De la Magia y la Ciencia
en la Comunidad de Geografía en México.
Artículo, 2010 (5/8).
Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.
“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica
de Geografía Teórica;
http://espacio-geografíco.over-blog.es/;
México, 4 oct 10.
El otro anécdota, y con esto ya voy llegando a donde quiero llegar, fue con otro grupo. Hasta aquí, está claro que el asunto de la magia no es, o era en ese momento, ni por un asunto esotérico, ni por el mero “Show”, sino por razones eminentemente didácticas en relación con la ciencia. Y paso a explicar eso ahora.
Ya aparentemente consumado como mago, adquirí ciertos implementos, entre ellos, un par de copas con su tapas, que las hacían aparecer esféricas. La primera en estrenarlas fue una de mis hijas. Se puso a estudiar (diablos, para todo hay que estudiar) la manera de usarlas, y cuando lo entendió, dispuso todo frente de mi, la observaba con incredulidad, ella hizo lo suyo: destapó y me mostró ambas copas vacías, y una esfera. Luego puso la esfera en una copa, tapó ambas, hizo sus pases y demás farfulla a manera de teletransportar la esfera de una copa a la otra. Finalmente destapó la copa en que había puesto la esfera, y…, vacía!..., ¡ay mamá, cómo le hizo!...; luego destapó la otra copa y…, ¡glup!, ¡ahí estaba ahora la esfera! Impresionante. Ella se reía con el placer de la maga que ha demostrado su poder, y yo disfrutaba del angustioso placer dado en la ilusión de la magia.
Eso fue muy útil, pues vi el poder de esos instrumentos. Luego me tocó estudiarlo a mi, para presentarlo con fines didácticos ante mis alumnos. Así lo hice con todo lo impactante del caso, presumiendo, deliberadamente ufano, de mi poder; lo que, obviamente despertó el rechazo concitado de los estudiantes, que descalificaban tales “poderes sobrenaturales”, invocando a que había un “truco”. Entonces les invité a que descifraran por inferencia, dados los elementos objetivos y una posible hipótesis, no por adivinación, cómo ocurría tal “truco”, en el entendido de que, mientras no lo explicaran, objetivamente tenían que reconocer que ello ocurría por un poder especial y que no había tal “truco”, sino “magia” verdadera.
No les dejé que manipularan las copas, tenían que inferirlo. Luego de hacer sus consideraciones por un breve lapso, apareció el estudiante perspicaz que propuso la explicación; lo dejé manipular los artefactos y reprodujo entonces sin problemas el “truco”. En un instante desapareció el encanto de la magia, lo fascinante de la ilusión…; pero, en proporción inversa, nacía en ellos la maravilla aún más fascinante, del método científico: he ahí lo didáctico.
Al respecto, alguna vez se me invitó a participar en una Mesa Redonda de la que no recuerdo el título, pero cuya temática trataba justo sobre magia y ciencia. La organizó un compañero profesor partidario del pensamiento mágico, e invitó, además, a dos profesores de la Universidad pública en el ámbito de la divulgación de la ciencia.
Los profesores de divulgación científica, comprometidos con el evento pero en un ambiente del que se fueron dando cuenta, de un auditorio eminentemente proclive al pensamiento mágico que les era totalmente adverso, hicieron con cierto desgano varios experimentos (calentar agua en un recipiente de papel y otros por el estilo), y entre ellos uno que se vinculaba muy directamente con lo mágico: se colocó un aro de cartón al pie de una regla de madera a manera de un plano inclinado, y, sin más aspavientos, se le soltó, y el aro ascendió libremente por la rampa. Pero al respecto no comentaron nada más. Era evidente que estaban exponiendo todo su repertorio, pero sólo por exponerlo, sin un propósito, o perdido éste ante ese ambiente.
Cuando tocó mi turno, simplemente pregunté a ese auditorio de pensamiento metafísico, formado por unas veinte a treinta personas, acerca de cómo era que dicho aro había ascendido por el plano inclinado. El auditorio permaneció en silencio; era muy simple inferir cómo, pero nadie hacía ninguna propuesta. Entonces dije que ello era, porque el compañero profesor que hizo el experimento, tenía poderes sobrenaturales al hacer que el aro actuara contra la leyes de la física; y hasta ahí ese auditorio no hubieran dicho nada, como de hecho fue; y hubiera quedado conforme con tal explicación mágica, al fin, eso era lo que quería oír; pero…, agregue que, no obstante, al no haber poderes sobrenaturales, había un truco; e insistí en que alguien explicara cómo operaba. Yo aguardé para hacer más impactante el hecho de eran susceptiblemente fáciles víctimas del engaño en el pensamiento mágico. Pero, finalmente, justo el compañero de pensamiento ilustrado encargado de la Biblioteca, donde se efectuaba el evento, fue el que intervino, y dio la respuesta correcta; y agregué que ello era evidente (yo también lo estaba suponiendo, porque desconocía el truco), y voltee a ver al profesor en posesión del aro, él se levantó, y, a la vista de todos, reveló dicho truco (el cual de momento me reservo, porque con base en esa experiencia, luego hice un trabajo para acreditar el curso de “Pensamiento Crítico y Creativo” en la Maestría en Educación Superior, elaborando una historieta en la cual, didácticamente, recreo dicho “acto de magia”, y que en su momento instalaré en este Blog).
Y ya sólo para terminar, les narro el acto de magia más sorprendente que realizo (el que más me gusta, incluso por sobre el de las cuerdas que atraviesan el cuello de las personas): la aparición, de la nada, de una ramo de flores (también intentaré hacer una historieta y aquí lo expondré).
Consiste en que, de un costal, una bolsa negra de esas de plástico, voy sacando los objetos para la magia, los cuales coloco sobre la mesa. Empiezo por un pliego de cartulina doblado simétricamente en forma de un poliedro triangular, pero al que deliberadamente se le ha curvado una de sus esquinas, de modo que al intentar dejarlo verticalmente sobre la mesa, éste se cae una y otra vez, optando por dejarlo acostado. Luego saco simultáneamente un pliego doblado en cuatro partes en forma de cubo, y al tiempo que lo coloco verticalmente sobre la mesa, también coloco otro pliego en forma de cilindro de la misma manera hacia el centro (e incluso vuelvo a hacer el intento de parar el pliego triangular, sin éxito). Finalmente, saco el “paliacate mágico” (el velo), y mi raquítica “varita mágica”, una pequeña vara de una rama retorcida.
Ya con todo dispuesto, entonces circunscribo el cilindro con el cubo, e intento circunscribir a ambos con el poliedro triangular, que como resbala, finalmente lo desecho devolviéndolo al costal, explicando que realmente es suficiente la “cuadratura del círculo”. Luego con el paliacate tapo la parte superior de los poliedros, y disponiéndome al acto, hago que recuerdo que antes debo mostrar que los mismos están vacíos. Vuelvo a quitar el paliacate, y saco el cilindro, desplegándolo y mostrándolo vacío, y el cual lo vuelvo a colocar envolviendo al cubo; luego saco el cubo y hago lo mismo. Luego el paliacate, “nada por aquí, nada por acá”, y cubro los poliedros nuevamente. Unos pases por aquí, otros pases por allá, farfulla de concentración, aspavientos propios a un portento, las obligadas palabras mágicas misteriosas, y, dejando de lado la “varita mágica”, lentamente con la punta de los dedos de una mano tomo el paliacate del que tiro violentamente, e inmediatamente después, con la otra mano, levanto los pliegos de cartulina en forma de poliedros, dejando ver la aparición, de la nada, de un ramo de flores.
Luego, cuando hice este acto en un grupo de posgrado, cada flor mágica (ya no cualquier flor) la obsequié a cada una de las compañeras, felices, y el premio –y de ahí lo exquisito de este acto– fue un rico abrazo y un beso de cada una.