elegir y decidir; lo que ello, aunado a su omnisciencia, significa para el ser humano, entonces, desde el fetiche, hasta su inombrabilidad.

 

Y en cuanto a lo tercero, sobre las pruebas de su existencia, que es a lo que aquí nos referiremos, históricamente se tiene: 1) la llamada “prueba ontológica” (Aristóteles, Kant, Descartes, Malebranch, Leibniz, Hegel); 2) la llamada “prueba a posteriori” (Santo Tomás); y 3) la llamada “prueba a priori” (representada por Juan Duns Escoto).

 

No trataremos aquí, por no hacer excesiva e innecesariamente filosófico este artículo, el contenido de tales pruebas; sólo diremos que la “curiosa demostración de la prueba de la existencia de Dios” que comentamos, no tenemos reserva en que fuese clasificada como ontológica, aun cuando, ciertamente, por los principios de nuestros fundamentos filosóficos (la dialéctica materialista), bien denominaremos “gnoseológico-ontológica, es decir, donde el ser, no se da independiente del conocer.

 

La prueba la calificamos de “curiosa”, porque ésta no se ofrece desde la filosofía idealista y su dualismo, como sería el caso natural, ni desde la metafísica ni posiciones filosóficas teístas, panteístas, o deístas; ni mucho menos desde un orden religioso alguno.

 

Es “curioso”, porque se forma desde el análisis materialista dialéctico, monista y ateísta; y, atención, no como negación de ello, por metafísico o contradictorio que de momento lo parezca.

 

Dios, en su esencia filosófica es, en tanto ente supremo y por cuanto a su relación moral con el ser humano, hemos dicho antes: 1) Causa y Fin, y 2) Bien.

 

Dios, en su carácter absoluto, ha de ser de tal naturaleza, que no debe ni puede ser conceptuado.  El sólo nombrar a Dios, ya empobrece su ser, de modo que el proceso histórico que lleva del teísmo medieval al ateísmo ya abierto del siglo XIX, pasa por una paulatina negación de Dios como Causa y Fin, primero velada en el panteísmo (Dios está en todo; Dios no es un ente “fuera del mundo” y creador de éste, son Dios es idéntico al mundo y el mundo mismo), luego separado en el deísmo (Dios es como “causa primera” y ente sólo de metafísica; pero es atributo humano la investigación de la “causa eficiente” o causalidad científica).  Pero la negación de Dios como causa y fin, será de esencial importancia para entender el significado de lo creador.  Se pasa así, de un Dios creador absoluto omnipotente y omnisciente, a un Demiurgo, a un relativo artífice poderoso e inteligente, como diría Voltaire.  Finalmente, lo que no debía ser ni nombrado para no empobrecer su naturaleza, se hace el Demiurgo protogeómetra en el ser humano mismo, como veremos.

 

Así, ya sea que Dios sea inmanencia o revelación, en cualquier caso será Dios hecho realidad, realización de Dios, como así se entendió ya desde Schelling en el siglo XIX.  Y ya sea que nosotros brotemos en sus orillas y quedemos predestinados a expresar la manifestación de Dios, o que éste se revele ante su creatura; el destino de esta última será poner de manifiesto el ser social de Dios; o dicho inversamente, que Dios sólo adquirirá conciencia de sí, haciéndose real en la proporción de su ser-otro, de cómo se vea realizado en su alteridad, tal cual lo expresa ya Hegel.

 

“Dios es Dios sólo en cuanto se conoce a sí mismo; sin saber de sí mismo es, por lo demás, su conciencia de sí en el hombre y el saber que el hombre tiene de Idos…”, dice Nicola Abbagnano.

 

De ahí el Demiurgo, el artesano hacedor que sólo es real en la medida y proporción de su obra; razón por la cual ésta no puede ser sino a su imagen y semejanza: el cantante es lo que los sonidos melódicos de su canción; el danzante lo que su ritmo corporal; el músico lo que sus armonías; el pintor lo que su cuadro; el escultor lo que su estatuilla de barro…, “la realidad plena de Dios –nos dice Nicola Abbagnano en su Diccionario de Filosofía– consiste en reconocerse realizado en el mundo y a través del mundo”.

 

Más aún, dice Abbagnano: “En todo caso, el panteísmo contemporáneo ha invertido el punto de vista tradicional: no es Dios el que da cuerpo, sustancia o realidad al mundo, sino el mundo el que da cuerpo, sustancia o realidad a Dios”; y de ahí que la conciencia de sí de Dios en el hombre, “…progresa hasta el punto de saberse el hombre en Dios” (Abbagnano, subrayado nuestro).

 

Pero este “saberse el hombre en Dios”, es idealismo hegeliano, hasta la primera mitad del siglo XIX.  Posteriormente a la segunda mitad de ese mismo siglo, está lo dicho por Marx y Engeles.  En éstes es el ateísmo pleno, por el cual no es el hombre el que “se sabe en Dios”, sino saber por el cual, “Dios, como negación, es en el hombre como afirmación”.

 


 

 

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