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  • : Espacio Geográfico. Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri
  • : Espacio Terrestre: objeto de estudio de la Geografía. Bitácora de Geografía Teórica y otros campos de conocimiento del autor. Su objetivo es el conocimiento científico geográfico en el método de la modernidad.
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18 septiembre 2011 7 18 /09 /septiembre /2011 23:01

Ícono Filosofía-copia-1Una Interesante Anécdota.

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica

de Geografía Teórica.

http://espacio-geografico.over-blog.es/

19 sep 11.

 

Cuando entre 2003 y 2005… (bueno, no se debe empezar una redacción con algo que suena a gerundio, pero las anécdotas empiezan a platicarse así), hicimos una Maestría en Educación Superior que en ese momento se abría en una Universidad privada en la que a su vez laborábamos, en una ocasión, durante un receso, una profesora, externa y recién contratada, quizá de nuestra edad, que nos impartía algún curso y que en la Universidad pública pasaba por “democrática” y quizá hasta “revolucionaria” por su participación “sindicalista” y por ello de “pensamiento avanzado”, nos hizo una pregunta un tanto a discreción…, bueno, el “nos”, por costumbre de redacción, pero es un “me” a mi en lo personal…, y conste, por lo tanto, una pregunta dirigida a un geógrafo, y a mí como teórico del espacio, incluso como ningún otro geógrafo especialista en ello; y la pregunta fue:

 

_ “Oye, y ¿aquí los profesores tienen algún espacio de discusión para la crítica?”

 

De eso hace ya siete años, y cada vez que me acuerdo, como ahora, no puedo sino echarme a reír cual idiota.  Sin pensar en la pregunta, con la mente ocupada en algo que hacía, con la más absoluta ingenuidad (manera elegante de decir idiotez), le respondí:

 

_ Sí, no hay una Sala para Profesores, pero en los jardines hay distribuidas suficientes mesas con sombrillas, o están las cafeterías (había dos, la de los ricos y la de los menos ricos…, es broma).

 

Pero entonces percibí una conjugación gestual entre su mirada un tanto sorprendida y sus labios que tendían a emular a la Giconda, a la vez que me cambiaba el tema abruptamente.  Transcurrieron varios minutos –ni modo, uno es de lento aprendizaje, qué le vamos a hacer–, y entonces me di cuenta de la estupidez de mi respuesta (y a reír, y desde entonces no para cada vez que me acuerdo).

 

Como “teórico del espacio”, como “hombre de ciencia al respecto de un concepto rigurosamente categorizado”, donde ese espacio es E = f(x,y,z,t) como el vacuum cuadridimensional (¡glup!); esa profesora me preguntaba si había “espacios para la crítica”, y yo no podía responder sino haciéndole referencia a los lugares, a los sitios en esa condición de las coordenadas x,y,z, como espacios, en un momento dado, vacíos, que los profesores podían llenar, ya fuese para la “crítica”, o simplemente para calificar exámenes.

 

Pero la giocondina sonrisa y la indulgente mirada condescendiente, me permitió descubrir, “un poco después”, que esa profesora, como buena intelectual pequeñoburguesa, “revolucionaria” sindicalista de la Universidad pública, estaba usando un lenguaje  intelectualoide, engolado (una especie de caló burgués), en el que por “espacio”, en realidad usaba la metáfora de “libertad”: <<Y, ¿en esta Universidad privada, tienen los profesores libertad para la crítica?>> (¡diablos!; todo por haberle hecho caso a mi mamá e ir a la escuela; si me hubiera dedicado a vago, no me hubiera visto jamás en estos enredos de engolados tropos intelectualoides).

 

Sin duda –porque, para más, ella, por aquello de las apariencias, me tomaba por “muy inteligente”; tanto, que precisamente por eso a discreción me hacía esa pregunta–, dicha profesora debió asumir por mi respuesta, que yo , “astuta e inteligentemente”, eludía el compromiso de responder, o que en esa respuesta iba el mensaje de que los “espacios para la crítica” eran nulos (¡diablos, y rediablos!).

 

Había transcurrido tanto tiempo entre lo que me preguntó, respondí y luego entendí, que, estando ya en otra cosa, se me hizo ridículo tratar de componer la idiotez, y así quedó aquello, ya como una ingenua idiotez, o bien como un “muy astuto e inteligente mensaje” para que ella se condujera en ese “hostil” ambiente…; es decir, en ese “espacio”.

 

Pero este anécdota ha venido a cuento, justo porque lo mismo nos ocurrió (y aquí el “nos” es correcto para todos los geógrafos), en aquellos años ochenta a noventa del siglo pasado, en que yo defendía la tesis de la Geografía como ciencia del estudio del espacio, por oposición a la históricamente dominante tesis de la Geografía como ciencia de las relaciones entre los fenómenos.

 

Por el lapso de una década, justos los años ochenta, toda discusión se centró en afirmar esta tesis, al mismo tiempo que nosotros mismos tratábamos de entenderla en todas sus dimensiones e implicaciones; es decir, en todas sus propiedades.

 

Y como una definición se hace precisamente por la máxima generalización y esencialidad de las propiedades de lo que se quiere definir, la década de los ochenta se fue, conforme comprendíamos el enunciado de todas esas propiedades generales y esenciales de lo que se quería definir: el espacio geográfico; pero sin que ofreciéramos entonces, el enunciado mismo de su categórica definición, la cual ya teníamos hacia el final de esa década.

 

Luego, en el curso del primer lustro de los noventa, vino el deterioro en todo, hasta la consumación del desastre que anuló la actividad profesional que veníamos desarrollando.  Quedamos al margen, de hecho, desaparecimos del escenario por quince años.  Y –como el asiduo lector de esta revista ya sabrá–, esa fue la ocasión para los plagiarios de ideas, dándose la usurpación de nuestra teoría entre dos profesoras normalistas de Educación Básica, y su vocero, a su vez, un profesor normalista de Educación Básica, que dirigió los Cursos de Capacitación para Profesores en las nuevas ideas*; prestándose así, a lo Eróstrato, para que la institucionalidad pudiera salir de su viejo embrollo teórico de la relación entre los fenómenos.

 

En esos profesores fue la estupidez, misma que fue en nosotros en la anécdota narrada.  En su caso, por sus ignorantes y oscurantista oídos.  Escucharon “espacio geográfico”, y por ello entendieron: “el ámbito” de lo geográfico, “el lugar” de lo geográfico a manera de diorama de un museo de ciencias, y el diorama mismo; sus vulgares oídos escucharon “espacio geográfico”, y por ello entendieron esa intelectualoide metáfora de una especie de “escaparate” de lo geográfico.  Y como en esa “geografía de los profesores” de Educación Básica la Geografía era aún la ciencia de las relaciones de los fenómenos de los viejos libros, pues las nuevas ideas aún no se mostraban en los Libros de Texto dado que ello había sido negado oscurantistamente hasta la proscripción, pudiendo saber de didáctica y de teorías pedagógicas, qué podrían saber acerca de las disquisiciones teóricas de los geógrafos elaboradas quince años atrás, más allá, que no fuera, precisamente, lo dado en el plagio de las ideas de nuestro documento de tesis, mismo que precisamente obsequiamos hacía esos tres lustros atrás, a ese “Instructor de los Cursos de Capacitación para Profesores”, en amistad.  Así, el “espacio geográfico”, resultó sólo la forma intelectualoide para referirse al adornado fundamento del “escenario” o “escaparate” de los fenómenos.

 

Hoy hemos expuesto ya no sólo la definición de “espacio geográfico”: la dialéctica de la dimensionalidad material continuo-discreta o el vacuum determinado por le campo terrestre; sino incluso ciertos desarrollo de ello, que aquellos plagiarios de ideas  y usurpadores de teorías, por supuesto, no supieron ni pudieron elaborar, simplemente porque esas ideas ni venían de ninguna otra fuente, ni mucho menos eran elaboración suya.  No dieron los créditos correctos, en honesta ética profesional, y se condenaron históricamente.

 

Resultó, pues, que el “espacio geográfico” o terrestre, no es ningún “diorama de las curiosidades  del mundo”, sino como un objeto concreto de estudio, es algo altamente complejo, tanto, que ha consumido toda la historia del pensamiento humano por más de veinticinco siglos, para llegar a nosotros en un desarrollo tal, en donde, antes que entenderlo como algo ya acabado, es apenas que su estudio en sí mismo comienza.

 

Esto, desde luego, con todo, no habrá de ser para todos los geógrafos, sino sólo para aquellos de las nuevas generaciones, que más que hacer sus conocimientos exclusivamente en el tedio de lo ya dado de los fenómenos, los habrá de hacer en la investigación hipotético-deductiva de lo que está por descubrirse del espacio terrestre.  Ese geógrafo que requerirá, entonces, de su verdadera formación en el método científico  de la modernidad (el método galileano-kepleriano, y baconiano-cartesiano), de una sólida formación en el aparto teórico físico-matemático, y del conocimiento bien fundamentado en la dialéctica materialista.

 

Sea, pues, este anécdota, como antecedente de la exposición de esos trabajos de la investigación hipotético-deductiva del espacio geográfico, hecha por nuestra parte.  Aún en medio de las dificultades, trataremos de exponer dos documentos necesarios, obligados, para entender la investigación: 1) La Teoría del Espacio Geográfico: su Desarrollo Histórico; y 2) Sobre la Naturaleza del Espacio, y su Interpretación como Espacio Geográfico o Terrestre.  Y ¡bienvenida la nueva generación de geógrafos!

 



*       En un verdadero acto de magia, intentaron hacer pasar nuestros planteamientos como extraídos de otras fuentes documentales (unas de difícil adquisición con un vago título que haría suponer las cosas, y otras, en las que, por supuesto, no había nada de ello); omitiendo así la real fuete de referencia y única en la que hasta entonces, en el mundo, se exponían esas ideas en el tratamiento del concepto de espacio geográfico, despojándonos de los créditos verdaderos.


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