Ética: la Teoría de la Moral, en los Fundamentos de la Dialéctica Materialista. La Compleja Dialéctica de la Libertad. (9/12).
Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.
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12 sep 12.
9 La Compleja Dialéctica de la Libertad.
Hemos visto cómo la relación sujeto-objeto en la determinación del valor, no podía entenderse sin la aplicación de la dialéctica materialista; pero, a la vez, otro concepto que no puede entenderse sin la dialéctica, es el concepto de la esencia de la moral: la libertad, bajo la cual, y sólo bajo la cual sin coacción alguna, el individuo puede ser la causa de sus propios actos, y hacerse moralmente responsable de los mismos.
Sin embargo, hemos visto también, que el acto moral no ocurre ni en lo puramente subjetivo, ni mucho menos en abstracto, sino por lo contrario, determinado por las condiciones objetivas y concretas mismas que en un momento dado son, pues, causa, y pueden impedir la libertad y voluntad del sujeto en la realización misma del acto moral. A estas condiciones objetivas y concretas se les denomina como “condicionantes de necesidad”, estarán ahí siempre, independientemente de los deseos o voluntad del sujeto, en calidad de causa; y así podemos ver, entonces, que ciertas condiciones de necesidad, se convierten en factores coactivos que restringen e incluso anulan el pleno uso de la libertad, bajo la cual, y sólo bajo la cual, hemos dicho, el individuo puede ser la causa de sus actos y responsable de los mismos.
Esto plantea uno de los más complejos problemas en la teoría de la moral: para que el acto moral sea, tiene que darse en libertad; pero cómo puede darse en libertad, ahí donde ciertas condiciones de necesidad la coartan.
La solución de dicho problema supone, en consecuencia, el análisis del concepto de libertad; y al respecto, a lo largo de la historia del pensamiento humano, se han dado tres respuestas a la definición del concepto de libertad. En los tres casos, y difícilmente podría haber sido de otra forma, se reconoce la conciencia de la necesidad causal o determinante en la conducta humana, pero en los tres casos se ofrece una solución distinta.
En el primer caso se plantea un determinismo absoluto, por esa coactiva causalidad absoluta no puede hablarse de libertad, y por lo tanto, de responsabilidad moral. En ello, el acto aparentemente “libre”, no es sino el efecto de una causa y no de una libre voluntad, y en ese sentido, el ser humano es sólo un instrumento posible en la realización del efecto. Ese determinismo absoluto queda dado, por ejemplo, en la predestinación de Dios.
Se hace interesante destacar el hecho de que esta posición, muy propia a su vez del mecanicismo materialista del siglo XVIII, es coincidente con la concepción teológica de la libertad como atributo exclusivo de Dios (único verdaderamente libre), el cual es causa, en tanto ha predestinado la vida de los sujetos. En este ámbito, a ello se le contrapone la idea del “libre albedrío”, que nos devuelve a uno de los casos de la definición científica, y precisamente al segundo de ellas.
El segundo caso se plantea en el libertarismo (la doctrina de la plena libertad): ser libre, significa decidir y obrar de manera plenamente conforme a nuestra voluntad (o, teológicamente, lo que se llama en el “libre albedrío” o plena libertad de elección). Aquí, evidentemente, se anula la causalidad o determinación, por lo menos en el ámbito de la moral. El libertarismo, en última instancia, es autodeterminativo, es decir, donde el sujeto es su propia causa y causa única ajena a toda determinación exterior posible.
Pero, toda vez que existe una condición determinativa, se da en ello una condición de necesidad. Pretender que ni el sujeto sea causa de su decisión, sólo conduce al absurdo.
No hay, pues, manera de eludir la determinación, y con ello la condición de necesidad. De ello se sigue un tercer caso, en el cual se reconoce simultáneamente tanto la libertad como la necesidad, que negándose mutuamente como se ha visto en los casos anteriores, esa negación o contradicción, sólo puede tener solución en la dialéctica.
Así, el tercer caso es el de la dialéctica de la libertad y la necesidad, como dos opuestos no-antagónicos, sino de cuya síntesis lógica en la que no se prescinde ni de lo uno ni de lo otro, sino que en su conjugación se da la solución.
Dicha definición pasó por tres momentos históricos de abstracción y generalización teórica. El primero de ellos correspondió a B. Spinoza, que viendo al ser humano como parte de la naturaleza, ésta ha de ser condición de necesidad. Luego, para Spinoza, ser libre, es tener conciencia de la necesidad, esto es, de que obligadamente estamos sujetos a algo que una vez tenemos conciencia de ello, ello mismo nos libera. La limitación en la definición de Spinoza, es que por más que el esclavo haga conciencia de la necesidad, ello por si sólo no lo libera.
El segundo momento histórico de abstracción y generalización vino con Hegel, que retoma a Spinoza, pero poniendo a la libertad en relación con la historia. El conocimiento de la necesidad depende de la época histórica, y en consonancia con ello, la libertad es histórica. Más allá de esa diferencia entre Spinoza y Hegel, Adolfo Sánchez Vázquez hace ver que entre ambos hay un punto en común: ambos son sólo planteamientos teóricos.
Y en este punto se da un tercer momento histórico de abstracción y generalización en los conceptos de libertad y necesidad, ahora, con Marx y Engels. Estos retoman a Spinoza y Hegel: la libertad es, pues, conciencia histórica de la necesidad; pero donde el esclavo, inmerso en la pura teoría, deja de permanecer en una esclavitud consciente.
“La libertad –apunta Adolfo Sánchez Vázquez– entraña un poder, un dominio del hombre sobre la naturaleza y, a su vez, sobre su propia naturaleza”[1]. Ello implica la capacidad práctica de transformación del mundo sobre la base de su interpretación científica. De ahí la importancia del trabajo productivo; esto es, donde la tesis de la libertad, antes que excluir a la antítesis de la necesidad, la supone obligadamente. La revolución social (práctica histórico-social siempre), al final, se constituye como síntesis de esa tesis-antítesis, en donde se consuma la libertad en un grado nuevo y superior.
La libertad, pues, es hacer conciencia de aquello que nos obliga a lo que estamos obligados ineludiblemente en cada momento histórico en un proceso de transformación de la realidad. En ese sentido, la libertad ha de ser conciencia misma de la esclavitud (cualquiera que sea la forma en que esta se dé), no eludiéndola, no pretendiendo –ofendidos en nuestra condición de esclavitud– hacer abstracción de ella, sino, por lo contrario, asumiéndola y haciéndola conscientemente, con conocimiento de causa, objeto de transformación.