Overblog
Edit post Seguir este blog Administration + Create my blog

Presentación Del Blog

  • : Espacio Geográfico. Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri
  • : Espacio Terrestre: objeto de estudio de la Geografía. Bitácora de Geografía Teórica y otros campos de conocimiento del autor. Su objetivo es el conocimiento científico geográfico en el método de la modernidad.
  • Contacto

Buscar

Archivos

20 enero 2013 7 20 /01 /enero /2013 23:01

Criterios para la Evaluación de una Propuesta de Proyecto Educativo*.

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

http://espacio-geografico.over-blog.es/

14 ene 13.

 

Introducción.

 

Nada más complejo que el fenómeno educativo, no sólo porque en él convergen todos los aspectos de la naturaleza humana, tanto en su forma social como individual; sino porque, además, no es un fenómeno externo del cual el educador o el investigador queda a distancia para poder examinar, sino en el que él es parte del problema.  Pero, a la vez, nada más trascendental en la vida de la sociedad, puesto que de la educación; en cualquier sentido que sea, dicho en sentido amplio, y más aún cuando ésta se refiere a su parte formal de preparación científica en cualquiera de sus campos; depende la misma garantía de la sobrevivencia de la sociedad, e incluso de la continuidad misma de la especie humana.

 

En ese sentido, de la educación haremos, o un arma para la emancipación humana contra las fuerzas oscuras; o el más sutil medio de control para su alienación, esto es, por lo que ello quiere decir, para confundirla y poner al conjunto de la sociedad al servicio de los intereses de unos cuantos detentadores del capital, que la han despojado de su poder y su riqueza.

 

Evaluar (de ex, extraer; y valuare, valor), es considerar aquello que hay de valioso, en este caso, en el sentido de lo valioso no como el valor económico o material, sino como lo bueno para la sociedad, e implica, en principio, definir, precisamente, lo que es socialmente bueno.

 

Lo que determina aquello que ha de ser bueno para la sociedad es, pues, el patrón de referencia para juzgar acerca de lo valioso, de manera especialmente importante, en este caso, en su educación formal.  De ahí que se suela decir que, <<evaluar es “medir”>> (donde “medir” no implica necesariamente una referencia numérica, pudiendo ser un simple recurso comparativo cualitativo), toda vez que esa valoración se hace, precisamente, con respecto a la comparación con un “patrón de referencia o medida”.

 

De este modo, evaluar la propuesta de un proyecto educativo, cual fuere, implica que antes tengamos, así sea puntualmente en general, una firme idea de la educación que juzgamos buena para la sociedad.  Esa “firme idea” no es otra cosa que un criterio o juicio científicamente fundamentado (ese será nuestro “patrón de medida” para valorar).

 

Existen en el pensamiento humano tres –y sólo tres– tipos de juicios de valoración: 1) el intelectivo, referido a la razón o y la ciencia; 2) el moral, relativo a lo bueno social; y 3) el estético, el cual se hace respecto a lo bello y a la naturaleza humana.  Y en cuanto a la valoración educativa, los tres juicios se hacen obligados.  En este breve apunte, nos habremos de referir muy puntual y generalizadamente, al contenido esencial de cada uno de esos tres juicios, que han de formar nuestros criterios científicos fundamentados a aplicar a la valoración de una propuesta de proyecto educativo.

 

 

 

1         Juicio Intelectivo.

 

a)      Teoría del Conocimiento y Criterios de la Verdad.

 

Debemos decir que, en principio, hablamos aquí de la teoría del conocimiento como la teoría del reflejo, y de la “ciencia de la modernidad ilustrada”, esa ciencia galileano-kepleriana y baconiana-cartesiana, la cual se rige por los criterios de la verdad, en tanto que la ciencia es el único conocimiento susceptible de ser verdadero, y que tiene en ello su finalidad al servicio de la sociedad.

 

La fuerza de la dialéctica materialista, está precisamente en que su teoría del conocimiento (gnoseología o epistemología), se identifica plenamente con los criterios de la ciencia (o de la ciencia de la modernidad ilustrada, si se ha de ser precisos).

 

En la teoría del conocimiento dialéctico materialista, la relación del sujeto pensante con la realidad, se define como una relación  “sujeto-objeto”, donde el sujeto, mediante sus sensaciones o aparato sensorial, percibe la realidad el mundo de los objetos materiales (ya sea que la realidad se le eche encima, ya que él incida sobre la realidad, pero lo cierto es que ocurriendo ello simultáneamente), de donde se forma en su cerebro un reflejo de esa realidad a manera de su representación en conceptos e ideas, siempre incompletas, de dicha realidad; viéndose siempre en la necesidad de incidir infinitamente sobre los objetos de su conocimiento, los cuales en su movimiento y transformación natural, van siempre adelante del conocimiento posible del sujeto, haciéndose necesario, por ello, la ciencia.

 

Si ha de impartirse una enseñanza científica de la ciencia, la educación ha de tener un fundamento teórico y una práctica científica para el conocimiento verdadero.  Pero más aún, la educación científica hoy en día, está reclamando el combate a los embates de la anticiencia, que despoja al proletariado del arma más poderosa para la transformación de la realidad, y de ahí que se debe ser explícito en una propuesta de proyecto educativo, en el responder a los criterios de la verdad:

 

1        La objetividad; concepto por el cual no debe entenderse “neutralidad”, sino que, aún teniéndose una posición definida, la objetividad se da cuando: 1) se reconoce la existencia de una realidad exterior a nuestro pensamiento, 2) cuando se entiende que esa realidad está formada por el mundo de los objetos materiales, 3) cuando, dando primacía a la realidad objetiva, en nuestro pensamiento se procura reflejar en lo más posible de la manera más fiel, esa realidad, independientemente de nuestros deseos o voluntad.

2        La causalidad; o también el llamado determinismo; es decir,  por lo cual podemos saber qué origina un efecto dado, y que por lo regular, será sólo eso lo que lo origina; de modo que conociendo la causa, y en la eventualidad el poderla modificar, se obtendrán los efectos deseados.

3        La lógica; de lo cual se sigue esencialmente el método hipotético-deductivo en la investigación científica, pero en lo que se expresa la necesidad ineludible de la argumentación demostrativa  con arreglo a las leyes de la lógica misma.

4        El experimento o comprobación en los hechos; del cual, dependiendo de la ciencia particular, existen diversas formas, pero sin cuya  aplicación no habrá demostración rigurosa, en tanto el conocimiento de un fenómeno que bajo condiciones controladas, sea susceptible de reproducirse.

5        La previsión científica; la capacidad de, dados los conocimientos objetivos, de poder predecir los acontecimientos a un plazo dado futuro bajo ciertas condiciones, como fin último de la ciencia en beneficio de la sociedad.

 

Todo lo que no se apegue rigurosamente a ello, sencillamente no es ciencia en el contexto de la ciencia de la modernidad.

 

La teoría del conocimiento dialéctico materialista en general, como el método de la ciencia en particular, han de ser el fundamento de una educación científica (en la modernidad ilustrada), en la que se enseñe la ciencia misma, formando; no sujetos esencialmente con ciertas habilidades y capacidades o competencias; sino sujetos pensantes, críticos, capaces de transformar la realidad y emanciparse, como condición humana necesaria.

 

 

b)      Teoría Sociopedagógica.

 

La educación es, en principio, un fenómeno social; externamente responde a leyes económico-políticas; e internamente a la ley tanto intelectiva o de la teoría del conocimiento; como a las leyes éticas o morales, acerca del consciente acto del individuo ante la sociedad; así como a las leyes de la estética, o de la percepción emotiva.

 

El ser humano, un sujeto altamente complejo, es, no obstante, algo más que relaciones económico-políticas, que procesos intelectivos, que relaciones morales y apreciación estética; es, también, una psiquie; esto es, una conducta inconsciente determinada por innúmeros e insospechados factores sociales, como por factores internos del carácter del individuo.  En ese sentido, la psicopedagogía es una herramienta importante, particularmente para el tratamiento de casos especiales relevantes en el comportamiento común y socializado en la educación.

 

La psicopedagogía, pues –a nuestro juicio–, debe entenderse como lo excepcional en el proceso educativo, y no como la regla.  Es la teoría sociopedagógica lo que debe regir el proceso educativo; es decir, de los principios de la socialización y la conciencia social; esto es, de la conciencia de la obligatoriedad moral y de la responsabilidad y compromiso social que ello impone; de los principios de la estética en el reconocimiento de la naturaleza humana y su propósito social consciente.  Estos principios deben ser, pues, la base de la educación.

 

 

2        Juicio Moral.

 

a)      Socialización.

 

Suele creerse que lo moral es inherente, o pertenece exclusivamente, al ámbito de lo religioso; y este error se sigue del hecho de que más de tres cuartas partes de los seres humanos profesan una religión, desde la cual se les impone una norma de conducta en el deber ser, en la búsqueda de expresar la mayor bondad entre los seres humanos en sociedad.  Pero menos de una cuarta parte de la población mundial no profesa ninguna creencia de orden religioso o teológico; son los ateos y no-religiosos (este último creyente en Dios, pero no prácticamente de ninguna religión),  Así, si lo moral fuese inherente a la religión, los ateos y los no-religiosos tendrían que definirse como no-morales o amorales (que no necesariamente inmorales, lo que significa obrar en contra de lo moral), lo cual, como veremos a continuación, no es posible.

 

De todas las relaciones posibles entre los seres humanos (económicas, políticas, jurídicas, educativas, comerciales, etc), las relaciones morales son las más esenciales, al punto de que le son imprescindibles.  Es decir, entre dos seres humanos podría dejar de haber cualquier otro tipo de relación, y ello no alteraría en lo esencial su condición humana.  Pero entre dos seres humanos, por su sola presencia, y aún siendo ajenos el uno del otro, se establece necesariamente, una relación moral; esto es, un acto de responsabilidad y compromiso de uno para con el otro en forma mutua o recíproca (así sea que esa responsabilidad y compromiso sea nulo, ello será ya un acto moral).  Lo moral, pues, es independiente de la religión.  Lo que la religión hace, es imponer un código moral (un conjunto de reglas de conducta) especial en las relaciones entre los seres humanos; de modo que a los sujetos religiosos, además de la normas morales sociales en general, les norma un determinado tipo de conducta especial en medio de esas normas sociales más generales, y a las que, por lo regular, no contraría.  El ateo y no-religioso, pues, es un sujeto moral necesariamente, en el código de la normas morales sociales más generales y esenciales, independientemente de todo código moral religioso.

 

Otro aspecto de este mismo problema, es el que lo moral, sólo es inherente a los seres humanos y entre los seres humanos.  Un individuo solo, aislado en el mundo sin la presencia en éste de ningún otro ser humano, no está en posibilidad de expresar ningún acto de orden moral.  Suele creerse, también erróneamente, que ese individuo podría expresar su acto moral ante otros seres, como los animales o las plantas; pero ello es equívoco, dada la falta de reciprocidad en esos seres en un acto de conciencia.

 

Podría pensarse, no obstante, que bastaría el acto de conciencia del individuo humano frente a esos otros seres del reino animal o vegetal procurándoles el bien, para que el acto moral se diera; sin embargo, más allá del conflicto moral que enfrentaría a tener que depender de esos seres para su subsistencia causándoles el mal en un daño irreparable (los ha de matar, y se los ha de comer), está en el hecho de que, si un individuo ha de prodigar cuidados a la naturaleza, ello será en razón del respeto que debe, no en sí a la naturaleza (como erróneamente se expresa), sino a los demás seres humanos que vivimos inmersos en ella y de ella depende nuestra existencia colectiva.  Lo moral es, pues, un hecho exclusivamente humano, y el hecho más esencial de todos: la relación que en nuestro trato mutuo nos hace ser seres humanos (o que en su ausencia, nos despoja de tal condición).

 

Si lo moral es lo esencial de las relaciones humanas, la esencia de la moral es la conciencia de un acto para con los demás, en libertad y responsabilidad, que será tanto más valioso, cuanto más ello contribuya a la humanización del ser humano, esto es, cuanto más contribuya a su dignidad.

 

La conducta moral, pues, ha de tener siempre por principio, en consecuencia, la obligatoriedad de la dignificación del otro (la otredad), el saberse obligado en el deber del hacer yo, del otro, un ser humano cada vez más digno de considerarse como tal, de hacerme responsable por esa dignificación del otro, de mi semejante.  Cuando el acto íntimo realizado así se generaliza socialmente, la sociedad alcanza mayores niveles de desarrollo moral.

 

La conducta moral ha de distinguirse, entonces, de la conducta vista desde la psicología, la cual es de carácter pulsivo o inconsciente, pues en lo moral, la conducta se basa en el acto libre y consciente del individuo, en la cual éste eleva en las más altas cualidades a la otredad, y por ello mismo se ve dignificado.

 

En nuestra sociedad actual, bajo el régimen capitalista profundamente egoísta, del culto a un individualidad mezquina y del aprovecharse de los demás, todo lo cual se complementa con una forma de vida ampliamente coercionada por el Estado en beneficio de la clase social en el poder, la decisión por el deber y la responsabilidad es en algo en exceso mermada en las convicciones del individuo, pero más aún, a lo que se ha de enfrentar bajo un aparato coercitivo que unas veces sutilmente y otras de la manera más burda, se lo impide.

 

 

b)       Obligatoriedad debida.

 

El acto moral, dado en condiciones de libertad y en apego al a responsabilidad se expresa como una obligatoriedad en el deber ser frente a la sociedad, no es el simple propósito de actuar conforme a lo que se cree bueno, o en el simple hecho de “hacer el bien”.  Se enfrenta en ello el problema de distinguir en un dilema, qué es lo bueno y qué no, cuándo es que se hace un bien, cuándo no, sometido al juicio social.

 

El despliegue del acto moral discurre por tres fases: 1) los motivos que llevan a asumir la voluntad dada en la toma de una decisión; 2) el grado de conciencia social, manifiesta en los fundamentos de la responsabilidad que se asume, y el compromiso que se expresa; y 3) las consecuencias del acto moral, es decir, allí donde el mismo se consuma, las cuales podrán ser ya en correspondencia con el propósito, juzgándose entonces como un acto positivo y valioso; o bien en contra del propósito, juzgándose entonces como un acto negativo y despreciable, de donde el sujeto del acto moral puede sentirse orgulloso de su acción, o bien quedar abatido, no obstante el motivo y propósito hayan sido buenos.

 

En la primera fase, el motivo está determinado por la obligatoriedad del acto moral dado por conciencia, y el dilema es asumirlo o no.  En la segunda fase, el grado de conciencia social, significa el grado de conocimientos fundados lo más científicamente, los cuales norman el criterio en la responsabilidad y determinan el compromiso para con el otro (satisfaciendo esa obligatoriedad de conciencia).  Finalmente, en la tercera fase, está el caso especial de la sanción.  En el acto moral, a diferencia del acto jurídico, la sanción no implica un castigo corporal como en el ir a prisión, o un saldo de la pena en una multa económica, sino, no obstante, hay una sanción aún más fuerte y poderosa: el cargo de conciencia.

 

Tales son, pues, las complejas componentes de la estructura del acto moral; pero, como hemos visto, por el cual el sujeto ha de ser juzgado; y ese juicio nunca lo podrá ser por el propio sujeto, pues en el juicio de valor nadie puede juzgar acerca de sí mismo, sino por terceros y por los hechos, desde fuera del acto moral dado.  Tal es pues, el juicio de valoración moral.

 

Ante la necesidad de ajustar la conducta de cada individuo a los intereses de la comunidad (a los intereses de los que se asumen en igualdad), ello determina qué es lo que ha de considerarse como lo valioso, en tanto ello refuerza la unidad, la organización y el desarrollo de esa comunidad.

 

Todo acto moral, ya sea que se haga o deje de hacer; y dejando de hacer sea lo correcto; tiene consecuencias dictadas por las normas de costumbre, y es en función de las mismas que se toma la decisión.  Suele suceder, en ciertos casos, que se toma la decisión en contra del dictado de la norma de costumbre, y no por error, sino con conciencia deliberada.  Ello es plenamente válido, y se legitima, en su caso, en el acierto del acto.  Justo este tipo de decisiones son las que van a determinar el desarrollo de la sociedad en función del progreso moral, rompiendo ciertos atavismos.

 

Un valor moral, aquello bueno socialmente considerado, es, pues, un satisfactor social.  Objetivamente, aquello de la realidad material portador de tal valor, es el propio ser humano.  Subjetivamente, por lo que está en la capacidad del sujeto, se ha de reconocer y diferenciar las cualidades que da el satisfactor, socialmente.

 

Y aquí hay un aspecto de esencial importancia, que sólo se deduce en el análisis dialéctico.  La relación moral: 1) es sólo entre humanos, y 2) que ello se da en una mutua reciprocidad, necesariamente.  Ello quiere decir, entonces, que lo que yo (sujeto), reconozco como valor en el otro (objeto de valoración), es algo que, a manera especular, me realiza como ser humano, es decir, que nos hace ser  seres humanos reales, tanto más reconozco en el otro no sólo a mis semejantes, sino a mi mismo perfeccionado.  Se vuelve al punto: en la medida que positivamente yo veo a un ser humano cada vez más humanizado, ello me humaniza a mi mismo (lo cual puede expresarse en forma negativa), y así, en la medida que veo en la otredad la deshumanización constante en la pérdida de sus valores morales, el deterioro de su perfección, en esa medida yo mismo me deshumanizo, yo mismo formo parte del deterioro social y de mi pérdida de la condición humana; y ello ocurre así, por más que las personas pretendan refugiarse en el ámbito de códigos morales que parecieran más sólidos, como ocurre en el caso de la religiosidad; ello no los abstrae de la vida social, y ello determina a su vez su deterioro en su calidad humana.  Su religiosidad, dijese Marx, sólo se convierte en “denuncia de la miseria real”.  Lo que se impone, es la necesidad de un cambio social radical o sustancial, hacia una sociedad en la que opere una más profunda y amplia socialización, que imponga los nuevos valores que hagan la calidad humana.  Así, no es con los valores morales como se tendrá una sociedad distinta, sino que será con una sociedad distinta, que se tendrán los verdaderos valores morales, como esa relación social concreta, dada por esas cualidades que dignifican a condición humana.

 

 

3        Juicio Estético.

 

a)      Identidad con el alter ego.

 

La Ética, la teoría de la moral o teoría de ese tipo de conducta humana obligada y debida, constituye en sí mismo en un juicio de valoración moral; pero, como hemos visto, en tanto la conducta moral ha de ser con plena conciencia, hasta el punto del fundamento científico de los actos, ello implica, además, un juicio intelectivo de certidumbre.  Pero el acto moral, sin embargo, implica algo más; de un orden muy sutil: el juicio de apreciación estética.

 

La Estética se refiere a la ciencia acerca de lo bello y el arte; es decir, elabora la teoría de lo bello (no de qué cosa es bella), y la teoría acerca del arte como acto de la capacidad creativa humana.  El arte es pues, no sólo el acto creativo de lo bello (de lo que es armónico y proporcionado en todos sus aspectos), sino el acto creativo que nos embellece a nosotros mismos, a nuestra espiritualidad humana, y que nos perfecciona.

 

Es a través del arte y sus cualidades de lo bello, que aquel que lo elabora se reconoce a sí mismo en su obra, y tanto más aún, reconociéndose perfeccionado.  Otro tanto ocurre en el trabajo productivo, en donde el obrero se reconoce a sí mismo en el producto de su trabajo, el cual lo ennoblece y dignifica.

 

Pero cuando el ser humano es capaz de reconocer en el otro no sólo a su semejante, sino a sí mismo, y más aún a sí mismo perfeccionado, ese otro se transforma en su alter ego, en su “otro yo”, y el juicio de valoración moral, se complementa en su caracterización al aplicar el juicio de valoración estética.

 

Así, lo que finalmente despoja a esa valoración moral de todo viso de interés por más abstracto que sea, es precisamente el agregado del juicio de valor estético; ese en el cual lo socialmente satisfactorio como positivo, lo bueno, es, por decirlo de momento así, la proyección de uno mismo.  Ya no será lo bueno o lo malo del otro que socialmente nos afecta positiva o negativamente, sino lo bueno o lo malo de nosotros mismos reconociéndonos en el otro, proyectados en nuestro alter ego, ya negados o ya realizados en el otro.  Ya no sólo será la valoración positiva o negativa del acto moral del otro, sino, además, el placer estético, en su caso, de su acto moral, y en ello, el exquisito deleite espiritual que nos recrea (literalmente dicho, que nos “vuelve a crear”) socialmente, haciendo nuestra armonía en la humanización mutua.

 

 

b)      Humanización del ser humano por el ser humano mismo.

 

Lo estético tiene por esencia el arte, la capacidad creadora humana en lo bello, en lo armónico en lo estilizado y proporcionado.  Así, cuando el juicio de valoración estética se vincula a la valoración moral, lo bueno o lo malo simple que está en el acto moral del otro y de su entera responsabilidad en interés de la sociedad, se convierte en lo bueno o lo malo, producto de la vida social misma, y, en ese sentido, en el más profundo acto de conciencia social.  El responsable del acto moral seguirá siendo el otro, pero ese otro ya no será un ajeno, sino –hemos dicho– un alter ego, un “otro yo”, alguien producto de la sociedad, alguien creado por esa sociedad de la que yo mismo forma parte, y, en consecuencia, que me hace corresponsable del acto moral.

 

Sentir la satisfacción por lo bueno, implicará, además, la admiración por lo positivo que ennoblece y dignifica a la sociedad humana, y, por lo tanto, que la humaniza.  Por lo contrario, sentir la reprobación por lo malo, será nuestra propia negación ante aquello que nos envilece y nos despoja de nuestra propia condición humana.

 

Hay, en la redacción anterior, un cierto dejo de lo que habrá de ser a futuro; y ello es así, porque en la sociedad capitalista actual, del culto al relativismo extremo, al individualismo y a la mezquina propiedad, de explotación y abuso del uno por el otro, es del todo imposible aplicar el juicio de valoración estética en la relación moral.  De ahí que en la sociedad capitalista actual, la moral tiende a quedar vinculada, más que al juicio de valoración estética de mi alter ego, al juicio legal de orden jurídico que se ejerce sobre el otro que obra mal.

 

Lo ético-estético es pues, el juicio más elevado de la sociedad acerca de sí misma; pero ese juicio requiere de otra condición de necesidad muy distinta a las actuales: requiere de las condiciones objetivas y concretas de un nuevo orden social de una sociedad superior en la que puedan manifestarse libremente las capacidades creadoras de la sociedad consigo misma.  Hasta entonces, la valoración ético-estética no sólo se ha de reducir a lo íntimo de las capacidades individuales, sino que quedará reducida a su vez, a su mera expresión como satisfactor social con un cierto carácter utilitario, dado en la valoración uso.  En la sociedad capitalista, mi pobre condición humana, no es sino un pálido reflejo de la depauperada condición humana de mi alter ego reducido a ser el otro (una alteridad simple), que moralmente me corresponde (y en lo satisfactorio de mi íntimo deleite subjetivo), en calidad de valor de uso en lo humano, pobremente realizado.

 

Hemos visto que la estética es, en su esencia, la capacidad humana de reconocerse a sí mismo en su obra y de verse en ella perfeccionado.  El ser humano ha evolucionado de su existencia como un grupo símido-antropomorfo, a las distintas especies de homínidos, y entre ellos, a aquel del cual ha devenido nuestra sociedad actual.  El ser humano, desde siempre, ha nacido en sociedad; así sea que esa sociedad haya sido la de los pequeños o grandes grupos tribales de simios; es por ello, como lo dijeran Marx y Engels, que el ser humano es un ser social por excelencia.  Más aún, el ser humano se hace un ser humano, no sólo por nacer en sociedad, sino porque es la sociedad la que lo crea como un ser humano.  El ser humano, fuera de la sociedad, dependiente por entero de sí mismo y de la naturaleza, se animaliza, pierde su condición de ser humano, precisamente en la medida que pierde su dependencia a las relaciones humanas (económicas, sociales, políticas, científicas o culturales).  Todavía más, la sociedad humana misma también pierde algo de su riqueza dada en la diversidad, con la exclusión de aquel.  En esta conclusión de origen estético, es el ser humano el que hace al ser humano, en sociedad.

 

 

 

Conclusión.

 

Establecimos desde el primer momento, que evaluar la propuesta de un proyecto educativo, cual fuere, implicaría el que antes tuviésemos, así fuese puntualmente en general, una firme idea de la educación que juzgamos buena para la sociedad.  Y adelantamos que esa “firme idea” no sería otra cosa que un criterio o juicio científicamente fundamentado como nuestro “patrón de medida” para valorar.  Ese criterio o juicio científicamente fundamentado en lo general, ha quedado, pues, expuesto en su aspecto intelectivo o de certidumbre; en su aspecto moral o de responsabilidad y compromiso social; y en su aspecto estético o de identidad del ser social con la sociedad, y de ésta con el individuo mismo.

 

No se trata de formar sujetos simplemente habilitados y capacitados para la producción capitalista, sino se trata de formar sujetos humanos que han de luchar por su emancipación transformando su realidad, no sólo al infinito respecto de la naturaleza, sino, principalmente, erradicando para siempre, la opresión y explotación de una clase social por otra.  La educación ha de ser, así, necesariamente, un proceso de humanización del ser humano por el ser humano mismo, como una propuesta del proyecto de sociedad que queremos.

 

Este es pues, el “patrón de medida” mediante el cual una propuesta de proyecto educativo ha de ser juzgado.  Otra cosa será cuando dicho proyecto opere, entonces el proceso de evaluación en su mejora continua habrá de implicar otras técnicas específicas.
____
*  Ponencia al I Congreso Nacional Popular de Educación, Cultura, Arte, Ciencia e Investigaciòn, Convocado por el "Comité Ejecutivo Nacional Democratico", del SNTE; 2-4 de febrero, 2013.
 

 

Compartir este post
Repost0

Comentarios