La Evaluación Ético-Esteticista en el Aula Universitaria Durante un Curso. Tesis Maestría en Educación Superior, 2007 (58)
Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.
“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica
de Geografía Teórica.
http//:espacio-geografíco.over-blog.es/;
México, 03 mar 11.
El siguiente paso para robar el fuego divino fue dado por Kant en el s.XVIII. Para Kant, el arte era mucho más que imitación, así fuera éste trascendente; el arte para Kant es construcción, allí donde Dios ha dejado de hacer. Y con Kant el ser humano se aproximó un paso más a ser Dios. El ser humano construía ahí donde Dios había dejado de crear. Con la estética kantiana, el arte de la educación es la construcción del ser humano allí donde Dios había dejado de crear en él. El ser humano, el educador, haciendo arte con el ser humano mismo; y haciéndolo en principio con total desinterés, pues como Kant decía –y citamos de Selivanov–, en el juicio estético, “la persona se abstrae de su propio interés por poseer un objeto y consumirlo y se deleita con su imagen como tal”[1]; el educador perfecciona, en la irreverencia total, lo imperfecto de la creación divina (o quizás, es sólo vector de la perfectibilidad en proceso, el “sensorio de Dios” en su acto creativo). Y no sólo está ya aquí presente el concepto de la perfectibilidad, sino el hecho de cuestionar a Dios como Dios mismo en tanto un ente creador imperfecto (a menos que –como alguna vez me argumentaba una brillante alumna– el educador fuese necesario para lograr esa perfección. En consecuencia, Dios actuaría con respecto al educador, como un hacedor de “máquinas herramientas”, es decir, del creador de aquel que habrá de crear). Es por ello que con Kant, la estética educativa adquiere un carácter esencial para el desarrollo humano, pues éste no habrá de ser sino lo que el ser humano mismo haga de él.
Pero el verdadero salto herético (del conocimiento de la verdad), fue dado por Hegel medio siglo después, cuando éste finalmente se atrevió a decir: con el arte, el ser humano crea. El arte es creación. Y con ello Hegel igualó al ser humano con Dios; ambos fueron considerados a partir de entonces como entes creadores. El ser humano se hacía final y plenamente a imagen y semejanza de Dios. Si hemos de reconocer en consecuencia una estética hegeliana en la educación, el arte de la educación significará la creación del ser humano por el ser humano mismo. Esto es, la educación tendrá por esencia la humanización del ser humano, por el ser humano mismo.
Mas la historia del concepto del arte no se detiene ahí; tras Hegel advino Marx, y con éste el arte fue –hasta donde está la evolución del concepto–, finalmente definido como la realización social humana*. Si con Hegel el ser humano se crea a sí mismo, esa autocreación es ya con Marx, realización. Esto es, el arte, y más aun el arte educativo, es con lo que el ser humano se hace un ser humano real. Mas Marx no deja que perdamos de vista que esta realidad de lo humano, lo es sólo en tanto realización social humana. El ser humano real no es un asunto de los individuos humanos aislados entre sí, sino de los individuos humanos en tanto seres sociales. Y la estética en el arte educativo siguiendo a Marx, no es otra cosa que autorrealización social humana. Con ello lo que se quiere decir, es que en el proceso educativo el educador humaniza al educando, pero no más, no menos, de lo que se humaniza a sí mismo. Y esto es lo que demuestra la esencia de la desalienación del trabajo concreto del educador.
Dios –en esta versión teológica–, en su condición de a-espacialidad y a-temporalidad, no creó al ser humano, así en tiempo pasado, sino Dios necesariamente, por la definición de su a-temporalidad, crea, está creando cotidianamente al ser humano. La creación divina es un proceso visto desde la posición de los mortales. Dios hace arte con su creación humana, y Dios –ateniéndonos al precepto marxista en el uso cultural del concepto de “Dios”: el ser humano mismo–, creando al ser humano, deifica al humano mismo; hace del ser humano Dios, lo hace, y no podría ser de otro modo, conforme a su dicho ya por introspección reflexiva ya por deliberación con su corte celestial: “Y dijo Dios: <<Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra...>>”[2]. Su obra es imperfecta porque no ha terminado de crearnos; mas la consumación de su obra, necesariamente, será la consumación de la obra prometéica: la del ser humano-Dios.
Mas el ser humano para ser Dios, para ser un ente creador, habrá de empezar por negar a Dios mismo afirmando con ello su propio acto autorrealizador. Sólo el humano humanizándose por el ser humano mismo, hace real el acto de creación propio de los dioses; y así, la condición primera de toda condición del humanismo, es prescindir de Dios como una entidad metafísica que se le sobrepone desde el mundo sobrenatural.
Más aun –ahora en la versión humanista-ateista–, el creador del ser humano no es ningún Dios como entidad extrínseca al ser humano; sino más bien, es el ser humano el creador de Dios. Dios como entidad real es limitación del conocimiento humano; mas para el humano con la luz del fuego del conocimiento, Dios no existe, o mejor aun, si existe, es sólo porque Él es, el ser humano mismo. La humanización del ser humano por el ser humano mismo, tanto en su emancipación real como en su educación, es su propia deificación. El concepto de “Dios”, es sólo el concepto más excelso de lo propio humano en lucha por su perfección y su liberación.
La extracción de virtudes como realización humana, es evaluación ético-estética. La valoración moral ha de ser a su vez autorrealización social humana, y ello se traduce simplemente como progreso moral de la sociedad.
Así, si la evaluación por autocompromiso es esencialmente ético-esteticista, al autoextraer el estudiante sus virtudes, y tanto más elevadas sean esas virtudes, tanto más se humanizará y romperá el condicionamiento utilitarista mercantil. Al estudiante le será más fácil disociar su condición de “cliente” de la institución, de su condición de potencial discípulo del Maestro. Entenderá que está en la Universidad no para su egoísta interés individual, sino para comprometerse con la sociedad.