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  • : Espacio Geográfico. Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri
  • : Espacio Terrestre: objeto de estudio de la Geografía. Bitácora de Geografía Teórica y otros campos de conocimiento del autor. Su objetivo es el conocimiento científico geográfico en el método de la modernidad.
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20 octubre 2013 7 20 /10 /octubre /2013 22:01

Nave Argos de Todos los TiemposLa Misión Secreta del Argo.  Ciencia-Ficción Sospechosa  (10/10).

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

http://espacio-geografico.over-blog.es/

03 nov 12.

 

La Partida Final en el Tiempo.

 

Deucalión habría partido, para Rosaura Clío había terminado su Maestría y regresado a su país sin que hubiese vuelto a saber de él; incluso yo cambié de actividades y también de je de ver a dicha hermosa mujer.

 

Ahora estaba en un mundo de “terraplanos” que hacían oscuridad sobre mis ideas, y había que partir; conocía ya el secreto del viaje en el tiempo.  Comencé a organizar todas mis cosas para partir en el necesario total desapego; e incluso comencé a ir y venir –como prueba– en viajes cortos en el tiempo a futuro; quince años adelante, al 2017, cambios notables, pero aún no-mi tiempo; luego al 2022, unos redondeados cinco años más, y al 2030 como otra cifra redondeada…, al 2040…, y esos comenzaban a ser ya otros tiempos.

 

La ciencia y la tecnología favorecían que el mundo cambiara rápidamente.  Zetes tuvo que moverse casi veinte siglos; Asclepio, según Deucalión, unos treinta y cinco siglos; traté de ir a su tiempo, pero media centuria más para mí, y ese ya era un mundo indescifrable.  A todo viajero del tiempo, si no he de personalizar en mí, se le impone la necesidad de ubicar un máximo y un mínimo; en el mínimo empieza nuestro tiempo con una necesaria identidad; en el máximo comienza nuestro futuro, el futuro a nuestro tiempo, a nuestra época con una nueva identidad.

 

Veía ya en mi absurdo presente, a ciertos jóvenes presurosos por “llegar a ninguna parte” (mmm…, tal como era mi caso); de entre ellos, “terraplanos” comunes todos, podía ya distinguir, cual Deucalión, a los futuros Zetes y Etálides, y a los parecidos a mí ya en el proceso que los llevaría irremediablemente algún día, al salto en el tiempo.  En los más se dibujaba ya esa angustia y desesperación ante un mundo absurdo de “terraplanos”, señal de cambios notables próximos.  Esa observación es la que obtuve de probar ese “pequeño salto al futuro”…; ya no llevaba prisa, ahora era uno más de los “amos del tiempo”…

 

Esos “terraplanos” han de ser dejados en su triste condición…, en la cual son felices.  ¡Ah, si esto lo hubiera entendido hace tiempo!  Si escribo esta parte, es porque precisamente dicho, así, en crudo, es factible que los futuros viajeros del tiempo no consuman energías inútilmente queriendo “tridimensionalizar” a necios “terraplanos”.  Más aún, para que se vaya comprendiendo por éstos algo más importante: nuestra propia condición “tridimensional” como viajeros del tiempo, también podremos dejarla de lado; para viajar en el tiempo habrá que sustituir la coordenada “z” (si bien ésta no desaparece), por la coordenada “t”, lo importante en este caso; y entonces nos podremos mover en la magnitud del tiempo.  Implicará una energía.

 

Imaginemos el gasto de energía tan sólo para el ser adimensional que decide ponerse en marcha en el espacio unidimensional de las Rutas de la Seda o de las Especias, o cualquier otro periplo antiguo o moderno.  No será difícil entender entonces el gasto de energía para moverse en el espacio bidimensional; ese de los “terraplanos”…, ¡ahora puede entenderse cuán inútil gasto de energía en ellos!; y, en consecuencia, el enorme gasto de energía en el movimiento tridimensional, que implica la altura, el volumen.  Toda esa energía ha de concentrarse para el movimiento en el espacio-tiempo.  Algún día la humanidad tendrá capacidad para moverse, toda, en esa magnitud; ciertamente pasarán aún muchos siglos.  Por ahora, esa energía viene dada de otra fuente.

 

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13 octubre 2013 7 13 /10 /octubre /2013 22:01

El-Vellocino-de-Oro.jpgLa Misión Secreta del Argo.  Ciencia-Ficción Sospechosa  (9/…).

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

http://espacio-geografico.over-blog.es/

03 nov 12

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La Exposición del Secreto del Vellocino de Oro.

 

Deucalión justificó ese largo pasaje para hacer notar que Asclepio tuvo el suficiente tiempo para descifrar el secreto del Vellocino; y más aún, que aún no lo hubiera logrado en la travesía, con el Vellocino en su posesión, con toda calma y tiempo en su clínica de Epidauro, finalmente lo podría haber descifrado.  El caso es que, lo que Deucalión daba a entender, era que Asclepio, finalmente, habría descifrado el secreto, porque tuvo tiempo para ello.

 

_     El Vellocino de Oro –continuó Deucalión–, era el Caduceo transformado; pero aquí hay dos cosas: 1) no es que necesariamente fuese de oro, sino que ello daba a entender que, “tenía un gran valor”.  Era el Caduceo en la piel simple del carnero; pero, 2) el Caduceo no es, a la vez, una Vara física (por lo menos no lo es ya, fuera de las manos de Hermes), sino el poder de los dioses máximos, Hera y Zeus, para transformar las cosas a voluntad.

       Ese poder, en manos de Asclepio, iba plenamente dirigido a aquello que representa la serpiente en sus manos: lo que le permite conocer las plantas para la salud.

       Asclepio se fue en un destello en medio de una luz azul, así, sin más; seguramente volvió a su tiempo; y Asclepio y las generaciones de humanos del tiempo de éste en el futuro, amigo…, son inmortales…

       Debo decirte una cosa más.  Ese “poder de los dioses” trasladado a la piel del valioso Vellocino, es, entonces, un procedimiento escrito al reverso del Vellocino, seguramente incluso pirograbado en  el cuero y escrito en forma cabalística (Eetes la exhibe para ver quién lo entiende).  Asclepio descifró el procedimiento secreto en un aspecto.

       Tiempo después, la prodigiosa memoria de Etálides, reprodujo y me entregó esto… -y Deucalión sacó un pergamino muy bien cuidado, que desenvolvió y extendió frente a mi vista: ¡ese era, ni más ni menos, el secreto del Vellocino de Oro!  Un texto al que acompañaba una figura en la que se reconocía la transformación de los Elementos.  El Caduceo con una serpiente, el Caduceo con dos serpientes, uno de ellos alado; otro, un tercero, coronado del Sol y la Luna con las dos serpientes.  No entendía el texto, pero quizá podría traducirse con un experto; no obstante los dibujos lo explicaban con suficiencia…: Asclepio había tomado su propio Caduceo…, ¡y yo no tenía ninguna dificultad en reconocer el mío!

_     Copia tu parte y tradúcela –dijo Deucalión sobreentendiendo lo mismo de lo que yo me daba cuenta; y así lo hice con todo y dibujos.


_     Hace unas décadas –le dije– desprecié esta alquimia; hace unas décadas esto no me hubiera significado nada.  Lo que he descubierto acerca del espacio y su unidad material no supone el Caduceo en esa forma en que me corresponde, sino inversamente, es el Caduceo en esa forma, el que supone lo que he descubierto.  Luego, ¿qué sentido  tiene?

Caduceo-Geografico.jpg

 

 

_     El mismo de Asclepio –respondió seco–; el que tú también habrás de desaparecer en un destello en medio de un halo azul.  Es decir, que este no es tu tiempo, estuviste aquí para lo que has hecho; ahora no cabes más entre los “terraplanos”, y has de partir a tu tiempo.

       Así, habrás de traducir el texto, interpretar y sacar conclusiones, y hacer lo que os toque…; y entonces habrás de partir.  Lo demás, será tu plena vida propia, plenamente sincrónica.  Así se le concedió tanto a Eetes como a Etálides, que reflexionando acerca de todo lo ocurrido sobre el absurdo de la expedición de la Argo, entendieron más que los “terraplanos” de su tiempo…; en realidad, qizá alguno de ellos, ocho o nueve siglos después, sea Aristóteles, o Dicearco, o Eratóstenes.  Zetes era un tipo rústico, quizá no encuadraba ni entre los de la denominada escolástica, y no dudaría que acabara siendo Cosmas Indicopleustes.  Etálides sí era de familia más refinada, culta, no dudaría que fuese Aristóteles; no importa, estaba claro que su vida ya no encajaba en el mundo de la vida indiferente de los “terraplanos” que por la eternidad podrían seguir siempre igual; acabaron haciendo en algún momento del tiempo su vida plenamente sincrónica.

 

Por supuesto, no debo dar a conocer el texto, que es eterno secreto del tiempo; sin las mientes de Etálides, ese texto permaneció, físicamente, por un lapso prudente.  Bien comprendido y radicado en la memoria no existe más que en esa forma; solo debo dar a conocer el dibujo del Caduceo propio, en la forma que al geógrafo corresponde.  Ya Hermes no tuvo reserva en darlo a conocer, para que lo comprendiera el que pudiera en el momento correspondiente.  Y de ello sabría qué hacer; cuál habría de ser el paso siguiente.

 

Al fin, habrá de entenderse en todo ello no más que un mensaje, lo propio al kerjax o heraldo Hermes.  El Caduceo, el kerykeion, transformado en Caduceo, y ello es el secreto que lo hace el valioso “Vellocino de Oro”; piel, pues, que no es más que un pergamino en el cual el poderoso mensaje está inscrito.

 

Hermes (Mercurio), puesto de puntas sobre un pie y el brazo diagonalmente opuesto extendido al cielo con el índice apuntando al infinito y sosteniendo en la otra mano el Caduceo, es el inicio del mensaje, su introducción: <<Esto es para volar al infinito; allá donde mora Cronos, el Dios del Tiempo>>.

 

A pesar de todo, por más que yo escriba y me explique con bastedad, por más que me extienda en palabras, esto no lo pueden ver los ojos jóvenes, llenos de vida, de energía, ávidos de verlo todo, y en ello su mirada parece vibrar con intensidad.  Esto no lo pueden ver por más que su vista pase por encima de estas letras…, sólo serán trazos informes en una mancha de tinta.  Esto sólo es para en la agonía de la vida, esos que “ya lo han visto todo”, esos que saben que la selva llena de vida, no da sus frutos sino en medio de desgarradora zarza.  Esos que saben, por experiencia de vida, que todo es dialéctica contradicción, y que serenos y apacibles fijan la vista en un punto, y si su mirada se mueve a otro punto, lentamente, primero, su vista pasa por una solazadora mirada al infinito.  El mensaje, aún colgado de un árbol y a la vista de todos, no es para todos; sólo unos cuantos notan que hay algo pirograbado en la piel, al reverso de un vellocino en el que todos se afanan para ver el oro.

 

Sólo en esa agonía, Zetes obtiene el conocimiento a partir de su actitud inquisitiva (y acaso Etálides saque provecho de ello por sí mismo).  Todo lo demás queda indiferente en la vida común ajena a contraposiciones.  Así les es posible moverse en el tiempo.  Nadie, como ello, va a atrás en la historia por ir, se mueven hacia adelante, al futuro; ese futuro previsible (y en el ir y venir, comprobable), de la realización de sus ideas, de su pensamiento haciéndose de los comunes.  Ese futuro del reino de aquellos a los que  uno más se parece en su condición ideológica, económica y social.  Por ello, cuanto más avanzado en pensamiento, tanto más fuera de su momento histórico y más lejano su viaje en el tiempo.

 

Allí, en las ideas realizadas en el dominio de los comunes, uno se volverá, a su vez, un “terraplano”, uno más, pero no como inconsciencia, sino como descanso en la satisfacción plena.

 

El Caduceo de Apolo obsequiado a Hermes (y ésta dado a Eetes, hijo de Apolo).  Helo ahí tal como me fue trasmitido.  La Tierra en el Lirio de la Flor de Liz haciendo su espacio en el Cosmos, el espacio terrestre o geográfico, con la Luna que delimita con la influencia de su propio espacio; todo ello afectado poderosamente por el Sol, generando la vida, y en particular, la vida humana, significado en la hoja de laurel que brota desde el humus de la tierra, no sin ser en su cruce, con sus propias contradicciones dialécticas, proyectándose al infinito en el tiempo en tanto esa vida humana es las propias alas que han de volar a las estrellas, al infinito, simbolizado en una estrella en la punta superior.  Una vuelta y un tercio por cada serpiente: un conocimiento dialéctico del mundo un poco más allá de su unidad en el espacio como su unidad material; y un poco más allá de sus transformaciones materiales mismas como transformaciones objetivas enraizadas en las ciencias, en las nueve musas del arte, de la ética y en particular de la ciencias de la tierra, reflejo objetivo de sus más diversos fenómenos “trasmutados”, primero en unas limitadas propiedades de espacio, luego en unidades morfológicas, posteriormente en los elementos de Empédocles, o “fases”, y en ese tercio de más en las espirales de las serpientes, representando lo nuestro trasmitido hasta los estados de espacio.

 

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6 octubre 2013 7 06 /10 /octubre /2013 22:01

Nave-Argos-de-Todos-los-Tiempos.jpgLa Misión Secreta del Argo.  Ciencia-Ficción Sospechosa  (8/…).

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

http://espacio-geografico.over-blog.es/

03 nov 12.

 

La Recuperación del Vellocino de Oro.

 

Un buen número de jornadas nos llevó navegar por el tenebroso Ponto Euxino, lleno de brumas, de costas en direcciones inciertas; en realidad al propio Argo le costaba trabajo determinar el rumbo; pero, finalmente, teníamos a la vista la desembocadura del Facio en las costas de la Clóquide.

 

Penetramos por la boca del río, y a poca distancia de ahí, decidimos que era oportuno que desembarcara la vanguardia de exploradores por tierra, y conforme a lo planeado, al mando de Zetes, fueron Augías y Atalanta, escoltados por Cástor, Polux, Peleo, Idas y Linceo.  Ciertamente los cloquis no estaban desprevenidos, esa patrulla fue descubierta, espiada y seguida por un largo trecho, y en el momento y lugar oportuno, un grueso contingente de cloquis los hizo presos y fueron llevados ante Eestes.  Entonces entraron en juego los oficios de de Augías, en lo que Peleo era enviado con el aviso de presentarnos todos, desarmados, ante Eetes.  Así lo hicimos, y el rey nos dio alojo en lo que tenía lugar las negociaciones para, en el interés de Jasón de que simplemente se nos devolviera el Vellocino; pero, en  interés de Asclepio, de Etálides, de Argo y mío, el que antes se nos dejara estar frente a ello.

 

Se fueron los días, y ni una ni otra cosa se nos concedía; había lapsos enteros en  que el asunto ni siquiera se trataba, y ello comenzaba a impacientarnos.  Pero esa tortura que nos infringía Eetes, tuvo su contraparte impensadamente: Medea, hija de Eetes, se enamoró de ese jefe extranjero venido de lejos en búsqueda de la prenda que le permitiese recuperar su reino, Jasón, y nada pudo sernos más venturado.  Cuando nos dimos cuenta de ello, cambió la situación, nuestra impaciencia se transformó en la búsqueda del tiempo necesario para que de ello resultase algo favorable.

 

Sin embargo, Eestes quería negociar algo no estando en posición para hacerlo, y esperaba acaso que Jasón se lo propusiera; pero Jasón no iba a negociar nada, simplemente estaba ahí para recuperar el Vellocino, y no nos iríamos sin él.  Y como Eestes no sólo se negaba a entregarlo, sino incluso se negaba a que estuviéramos ante el preciado tesoro, todos convinimos en que no había más solución que entrar en combate, y nos preparamos para ello.

 

Pero, como Jasón le avisase a  Medea que nos habríamos de ir al no haber conseguido nuestro objetivo, fue entonces cuando ésta se ofreció a ayudarnos y partir junto a Jasón.  Y así corroboramos dónde estaba la piel, que ya Idmón con sus artes adivinatorias había ubicado, y ya la hechicera Medea nos indicó qué hacer con el dragón, y cuándo y cómo huir.

 

En una estratagema realmente muy osada y audaz, asaltamos al famoso dragó y le dimos muerte a él y a una guardia de refuerzo, pero cundió la alarma; tomamos la piel y huimos al navío que apenas tenía una guardia de cinco o siete de los nuestros.  Los primeros en abordar fueron Asclepio y Etálides, que sin reparar en el combate, comenzaron a examinar aquel “Vellocino de Oro”.

 

En verdad, de no ser por la estratagema de Medea –dijo Deuterio en lo que yo reflexionaba en la inflexión al pronunciar la palabra “Vellocino de Oro”, no lo había hecho antes, hasta aquí, al parecer, siguiendo su propia historia y siendo congruente con ella, pero no pude más que quedar con esa impresión, pues él siguió narrando sin más importancia al énfasis–, a saber –continuó él–, si  hubiéramos podido salir de ahí.

 

Como has de saber, parte del plan era tomar como rehén al hermano de Medea –y propuesto por ella misma–, un grupo lo capturó y secuestró llevándolo al navío, en lo que los demás realizaban todo la operación del dragón y el hacernos de la piel.  Luego…, no más que los tiempos…, la otra parte cruel para los viajeros en él.  Sin más, Medea apuñaló a su hermano, lo descuartizó, y esparció sus restos por la ribera conforme huíamos por el rio.  El espectáculo era de horror hasta para los argonautas formados por un  buen número de guerreros.

 

La estratagema de Medea volvió a funcionar, Eestes, viendo los restos de su  hijo esparcidos, se detuvo a darles sepultura, dándonos una ventaja en  la escapatoria.

 

Sin más, de  pronto ya estábamos navegando nuevamente entre la neblina del Ponto Euxino.  Sabíamos que una partida venía tras nosotros por mar, pero comenzamos a especular con el que otra, que se movía más rápido, sería una partida a caballo por las costas de Anatolia rumbo al Estrecho del Bósforo.  Nos adelantarían y ahí en los acantilados y farallones, con grandes rocas y catapultas nos esperarían en una trampa verdaderamente  mortal.

 

Entonces Argo, que en realidad se había anticipado a esta circunstancia, nos aseguró a todos que conocía otro paso fuera del alcance de los coloquis.  Y no quedaba, en todos, mas que confiar en él; y la atención se centró en la posible persecución por mar y el prepararnos para un abordaje.

 

Al fin, luego de una larga travesía que nos llevó doce jornadas –continuaba entusiasmado Deuterio su narrativa que ciertamente no dejaba de ser interesante contada por un “testigo presencial”, pero, en cierto modo eso era algo que ya sabía, y no veía que fuese algo importante, cuando lo verdaderamente importante estaba en el asunto del Vellocino.  Pero Deucalión se veía vivamente emocionado narrando aquella aventura, y tuve que aguardar pacientemente–, entramos en las Bocas del Danubio; pero ni quien tuviera la menor idea de aquello, y nadie, ni Eufemo, ni Anceo, ni Zetes, tenían la menor idea de dónde estábamos; y eso acrecentaba los temores ante los fantasmas de la época.  Argo ordenó  penetrar por el brazo mayor del delta del Danubio, y empezó un recorrido enormemente largo, lento y peligroso, que nos llevó hasta el centro de Europa.  Tú sabes, hasta el pie de la Selva Negra.

 

Mucho antes, todo el mundo demandaba de Argo dar cuenta de dónde andábamos, ya eran muchos días y no se veía el fin.  Como Argo sólo demandaba la confianza en él, eso llegó a su límite, y se transformó en la duda de cómo sabía Argo esa ruta, desconocida por navegantes como Teseo, quien fue el que empezó a cuestionarlo todo.

 

Aquí Deucalión empezó a reír de buena gana, pidiéndome que imaginara a Argo en ese aprieto: ¿Cómo es que conocía Argo esa extraña ruta?, ¿cómo es que transcurrieron las jornadas sin llegar a ninguna parte?  Para entonces debíamos estar muy lejos del destino original, pero ¿dónde?  Los llamados de Argo a la confianza ya no valían, y tuvo que dar alguna explicación, y eso  botaba de la risa a Deucalión aún antes de platicármelo.

 

_     Imagínate a Argo frente a Teseo y su inseparable Peritoo, y saliéndole además Jasón, Zetes, Eufemo, Anceo, que  eran los que tenían conocimientos para entender, pero, literalmente  todos se sentían perdidos.

       Entonces a Argo no se le ocurrió otra cosa que aquel viejo cuento de que un navegante macedónico alguna vez le narró de la existencia de este “Paso” entre el Ponto Euxino y el Océano Mundial.

       Asclepio y yo reíamos para nuestros adentros viendo sufrir a Argo y dejándolo en ese suplicio; hasta que nos apiadamos de él y comenzamos a dar muestras de credibilidad en su cuento del “náufrago macedónico”.  Y Argos sólo nos largaba maldiciones en silencio.

       Navegamos un poco más, y Argo dio la orden de desembarcar, con el objetivo de llevar rodando el navío por cosa de unos 70 km.  Imagínate aquello, era una locura, Argo no pasaba de alentar la idea de que saldríamos al Océano Mundial y regresaríamos a Tesalia.  Y ahí íbamos todos en una  labor de ingeniería, rodando un  navío de 30 m y unas 30 o 40 toneladas.  Pero no había alternativa alguna.  En realidad, la frustración se alivió cuando una vanguardia de exploración regresó con la información de que más adelante estaba el río que Argo prometía, por el que descenderíamos al Océano.

       Al final, logramos botar El Argo a las aguas del cauce del Rhin, y comenzó el descansado y rápido descenso, que atenuó los reclamos.

       De ahí dimos vuelta y pasamos por las Columnas de Hércules, bordeamos las costas de África del norte, Libia en aquel entonces, llegamos a Egipto, y de ahí pasamos a  Tesalia atracando en el Puerto de Yolcos de nuevo.

       Ahora, ¿por qué esta larga historia, aún sintetizada?: para que te des una idea del largo tiempo que Asclepio tuvo la piel en  sus manos, y como él quería, para “examinarla”.

       Al regresar a Tesalia, todo el asunto pasó nuevamente a Pelias y Jasón, es decir, se hizo otra vez político, donde el “Vellocino de Oro” comenzó a valer no  más que un alpiste cuando Pelias se desdijo de su promesa de devolverle a Jasón el reino.  Y allí se hizo la tragedia de Pelias en manos de Medea, y luego de Jasón, etc.  ¿En dónde quedó, en todo ello, el Vellocino?  ¿En dónde podía quedar?; pues no es difícil adivinarlo: con Asclepio, que si en la larga travesía no había descifrado el secreto, ahí tuvo un tiempo adicional-  Y ahora podemos pasar al misterio de ese secreto…

 

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22 septiembre 2013 7 22 /09 /septiembre /2013 22:01
La Nave Argo en el BósforoLa Misión Secreta del Argo.  Ciencia-Ficción Sospechosa  (7/…).
Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.
03 nov 12.
 
La Expedición.
 
 
Convenimos en que le siguiera llamando “Deuterio” para no contrariar la situación ante Clío, y es así, pues, que Deuterio pasó a narrar el inicio del viaje antes del cruce del Helesponto, que era lo único que realmente le importaba de todo él, hasta el momento de la recuperación del Vellocino, que se convertía para todos en esa lucha, en un combate por una prenda para rehacer un reino, y con ésta, su honor e identidad; pero que era, para un reducido grupo de conspiradores, la revelación de un valioso secreto.
 
 
_     Se inició así, pues –continuó en una nueva ocasión Deuterio–, la expedición de los argonautas.  El hecho había atraído una gran atención desde Tesalia al Peloponeso y causado una gran sensación; y realmente no podía haber sido de otra manera considerando la personalidad de los que nos embarcábamos, más que por el objetivo del viaje en sí, que para la gran mayoría no sólo de la población, sino de los mismos expedicionarios, era sólo un hecho simbólico.
 
_     Es algo así, para nosotros en México –dije interrumpiendo su exposición–, como la famosa recuperación del Penacho de Moctezuma, pero entendiéndose por unos cuantos, que entre sus grecas se esconde un mensaje secreto extraordinariamente valioso.
 
_     ¡Ajá, exacto! –rió abiertamente Deuterio con el ejemplo, seguramente pensando en la expectación que causaría la organización de un ejército para ir a invadir Austria, por algo que de otro modo poco importaría de manera práctica–, y ni más ni menos que con Herácles al mando.  Aquel pequeño ejército se puso en marcha a su orden de soltar amarras y zarpar.
 
En aquel entonces no se acostumbraba, ni se podía navegar de noche; así que el rústico birreme avanzó por jornadas en cabotaje bordeando las costas al norte del Mar Egeo, a una velocidad no mayor a la que hoy medimos como 12 km/h, de modo que en una jornada no superábamos los 100 km de recorrido.
 
De ahí que, apenas en el segundo día de viaje haciendo un anclaje en las Islas Misias, comenzaron los problemas.  Se desembarcó por provisiones, pero al regreso de todos, se vio que faltaba Hilas.  Entonces Herácles se dispuso a ir en su búsqueda, ofreciéndose Polifemo a acompañarlo.  Como tardaban, Calais comenzó a instigar a Eufemo, segundo de a bordo, y a Jasón, la autoridad política, para apurar la marcha.  Y Jasón vio en ello –o quizá así propició– la oportunidad para tomar el mando.  Pero se esperó a satisfacción y convenio de todos, y como no volviera ninguno de los tres, se tomó la decisión de abandonarlos.  En realidad, Hilas había sido capturado, dice la mitología, por unas ninfas.  Ello no tiene en realidad más importancia, que el hecho de que Jasón tomara el mando tras el abandono de Herácles, lo que debilitaba el pequeño ejército al entrar en combate, como estaba previsto, contra los cloquis.
 
Poco a poco cruzamos el Helesponto, casi con reverencia, y arribamos luego a las puertas de Ilión (nadie en ese momento se podría imaginar que apenas unos pocos años después,. Ahí se escenificaría una de las más grandes batallas aqueas), y comenzamos el cruce de los Dardanelos.
 
Aquí e donde se hace lo desesperante para los viajeros del tiempo –y Deuterio en esta frase cambiaba drásticamente de tono como abriendo un irremediable paréntesis–; cruzar el Estrecho de los Dardanelos no sólo implicaba luchar contra el riesgo de las adversidades de la naturaleza, como el deslave de una montaña o la precipitación de las rocas de sus farallones; implicaba, a su vez, luchar contra tribus o pueblos que pudiesen sentirse amenazados o de hecho invadidos, esas eran las ninfas, las harpías, etc; todo eso era entendible, pero también había que luchar contra los fantasmas de la época.
 
Teníamos que aguardar anclados  los días con la más absoluta resignación de Asclepio y mía, y la dramatización de Argo con Eufemo lanzando palomas para deducir si era favorable el paso del navío por el Estrecho.  Esta es la parte más terrible y angustiante de los viajeros del tiempo, sumidos en la impotencia ante una ignorancia inefable, e inevitable –y Deuterio interrumpió su plática, cabizbajo, guardando silencio por un momento, apenas movía la cabeza negativamente; no intervine yo en lo más mínimo, no se movía, era importunar en sus reflexiones, y luego daba unos sorbos a su bebida y se reponía para continuar.  Curiosamente era que yo también sentía muy en el fondo esa misma reflexión ante los fantasmas de la gente de mi tiempo.
 
Te imaginas –continuó– a Argo dando respuesta a Zetes abriendo sus dedos sobre un mapa deliberadamente hecho en forma rústica, preguntándose así por la distancia, y a Argo tomando una tiza y despejando ante la perspicaz vista de Zetes y Etálides, el valor de d en “2pRcos j sen l”; qué sería ese p, de dónde salía R, qué era eso de del “cos j” o el “sen de l”, por qué j = 40° N…; sólo para decirle con toda exactitud, en unidades actuales, que entre la desembocadura del Bósforo al Ponto Euxino, y la desembocadura del Facio en la Clóquide, habría tantos km, lo cual para Zetes sólo equivalía a un cierto número de jornadas.
 
Esos conocimientos no se desarrollarían sino diez siglos después, con Aristóteles suponiendo la esfericidad de la Tierra, y su discípulo Dicearco introduciendo el concepto de Diafragma sobre j = 36° N y por lo tanto, cierto valor coordenado.  Sólo Dicearco ya podía estar en condiciones de entender qué garabateaba Argo con su tiza, y aún siguiéndolo con mucha dificultad.
  
 
En ese pensamiento, casi en una profunda introspección, me recliné en el respaldo, crucé los brazos, me llevé una mano a la cara restregando los ojos con el índice y el pulgar bajo mis lentes, deslizándolos hasta apoyarlos en la barbilla; mi vista se fijó en la mesa frente a mí, pero con la mirada perdida en el infinito.  Deucalión también se reclinó, subió un brazo sobre el respaldo y con la otra mano alcanzaba su bebida que sorbía con aire triunfal.
  
 
El intemporal Deucalión estaba frente a mí y me hacía, en el tiempo, no sólo partícipe de los argonautas, sino miembro de ese comité clandestino a bordo, que conspiraba en pos de un secreto, como el verdadero fin de la misión a la Clóquide.  La sola posibilidad de que esa reflexión fuese cierta, me dejaba profundamente impactado.
  
 
Caía la tarde, apenas un codo sobre la mesa, miré por el ventanal a un agitado tránsito de automóviles en la confluencia de una avenida en dos sentidos, que en ese punto se bifurcaba en sendas avenidas distintas cada una de un solo sentido, y luego, para más, haciéndose ahí mismo una ancha avenida perpendicular, a su vez, en doble sentido; al fondo, pero en medio de todo ese tránsito, se veía una pequeña feria con todos sus juegos, llena de colores y serie de luces de toda la gama del arcoíris, que hacía felices a una gran cantidad de niños que parecían partículas en movimiento browniano.  Aquello era la mundanidad cotidiana, simple, llana.  Para todos esos seres, el ayer del día anterior se perdía inútil, y su presente apenas se veía presionado a considerar el día siguiente.  Los empleados de la banca en la acera opuesta, terminando sus labores, comenzaba a salir; ellas, monótonas, con sus finos vestidos de buena tela; ellos, uniformados, con trajes de elegante corte; mañana estarían ahí puntuales, vestidos igual, para otra jornada igual.  Y yo estaba ahí, supuestamente, con un tipo que decía venir de hacía tres mil años atrás, con el sólo fin de encontrarme hoy, aquí, para aclarar y proyectar algo para los siguientes tres mil años.
  
 
Hasta ahí, sin darme cuenta, él me había estado convirtiendo en un “viajero del tiempo”; y “atando cabos”, comenzaba a sospechar que aquello no sólo era “conversión”, sino una especie de “rescate”, o la fatídica presencia del viajero portador de la lacónica sentencia: <<¡Es hora, estás ya preparado, os toca actuar!>>, sentencia que simplemente me hacía ser uno de ellos, uno de esos selectos viajeros del tiempo.
  
 
Esa mundana vida ahí afuera, era –tomando la idea de Carl Sagan– como el “mundo de los terraplanos”.  Adentro, tras el ventanal, sumido en esas reflexiones, yo, como si estuviese en una nave o cápsula espacial, era como un observador de esos bidimensionales terraplanos desde la tercera dimensión; mi espacio y mi tiempo eran distintos, eran otros…, yo era, entonces, un viajero del tiempo.
  
 
Salí de mi ensimismamiento, lentamente adopté de nuevo la postura frente a Deucalión reclinándome sobre la mesa.  Él se daba cuenta de que ahora comenzábamos a sincronizar.  Ahora él parecía escurrirse en su asiento, sorbía su bebida, pero era como si se escondiera detrás de ella; y yo sólo lo observaba ya en silencio.
  
 
_   ¿Estas casado? –me preguntó Deucalión finalmente.
 
_   Mmm…, sí…, –y mi respuesta llevaba un involuntario sello de delación–, tuve tres hijos, dos mujeres y un hombre, ya independientes…
 
_   Mmm…; porque, a los viajes en el tiempo, no van las esposas…
  
 
Y esa fue la frase más terrible que jamás haya escuchado…; por supuesto, no por la ausencia de la esposa en el viaje en el tiempo, sino porque aquella frase la pronunciaba Deucalión…, pero provenía, sin duda, de alguien más: el Moros.
  
 
Involuntariamente hice una exhalación que reflejaba un sentido de descanso.  Para mis adentros, ya sólo me decía: <<Todo ocurre por algo>>, y dicho tanto en su sentido causal del latín clásico, en la forma de “pro algo”, a favor de que algo sea, como en su sentido consecuencial, en tanto efecto, en su forma de “por algo”, del latín vulgar, esto es, en función de, para que algo sea.  A saber si ese “algo” sería bueno o malo, pero resultando satisfactorio conocer por lo menos el sentido general del propio destino.
  
_   Finalmente un cuervo no volvió –dijo de pronto Deuterio–, y luego una paloma regresó con algo en el pico; y entonces reemprendimos la marcha cruzando así primero los Dardanelos, y luego el Bósforo, todos en silencio y con una actitud expectante, con la mirada de los guardias a bordo al filo de los acantilados, el crujir y palear de los remos en el agua, era todo lo que se escuchaba reproducido por Eco en los farallones.
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15 septiembre 2013 7 15 /09 /septiembre /2013 22:01

La Nave Argo en el BósforoLa Misión Secreta del Argo.  Ciencia-Ficción Sospechosa  (6/…).

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

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03 nov 12.

 

La Conspiración.

 

Esta vez no sólo comimos, sino luego buscamos  un café más apacible en el cual pudiésemos estar por largo tiempo.  Durante la comida todo fue de esa manera entrecortada entre bocado y bocado, en un repaso en los detalles de todo lo que en la vez anterior habíamos aclarado.  Buscamos el café, y el sitio se prestó para una larga plática, o más bien dicho, para una larga exposición de de las andanzas de Deuterio como viajero del tiempo, centrándose en ese momento de la expedición de los argonautas, al que le asignaba una enorme y especial importancia.

 

Todo ocurre –continuó él–, precisamente hacia mediados de ese lejano siglo XIII ane; Esón reinaba en Tesalia, recién había nacido su hijo Jasón, cuando Pelias, hermano de Esón, lo despojó del trono; y entonces Jasón fue encomendado a los cuidados de Quirón, que debió ser un ermitaño muy hábil y sobrio; yo realmente no lo conocí.  Ahora empieza a hacer tus deducciones sobre mi identidad: mis funciones estaban dirigidas a la reorganización social.  Actos como los de Pelias dificultaban el trabajo –luego entonces, pensaba mientras lo escuchaba, no era ni Argos ni Asclepio, pero tampoco Zetes…, quizá fuese Etálides, pero lo más seguro es que él fuera Deucalión.

 

Unos años después –prosiguió Deuterio, cuyo “Deu” en la morfología de la palabra ya me decía todo–, cuando Jasón ya embarneció, éste se presentó ante su tío Pelias a reclamar su heredad.  Pelias consistió en ello, peo le puso como condición el que, si quería ser estadista, recuperara el Vellocino de Oro en posesión de los clóquis.  Y así empezó esta historia.  Como ves, en su origen no tenía más que una razón meramente política, de poder.

 

Pero había quienes sabían que en el hecho había la posibilidad de algo más que de manera cabalística estaba en ello oculto –ahí es donde entendí el detalle del palimpsesto, pero, a la vez, que yo no era sólo el terapeuta para el desahogo de sus sufrimientos, sino que, de algún modo, o ya estaba involucrado, o me involucraría en ello–, Argos, Asclepio, Zetes, Etálides y yo…, –luego entonces, cierto, él era Deucalión, ni más ni menos que el hijo de Prometeo…, sí que un honor conocerlo…–, y de inmediato nació entre nosotros cinco la conspiración en la misión secreta del Argo.

 

Al parecer, Pelias le impuso algo más: el que Heracles fuese la primera autoridad en la expedición; seguramente porque a su fuerza encomendaba el control de la tripulación, pero también, el aseguramiento del Vellocino; y Jasón aceptó tal condición sin objeciones, no obstante a su cargo estaba el empezara reunir a los expedicionarios suficientes.  Por Argos estaba la recomendación de Zetes, entre otros; y por Asclepio la recomendación de Etálides; yo formé parte de la expedición por honor, dado de quien soy hijo.  Como verás, Zetes y Etálides eran apoyo de los viajeros del tiempo Argos y Asclepio, y era necesario involucrarlos en la conspiración secreta.

 

Así, en lo que en el astillero de Tesalia en Yolcos, se construía la nave Argo; una nave birreme de no más de unos treinta metros de eslora con una inestable vela cuadrada en un mástil central bípode; en Epidauro, en la Argólide, en la casa de Asclepio, se reunió ese comité conspirativo secreto en el que había tres viajeros del tiempo, para preparar su acción.

 

¿Te das cuenta de lo inusual del hecho?, ¡tres viajeros del tiempo reunidos para un solo hecho! –y todos, agregué yo, eran de diferentes épocas, no? –; así es –continuó el buen “Deu”, ahora más que “Deu”-“terio”, “Deu”-“calión” –; justo Asclepio era el viajero más avanzado –y yo supuse la asociación de ideas de “avanzado en el tiempo” a “avanzado en conocimientos”, pero ante la ambigüedad, demandé la precisión, simplemente corroborándose, pero aprovechando para precisar también la época–…, no estoy seguro –dio “Deu” –; verás, ubícate en el siglo XIII ane y que alguien te diga que viene del siglo XXII, cuando tu has saltado del siglo XVIII o XIX…, no te puedes imaginar su mundo y pierde sentido el precisar la época de origen de los viajeros…; pero creo que Asclepio provenía precisamente del siglo XXII… -a ver, a ver, ya me perdí, le dije interrumpiéndolo, ¡¿cómo que viajeros del tiempo saltando desde los siglos XVIII o XIX?! –; ¡ah! –respondió él con una exclamación–, crees que los viajeros en el tiempo pertenecen a  una tecnología incluso posterior a tu época, no? –y yo en mi interior me preguntaba sorprendido: ¿pues qué no? –; pues no –continuó Deuterio como leyéndome el pensamiento–, no es así…, pero ciertamente tampoco le es dado a cualquiera en cualquier momento (por más abundancia de “abducciones ovni” que se reporten) –dijo él así, entre paréntesis, como algo puesto al margen, pero que me explicaba la posibilidad de los viajes en el tiempo en cualquier momento–.  Pero dejemos eso de lado, por lo menos de momento; más allá del “rayo” de luz azul en el cual desapareció Asclepio tiempo después de haber vuelto de la Clóquide, y al que me referiré al final, no viene más al caso todo ello.   Nuestro problema esencialmente está en el misterio del Vellocino.

 

En aquella reunión de Epidauro en casa de Asclepio, Argos extendió un rudimentario mapa sobre la mesa (debo decirte como geógrafo que eres, que ese mapa, como muchos otros, se perdieron durante la “Edad Oscura” griega que comenzó un siglo después, y la elaboración de mapas no volvió a aparecer sino con Anaximandro en el siglo VI ane).  Mostraba dicho mapa el tosco perfil del Egeo, precisamente desde Epidauro hasta la Clóquide; apenas a partir del Helesponto se reconocían vagamente las costas de Asia Menor.  Y con ello a la vista, Argos aleccionaba, por supuesto más que Asclepio y a mí, a Zetes y a Etálides, que ignoraban todo el mundo restante del cual nosotros, desde luego, ya teníamos conocimiento…; –allí, en ese momento, se me despertó una inquietud que me obligó a interrumpir, preguntando cómo es que, preferentemente, como viajero del tiempo, no se ubican directamente en la corte de Eetes en la Clóquide–; ¡ah! –respondió Deuterio–, ¿has oído hablar de un tal Gilgamesh?...  Pues ahí hay problemas adicionales…  Esta historia se nos complicaría enormemente…  Dejémosla, por lo menos de momento, quizá en esta unilateralidad griega… -y Deuterio se quedó cabizbajo, pensativo, con una mano extendida sobre la mesa, y luego de un momento se repuso y agregó luego de una exclamación–, ahaaa!, bueno…, ellos también tenían su Deucalión, su Noé era Utanapishtim; y su Argo era Gilgamesh, “el que lo ve todo”; allá Asclepio es Adopa –entonces ciertamente vi que había mucho problema para entender aquello, pero más importante aún, empecé a sospechar que Deucalión, como Utanapishtim, pudiera ser más que un humano viajero del tiempo.  Reconocía en Asclepio al “más avanzado”, pero al mismo tiempo, en él, a un humano del siglo XX; Argos, al parecer, era del siglo XVIII o XIX, un geógrafo que necesitaba resolver un problema práctico de navegación, sus conocimientos en comparación a la tecnología de la época, no le dan para más que construir su birreme; pero Deucalión parecía ser intemporal–.

 

 En fin –exhaló Deuterio agregando enfáticamente–, volvamos a lo nuestro; Asclepio era el “más avanzado”, pero sus conocimientos eran de medicina; Argos era el geógrafo, y en ese momento había que entender la parte geográfica de la expedición, y nos puso al tanto de distancias y tiempos que implicarían el viaje, así como de otros pasos, como lo era el temido paso por los Dardanelos.

 

En este punto del Helsponto, decía Argos en lo que señalaba el paso golpeando en el sitio varias veces con su dedo, comenzarán las situaciones más difíciles; luego Zetes se inclinó sobre el mapa y con su propio dedo siguió la ruta por el Estrecho y se detuvo en el paso al Ponto Euxino; ahí es el lugar más estrecho, aclaró entonces Argos, no obstante aclaró que efectivamente ahí había un paso.  Luego Zetes apretó los labios, y entre su pulgar e índice abrió una distancia hasta la desembocadura del Fasio, la puerta de entrada a la Clóquide; y Argos dio la idea de la distancia y tiempo de recorrido.

 

_     Ahí, Zetes –explicó Argos–, habremos de desembarcar con una guardia; os acompañara Augías, incluso creo que será bueno que Atalanta os acompañe, en lo que con el navío remontamos lentamente el río.

_     Augías –aclaró Etálides, ya que eran hermanastros– tendrá la función de Ebajador…

_     La idea es –intervino nuevamente Argos–, que si se produce un encuentro, Augías intervenga, y la idea de que Atalanta, tan hermosa como valiente, vaya en esa avanzada, es para que se dulcifique el encuentro (ellos desconocen realmente quién es –dijo Argos con sorna–, y todos rieron).

_     ¿Qué tan lejos –intervino preguntando Zetes– de la desembocadura está la sede del reino de Eetes?

_     Creeme –dijo Argos–, y lo digo así porque es algo que he discutido necesariamente con Eufemo, que será el timonel en reemplazo del experto Tifis y segundo de abordo; con Tifis mismo, con Anceo y Erginio, también timoneles; y creemos que su sede estará a media jornada en marchas forzadas.

       Asclepio y Etálides, con migo, permaneceremos en el navío hasta el último momento; sólo actuaremos cuando el Vellocino de Oro haya sido ubicado con certeza.  Se dice que Eetes lo ha tenido a la vista colgado en un árbol, por lo que todo debe ir dirigido a que Eetes acceda a que podamos estar frente a la piel: ese será el momento de ambos para obtener y descifrar el secreto.   Luego, si podemos ganar la piel, será el complemento del objetivo; el navío estará con popa río abajo, y entonces, en el combate, lo más importante será proteger las vidas de Asclepio y Etálides.  Todo esto ha sido ya convenido con Heracles y Jasón, pues ellos quieren tomar la piel de inmediato y entablar combate.  Ha sido difícil convencerlos con el argumento de que pudiera no ser el Vellocino real, y sólo así han accedido a que tuviesen esa doble oportunidad de estar en contacto con la piel y su secreto.

 

Así terminó la reunión de ese comité en Epidauro, y todos quedamos listos para embarcarnos en la expedición.

 

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1 septiembre 2013 7 01 /09 /septiembre /2013 22:01

La ClóquideLa Misión Secreta del Argo.  Ciencia-Ficción Sospechosa  (5/…).

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

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03 nov 12.

 

 

Finalmente –continuó Deuterio– Frixo llegó a la Clóquide; ahí sacrificó al Carnero, y su piel la obsequió a Eetes, rey de la Clóquide, quien la colgó en un árbol exhibiéndola, custodiada por un dragón que nunca dormía.

 

¿Te das cuenta?, el Caduceo de Hermes, es el mismo Vellocino de Oro.

 

_     Según esto –intervine yo, entonces sí, contra lo que yo creía, la expedición de los argonautas fue con el fin de hacerse del poder, simbolizado en ese elemento que lo representa.  Había que volver otra vez esa Piel de Carnero a su forma de Caduceo.

 

Deuterio se me quedó viendo pensativo, como compadeciéndose de mí, en una actitud indulgente ante mi ignorancia, y al tiempo en que nos llegaba el servicio y éramos interrumpidos, él simplemente decía: “Pues no, no, el asunto todavía tiene otras complicaciones”.

 

Nuestra plática se detuvo para empezar a comer, y luego entre bocado y bocado, Deuterio intentó proseguir.

 

_     Hay un problema –dijo Deuterio–, ¿por qué Hermes haría tal cosa? (…hamm, mmm).  ¿Por qué con personas como Hele y Frixo, al parecer no destacadas, y sin embargo, Hele recordada y homenajeada en el Helesponto? (hammm, mmm).  ¿Por qué Frixo “sacrificó al Carnero”?, y más aún (hammm, mmm), ¿por qué Eetes colgó la piel en un árbol custodiada por un dragón que no dormía, a la vista de todos? (hammm, mmm)…

 

Y a todas sus preguntaqs yo no sólo no podía responder por estar comiendo, sino porque no tenía la menor idea; y por mi parte, entre bocado y bocado, sólo me concreté a responder al final con desdén, que: “si tú que estuviste ahí no sabes (hammm, mmm), pues yo menos (y este “pues yo menos” sonó entre el deglutido).

 

Rió Deuterio de mi idiotez como de mi pereza mental que no hacía el menor esfuerzo por intentar una respuesta a algo.  Pero otra vez fue indulgente, bien entendía que primero había que comer.  No dijo más, y en breve lapso dimos cuenta de todos los bocadillos.  Y sin embargo, en el inter, realmente pensaba yo en algunas posibilidades.

 

1)      “¿Por qué Hermes haría tal cosa?”  Lo primero que se me ocurrió, es que Hermes era el dios de los comerciantes y que algún negocio tendría con Eetes, al que le daba el Caduceo en forma de piel, que lo único que parecía mostrar era el vello de oro; de modo que Hermes habría permitido el poder con tal objeto, pero que Eetes no podía entender cómo usarlo (me parecía una idiotez, pero, que se le va a hacer, no se me ocurrió otra cosa, a pesar de que ya se había aclarado que lo del “Vellocino de Oro”, no era por su vellón de tal metal, sino porque en ello iba la idea de que “valía mucho”.

2)      “¿Por qué con los irrelevantes Hele y Frixo?”  Quizá porque en el mercadeo de algo tan valioso, la mejor manera ed no atraer la atención era así; pero, de algún modo, tan importante fue su misión, que la muerte de Hele fue homenajeada (quizá haya sido el propio Hermes el que propuso el nombre de Helesponto, aun cuando como que en el hecho hay un sentido de conciencia moral general del acto de Hele).

3)      ¿”Por qué Frixo sacrificó al Carnero con tales dotes?”  Ese sí era un punto difícil, las dotes mágicas del Carnero no lo harían víctima propiciatoria; debió haber habido, por lo tanto, otra razón.

4)      ¿”Por qué Eetes no atesoró el Vellocino de Oro, sino que en vez de ello lo cuelga en un árbol a la vista de todos (si bien vigilado por un dragón que no dormía)?”  Se ve en ello que Hermes ofreció algo valioso, con lo que se obtenía el poder, pero del que Eestes no entendía su real valor.

 

  Luego, entre sorbo y sorbo de alguna fresca levadura, salvando la pereza mental, le expuse a Deuterio lo que pensaba al respecto.  Él, pacientemente, había esperado, sentía que yo tenía que responder algo, alguna idiotez, cualquier cosa; pero que mi mente capaz de trabajar una secreta lectura en un palimpsesto, no podía dejara de interpretar algo.

 

Y se sorprendió de las cuatro respuestas.  Vivamente sorprendido, siguiendo pensativo, viéndome fijamente dibujando una sonrisa que dejaba ver su dentadura, de modo que sus labios quedaban a medio camino entre la sorpresa y la admiración, al final expresó su idea de conjunto ante todo lo dicho: “No necesitabas estar ahí para hacer deducciones bastante idiotas, pero algo es algo”.

 

Pero entonces ahora el sorprendido era yo, que había dicho un cúmulo de idioteces, y se obligaba exigirle a Deuterio una explicación más exacta, y sin embargo fue él el que se adelantó.

 

_     ¡Claro! –exclamó Deuterio–, el obsequio de Hermes quizá haya tenido más un carácter de tributo ante alguna amenaza de los Cochis, y como tributo: <<He ahí el poder, pero tienes que descifrarlo; nosotros no hemos podido, o de otro modo no te temeríamos>>.  Esa es la misma razón, podríamos suponer, por la cual la muerte de Hele significó un sacrificio social por el cual fue honrada.  Pero –cuestionándome, agregó– ¿cómo Hermes, un dios, no podría descifrar el Mensaje en el Vellocino?

       No; atención amigo, el “sacrificio del Carnero”, no era otra cosa que una nueva transformación del Caduceo.  Hasta ahí, volaba y hablaba, dejado en piel, parecería que ya no volaría, aun cuando, atención, mucha atención a esto, es la clave del secreto de la misión del Argo…: la piel “aún hablaba”…; y Eetes la cuelga no sólo para que todas la vean, sino para que “la oigan” y alguien pueda traducir lo que dice; que lo que diga, será la clave del poder.

       Luego, tiempo después, cuando la Clóquide ya era incluso súbdita tributaria de los persas, en la persona de los argonautas, los griegos volvieron por el Vellocino de Oro-Carnero-Caduceo.

 

Me quedé pensando, en efecto, la deducción había sido estúpida respecto de lo que se entendía por lo verdadero, pero, a pesar de que Deuterio hablaba de la “clave del secreto de la misión del Argo” en el hecho de que el Vellocino de Oro “aún hablaba”, y cosa que yo no sabía, el secreto seguía allí, en lo que dijera…; y entonces aguardé a que algo se insinuara por Deuterio al respecto.

 

Como no lo hiciera, lo inquirí a que “fuese al grano”; le mostré un cierto malestar cuestionándole acerca de a qué iba todo ello.  A lo que Deuterio se limitó a responder: “ese es el asunto, ahora es cuando voy a empezar a explicar…, pero es complejo y necesitamos ir por partes”.  Y quedamos de vernos en otra ocasión.

 

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25 agosto 2013 7 25 /08 /agosto /2013 22:01

Asclepio.jpgLa Misión Secreta del Argo.  Ciencia-Ficción Sospechosa  (4/…).

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

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03 nov 12.

     

 

 

Los Antecedentes.

 

Entre una buena diversidad de restaurantes, elegimos el más modesto y alejado, y por lo mismo más reservado, más ajeno al ajetreo de gente, ruido de trastes, de música y del  ir y venir de meseros; seleccionamos nuestro pedido, y Deuterio inició, o continuó, su narrativa.  No le daría mucho margen a su fantasía, pero, de momento, se antojaba apasionante.

 

_     Todo empieza con Hermes –comenzó diciendo en lo que esperábamos el servicio–, más exactamente con un instrumento suyo: una vara (de laurel o de olivo), que le obsequió su hermano mayor, Apolo.  De algún modo, esa vara tenía, en consecuencia, el poder del Sol, el poder del fuego capaz de producir transformaciones en las cosas (de ahí ese asunto de la “varita mágica” de los ilusionistas).

       Esa vara, llamada el Caduceo, tiene, además, el ser alada, y el estar envuelta por un par de serpientes enredadas en ella, que son los mismos Hera y Zeus metamorfoseados.  ¿Entiendes entonces, el poder del Caduceo?

 

A su inesperada pregunta no hice más que asentir; realmente el poseedor de tal instrumento podría hacer cualquier cosa, operar cualquier transformación a voluntad.  Además, el Caduceo en  sí tendría cierta independencia, pues siendo alado, podría trasladarse por sí mismo por los aires.  Entonces, efectivamente, entendí  yo el poder del Caduceo de Hermes.

 

_     Por alguna razón –continuó Deuterio– al parecer Hermes va a dar el Caduceo transformado en Carnero a los hermanos Hele y Frixo, hijos de Ataumante, rey de Boecia.

       Se desconoce directamente la razón de ello, pero se entiende que lo entregado en forma de Carnero conocido como el Vellocino de Oro, es el Caduceo, primero, por su contenido de oro, a pesar de estar hecho originalmente de una vara de laurel; segundo, por su capacidad de volar, tercero, por su capacidad de hablar; y montados en el Carnero Hele y Frixo huyen rumbo a la Clóquide.  Al cruzar el mar que conduce al Estrecho del Bósforo, Hele cayó a él ahogándose, de donde, en su honor –y este dato es significativo–, a dicho mar se le denominó como el Helesponto.

 

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18 agosto 2013 7 18 /08 /agosto /2013 22:01

Los-Argonautas.jpgLa Misión Secreta del Argo.  Ciencia-Ficción Sospechosa  (3/…).

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

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03 nov 12.

 

 

 

Los Antecedentes.

 

Entre una buena diversidad de restaurantes, elegimos el más modesto, y por lo menos más reservado, más ajeno al ajetreo de gente, ruido de trastes, de música y del ir venir de meseros; seleccionamos nuestro pedido, y Deuterio inició, o continuó, su narrativa.  No le daría mucho margen a su fantasía, pero, de momento, se antojaba apasionante.

 

_     Todo empieza con Hermes –comenzó diciendo, en lo que esperábamos el servicio–, más exactamente con un instrumento suyo: una vara (de laurel o de olivo), que le obsequió Apolo.  De algún modo, esa vara tenía, en consecuencia, el poder del Sol, el poder del fuego, capaz de producir transformaciones en las cosas (de ahí viene ese asunto de la “varita mágica de los ilusionistas).

 

       Esa vara, llamada Caduceo, tiene, además, el ser alada, y el estar envuelta por un par de serpientes enredadas en ella, que son los mismos Hera y Zeus metamorfoseados.  ¿Entiendes entonces el poder del Caduceo?

 

A su inesperada pregunta no hice más que asentir; realmente, de acuerdo con la mitología, el poseedor de tal instrumento podría hacer cualquier cosa, operar cualquier transformación a voluntad.  Además, el Caduceo en sí tendría cierta independencia, pues siendo alado, podría trasladarse por sí mismo a través de los aires.

 

Ciertamente, estas cosas no deben interpretarse tan literalmente, y esas alas podrían significar la capacidad de estar en un momento dado en una parte, y en un momento dado en otra, por su mismo mágico poder; esto es, el aparecer y desaparecer, quizá no tanto como voluntad suya, sino de su poseedor, y ese poder, bien le venía dado por los máximos dioses.  Entonces, efectivamente, entendía yo el poder del Caduceo de Hermes.

 

_     Por alguna razón –continuó Deuterio– al parecer Hermes va a dar el Caduceo transformado en Carnero a los hermanos Hele y Frixo, hijos de Ataumante, rey de Boecia.

Desconozco directamente la razón de ello, pero se entiende que la entrega en forma de Carnero es el Caduceo, primero, por su “contenido de oro”; es decir, por su valioso contenido; a pesar de estar hecho originalmente de una vara de laurel; segundo, por su capacidad de volar; y tercero, por su capacidad de hablar; y montados en el Carnero, Hele y Frixo huyeron rumbo a la Clóquide.  Al cruzar el mar que conduce al Estrecho del Bósforo, Hele cayó a él ahogándose, de donde, en su honor –y este dato es significativo, pues se entiende que lo que hacían, entonces, era hasta heroico–, a dicho mar se le dio el nombre de Helesponto.

Finalmente Frixo llegó a Cloquis; ahí sacrificó al Carnero, y su piel la obsequió a Eates, rey de la Clóquide, quien la colgó en un árbol exhibiéndola custodiada por un dragón que nunca dormía.

¿Te das cuenta?, el Caduceo de Hermes, al parecer, es el mismo Vellocino de Oro.

_     Según esto –intervine yo–, entonces sí, contra lo que yo creía, la expedición de los argonautas es con el fin de hacerse de ese elemento que responde al poder.  Había que volver aquella piel, otra vez, a su forma de Caduceo.

 

Deuterio se me quedó viendo pensativo, como compadeciéndose de mí, en una actitud indulgente ante mi ignorancia, y al tiempo en que nos llegaba el servicio y éramos interrumpidos, él simplemente decía: “Pues no, no, el asunto todavía tiene otras complicaciones”.

 

Nuestra plática se detuvo para empezar a comer, y luego, entre bocado y bocado, Deuterio intentó proseguir.

 

_     Hay un problema –dijo Deuterio–, ¿por qué Hermes hacía tal cosa? (y deglutía un bcado…) ¿por qué con personajes como Hele y Frixo, al parecer, no destacados, y sin embargo, Hele recordado y homenajeado en el Helesponto? (…) ¿por qué Frixo “sacrificó al Carnero”?, y más aún (…), ¿por qué Eates colgó la piel en un árbol custodiada por un dragón, a la vista de todos?

 

Y a todas sus preguntas yo no sólo no podía responder por estar comiendo, sino porque no tenía la menor idea; y por mi parte, entre bocado y bocado, sólo me concreté a responder con desdén: “si tú que estuviste ahí no sabes (…), pues menos yo”.

 

Rió Deuterio de mi idiotez como de mi pereza mental porque no hacía el menor esfuerzo para intentar una respuesta a algo.  Pero otra vez fue indulgente, bien entendía que primero había que comer.  No dijo más, y en breve le perdimos cuenta a todos los bocadillos.  Y sin embargo, en el ínter, realmente pensaba yo en algunas posibilidades:

 

1) “¿Por qué Hermes hacía tal cosa?”  Lo primero que se me ocurrió, es que Hermes era el dios de los comerciantes y que algún negocio tendría con Eates, al que le daba el Caduceo en forma de piel, que lo único que podía mostrar del Caduceo era el vello de oro; de modo que Hermes que Hermes hubiera permitido el poder con tal objeto, pero que Eates no podía entender cómo usarlo (me parecía una idiotez, pero, qué se le va  hacer, no se me ocurrió otra cosa).

 

2) “Por qué con los aparentemente irrelevantes Hele y Frixo?”  Quizá porque en el mercadeo de algo tan valioso, la mejor manera de no atraer la atención era así; pero, de algún modo, tan importante fue su misión, que la muerte de Hele fue homenajeada (quizá haya sido el propio Hermes el que propuso el nombre de “Helesponto”, aun cuando en el hecho hay un sentido de conciencia moral general del acto de Hele).

 

3) “¿Por qué Frixo sacrificó el Carnero con tales dotes?”  Ese si era un punto difícil, las dotes mágicas del Carnero no lo hacían víctima propiciatoria; debió haber habido, por lo tanto, otra razón.

 

4) “¿Por qué Eates no atesora el Vellocino de Oro, sino que lo cuelga en un árbol a la vista de todos (si bien vigilado por un dragón que no dormía)?”  Se ve de ello que Hermes ofreció algo valioso con lo que se obtendría “el poder”, pero del que Eates no entendía su real valor.

 

Luego, entre sorbo y sorbo de alguna fresca levadura, salvando la pereza mental, le expuse a Deuterio lo que pensaba al respecto.  Él, pacientemente, había esperado, sentía que yo tendría que responder algo, alguna idiotez, cualquier cosa; pero que mi mente capaz de trabajar una secreta lectura en palimpsesto, no podía dejar de interpretar algo.

 

Y se sorprendió de las cuatro respuestas.  Vívamente sorprendido se quedó pensativo viéndome fijamente, de modo que sus labios quedaron a medio camino entre la sorpresa y la admiración, y al final expuso su idea de conjunto ante todo lo dicho: “No necesitabas estar ahí para hacer deducciones bastante objetivas”.

 

Pero entonces, ahora el sorprendido era yo, que creía haber dicho un cúmulo de idioteces, y se obligaba exigirle a Deuterio una explicación más exacta.

 

_     ¡Claro! –exclamó Deuterio–, el obsequio de Hermes quizá haya tenido más un carácter tributario ante alguna amenaza de los colchis: <<He ahí el poder –les dirían los aqueos a Eates–, pero tienes que descifrarlo; nosotros no hemos podido, o de otro modo no te temeríamos>>.  Esa es la misma razón por la que el “Vellocino” es colgado a la vista de todos y custodiado, y por lo que la muerte de Hele significó un sacrificio social por el cual fue honrado.

       Y ahora atención amigo, el “sacrificio del Carnero”, no es otra cosa que una nueva transformación del Caduceo.  Hasta ahí, volaba y hablaba, dejado en piel, parecía que ya no volaría, aun cuando, atención, mucha atención a ello, pues es la clave del secreto de la misión del Argo…: la piel “aún hablaba”…; Eates la cuelga no sólo para que todos la vieran, sino para que la oyeran, y alguien pudiera traducir lo que decía; que lo que decía, sería la clave del poder.

       Luego, tiempo después, cuando la Cloquis ya era incluso súbdita tributaria de los persas, en la persona de los argonautas, los griegos volvieron por el Vellocino de Oro-Carnero-Caduceo.

 

Me quedé pensando, en efecto, la deducción había sido muy aproximada a lo que se entendía por lo verdadero, pero, a pesar de que Deuterio hablaba de la “clave secreta” de la misión del Argo en el hecho de que el Vellocino de Oro “aún hablaba”, el secreto seguía ahí, en lo que dijera…; y entonces aguardé a que algo se insinuase por Deuterio al respecto.

 

Como no lo hiciera, lo inquirí “a que fuese al grano”; le mostré un cierto malestar cuestionándole acerca de a qué iba todo ello.  A lo que Deuterio se limitó a responder: “ese es el asunto, ahora es cuando voy a empezar a explicaros…, pero es complejo y necesitas ir por partes”.  Y quedamos de vernos en otra ocasión.

 

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11 agosto 2013 7 11 /08 /agosto /2013 22:01

DeucaliónLa Misión Secreta del Argo.  Ciencia-Ficción Sospechosa  (2/…).

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

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03 nov 12.

 

 

Cualquier sujeto con un poco de cultura, tal como él daba muestras de tenerla, podría armar esa historia, pero lo que la llevaba hasta la fantasía demencial, era que él, con toda seriedad, no hacía como narrarla de sus cultas lecturas, sino aparentando que ello era de su viva experiencia.  Me afirmaba que él, con otro nombre que guardaría en secreto, cual viajero del tiempo, había participado entre el poco más de medio centenar de argonautas en la expedición a Colquis.

 

¡Imaginaos la escena!, alguien, ahí, de golpe, me soltaba todo eso.  Me recliné en mi silla y completamente enmudecido, me quedé viéndolo de frente a los ojos detrás de sus gruesos lentes, como esperando a que me revelara la broma.  A su vez se me quedó viendo fijamente a los ojos como clamando mi credibilidad a su historia.  De pronto no pensé más que el buen “Deu”, a loco me la ganaba, y con mucho.

 

Ya sea por el “instinto de sobrevivencia” o porque en las películas cinematográficas con sujetos así se acostumbra  “seguirles la corriente”, saliendo un tanto de mi desconcierto ante el hecho de que el no parecía revelar una broma, sino en que se obstinaba en que le creyera aquello como verdad, como autómata, solo me limité a responder preguntando: “…bueno…, y qué?

 

Entonces, Deuterio, a su vez reclinándose, echó un sonoro resoplido.  Sabía que cualquier otro, como él decía, con un “cerebro lineal”, dispuesto todo en él en un estricto “orden secuencial”, de inmediato hubiera recogido sus cosas y se hubiera marchado.  Sólo un cerebro capaz de operar en un palimpsesto de escritura anterior insuficientemente borrada en el que simultáneamente hay dos lecturas a la vez, podría entender su historia, y en ese “bueno, y qué?”, nuestro, obtenía esa oportunidad, y se tomó su tiempo tras el resoplido.

 

Rosaura, la hermosa Clío, por supuesto, era uno de esos “cerebros lineales de todo en su estricto orden secuencial”, y no tenía la menor idea de quién era realmente su amigo “Deu”, alguien extraño ya en calidad de loco, o peor aún si lo que decía era verdad, y al que había conocido de la Facultad donde ambos habían estudiado.

 

“Bueno…, y qué?” –repitió en voz alta Deuterio para sí, ya repuesto; y agregó lentamente…–, pues, que hay un secreto en la misión del Argo a la Clóquide.

 

_     ¿De Argo, o de Jasón? –replique yo como empezando a desenmascarar la patraña de su historia.

_     De Argo –respondió él firmemente–, Jasón fue un medio –y bajando la voz, e incluso la cabeza como con cierta pena por Jasón, añadió a su dicho–, Jasón sólo fue una víctima propiciatoria, el pretexto para justificar la expedición.

 

Entonces me sorprendí, o estaba frente a alguien que en realidad parecía saber más de lo común de esa historia, o de un consumado fantasioso capaz de montar con enorme creatividad las variantes que fueran; y entonces lo dejé que continuara.

 

_     Argo, como ahora veo que sabes –me dijo Deuterio continuando parsimoniosamente con su narrativa–, fue el Piloto Mayor de la nave.  Al fin su nave, él la mandó construir en el astillero de Yolcos, en Tesalia, y le puso su nombre…, quién más podría estar a cargo de su conducción?

_     Sí, claro –dije indulgente con una sonrisa dado el risible hecho–, y lo sé porque, bueno, has de saber que soy geógrafo…

_     Sí, lo sé, y enredado en asuntos filosóficos –me confirmó interrumpiéndome–, Clío me ha platicado de ti.  Pero, bien, pues, el que fuese Piloto Mayor fue lo que me hizo llegar hasta Argo, que como tal, aún seis siglos antes de Anaximandro, ya ponía en práctica los conocimientos que mucho tiempo después serian llamados “geográficos”.  Jasón era una autoridad política y militar, pero Argo era alguien de ciencia.

 

Entonces, a sus palabras, me di cuenta que la misión secreta del Argo, debía referirse a lago en el campo de la ciencia, y particularmente en relación, quizá, a la geografía, y, en consecuencia, ya fuese realidad aquella extraña historia, o una simple variante fantástica al pasaje mitológico, me dispuse de buen grado a “seguirle la corriente”.

 

_     Pero, para más –continuó Deuterio–, la misión secreta del Argo no era personal, y había varios involucrados, aun cuando, ciertamente, no muchos…

_     Debo suponer –me atreví a decir, en el contexto de aquella locura, casi conteniéndome sintiendo como que ofendería o se tomaría como mofa de mi parte–, que tu, fuiste uno de esos involucrados…

_     Así es, en efecto –respondió Deuterio con entera naturalidad, a lo que sentí un descanso temiendo haber ofendido–, fuimos sólo cinco los que participábamos de esa conspiración secreta: 1) Argo (el Piloto Mayor), 2) Asclepio (el médico), 3) Zetes (el explorador), 4) Etálides (el mensajero), y 5) Deucalión (el hijo de Prometeo).  Tendrás que adivinar cuál de los cinco soy yo…

_     Mmm –me quedé pensando un momento–, en realidad -continué–, tendré que adivinar entre cuatro…, Argo no eres…; y él respondió con una sonora carcajada, aun cuando un instante después me volvió la duda incluso sobre él.

 

“Siguiéndole la corriente”, me preguntaba internamente quién, de entre ellos, podía ser un viajero del tiempo y ahora estar frente a mí.  Argo, por su ciencia, tenía las razones para ello; Asclepio, otro tanto, más aún quizá, pues había sido “fulminado” por un rayo de Zeus; Zetes, de suyo con la personalidad de explorador; Etálides, elegido como el mensajero por su excelente memoria…, como sólo la podría tener un viajero del tiempo testigo presencial de los hechos; o Deucalión, el Noé milenario de la mitología hebrea entre los griegos.  Realmente todos tenían méritos para ser identificados como viajeros en el tiempo.  Iba a necesitar que mi amigo Deuterio se expresara más en detalle para, en su lenguaje, identificar su oficio.  ¿Quién era?, y ¿por qué estaría interesado en narrarme a mí esa historia que parecía destinada a revelar un secreto?  ¿De qué naturaleza era el mismo y cuál podría ser su trascendencia?

 

Aquella historia iba para largo, y ciertamente no estaba para un cuento largo; lo dejaría explayarse dos o tres sesiones y le demandaría “ir al grano”.  Quedamos de vernos en uno de los restaurantes enfrente de la escuela para comer, en lo que platicábamos sobre su historia; y ya sólo me advirtió: Rosaura no sabe esta historia, no estará invitada a comer; y por lo demás –dijo con un cierto tono de importancia al caso–, ello me permitirá narrarla de manera “literariamente vivencial”.

 

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4 agosto 2013 7 04 /08 /agosto /2013 22:01

Argo, ConstrucciónLa Misión Secreta del Argos.  Ciencia-Ficción Sospechosa  (1/…).

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

http://espacio-geografico.over-blog.es/

03 nov 12.

 

 

 

Introducción.

 

Voy a contarles aquí, a manera de una narrativa mitológica, en forma de cuento de ciencia-ficción, algo sumamente extraño, a partir de algo más extraño aún, fuente de los datos aquí narrados.  Justo esa combinación de extrañezas es lo que nos hace volver a esa incisiva idea, que expresada en el sentido del latín clásico se refiere a una causa; pero que expresada en su difusión en el sentido del latín vulgar (forma usada en el momento especial actual), todo se inicia aludiendo a un efecto; y que sólo resulta de invertir la posición de dos letras en la preposición pro (en su sentido causal, a favor de), por la forma por (en su sentido de efecto, como consecuencia de); es decir, el volver a la incisiva idea de que, <<todo ocurre por algo>>.

 

En los comienzos del siglo XXI conocí a una agradable mujer: Rosaura Clío, bueno, no le gustaba que uno se refiriese a ella con el “vulgar” nombre de “Rosaura”.  Cuando lo hacía yo por molestarla (ya saben, atributos de macho dominante), ella se molestaba, no sólo no me hablaba, sino que, con ese ademán despectivo muy femenino de desviar su mirada a otro lado, no volteaba ni a verme (¡ay de mi!); luego no bastaba que le llamara Clío, sino tenía que anteponerle el “precisa Clío”, “belleza de Clío”, etc; y entonces con desenfado y secamente empezaba por responder con un seco “qué!”, y a dos o tres palabras después, su carácter se suavizaba como una gatita de angora y me dibujaba una sonrisa con sus bellos labios (y entonces todo quedaba listo para volverla a moler en cualquier momento, ya saben, esa necesaria reafirmación…).  Pero, bueno, el hecho es que ella me presentó a un compañero suyo, extraño desde su nombre: Deuterio.  Como es lógico pensarlo, todo el mundo confundía el nombre y volvía a preguntar haciendo el eterno suplicio de aquel condenado a la tragedia de tener que repetir dos o tres veces su nombre cada vez que ello salía a relucir.  Y lo peor del caso, es que él mismo no sabía por qué le habían puesto tal esperpento de nombre, y prefería no tocar el tema.  En realidad, cuando Clío me lo presentó y pronunció su nombre, por supuesto lo confundí, pero no le di importancia al hecho; luego escuché que Clío le llamaba con la contracción de “Deu”, y cuando yo tenía que pronunciar su nombre, se extrañó de que, sin más, me refiriera a él por Deuterio con mucha familiaridad.  Eso reconfortó mucho su ego y nos brindó su amistad.

 

No nos frecuentábamos, pero entre lo que Rosaura le platicara acerca de mi, y él apreciara de las pocas veces que nos encontrábamos, lo fue animando a revelarme algo verdaderamente misterioso.  Y quizá nunca lo hubiera hecho, hasta que un día me encontró en la pequeña biblioteca de la escuela,  viendo que tenía esparcidas varias hojas sobre la mesa con un manuscrito en forma de “Árbol Genealógico” hecho con el claro carboncillo  de un lapicero, pero que ya sobre dos de ellas llevaba escrito a tinta, a manera de un palimpsesto, otra escritura.

 

_     Ahorrando papel? –preguntó haciendo la observación al saludar.

_     Mmm, en parte –respondí un tanto contrariado ante lo inusual de mi acción, y luego de una pausa en que lo saludé, expliqué la “otra parte” del hecho–.  Es que, lo que estoy escribiendo se apoya en los datos del diagrama a lápiz, pero de los que tampoco necesito ya mucho, lo hice sólo para entender, por si los requiero, con cierto trabajo para releerlos, pero –y riendo un poco agregué– ahí están, sin que se me desperdiguen en hojas aparte.

 

El hecho por sí solo del clásico palimpsesto para ahorrar papel hubiera sido suficiente y dejado el acto como irrelevante; pero esa explicación adicional, hizo de ese palimpsesto a su entender, una especie de cábala: algo que permanecía oculto y precisaba descifrase para poder entender lo que aparecía a la vista.

 

Cualquiera me hubiera tomado como un excéntrico por hacer mis apuntes así… (mmm, bueno, cualquiera hubiera reconocido que así era), pero Deuterio  fue más allá, y lo que apreció, fue un complejo cerebro por cuya forma de trabajo podría estar en capacidad de entender algo que él tría de tiempo atrás…, créanme, al parecer, de mucho, mucho tiempo atrás.  Es más, para que vayan comprendiendo lo complejo de esta historia, no sólo era que traía su misterio de mucho tiempo atrás, sino, a la vez…, de mucho tiempo adelante.  Y ahora entenderán por qué necesitaba de un cerebro excéntrico para explicarse.  Y si a ello agregan que Clío le había platicado que yo era un geógrafo enredado en asuntos filosóficos, el buen “Deu” ya no pudo contener más lo que traía, y empezó a narrarme la historia más extraña que haya escuchado: “a tinta”, un pasaje mitológico; por debajo, “a la tenue carboncilla”: la misión secreta del Argos.

 

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