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1 marzo 2010 1 01 /03 /marzo /2010 09:00

Clich--Educaci-n--Posgrado-Educaci-n

Haciendo un poco de Filosofía de la Educación:
la Didáctica Concreta (1/5)

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri

 

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica de Geografía Teórica 
http://espacio-geografico.over-blog.es/; 
México, 1 mar 10.

 

Preámbulo.

 

Para exponer este ensayo, tomamos uno elaborado cuando hicimos la Maestría en Educación Superior, en ese entonces referido a los fundamentos de lo que se denominó un ejercicio de “microclase”, para la materia de Laboratorio de Docencia; en aquel momento, tomando una lectura de la materia acerca del “Buen Maestro”: Ibarra Ruiz, Luis; La Educación Universitaria y El Buen Maestro; Ediciones Guernika; México, 1999; ahora instalamos dicho ensayo aquí, como apuntes para el curso de “Filosofía de la Educación”.  Suprimimos en él el caso particular del ejercicio, que había sido explicado en no más de dos párrafos.

 

 

Introducción.

 

En un ejercicio de “Microclase” presentamos nuestro estilo didáctico, se trata ahora en este ensayo, de establecer la relación tal estilo didáctico con el concepto del “Buen Maestro”.

 

Recapitularemos en una primera parte nuestra exposición de tema poniendo el énfasis en esos puntos que se habrán de relacionar precisamente con el juicio acerca del concepto del “Buen Maestro”.

 

 

Nuestro Estilo Didáctico

 

En el concepto que segundos y terceros se hacen del “Buen Maestro”, están características como las siguientes:

 

1)  La necesidad de un conocimiento científico, y, 2) el procedimiento de evaluación, a lo que al respecto decíamos: “Para desarrollar esta actividad, se ha de poner en claro: a) un punto relativo a la evaluación del docente, y b) la forma de evaluación del estudiante.  En cuanto a lo primero, se ha de dejar en claro que en nuestra persona como docente, no opera la aplicación de los criterios psicologistas ni de “orden y disciplina” (pues se delega en el estudiante universitario esa responsabilidad), ni de “exigencia” (que en su definición de “demandar por derecho o por fuerza” no ejercemos ni como lo primero y menos aun como lo segundo, partiendo del supuesto de que el estudiante ha de ser el realmente interesado en el conocimiento y su formación), y mucho menos el criterio de “motivación” (pues entendemos que el estudiante universitario ha llegado a aquí por su libre voluntad de elección y no necesita “ser movido” externamente a ello, o bien en una segunda acepción, el estudiante universitario que se forma ya en el ámbito de su propia vocación, no necesita “razones para hacer” lo que por su propio interés ha elegido; más aun, deliberadamente podría “desmotivársele” esperando de él como respuesta un desplante profesional de su propia afirmación).

 

El docente en el concepto acerca del “Buen Maestro”, no puede entenderse, en consecuencia, sin ese fundamento científico y un compromiso decidido por la verdad de las cosas. Es en ello donde se finca su plena autoridad moral.

 

Ello explica el por qué nos es tan importante tanto el concepto del Maestro de las escuelas de la antigüedad griega, como un par de anécdotas sobre las figuras de Kepler y Oersted, y para lo cual extraemos los pasajes correspondientes redactados en nuestra tesis de esta Maestría en Educación:

 

El “Buen Maestro”, arranca de lo concreto, y así decimos; <<Tal determinación teórica particular e intrínseca radica en lo que hemos denominado: “Didáctica Concreta”, es decir, entendiendo por didáctica (de didaskalos, enseñanza), la actividad unívoca que realiza el docente.  Esa actividad se plantea como una “Enseñanza Concreta”, por lo cual a su vez lo que se da a entender es, sobre el fundamento de la teoría gnoseológica del reflejo, una enseñanza que tanto incide en la práctica del sujeto en la realidad objetiva viva como un todo, como desemboca en ella misma como una realidad objetiva transformada en una síntesis, luego de un proceso subjetivo de abstracción teórica mediante la cual dicho sujeto se apropia de la realidad objetiva y el conocimiento verdadero científicamente fundado.

 

“Enseñanza Concreta”, o “Didáctica de lo Concreto”, constituye un replanteamiento conceptual, respecto de la didáctica general psicologista, de los principales actores del proceso educativo: del docente, del estudiante, de la escuela, de los medios y recursos de enseñanza, de la forma y contenido del conocimiento, así como de la evaluación y el sentido de la evaluación del proceso mismo.

 

En la “Didáctica Concreta”, partimos del supuesto de un proceso unívoco de enseñanza en lo concreto, es decir, en lo multifacético de la realidad objetiva, que ha de ser abstraída en una de dichas facetas en determinados niveles de complejidad (descriptivo, analítico, y finalmente el sintético), demostrando su apropiación, haciendo uso principalmente del lenguaje, ya verbal –en lo preferente-, ya escrito; pero que a su vez se atiene incluso a la expresión no-verbal: al silencio, a la indiferencia, o a la manifestación de rechazo.  Todo ello “cuenta”.  La preferencia por la expresión verbal, es porque ésta manifiesta sin ambages la estructura concreta del pensamiento; y se secundarizan las demás expresiones verbales dado su carácter eminentemente simbólico abstracto.  La escritura, por ejemplo, implica por lo menos una doble reflexión, y cuanto más se reflexiona en ello, mayor la posibilidad de la tendencia al simbolismo abstracto, es decir, al dar mediante las palabras escritas un sentido especial.

 

Así, de las Escuelas de la Antigüedad, por las que hay que entender pues, más bien la doctrina del maestro, que la infraestructura; y de ahí que en ella se formaran básicamente discípulos, seguidores fieles de esa doctrina.  Podemos referir varias importantes, las primeras de ellas denominadas simplemente de acuerdo al lugar o las características del sitio, y así se tiene por ejemplo, la primera escuela, la “Escuela Jónica” o “Escuela de Mileto”, de los materialistas Tales, Anaximandro y Anaxímenes, en Mileto bajo el imperio ateniense, al sur de las costas de la Península de Antolia, Asia Menor (ss.VII-VI ane); luego la “Escuela de Éfeso”, del dialéctico Heráclito (ss.VI-V ane) a su vez en la Península de Anatolia, un poco más al norte de Mileto; la “Escuela de Samos” o “Escuela Pitagórica”, fundada por el idealista Pitágoras (s.IV ane), precisamente en Samos, isla de las Espóradas en el Egeo, vértice de un tríangulo equilátero junto con Mileto y Éfeso; o la “Escuela de Megara”, de Euclides, en esa ciudad; o la primera escuela fundada en Atenas por el materialista Anaxágoras (ss.VI-V ane)   O nombradas por el sitio en sí, como “El Jardín de Academos”, o simplemente “La Academia”, del idealista Platón (ss.V-IV ane); “El Jardín”, del materialsita Epicuro (ss.IV-III ane); o el gimnasio llamado “El Liceo”, de Aristóteles, conocida también incluso por el estilo de éste para impartir sus disertaciones a la vez que caminaba con sus discípulos, y por lo que se conocía  también como la “Escuela Peripatética”; o la “Escuela de La Plaza del Cánido”, o “Escuela Cínica” del idealista Antístines (ss.V-IV ane), en Atenas; la “Escuela Cirenáica”, del idealista Artístipo (ss.V-IV ane), en Cirene en las costas del noreste de Libia; la “Escuela Atomística de Abdera”, de los materialistas Leucipo y Demócrito (s.V ane), precisamente en Abdera, al norte del Mar Egeo.  Pero también se denominaban como “Pórticos”, por esos sitios cubiertos con arcadas y columnas que se construyen delante de un muro de fachada o de patio de los templos u otros edificios suntuosos: “El Pórtico Pintado” o “Escuela Eleática” de los materialistas e idealistas Jenófanes, Parménides y Zenón, en Elea (ss.VI-V ane), al sur de Nápoles en Italia; “El Pórtico Pecile” o “El Pórtico de la Estoa” de los materialistas e idealistas Zenón de Citio y Crisipio (ss.IV-III ane), en Atenas; y el “Pórtico Medio” de la filosofía eclecticista con Panecio y Posidonio (s.II ane)  Hasta que la última escuela de la Antigüedad será la fundada por el idealista neoplatónica Plotino en Atenas, la cual desaparece por decreto de Justiniano que promulga la prohibición de la enseñanza de la filosofía, en el año 529.

 

En todas estas escuelas, hemos dicho, la característica esencial es que representaban una doctrina de pensamiento a partir de un Maestro, y sus asistentes se definían por ese sólo hecho como discípulos.  Esta es la razón fundamental por la cual hemos vuelto a la escuela de la Antigüedad griega, pues ella expresa la esencia de las decididas directrices del proceso educativo hacia un desarrollo intelectivo y un progreso moral.  Frente a ella, la escuela moderna, la Universidad (cuyo nombre deriva de las organizaciones estudiantiles, las universitas, que ya se daban desde los primeros establecimientos en el s.XIII), que a partir de las enseñanzas cada vez más diversas desde las llamadas “Siete Artes Liberales” (el Trivium más el Cuadrivium) adquiere características cada vez mayores de un conocimiento universal, pero que al mismo tiempo disuelve imperceptiblemente esa esencial formación discipular en nombre de la “neutralidad” (luego confundida incluso con “objetividad”) en medio de ese saber universal.  Lo que en la escuela de la Antigüedad griega era una virtud que produjo enormes desarrollos: esa formación discipular, diríamos incluso doctrinal; en la escuela actual de la Universidad capitalista se toma por no pocos como un vicio, pero justo, prejuicio que provoca un enorme retraso.

 

Ciertamente lo que causa desasosiego es ese sesgo doctrinal; es decir, de una forma de pensamiento filosófico determinado; inevitable respecto del discípulo, es más, por lo que el discípulo se define.  Mas un concepto de escuela así no debe ser rechazado por ese hecho, dado que si bien el adoctrinamiento en este caso existe, éste sólo incide sobre el que lo ha aceptado y trabaja en forma omnipresente con el Maestro.  Para los demás, tal doctrina de pensamiento sólo deberá representar una de las tantas corrientes de pensamiento del saber universal, parte rigurosa de su formación.

 

Es el caso de la escuela socialista, en la cual no se niega la formación en la doctrina del pensamiento materialista en la lucha por el comunismo, educándose el estudiante como un ser omnilateral.  Es a ello precisamente a lo que se le llama la “posición de partido” en la ciencia, dado que ese saber no es neutral, en tanto determinado por la lucha ideológica de las clases sociales.

 

Dicho en sentido lato, hoy el proceso educativo es más complejo, pero precisamente sometiéndolo al sutil filo de “la Navaja de Occam” (simplificar al máximo el fenómeno para entenderlo), es que volveremos a redimensionarlo correctamente.
 


[1] De Ruggiero, Guido; Sumario de Historia de la Filosofía; Editorial Claridad, 1ª edición,  Buenos Aires, 1948.


 
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