Revisión Crítica a La Geografía en México:
Aspectos Generales de su Evolución,
del Dr. Jorge A. Vivó Escoto, 1964.
Ensayo, 1985 (3/9)
Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri
Todo lo antes dicho, explica la ecléctica, que con las ventanas abiertas da entrada inconsciente a las posiciones del positivismo lógico, se identifica histórica y gnoseológicamente con él, y se convierte, cual Sigfrido bajo el hechizo de Rothbart, no en la Odette, sino en la Odile de su fundamento metodológico[*].
Al respecto, Loló de la Torriente se ha expresado en una reseña póstuma: “Los primeros luchadores trasladaron algunos principios básicos del marxismo, pero su aplicación fue más como herramienta de lucha que como propuesta ideológica abarcadora de diversas disciplinas de pensamiento (...) político-cultural (que) continuaba ajeno a la teoría y la práctica de la historia y la cultura científicamente recogidas e interpretadas”[1].
Para valorar, pues, este documento del Dr. Vivó como un eslabón en la cadena de la historia de la Geografía en México, debemos hacer consideración de los aspectos filosóficos de su tiempo, de la concepción de la geografía de su tiempo, de su vida y obra en su conjunto; para evaluar el significado de su ensayo aquí analizado inserto en esos aspectos filosóficos e interpretación de la geografía, sus influjos y su concepto de historia de la ciencia.
Vivó analiza la historia de México y expone las manifestaciones del hacer geográfico en cada una de sus épocas y sus autores principales, destacando las características del saber geográfico en cada momento de la historia.
Así, por ejemplo, considera que “los antecedentes más remotos de la geografía en México, se encuentran en los códices indígenas y en los relatos históricos en que se consignan datos referentes a diversas regiones de las ruinas y tribus”[2].
De manera semejante, encuentra en el período de la Colonia “documentos de interés geográfico” como las “relaciones del siglo XVI (1579-1581), destinadas a obtener materiales para la Descripción General de las Indias”[3]. Relaciones Geográficas que se hicieron de acuerdo con cuestionarios estadísticos.
Es decir, no se habla específicamente de documentos geográficos, sino sólo de “interés geográfico”, como “fuentes de información que permite redactar una magnífica geografía física”[4], e incluso social, acompañándose algunas de Catas Geográficas, las cuales son las cristalización misma de dichas fuentes de información, como la “Carta General de la Nueva España”, de Carlos de Sigüenza y Góngora, antecedente del “Mapa de América Septentrional”, inserto en su Theatro Americano, de 1746, de José Antonio Villaseñor y Sánchez, “descripción al estilo de las obras que son características antes de que surgiera la moderna geografía científica”[5].
La moderna geografía científica prácticamente nace con el México independiente. “La situación de la ciencia mexicana necesitaba de un hombre dotado de una técnica geográfica que pudiera integrar una obra basada en el conocimiento que se tenía del país, y éste se presentó providencialmente”[6]: Alejandro de Humboldt, entre 1803 y 1804.
“Las obras grandiosas de Humboldt –escribe el Dr. Vivó– llenan toda una época, porque su contenido es enciclopédico”[7].
Señala que los mejores resultados de la visita de Humboldt a nuestra tierra, fueron en materia cartográfica: el “Atlas Geográfico Físico del Reino de la Nueva España”, de 1812, y su “obra geográfica, el Ensayo Político Sobre el Reino de la Nueva España”[8] (publicado en 1822).
En esta misma época se funda la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (1833) –originalmente con el nombre de Instituto Nacional de Geogrfía y Estadística–, y seis años más tarde (1839), ésta publica ya su Boletín, de tipo enciclopédico, de “ciencias relacionadas con la geografía de México”[9]; esta Sociedad auspicia “la primera carta levantada por topógrafos del país bajo la dirección de Pedro García Conde, a cuyo trabajo se dio término en 1850”[10].
El Dr. Jorge A. Vivó Escoto, divide en dos grandes partes esta época, que abarca todo el siglo XIX, y precisamente cualifica todo su segunda mitad, con los trabajos geográficos de Antonio García Cubas, el historiador Manuel Orozco y Berra, “que deja obra geográfica y una carta del país”, y el naturalista Alfonso Luis Velazco, que publicó su Geografía y Estadística de la República Mexicana; así como, finalmente, con los trabajos de la Comisión Geográfica Exploradora de 1877, y la Comisión Geodésica Mexicana, de 1879.
A decir de él, con la Revolución Mexicana se inició una nueva etapa, en la que para 1915, da lugar a la Dirección de Estudios Geográficos y Climatológicos, cuyo Director fue Pedro Celestino Sánchez; hasta llegar, tras los trabajos: Geografía General, 1917; y Geografía Astronómica, 1925; de Miguel y Enrique Schultz, respectivamente, la Geografía Humana, 1926, de José Luis Osorio Mondragón; y de la Geografía de la República Mexicana, 1927, de Jesús Galindo y Villa; hasta los trabajos de geofísicos (1921-1938), de Pedro C. Sánchez, y geológicos (1924-1948), de Ramiro Robles Ramos. Así como, finalmente, los de geografía económica regional del Dr. Ángel Bassols Batalla, y los trabajos de Jorge L. Tamayo.
Así, una ciencia que, como en el planteamiento teórico actual de la Geografía, pretende la integración del saber de manera tan vasta, de todo lo natural en relación con todo lo social de manera enciclopédica, y que, por ello, se asume como ciencia de la unidad del mundo; que, en tanto ciencia enciclopédica, se estructura como “sistema e ciencias” y ciencia de síntesis de las mismas; no puede, en la época contemporánea, ir más allá de un saber recopilador y superficial, meramente culto, que en su conjunto le es muy poco útil para transformar el mundo; apenas ciertamente, para hacer la mejor descripción integral de él.
Una ciencia, que como en la interpretación actual de la Geografía, persigue eso, no puede más que responder de la manera más brillante a los propósitos del neopositivismo, en su variedad del positivismo lógico (entre 1928 y 1933), cuyos aspectos esenciales han sido resumidos por los filósofos soviéticos: “En primera instancia, concediendo el valor a las ciencias concretas (empíricas) y negando el valor cognoscitivo de la investigación filosófica, reducida al análisis del lenguaje, desarrollando la concepción de los hechos “neutrales”, el convencionalismo y el principio de verificación sensorial; en segunda instancia, cifrando el fin último de semejantes investigaciones “en una ciencia única” y en las que debían borrarse las diferencias entre las ciencias particulares –física, biología, psicología, sociología, etc–, tanto por el contenido de los conceptos como por el procedimiento de su formación”[9], reafirmado por el empirismo lógico, corriente sucesora del positivismo lógico, en el que todo ello “conduce al carácter internamente contradictorio y ecléctico en su gnoseología”[11].
[*] Cuando redactábamos este documento, presenciamos la puesta en escena del Lago de los Cisnes, de Tchaikovsky; donde Sigfrido es confundido por el hechicero Rothbart con su propia hija, en vez de la cisne encantada Odett.
[1] De la Torriente, Loló; Reseña Sobre un Maestro de Energía; en “Anuario de Geografía, Facultad de Filosofía y Letras, Universida Nacional Autónoma de México; Año XIX; México, 1979; primera edición, México, 1982. p.50.
[2] Vivó Escoto, Jorge A; La Geografía en méxico: Aspectos Generales de su Evolución; Memorias del Primer Coloquio de Historia de la Ciencia; Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología, Tomo I, México, 1964; p.201.
[3] Ibid. p.201.
[4] Ibid. p.201
[5] Ibid. p.202.
[6] Ibid. p.203.
[7] Ibid. p.203.
[8] Ibid. p.203.
[9] Ibid. p.203.
[10] Rosental-Iudin; Diccionario Filosófico; Pueblos Unidos; Montevideo, 1965. (v. Empirismo).
[11] Ibid. (v. Empirismo Lógico)
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