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  • : Espacio Geográfico. Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri
  • : Espacio Terrestre: objeto de estudio de la Geografía. Bitácora de Geografía Teórica y otros campos de conocimiento del autor. Su objetivo es el conocimiento científico geográfico en el método de la modernidad.
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9 septiembre 2010 4 09 /09 /septiembre /2010 08:01

Clich--Educaci-n--Posgrado-Educaci-n

Planteamiento Pedagógico:

Didáctica Concreta, Ensayo, 2004 (1/2)

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica de Geografía Teórica;

http://espacio-geografico.over-blog.es/;

México, 09 sep 10.

 

 

Como requisito, para un curso de la Maestría en Educación Superior, se nos planteó que el presente ensayo no superara las dos cuartillas, lo cual lo haría parecer fácil, y, sin embargo, justo en ello radicó la dificultad, razón por la cual, estableceremos las premisas en que se desarrolla: 1) los antecedentes, el marco teórico y las definiciones 2) la situación de la generación del educando actual, 3) la experiencia docente en la Universidad privada en la que ahora laboramos, y 4) un planteamiento pedagógico: la Didáctica Concreta; y cuyo desarrollo de conjunto no hemos podido cumplir, sino a “duras penas”, en seis cuartillas, y no nos hubiera sido posible de otro modo.

 

 

Antecedentes.

 

                              Como consecuencia de la crisis económica de 1994-1995, el ámbito educativo nos quedó, ya no como el complemento por placer profesional, sino como la fuente de ingresos de último recurso, que a poco se transformó en el caldero de la comprensión del complejo fenómeno de la conciencia social y con ello, de nuestro propio desarrollo profesional.  Desde entonces, 1995, a partir de la Escuela Particular Normal Superior, nos hemos dedicado sistemáticamente al esfuerzo de entender, en el ámbito de la educación como reflejo de la situación social, la complejidad del momento actual.

 

                              Nos hemos tomado pues, prácticamente una década de observación y análisis del fenómeno educativo como reflejo de la situación social, y ello ha sido bajo el marco teórico de la dialéctica materialista.  En 1996, respondiendo a la Convocatoria al “Primer Premio Pedagógico en Educación Básica”, de Ediciones Castillo, participamos con un texto en el que por primera vez intentábamos una sistematización de una didáctica concreta, a partir de unos ejercicios de divulgación de la ciencia propuestos anteriormente a la Casa de la Ciencia de la UAEM, Morelos.

 

                              En ese mismo año, participamos en el “Primer Congreso Estatal Sobre Experiencias Didácticas”, convocado por el Colegio de Bachilleres de Morelos, con una ponencia titulada: “La Lección de Oersted: Didáctica Concreta”, mostrando la esencia de la idea; esto es, la enseñanza en lo multifacético, en lo complejo, en lo desarrollado, a partir de la investigación conjunta docente-estudiante.

 

                              Ello nos planteó la necesidad del acercamiento con el estudiante, y ese acercamiento con el estudiante nos condujo por caminos insospechados, en donde una primera lección, era no ir al estudiante, sino dejar que el estudiante, en tanto tal, viniese a nos.  Y cuando eso fue (ya hacia el año 2000 estando ahora en una Universidad privada), nos topamos con la realidad de esa generación nueva, sumergida en una situación de una enorme complejidad, cuyo desentrañamiento ha centrado toda observación y análisis, reservando la aplicación de esa didáctica concreta, hasta en tanto no entendiésemos con quién la haríamos.

 

 

La Situación de la Generación del Educando Actual.

 

                              Los años, quizás desde 1998, pero efectivamente desde 1999, empezamos a intentar la caracterización de esa generación actual universitaria, adentrándonos por esa distinción entre las generaciones, por ejemplo, “Del 68”, “De los Setentas”, la llamada “Generación Perdida” de los años ochentas, y luego la despreciativamente calificada “Generación X”, de los años noventa; pero no obteniendo mas que una descripción de esas características, que nos evidenciaba la complejidad de la generación actual, sin explicarnos por qué era así.

 

                              Particularmente, ya a partir del año 2001; las condiciones concretas de esta Universidad privada en la que ahora laboramos, posibilitaron la puesta en práctica de otras variables junto con todo lo antes experimentado y afinado, y a la vuelta de dos años, no sólo hemos podido teorizar acerca del proceso de aplicación de la didáctica concreta a partir de algunos ensayos prácticos, sino que esa reflexión teórica nos ha llevado poco a poco a la explicación del por qué de esta generación.

 

                              A partir del 2001, comenzamos a explorar el problema visto en todas sus características, en sus posibles relaciones causales, y nos adentramos al campo donde supusimos debía estar la causalidad de lo educativo: la historia de la cultura; y nos aproximamos un paso más.  La situación de la generación actual, radicaba –a diferencia de las nuestras bajo las influencias del romanticismo del realismo socialista-, en las influencias del posmodernismo.

 

                              Ambos movimientos de la historia de la cultura ciertamente nos determinaban y hacían nuestras diferencias.  Mientras el romanticismo se definía en la historia de la cultura como un movimiento cultural, el posmodernismo se definía como un movimiento contracultural, y ello explicaba mucho, más en su esencia, acerca de la realidad y naturaleza de la generación actual.  Establecer las causas históricas, económico-políticas, del posmodernismo, nos explicaría finalmente la causalidad de la generación actual, y así fue, no sin antes pasar por una reflexión acerca de las corrientes filosóficas de que se nutre el posmodernismo, y que son, a su vez, fundamento gnoselógico-pedagógico del Sistema Educativo Nacional actual.

 

                              Así, la generación actual de educandos, es una determinación de las influencias filosófico-pedagógicas desde el existencialismo, hasta el pragmatismo, pasando por el conductismo y el racionalismo crítico*, condición necesaria de la situación económico-política contemporánea, a fin de hacer supervivir al capital imperialista o trasnacional en un saqueo de mayor dimensión a los pueblos del mundo.

 



* La resultante de todo ello, es lo que ha dado lugar al preambular oscurantismo que ya se prevé para este siglo XXI.

 



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1 marzo 2010 1 01 /03 /marzo /2010 09:05

Clich--Educaci-n--Posgrado-Educaci-n

Haciendo un poco de Filosofía de la Educación:
la Didáctica Concreta (5/5)

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri

 

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica de Geografía Teórica
http://espacio-geografico.over-blog.es/;
México, 15 mar 10.

 

 

Qué tan kepleriano se define al “Buen Maestro”, que, citamos del autor el siguiente extraordinario pasaje: “al disertar sobre un tema con una actitud objetiva, no (mira) a los ojos a sus estudiantes, ni siquiera (da) la impresión de preocuparse mucho por lo que ellos (hacen) o (dejan) de hacer; (invierte) su energía en el desarrollo de su contenido temático de la clase, volcando su interés en argumentar coherentemente las teorías que (expone)”[1]; y más adelante, por si quedaran dudas de la actitud kepleriana del “Buen Maestro”, Luis Ibarra expresa: “los estudiantes (hacen) cosas que, de forma soterrada, (atentan) contra la clase y el Buen Maestro: (hacen) la tarea de otras materias, se (pierden) contemplando el horizonte, (intercambian) papelitos con recados, (platican) en voz baja, (hacen) dibujitos en las papeletas o en sus cuadernos, (miran) al Buen Maestro pero no lo (escuchan), en suma, se (mantienen) alejados de cualquiera de los mundos a los que el Buen Maestro (pretende) llevarlos”[2], el autor nos refiere estudiantes universitarios ante un docente al que reconocen como “Buen Maestro”, no a los púberes estudiantes de Kepler del Seminario de Graz.  Y en otra parte el autor expresa: “el Buen Maestro (vuelca) su energía y su atención en lo que (va) escribiendo.  El contacto con sus alumnos (pasa) a segundo término..., explica en voz alta, un tanto gozosa, lo que (está) haciendo”[3].

 

En cierto modo –y no podía ser de otra manera al defender esta tesis-, nosotros nos vemos a su vez descritos por todo lo anterior en nuestra actividad y situación en clase (y no por cuanto a que nos asumamos como “Buenos Maestros” –que no lo somos, y dicho no por modestia, sino porque en realidad por nuestra parte, sí hemos caído en el conflicto interpersonal y en una actitud de rechazo por el estudiante por razones ideológicas que van más allá de la crítica social moderada, la cual caracteriza también al “buen Maestro”; de lo cual, en todo caso, ahora somos conscientes y tendremos que tratar de atenuar- sino nos vemos descritos, tan sólo por cuanto al ejercicio de la “Didáctica Concreta”)

 

Finalmente, como bien nos dice el autor de la fuente citada, Luis Ibarra Rivas, esa relación entre el ser y el deber ser, entre lo ético deontológico y lo ético teleológico, entre lo natural espontáneo y el modelo preestablecido: el “Buen Maestro”, que “encarna la producción social más eficiente (mundo objetivo de la disciplina científica y de la didáctica), más legítima (mundo de la norma), más querida (mundo de los afectos) y más divertida (mundo del juego)..., mostrando las formas duraderas de ser y de valorar construidas social e históricamente para dar la respuesta a la función que tiene la docencia en la sociedad”[4].

 

“Quienes fincan su acción docente (o sus teorías pedagógicas) –dice el autor-, en la escuela activa..., quizás pretenden negar la realidad construida socialmente en las facultades de la Universidad Autónoma de Querétaro”[5].  Pero aquí –obligados por el estudio de caso de nuestra investigación de tesis- bien podemos extrapolar, generalizar a la vez que particularizar: quienes fincan su creencia pedagógica en la variante de la “Escuela Activa” de las ideas psicoinstruccionales del cognoscitivismo constructivista, estamos seguros, niegan ese ser de la realidad socialmente construida en el aula de la Universidad Internacional en el Estado de Morelos, y pretenden ceñirle el estrecho corcé del modelo del deber ser, con el cuento o la afirmación dogmática o el embuste subjetivista en que primero se crea el “modelo ideal” de “Maestro” (el “Bueno”), de “Estudiante” (el que ahora si verdaderamente va a estudiar), de “Programa” (“científicamente” determinado con la rigurosa precisión de un “Plan de Clase”), de “Escuela”, etc.  Y luego lo que se busca es que la realidad se adapte a la teoría, que la realidad se apegue al “modelo” (porque, al fin, fue “muy inteligentemente” hecho); y si la realidad no se apega al modelo..., pues tanto peor para la realidad.

 

“El Buen Maestro es falible.  Sin embargo, sus formas duraderas de ser y de valorar son la mejor producción pedagógica que se ha puesto en práctica hasta ahora en el juego de la docencia, tanto desde el punto de vista objetivo (...), como desde el normativo y afectivo”[6].  Ello es así simplemente porque es lo socialmente reconocido.

 

He ahí la expresión, hasta ahora más completa que teóricamente podemos ofrecer en esos fundamentos particulares intrínsecos, de la “Didáctica Concreta”, mucho hay que decir del sinnúmero de sus particularidades, lejos aun de un planteamiento pedagógico formal.  La hemos referido como ejemplo de nuestro apoyo teórico, hemos dicho, particular intrínseco.

 

No obstante, así lo creemos, más que nuestros problemas particulares inherentes a nuestra práctica docente concreta –la cual por lo demás todos la conocemos: es intrínsecamente igual-, está el debatir los problemas fundamentales y generales, es decir, en común a todos y que son causa de nuestra práctica docente.

 

A nuestro juicio, el Laboratorio de Docencia no debe servir para darnos a conocer las particularidades de lo que ya sabemos acerca de nuestras prácticas docentes; ello es totalmente innecesario; tan innecesario como la fútil pretensión de “corregir” el estilo, es decir, la forma, de dar su clase de algún compañero (ya ni que decir de intentar “corregir” su contenido)  Mas hay un contenido que “corregir”: el de la realidad común a todos y que determina esa práctica docente alienada.

 

Si de un Laboratorio se trata y la temática es la docencia, el siguiente punto es determinar el problema docente a resolver (común a todos), y definido o planteado el problema, establecer la hipótesis, es decir, una posible explicación al problema, e implícitamente incluso hasta de su solución.  Todas las discusiones girarían en torno de ello, acopiando bases, fundamentos, argumentos científicos, etc., y  probar en el laboratorio si tal hipótesis es verificable..., lo demás, es perder miserablemente el tiempo, dilapidarlo en fatuidades, cómodas a los que sólo están aquí para obtener un “papel”.


[1]       Ibid. p.119

[2]       Ibid. p.122

[3]       Ibid. p.136

[4]       Ibid. pp.309-310

[5]       Ibid. p.310

[6]       Ibid. p.312.

 
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1 marzo 2010 1 01 /03 /marzo /2010 09:04

Clich--Educaci-n--Posgrado-Educaci-n

Haciendo un poco de Filosofía de la Educación:
la Didáctica Concreta (4/5)

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri

 

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica de Geografía Teórica
http://espacio-geografico.over-blog.es/;
México, 11 mar 10.

 

 

Y en un tercer punto, para terminar, justo del último texto que nos llegó a las manos de las lecturas en la Maestría en Educación: “La Educación Universitaria y el Buen Maestro”, de Luis Ibarra Rivas, podemos generalizar nuestro concepto a manera del Gran Relato, de la Gran Historia (no de ninguna miserable historia mínima) de la “Didáctica Concreta”.  En dicha interesante obra resultado de una sencilla pero muy aleccionadora investigación realizada en la Universidad de Querétaro, México en 1993; el autor se propuso determinar las características del docente comúnmente denominado de manera natural como “Buen Maestro” (así en su sentido común y no en la categorización que nosotros hacemos del concepto de Maestro en esta tesis, no obstante el mismo autor aclara que por el calificativo de “Buen Maestro”, no se refería al “mejor profesor”, ni al más bueno de la Facultad; y por otra parte, el concepto se refiere al “Buen Maestro” así, natural, y no en función de un modelo pedagógico o institucional, por el cual, dice Luis Ibarra, se “pretenden convertir en Buen Maestro a uno que no lo es”[1]), es decir, dice él, de aquellos docentes que “encarnaban las formas de valorar y de actuar más entrañables a cada una de sus facultades”[2].  Para ello participó y observó los cursos de cuatro “Buenos Maestros”, que dice él, no tuvieron reparo en consentir ser observados dada la seguridad en sí mismos: uno en la Facultad de Psicología, otro en la Facultad de Química, uno más en la Facultad de Contaduría, y finalmente otro en la Facultad de Derecho.

 

Algo que el mismo Luis Ibarra generaliza acerca del concepto del “Buen Maestro”, es que “las acciones de éstos no siempre se limitan a proveer información disciplinaria propia de las asignaturas que imparten, toda vez que, en ocasiones, rebasan las funciones generalmente consideradas como fundamental de los maestros de educación superior: trasmitir conocimientos de tipo técnico científico.  Más bien se trata de intereses que apuntan, práctica o pensadamente, a mundos mejores, a utopías, y no tato a la ciencia pura”[3].  En ese sentido, se da el gran rompimiento de los esquemas: no hay formales, solemnes y rígidos apegos a protocolares Programas y “Planes de Clase”, no es prohibitiva la digresión, no es condenable la “divagación”, entra en juego el espontaneismo.  Recordemos y tengamos presente en todo momento a los Maestros de la Escuelas de la Antigüedad, así como a Kepler y a Oersted.

 

El “Buen Maestro”, agregamos nosotros, se caracteriza por el ser un tipo osado, que trabaja siempre en el límite, al filo del deber ser, y por lo cual está permanentemente en riesgo, o como lo dice Luis Ibarra: permanentemente “...está en juego la legitimidad de lo que hacen o dejan de hacer...”[4], y nosotros agregaríamos lo que en todo caso es lo que esencialmente le caracteriza en esa temeridad y osadía: ese docente se mueve pues, en el profundo y desconcertante ámbito de la ética deontológica, va más allá del deber ser normado de la ética teleológica del común de las personas.  “El Buen Maestro –nos dice Luis Ibarra- casi no invertía energía o tiempo en el mundo de la norma, del deber ser”[5].  Se arriesga, y cuando falla, el costo es alto, pero a su vez, cuando le resulta satisfactorio, el premio es en alto grado elevado; ya nos lo hicieron ver Kepler y Oersted.  Y tanto más, cuando que –y he aquí lo caro a nuestra propio planteamiento-, en esa osadía participan entusiastas algunos de sus estudiantes.

 

A su vez, entrevistó a Directivos, otros profesores y a los estudiantes mismos, acerca de sus criterios o parámetros acerca del “Buen Maestro”.  Y así, resumimos nosotros, el “Buen Maestro” para los Directivos, es aquel que mantiene el control y el orden, que es “Buen Maestro” en la opinión de los estudiantes, que no tiene conflictos interpersonales, y que es congruente, es decir, que si pide a sus estudiantes que estudien, que participen con iniciativa y se comprometan con el trabajo que implique el diez de calificación, es porque él estudia y participa profesionalmente (cual Kepler, cual Oersted) en el compromiso con el trabajo que implica el “diez de calificación” para sí; si les demanda ser responsables, es porque a su vez él lo es.

 

En los criterios de los profesores acerca del “Buen Maestro” centralmente destaca: 1) el dominio de la disciplina, 2) su permanente actualización, y 3) interesa a los alumnos en sus disertaciones siendo como es, sin necesidad de procedimientos coercitivos (otra vez: Kepler y Oersted, que hemos tomado como referencia histórica)

 

Por último recoge la opinión de los alumnos, para los cuales, el “Buen Maestro” es aquel que, y aquí entrecomillamos por lo relativo de la opinión: “enseña muy bien, que se le entiende bien”; en el cual hay simpatía y a la vez es empático; que “sabe mucho”, que “domina la materia”; que “controla al grupo” sin regaños ni sermones, por su sola autoridad moral e intelectual; que es “justo”.

 

Luego Luis Ibarra pasa a describir las actividades en clase del “Buen Maestro” en cada una de las especialidades y Facultades ya mencionadas más arriba.  Empieza por describir el ambiente y las condiciones en que opera la clase, caracteriza tanto al docente como al estudiante, pero, a nuestro parecer, no obstante olvida dos factores fundamentales: 1) no menciona las edades de los docentes; quizás no tan relevante pero si sin duda importante; y 2) omite mencionar sus sistemas de evaluación, que para nosotros es un factor determinante.

 

No es el propósito el detallar sobre los resultados obtenidos por él, sería prolijo; pero resumimos generalizadamente acerca de las características del “Buen Maestro”: el pase de lista no es norma; se escribe con desparpajo en la pizarra, se borra con una mano teniendo el borrador en la otra, se es “un artesano que va construyendo su producto conforme va resolviendo, sobre la marcha, los problemas”[6]; no se hace despliegue de ostentosos recursos didácticos, más aun, ni siquiera se usan; no se apoya en ningún apunte ni mucho menos en el “Libro de Texto”; da la clase espontáneamente; la enseñanza del “Buen Maestro”, “se basaba en los actos de pensar..., los alumnos nunca dieron exposiciones.  Sólo el Buen Maestro tuvo esa responsabilidad y atribución”[7]; los jóvenes podían entrar y salir del aula sin más trámite; no lleva ningún tipo de acción para conminar al orden, deja que se produzca por sí mismo, por autodisciplina y con tolerancia.  “El Buen Maestro (logra) controlar la atención de sus estudiantes porque su actitud traslucía sus afectos, sus preferencias y disgustos...  (expone) la clase mediante el empleo frecuente de anécdotas, consejos y bromas...”[8]; “además de ser un experto en su materia, también (es) un ser con sentimientos acerca de su ciencia y del porvenir de sus estudiantes”[9]; en ocasiones se (permite) jugar con la ignorancia de sus estudiantes bromeando a costa de ellos.


[1] Ibarra Ruiz, Luis; La Educación Universitaria y El Buen Maestro; Ediciones Guernika; México, 1999; p.25

[2] Ibid. p. 18

[3] Ibid. p.50

[4] Ibid. p.56

[5] Ibid. p.142

[6] Ibid. p.102

[7] Ibid. p.103

[8] Ibid. p.112 (entre paréntesis –en lo subsiguiente- sólo cambiamos el tiempo del verbo, de pasado a presente)

[9] Ibid. p.115

 
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1 marzo 2010 1 01 /03 /marzo /2010 09:03

Clich--Educaci-n--Posgrado-Educaci-n

Haciendo un poco de Filosofía de la Educación:
la Didáctica Concreta (3/5)

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri 

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica de Geografía Teórica 
http://espacio-geografico.over-blog.es/; 
México, 8 mar 10. 
 

En un tercer punto examinemos la práctica docente de Hans Christian Oersted (1777-1851)  El 11 de septiembre de 1820 fue leída la disertación  científica de Oersted, contenida en cuatro páginas, en la Academia de Ciencias de París: se trataba del descubrimiento de la tan buscada relación entre los campos magnético y eléctrico, que se intuía existía, pero más de siglo y medio de estudios no había permitido demostrarlo, a tal punto, que el descubrimiento de Oersted se produjo como consecuencia de un experimento, para demostrar que tal relación no existía; y lo más interesante aun para los fines de la teoría educativa que aquí discutimos, fue que tal experimento y demostración, ocurrió en el ámbito de una clase normal del profesor Hans Christian Oersted, en ese año de 1820.
 

Existen distintas litografías que recrean aquel momento, la más significativa es precisamente la que se plasmó en la Medalla Conmemorativa a “Hans Christian Oersted, Teacher Scientist, 1820”.  Se afirma que este es el único descubrimiento científico realizado en una clase, lo cual de manera efectiva aceptaríamos que así lo es, pero hemos relatado ya el caso de la “genial intuición” –como lo dijeran Marx y Engels en estas situaciones”-, del modelo de los cinco sólidos perfectos de Kepler que lo condujo al descubrimiento de sus tres famosas leyes del movimiento de los planetas. 
 

El profesor de Física, Oersted, en un día como cualquier otro de la rutina educativa, recibió a sus alumnos en la Sala de clases.  Había preparado algunos dispositivos experimentales para mostrar a sus alumnos que no existía relación alguna entre el campo magnético y el campo eléctrico.  En la Medalla Conmemorativa a que hemos hecho referencia, se muestra esa escena en la cual, a la vista azorada de “cuatro estudiantes”; que bien sólo pudieran representar simbólicamente un mayor número; al borde de una mesa ven con extrañeza precisamente lo contrario de lo que el profesor Oersted les había advertido que ocurriría.  Y cabría pensar que por sus cabezas estaría pasando la idea de que, o entendieron mal las instrucciones, o lo que su profesor les había anticipado era falso.
 

Se ve ahí al profesor Oersted sosteniendo un cable en las manos, por el que, se entiende, está fluyendo la corriente eléctrica, y que lo tiende sobre una aguja magnética soportada libremente en un pivote.  La imagen es absolutamente clara, esa es la esencia del problema: la aguja magnética ha girado 90º y se ve perpendicular al cable de la corriente eléctrica.
 

En otro momento, en una historieta de caricaturas de nuestra propia manufactura, recreábamos “cuadro a cuadro” la escena que ahí imaginamos: al azoro de los estudiantes ante el discernir entre una instrucción mal entendida o una contradicción en su propio profesor, resolvían la duda desde el momento mismo en que –nos imaginamos al pobre del profesor Oersted- éste veía girar la aguja magnética en 90º cuando él había advertido justo que eso era lo que no iba a ocurrir, y él entonces hacía lo propio girando el cable de la corriente eléctrica en 90º para alinearlo a la aguja, la cual, obstinada, volvía a girar otros 90º.  En ese momento –no podemos imaginar otra situación-, los estudiantes de Oersted que finalmente comprendían que habían entendido bien las instrucciones y por lo tanto su profesor era el que había caído en contradicción, estarían esbozando la más amplia sonrisa, tapándose la boca para no exclamar la sonora carcajada, entendiendo que el palidecer y enrojecer del rostro de Oersted, al mismo tiempo que comenzaba a transpirar profusamente en su danza en torno al pivote persiguiendo con su cable en las manos a la necia aguja que lo eludía, debería ser como consecuencia de su error.  A su vista, su profesor se equivocaba abiertamente.
 

Pero esa condición de Oersted, lo que estaba revelando, era que se había hecho un descubrimiento científico.  Su desconcierto y su placer, debían ser infinitos. 
 

Mas lo que a continuación diremos de Oersted, se aplica por entero al mismo Kepler; transcribimos ahora –sin recriminación a la extensión de lo trascrito dado el texto, con ciertos arreglos, de nuestra propia autoría-, nuestras propias palabras de la ponencia presentada en el I Congreso Estatal Sobre Experiencias Didácticas en la Áreas de Ciencias Naturales y Matemáticas, en mayo de 1996:
 

Hasta aquí, todo lo expuesto, más bien parece hablar <<...al educador entendido en estas cosas, justo y aparentemente, “lo que no se debe hacer”.
 

Qué nos revela la extraordinaria anécdota de la lección de Oersted: 1) un profesor que no ha preparado su clase; 2) un profesor que, en consecuencia, improvisa, 3) un profesor que además, es de los notables de su tiempo; 4) un profesor que, seguido de lo inmediatamente anterior, imparte un tema en los límites del conocimiento de su tiempo en esa materia; y 5) digamos en suma, un profesor que violenta todas las leyes de la didáctica, es decir, el considerar si: a) los jóvenes estaba o no preparados, b) si la lección era o no adecuada a ello, c) si estaba o no claro el sentido o finalidad de la lección, y d) por demás evidente, que Oersted no sabía, sólo presuponía los resultados de su lección, en ningún momento se ocupó de hacer él antes el experimento que habría de demostrar a sus alumnos; y e) en consecuencia, qué tan objetivo o subjetivo fue.  Y en particular con respecto a la didáctica Ley del Efecto, acerca de que aquella actividad que conduce al éxito será muy superior a la que termina en fracaso, aquí quedó hecha polvo. 
 

 

                              Por lo dicho hasta aquí, se podría decir que se ha hecho la más furiosa crítica al maestro Oersted, pero por lo contrario, desde el punto de vista de la “Didáctica Concreta”, sólo de imaginarnos esa lección y sus secuelas, cómo habríamos deseado haber tenido un maestro así>>[9] -o como lo ha dicho Koestler: “debió ser una auténtica experiencia”.

 

 

                              Así, tanto Kepler como Oersted, son quienes más idealmente responden a nuestro concepto de maestro y mejor expresa en su didaxis el sentido de nuestro concepto de “Didáctica Concreta”: a) Oersted no era “un maestro más”, uno más de los reproductores simples, empíricos e irracionales de la norma establecida; b) Oersted, para ser maestro, era antes un investigador científico; c) Toda norma didáctica (recordemos que tiempo atrás ya Comenio había publicado su “Didáctica Magna”), es superada, no por lo que equivocando conceptos llamaríamos una “práctica docente científica”, sino correctamente dicho, la norma didáctica es superada por una práctica docente inmersa en un quehacer científico; independientemente de qué tanto dicha práctica docente como tal sea realmente científica, en la medida de su propia fundamentación teórica.  Lo anterior explica por qué Oersted no necesitaba “preparar la clase” y por qué “improvisaba”; es que el proceso hipotético-deductivo de sus investigaciones científicas estaban profundamente ligadas a su práctica docente.

 

 

                              Oersted había descubierto así la relación entre los campos magnético y eléctrico, volteó a ver a sus alumnos que se carcajeaban hondamente, y luego de un momento de entrecruzar miradas, les hizo de su conocimiento que eran testigos presenciales de uno de los más notables descubrimientos científicos.  Y entonces aquello debió haber dado lugar a la explicación y secuela de clases más extraordinarias, mas ciertamente, sólo en mayor medida para los estudiantes discipulares, para los capaces de seguir al maestro tanto más de cerca como les fuese posible; luego relativamente para los estudiantes en calidad de alumnos.

 

 

                              A un docente que hace investigación no sólo sobre su especialidad profesional, sino sobre su misma práctica docente con plena capacidad crítica y creativa, no hay necesidad de plantearle ningún tipo de “credo del Buen Maestro”>>[10]

 

                              En conclusión, es absolutamente absurdo el concepto de la “Microclase” en cuanto que pretenda trazar los lineamientos del “Buen Maestro”, que, como se vio en las sesiones de clase de esta Maestría, sólo se reducían a revisar y “recomendar” aspectos de forma, del estilo didáctico muy propio del docente, lo cual resulta una aberración baladí; cuando que lo que se debió haber discutido era el contenido, no del especialista, sino de la educación.


[9] Hernández Iriberri, Luis Ignacio; La Lección de Oersted: Didáctica Concreta; Memorias del Primer Congreso Estatal Sobre Experiencias Didácticas en las Áreas de Ciencias Naturales y Matemáticas; Colegio de Bachilleres del Estado de Morelos; Cuernavaca, Mor; mayo de 1996; pp.247-251.

[10] Hernández Iriberri, Luis Ignacio; La Evaluación Ético-Esteticista en el Aula Durante un Curso: La Evaluación por Autocompromiso; Tesis de Maestría en Educación, Universidad Internacional, México, 2005 (I Cap. 2 Didáctica Concreta)


 

 

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1 marzo 2010 1 01 /03 /marzo /2010 09:02

Clich--Educaci-n--Posgrado-Educaci-n

Haciendo un poco de Filosofía de la Educación:
la Didáctica Concreta (2/5)

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica de Geografía Teórica 
http://espacio-geografico.over-blog.es/; 
México, 4 mar 10.

 

Dos casos que ya nos muestran las complejidades de la educación actual, los tendremos en las experiencias, por un lado de Kepler en los ss.XV-XVI; y por otro lado de Oersted, en el s.XIX; para finalmente comparar nuestra propia práctica docente.

 

Así, Johannes Kepler (1571-1630), a decir de Jay E. Greene que como recopilador retoma estas ideas de los biógrafos de Kepler, Max Caspers, en su obra “Johannes Kepler”; y P. Moore, por su parte en “The Story of Man and the Stars”, uno de los gigantes sobre cuyos hombros se paró Newton: “el enigmático y fascinador Juan Kepler, astrónomo y astrólogo, matemático y místico”[1].  He ahí las primeras condiciones del ejercicio de la “Didáctica Concreta”: lo enigmático y fascinador, “lo astrológico y místico” por decirlo metafóricamente ahora así, cual lo propio del mago seductor; astrónomo y matemático, cual lo propio del sabio; y cual lo propio del utopista –cuyas características hemos considerado las esenciales en el maestro y trataremos especialmente en el III Capítulo-, Kepler, hace cuatro siglos, ya decía: “Veo una nave o unas velas acondicionadas a los vientos del cielo y habrá gente que no temerá siquiera el vacío del espacio interplanetario...”[2], citamos esto último de Yaroslav Golovánov; pero citando de Robert Strother, las palabras de Kepler son ahora: “¡Debemos construir una nave que surque el inmenso océano del Universo!”[3]; hoy, cuatro siglos después, dos naves de factura humana, si bien no tripuladas aun, los “Voyager I y II”, han salido ya del propio Sistema Solar y viajan rumbo a las estrellas.  Pero doce seres humanos han pisado ya el suelo lunar.  “Entre los tratados científicos de Kepler –nos dice Golovánov-, hay un trabajo extraordinario.  En 1609, Kepler, bajo el pseudónimo de “Duracotus” escribe “El Sueño o la Geografía de la Luna”, un cuento de ciencia ficción en el que considera una Luna con mares, bosques y ríos y habitada, la primera obra en la nueva literatura europea sobre el vuelo al cosmos”[4], y curiosidades de la historia, justo el día en que redactábamos estas líneas, recibimos un correo electrónico de “Noticias de la Ciencia” de la “Agencia Nacional de Aeronáutica y del Espacio” de los Estados Unidos (NASA), en el cual se dice:  “La Luna, el primer objeto del cielo nocturno que hemos visto la mayoría de nosotros, continúa siendo un misterio. Tormento de poetas, buscada por jóvenes enamorados, estudiada intensamente por astrónomos durante cuatro siglos, examinada por geólogos durante los últimos cincuenta años, visitada por doce humanos, ese es el satélite de la Tierra...  Y ahora, cuando estamos pensando en construir allí una casa permanente, surge la pregunta primordial: ¿Hay agua en la Luna? Aunque no haya sido detectada de manera definitiva, evidencia reciente sugiere que sí existe...  Antiguamente, los observadores creían que la Luna tenía agua en abundancia. De hecho, llamaron mares a las grandes llanuras de lava como la Mare Imbrium. Pero cuando Neil Armstrong y Buzz Aldrin aterrizaron en la Luna en 1969, no pisaron agua en el Mar de la Tranquilidad, pero sí roca basáltica. Nadie se sorprendió de eso; la idea de los mares lunares había sido reemplazada hacía décadas por la de llanuras de lava”[5].

 

Kepler fue, a partir de 1594, docente de astronomía y matemáticas en el Seminario Luterano de Graz, Austria –tomando ahora los datos de la obra “Kepler” de Arthur Koestler[*]- y fue allí donde publicó en 1596 “El Misterio del Universo”, o “Misterium Cosmographicum”, en donde daba cuenta del descubrimiento de sus famosas especulaciones con los sólidos perfectos.

 

Había partido de la idea empírica de que existiendo sólo cinco sólidos perfectos que podrían construirse en el espacio tridimensional, siendo todo en el Universo geometría, éstos podrían caber exactamente en los cinco intervalos que separaban las esferas celestes de los seis planetas hasta entonces conocidos: el tetraedro entre la esfera de Saturno y Júpiter; el cuadrado entre la esfera de Júpiter y Marte; el pentágono entre la esfera de Marte y la Tierra; el exágono entre la esfera de la Tierra y Venus; y el octaedro entre la esfera de Venus y Mercurio.

 

A partir del 1 de enero de 1600, la intolerancia en Graz lo empujó a irse a Praga invitado por Tycho Brhae a su Observatorio.  En 1600, aquel mismo año en que se condena en Italia a Giordano Bruno a morir en la hoguera por haber sostenido que el espacio es infinito y está poblado de estrellas tan grandes como el Sol, Kepler sale de Graz.  Un año después murió Tycho Brahe y él ocupo su puesto como encargado del Observatorio, donde permaneció hasta 1611.  De sus nuevos estudios en dicho Observatorio, Kepler publicó en 1605 o 1609 (las fuentes no están de acuerdo) su “Astronomía Nova”, o “Nueva Astronomía”, libro en el cual ya da a conocer sus dos primera leyes sobre las órbitas de los planetas (la de las órbitas elípticas, y la del recorrido de los radios vectores de un área igual en un tiempo igual)

 

Hasta poco antes de 1605 podemos imaginarnos a Kepler batallando con sus sólidos perfectos, llevaba trabajando en ello unos diez años; abandonó su modelo de las esferas y poliedros, en el momento mismo en que con los registros astronómicos de Tycho Brahe, en este último año descubrió que las órbitas eran elípticas.

 

Hasta 1619; justo el mismo año en que es monstruosamente torturado, arrastrado por un caballo, cortada la lengua y quemado vivo por el “Santo Oficio”, Giulio Cesare Lucilio Vanini (1585-1619), seguidor de los trabajos de Galileo y Pomponazzi; Kepler, estando ahora en Linz, volverá a publicar una nueva obra: su “Harmonice Mundi”, o “Armonía del Mundo”; si acaso poco antes en 1611, cuando deja Praga y va a Linz enseñando matemáticas por catorce años, escribe su cuento “Un Sueño o La Geografía de la Luna”, y publica su “Dióptrica”, en la que estudia sobre la construcción de telescopios; mas es en su “Armonía del Mundo”, en la cual expone su tercera Ley: “El cuadrado de los períodos de los planetas, son proporcionales a los cubos de sus distancias medias al Sol”.

 

Koestler narra en la biografía de Kepler insertando notas autobiográficas del propio Kepler que: “Las clases de este nuevo profesor debieron ser una auténtica experiencia.  Se consideraba a sí mismo un pobre pedagogo porque, como explica en su autoanálisis, siempre se excitaba –y así ocurría la mayor parte del tiempo-, <<se lanzaba –y aquí cita palabras de Kepler acerca de sí mismo- a una larga perorata sin tener tiempo de sopesar si lo que estaba diciendo era correcto>>.  Su <<entusiasmo y vehemencia son perjudiciales, y un obstáculo para él>> porque le llevan a hacer –dice ahora Koestler- continuas digresiones y siempre piensa en <<nuevas palabras y nuevos temas, nuevas formas de expresar o probar sus puntos de vista, o incluso de alterar el plan de su clase –dice ahora el propia Kepler de sí- o no decir lo que había pensado decir>>...  <<Esta es la causa de muchos paréntesis en su clase: se le ocurren de pronto todo tipo de cosas...  En este sentido, sus clases son agotadoras, o en cualquier caso desconcertantes y no muy intelegibles>>”[6], termina el autor Koestler este pasaje enormemente trascendente para entender el fondo de la “Didáctica Concreta”.

 

En su Serie “Cosmos”, el divulgador de la ciencia Carl Sagan, recrea una escena en la cual Kepler imparte una clase, cuidadosamente registrada por el mismo Kepler, impartida el 9 de julio de 1595.  Se le ve pues, tal como Kepler mismo se pinta en sus datos autobiográficos, en plena clase con sus púberes estudiantes del Seminario que se distraen y pelean entre sí omitiéndolo, cuando él, ensimismado y totalmente abstraído en la pizarra dibujando y analizando el modelo que acaba de ocurrírsele, dice Kepler: “El deleite que extraje de mi descubrimiento, es algo que jamás seré capaz de describir con palabras”[7]: era precisamente su modelo de los cinco sólidos perfectos, asociado a los seis planetas y sus órbitas respectivas.  Empezó allí esa marcha ascendente a partir de los datos empíricos de la realidad objetiva, hasta el descubrimiento científico que quedó establecido en su tres famosas Leyes acerca del movimiento de los Planetas.  Para cuando esto último ocurrió entre 1605 y 1609, una década después de aquella clase y la posterior publicación de su “Misterios de Universo”, con la publicación ahora de su “Nueva Astronomía”, como dice Koestler: “...el viejo Kepler había demolido prácticamente todos los puntos de libro del joven Kepler”[8].

 

Así se hace, crítica y creativamente, la ciencia; así es como se plantea hacer, crítica y creativamente, la “Didáctica Concreta”.

 

Hasta aquí, no lo olvidemos, hablamos de la didáctica, de la enseñanza, del acto unívoco por parte del docente.  De momento dejemos a los estudiantes ahí peleándose, del problema de su aprendizaje nos ocuparemos después y ya los reprenderemos, pues, haber tenido clases con Kepler –nos ha dicho Koestler –“debió ser una auténtica experiencia”; el problema es que debemos preguntarnos si esa experiencia se hubiese representado ante todos su estudiantes por igual y de la misma manera, y la respuesta sería: no.  Los estudiantes en calidad de inmaduros instructos lo omiten y pelean en clase, los estudiantes en calidad de alumnos inevitablemente se distraen sin entender la disertación del profesor; y sólo los estudiantes discipulares intentarán seguirlo fascinados compartiendo la extraña “locura”.

 

Por lo pronto, la práctica docente de Kepler nos ha mostrado los rasgos fundamentales de la “Didáctica Concreta”, la cual puede sintetizarse en esa actividad de investigación, de búsqueda, eminentemente crítica y creativa inherente al quehacer científico de su especialidad profesional, que aporta el conocimiento de lo que va a enseñar.  Expuesta en su esencia, en su vínculo con el estudiante, consiste en el siguiente aforismo: “cuando el discípulo esté, entonces; y sólo entonces; el maestro aparecerá”.  Entre tanto, la enseñanza será sólo un formalismo del docente en calidad de profesor, propio para el estudiante en calidad de alumno, una orientación ad hoc para el estudiante en calidad de algún tipo de autodidacta que le consulta convirtiéndolo a él como docente en calidad de asesor, y una vacuidad de texto de instructivo, idónea para el instructo.

 

Mas ese profesionista con una especialidad dada (como el astrónomo o matemático Kepler), ejerce adicionalmente otra especialidad al mismo tiempo: la docente, y cuya práctica indisolublemente ligada al estudiante, debe fundamentar teóricamente, no sólo con ese fundamento general y extrínseco, sino particular e intrínseco a que nos hemos referido más arriba; de modo que la existencia simultánea en el aula de cada estrato de lo que forma el concepto estudiante (instructo, autodidacta, alumno, discípulo), reciba simultáneamente en el aula el tipo y nivel de conocimiento que le corresponde, y así incuso quizás (dado que ello es independiente a la voluntad del docente y reclamará la capacidad de autocontrol del estudiante) <<los inmaduros “púberes”, de nivel universitario a que nos referimos en esta tesis, dejen de pelear o juguetear>> y no se distraigan y perturben la clase.

 


[1] Greene, Jay E; 100 Grandes Científicos; Editorial Diana, 7° Reimpresión, México, 1977 (v. Juan Kepler, pp.68-72)

[2] Golovánov, Yaroslav; Semblanzas de Grandes Hombres de Ciencias; Editorial Progreso, Moscú, 1986; p.126.                                                                                                                                                                                                                                                                                                 

[3] Strother, Robert; Hacia las Estrellas; en “Grandes Vidas, Grandes Obras; Kepler” Selecciones del Reader’s Digest; México, 1967, p.483.

[4] Golovánov, Yaroslav; Semblanzas de Grandes Hombres de Ciencias; Editorial Progreso, Moscú, 1986; p.122.

[5] Levy, David, H; Philips, Tony; Agua en la Luna; NASA; ciencia@nasa; abril 14, 2005 (subrayado nuestro)

[*]]Koestler, Arthur; Kepler; Editorial Salvat, Col. Grandes Biografías, No. 46; Barcelona, 1985.

[6] Koestler, Arthur; Kepler; Editorial Salvat, Col. Grandes Biografías, No. 46; Barcelona, 1985; p.p.20-21.

[7] Ibid. p. 25

[8] Ibid. p.37.


 
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1 marzo 2010 1 01 /03 /marzo /2010 09:00

Clich--Educaci-n--Posgrado-Educaci-n

Haciendo un poco de Filosofía de la Educación:
la Didáctica Concreta (1/5)

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri

 

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica de Geografía Teórica 
http://espacio-geografico.over-blog.es/; 
México, 1 mar 10.

 

Preámbulo.

 

Para exponer este ensayo, tomamos uno elaborado cuando hicimos la Maestría en Educación Superior, en ese entonces referido a los fundamentos de lo que se denominó un ejercicio de “microclase”, para la materia de Laboratorio de Docencia; en aquel momento, tomando una lectura de la materia acerca del “Buen Maestro”: Ibarra Ruiz, Luis; La Educación Universitaria y El Buen Maestro; Ediciones Guernika; México, 1999; ahora instalamos dicho ensayo aquí, como apuntes para el curso de “Filosofía de la Educación”.  Suprimimos en él el caso particular del ejercicio, que había sido explicado en no más de dos párrafos.

 

 

Introducción.

 

En un ejercicio de “Microclase” presentamos nuestro estilo didáctico, se trata ahora en este ensayo, de establecer la relación tal estilo didáctico con el concepto del “Buen Maestro”.

 

Recapitularemos en una primera parte nuestra exposición de tema poniendo el énfasis en esos puntos que se habrán de relacionar precisamente con el juicio acerca del concepto del “Buen Maestro”.

 

 

Nuestro Estilo Didáctico

 

En el concepto que segundos y terceros se hacen del “Buen Maestro”, están características como las siguientes:

 

1)  La necesidad de un conocimiento científico, y, 2) el procedimiento de evaluación, a lo que al respecto decíamos: “Para desarrollar esta actividad, se ha de poner en claro: a) un punto relativo a la evaluación del docente, y b) la forma de evaluación del estudiante.  En cuanto a lo primero, se ha de dejar en claro que en nuestra persona como docente, no opera la aplicación de los criterios psicologistas ni de “orden y disciplina” (pues se delega en el estudiante universitario esa responsabilidad), ni de “exigencia” (que en su definición de “demandar por derecho o por fuerza” no ejercemos ni como lo primero y menos aun como lo segundo, partiendo del supuesto de que el estudiante ha de ser el realmente interesado en el conocimiento y su formación), y mucho menos el criterio de “motivación” (pues entendemos que el estudiante universitario ha llegado a aquí por su libre voluntad de elección y no necesita “ser movido” externamente a ello, o bien en una segunda acepción, el estudiante universitario que se forma ya en el ámbito de su propia vocación, no necesita “razones para hacer” lo que por su propio interés ha elegido; más aun, deliberadamente podría “desmotivársele” esperando de él como respuesta un desplante profesional de su propia afirmación).

 

El docente en el concepto acerca del “Buen Maestro”, no puede entenderse, en consecuencia, sin ese fundamento científico y un compromiso decidido por la verdad de las cosas. Es en ello donde se finca su plena autoridad moral.

 

Ello explica el por qué nos es tan importante tanto el concepto del Maestro de las escuelas de la antigüedad griega, como un par de anécdotas sobre las figuras de Kepler y Oersted, y para lo cual extraemos los pasajes correspondientes redactados en nuestra tesis de esta Maestría en Educación:

 

El “Buen Maestro”, arranca de lo concreto, y así decimos; <<Tal determinación teórica particular e intrínseca radica en lo que hemos denominado: “Didáctica Concreta”, es decir, entendiendo por didáctica (de didaskalos, enseñanza), la actividad unívoca que realiza el docente.  Esa actividad se plantea como una “Enseñanza Concreta”, por lo cual a su vez lo que se da a entender es, sobre el fundamento de la teoría gnoseológica del reflejo, una enseñanza que tanto incide en la práctica del sujeto en la realidad objetiva viva como un todo, como desemboca en ella misma como una realidad objetiva transformada en una síntesis, luego de un proceso subjetivo de abstracción teórica mediante la cual dicho sujeto se apropia de la realidad objetiva y el conocimiento verdadero científicamente fundado.

 

“Enseñanza Concreta”, o “Didáctica de lo Concreto”, constituye un replanteamiento conceptual, respecto de la didáctica general psicologista, de los principales actores del proceso educativo: del docente, del estudiante, de la escuela, de los medios y recursos de enseñanza, de la forma y contenido del conocimiento, así como de la evaluación y el sentido de la evaluación del proceso mismo.

 

En la “Didáctica Concreta”, partimos del supuesto de un proceso unívoco de enseñanza en lo concreto, es decir, en lo multifacético de la realidad objetiva, que ha de ser abstraída en una de dichas facetas en determinados niveles de complejidad (descriptivo, analítico, y finalmente el sintético), demostrando su apropiación, haciendo uso principalmente del lenguaje, ya verbal –en lo preferente-, ya escrito; pero que a su vez se atiene incluso a la expresión no-verbal: al silencio, a la indiferencia, o a la manifestación de rechazo.  Todo ello “cuenta”.  La preferencia por la expresión verbal, es porque ésta manifiesta sin ambages la estructura concreta del pensamiento; y se secundarizan las demás expresiones verbales dado su carácter eminentemente simbólico abstracto.  La escritura, por ejemplo, implica por lo menos una doble reflexión, y cuanto más se reflexiona en ello, mayor la posibilidad de la tendencia al simbolismo abstracto, es decir, al dar mediante las palabras escritas un sentido especial.

 

Así, de las Escuelas de la Antigüedad, por las que hay que entender pues, más bien la doctrina del maestro, que la infraestructura; y de ahí que en ella se formaran básicamente discípulos, seguidores fieles de esa doctrina.  Podemos referir varias importantes, las primeras de ellas denominadas simplemente de acuerdo al lugar o las características del sitio, y así se tiene por ejemplo, la primera escuela, la “Escuela Jónica” o “Escuela de Mileto”, de los materialistas Tales, Anaximandro y Anaxímenes, en Mileto bajo el imperio ateniense, al sur de las costas de la Península de Antolia, Asia Menor (ss.VII-VI ane); luego la “Escuela de Éfeso”, del dialéctico Heráclito (ss.VI-V ane) a su vez en la Península de Anatolia, un poco más al norte de Mileto; la “Escuela de Samos” o “Escuela Pitagórica”, fundada por el idealista Pitágoras (s.IV ane), precisamente en Samos, isla de las Espóradas en el Egeo, vértice de un tríangulo equilátero junto con Mileto y Éfeso; o la “Escuela de Megara”, de Euclides, en esa ciudad; o la primera escuela fundada en Atenas por el materialista Anaxágoras (ss.VI-V ane)   O nombradas por el sitio en sí, como “El Jardín de Academos”, o simplemente “La Academia”, del idealista Platón (ss.V-IV ane); “El Jardín”, del materialsita Epicuro (ss.IV-III ane); o el gimnasio llamado “El Liceo”, de Aristóteles, conocida también incluso por el estilo de éste para impartir sus disertaciones a la vez que caminaba con sus discípulos, y por lo que se conocía  también como la “Escuela Peripatética”; o la “Escuela de La Plaza del Cánido”, o “Escuela Cínica” del idealista Antístines (ss.V-IV ane), en Atenas; la “Escuela Cirenáica”, del idealista Artístipo (ss.V-IV ane), en Cirene en las costas del noreste de Libia; la “Escuela Atomística de Abdera”, de los materialistas Leucipo y Demócrito (s.V ane), precisamente en Abdera, al norte del Mar Egeo.  Pero también se denominaban como “Pórticos”, por esos sitios cubiertos con arcadas y columnas que se construyen delante de un muro de fachada o de patio de los templos u otros edificios suntuosos: “El Pórtico Pintado” o “Escuela Eleática” de los materialistas e idealistas Jenófanes, Parménides y Zenón, en Elea (ss.VI-V ane), al sur de Nápoles en Italia; “El Pórtico Pecile” o “El Pórtico de la Estoa” de los materialistas e idealistas Zenón de Citio y Crisipio (ss.IV-III ane), en Atenas; y el “Pórtico Medio” de la filosofía eclecticista con Panecio y Posidonio (s.II ane)  Hasta que la última escuela de la Antigüedad será la fundada por el idealista neoplatónica Plotino en Atenas, la cual desaparece por decreto de Justiniano que promulga la prohibición de la enseñanza de la filosofía, en el año 529.

 

En todas estas escuelas, hemos dicho, la característica esencial es que representaban una doctrina de pensamiento a partir de un Maestro, y sus asistentes se definían por ese sólo hecho como discípulos.  Esta es la razón fundamental por la cual hemos vuelto a la escuela de la Antigüedad griega, pues ella expresa la esencia de las decididas directrices del proceso educativo hacia un desarrollo intelectivo y un progreso moral.  Frente a ella, la escuela moderna, la Universidad (cuyo nombre deriva de las organizaciones estudiantiles, las universitas, que ya se daban desde los primeros establecimientos en el s.XIII), que a partir de las enseñanzas cada vez más diversas desde las llamadas “Siete Artes Liberales” (el Trivium más el Cuadrivium) adquiere características cada vez mayores de un conocimiento universal, pero que al mismo tiempo disuelve imperceptiblemente esa esencial formación discipular en nombre de la “neutralidad” (luego confundida incluso con “objetividad”) en medio de ese saber universal.  Lo que en la escuela de la Antigüedad griega era una virtud que produjo enormes desarrollos: esa formación discipular, diríamos incluso doctrinal; en la escuela actual de la Universidad capitalista se toma por no pocos como un vicio, pero justo, prejuicio que provoca un enorme retraso.

 

Ciertamente lo que causa desasosiego es ese sesgo doctrinal; es decir, de una forma de pensamiento filosófico determinado; inevitable respecto del discípulo, es más, por lo que el discípulo se define.  Mas un concepto de escuela así no debe ser rechazado por ese hecho, dado que si bien el adoctrinamiento en este caso existe, éste sólo incide sobre el que lo ha aceptado y trabaja en forma omnipresente con el Maestro.  Para los demás, tal doctrina de pensamiento sólo deberá representar una de las tantas corrientes de pensamiento del saber universal, parte rigurosa de su formación.

 

Es el caso de la escuela socialista, en la cual no se niega la formación en la doctrina del pensamiento materialista en la lucha por el comunismo, educándose el estudiante como un ser omnilateral.  Es a ello precisamente a lo que se le llama la “posición de partido” en la ciencia, dado que ese saber no es neutral, en tanto determinado por la lucha ideológica de las clases sociales.

 

Dicho en sentido lato, hoy el proceso educativo es más complejo, pero precisamente sometiéndolo al sutil filo de “la Navaja de Occam” (simplificar al máximo el fenómeno para entenderlo), es que volveremos a redimensionarlo correctamente.
 


[1] De Ruggiero, Guido; Sumario de Historia de la Filosofía; Editorial Claridad, 1ª edición,  Buenos Aires, 1948.


 
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10 noviembre 2009 2 10 /11 /noviembre /2009 09:06

Clich--Educaci-n--Posgrado-Educaci-n

Filosofía de la Educación 
y Teoría del Humanismo.  Ensayo, 2009 (6/6) 
Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica de Geografía Teórica; 
http://espacio-geografico.over-blog.es/; 
México, 14 dic 09.

 

Conclusión

 

Al elaborar este ensayo con fines didácticos, involuntariamente se complicó, duplicó el espacio pensado para su redacción original, y ello en función de la reflexión que nos impuso, contribuyendo ésta –y desbordándose filosóficamente dejando atrás toda elemental didáctica– a hacernos entender a nosotros mismos el momento actual y sus circunstancias.  Al final, si de la ignorancia más absoluta; a la que por ejemplo llamaba San Benito; deriva la inconciencia más absoluta, y de ésta una indiferencia ante el mundo que otorga una cierta paz (ciertamente bestial); de un conocimiento más profundo y exacto derivará la conciencia más profunda y exacta, y de ésta, un responsabilidad y compromiso esclarecido ante el mundo, que otorga, por su parte, una cierta paz (ciertamente, en este caso, la más racional, y humana).

 

Debe concluirse obligadamente mencionando el papel fundamental de la Lógica en el proceso demostrativo hipotético-deductivo, y con ello la vigencia, ahora más que nunca, del método científico de la modernidad.

 

Asimismo, debe hacerse notar la importancia del enunciado de los fundamentos y con ello del marco teórico, y la consistencia con que con ello fue desarrollado el trabajo, y, siendo su propósito didáctico mostrar la importancia de esa consistencia sobre la base de cualquier otro fundamento teórico.

 

El ejercicio de la refutación no sólo nos ha permitido lo exhaustivo en la argumentación y la diversificación del problema, sino el mismo nos ha dado la muestra de ese requisito que eleva la calidad de un trabajo, que no deja resquicio a las ambigüedades.

 

La argumentación de los antecedentes, por definición de aquello de naturaleza histórica y que antes ha sido ya demostrado verdadero, nos plantea que la premisa: “El comunismo y su filosofía materialista dialéctica ateísta, es fundamento de la filosofía de la educación en tanto ésta es vía de libertad en el más elevado carácter ético-estético”, siendo verdadera, es ya un pilar sólido en la argumentación de la tesis; esto es: que “La más alta expresión del Humanismo, es el comunismo y su filosofía materialista dialéctica ateísta”, la cual a su vez hemos argumentado con la solidez que permite este espacio, asumiendo su veracidad a demostrarse mediante la hipótesis; de modo que, siendo ambas premisas verdaderas, dicha hipótesis: “La más alta expresión del Humanismo, es fundamento de la filosofía de la educación en tanto ésta es vía de la libertad en el más elevado carácter ético-estético”, habrá de ser, necesariamente a su vez, verdadera.  E, inversamente, demostrando la veracidad de la hipótesis, con ello se corrobora la veracidad misma de la tesis.

 

La inserción de notas al pie de página ha sido profusa, con la intención demostrar la importancia de las mismas en un trabajo a este nivel; y en cuanto a la inserción de citas, y con ello las referencias bibliográficas correspondientes y la bibliografía, por las razones didácticas que nos propusimos, ha operado más –vulgarmente dicho–, en la “pepena” de las mismas, que como resultado de las fuentes en un trabajo de investigación (en una autoexoneración, valga como excepción por ello).

 

Finalmente, este ensayo como reflejo de un curso, muestra que dicho curso ha sido ricamente productivo, y ello no ocurre en abstracto, sino como consecuencia de que se ha contado con estudiantes que lo han propiciado.

_____

 

Bibliografía.

 

Abbagnano, Nicola; Diccionario de Filosofía; Fondo de Cultura Económica; México, 1966.

Hernández Iriberri, Luis Ignacio; Teoría Educativa, Fundamentos e Implicaciones; Imprenta, México, 2007

_ La Evaluación Ético-Esteticista en el Aula Universitaria Durante un Curso; Tesis, Maestría en Educación Superior, México, octubre 2006.

Morin, Edgar, et al; Educar en la Era Planetaria; Editrorial Gedisa, Barcelona, 2002

Otahalova, Jirina; El Humanismo; en R. Chadraba, et al; “Renacimiento y Humanismo”, Enciclopedia Popular Nº 10; Editorial Cartago, Buenos Aires, 1965.


 

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10 noviembre 2009 2 10 /11 /noviembre /2009 09:05

Clich--Educaci-n--Posgrado-Educaci-n

Filosofía de la Educación
y Teoría del Humanismo.
Ensayo, 2009 (5/6)
Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri
“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica de Geografía Teórica;
http://espacio-geografico.over-blog.es/;
México, 7 dic 09.

 

5  Humanismo y libertad

 

Ante la tesis que nos planteamos, de que el humanismo más elevado es el comunismo; establecimos la hipótesis de que: “la más alta expresión del humanismo, es la libertad en el más elevado carácter ético-estético”.  Ello implicó entonces, recurrir a los antecedentes en que constatáramos históricamente que el comunismo era, tanto en su planteamiento teórico como en su práctica futura mediada a través del socialismo, a su vez, expresión de libertad.

 

Hemos aportado los argumentos de todo ello, y con base en ello, argumentaremos ahora la hipótesis, verificándola, en tanto las premisas mismas sean a su vez verdaderas.

 

En el apartado anterior destacó el concepto de libertad: la conciencia de la necesidad; ahora aquí trataremos primero sobre el más elevado carácter ético-estético del humanismo, en que se da esa conciencia de la necesidad; y en consecuencia, trataremos sobre la dialéctica ético-estética de su contradicción esencial, misma que tiene una expresión particular en la dialéctica, en lo que se denomina, la subsunción de la contradicción esencial; hablando de la situación particular del humanismo en las relaciones internacionales, o sea, entre los humanos de diversas etnias y culturas en la expresión de la libertad en sí, y de las relaciones exopolíticas, en lo que se denomina la libertad para sí.

 

La dialéctica de la contradicción esencial del Humanismo: la identidad consigo mismo y sus propios conocimientos y capacidades, frente a su desecho como ser y suplantación por el ente del alma; el ateísmo frente teísmo; o la libertad del ser humano ante el ser sojuzgado mediante ataduras ultraterrenas; ha sido una lucha dada en el escenario de los últimos cinco siglos; ha sido la lucha del ser humano por su conciencia en sí como ser humano.  Pero en las últimas dos o tres décadas del siglo XX, ha sido el umbral en donde lo alcanzado se ha ido perdiendo, se ha ido cayendo cada vez más en un proceso de deshumanización, de enajenación y alienación del ser humano; la década de los años noventa han sido un fino dintel, a tal punto que en la primera década del siglo XXI, es ya la franca antesala de una nueva edad oscurantista; difícil de percibir ahogados como estamos en un mar de ciencia y tecnología, de aparente información sin límites; pero donde esa ciencia y tecnología está enajenada a la sociedad y puesta de manera dispersa y fraccionada incluso, en la diversidad de los laboratorios de los consorcios monopólicos trasnacionales; y en donde esa aparente información, sin posibilidad de ser analizada críticamente, se convierte en alienación.

 

El ser humano terrenal y mortal de desecho, en contradicción al alma celestial e inmortal perdurable, ha cambiado cualitativamente en su proceso dialéctico determinada por las condiciones objetivas; y prima ahora, en la solución de ella, la fase dialéctica del recurso lógico de la subsunción: el subordinar el juicio de esa contradicción ya antagónica, a un juicio más general de una contradicción mayor (o dicho con rigor lógico, hacer del sujeto, predicado de otro juicio), en donde el opuesto viejo excluido, el alma, se metamorfosee en el opuesto nuevo en una nueva identidad: el ser humano; lo cual implica el momento de la solución simultánea de la consumación de la conciencia en sí, y del inicio del proceso de la conciencia para sí; esto es, de resolver ahora cuál es su propio fin y organizar planificadamente ese desarrollo.

 

La conciencia en sí; nuestra identidad como seres humanos; en la última etapa de esos cinco siglos de su proceso; social y políticamente tuvo que ver con la creación y el papel de la Organización de las Naciones Unidas (ONU); de “Nosotros los pueblos del mundo...” como reza en su Carta Fundacional.  La ONU (y su antecedente en la Liga de las Naciones), es una primera forma de ese intento por el propio fin y la organización, por lo menos racionalizada, del desarrollo de la humanidad en su conjunto.

 

Hoy, esa ONU en manos exclusivamente de la clase social burguesa conservadora mundial, no sólo no es vía de solución, sino sede y foro principal del proceso de alienación mundial.  Todo ello, como todo nuestro sistema económico, social y político actual, pronto habrá de derruirse hecho añicos por la fuerza de las cosas en el desarrollo natural de la sociedad.  Y a ello habrá de contribuir, en el plano teórico, la subsunción real de la contradicción esencial, dada ésta por extensión de las relaciones internacionales mismas; es decir, por extensión de las relaciones entre las culturas del mundo, a las relaciones de la cultura humana como un todo único en sí mismo, frente a una cultura que le sea externa; en todo caso, y en el mejor de ellos, ante una cultura que sea el alter ego mismo de la cultura humana tomada en su conjunto o totalidad; ético-estéticamente nuestro otro yo, en la consideración de la posibilidad de la relación con una civilización no-humana inteligente.  Nada será más fuerte que este principio dado en esa posibilidad, para el proceso de la conciencia para sí de la humanidad, que es la más plena expresión de la conciencia de la necesidad, de la libertad.  Ello consuma su identidad, pero a la vez nos pone en un plano más vasto de una nueva contradicción; y más aun, si la mera posibilidad teórica, se hace posibilidad real.

 

Y si esto es verdad –como creemos que lo es y lo hemos verificado–, entonces es verdad que “la más alta expresión del humanismo, es la libertad en el más elevado carácter ético-estético”, lo cual demuestra que “la más alta expresión del Humanismo es el comunismo y su filosofía dialéctico materialista ateísta”.


 

 

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10 noviembre 2009 2 10 /11 /noviembre /2009 09:04

Clich--Educaci-n--Posgrado-Educaci-n

Filosofía de la Educación
y Teoría del Humanismo.
 Ensayo, 2009 (4/6)
Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri
“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica de Geografía Teórica;
http://espacio-geografico.over-blog.es/;
México, 30 nov 09.

 

4  El Humanismo es el comunismo

 

Analizaremos ahora la segunda premisa o premisa de nuestra tesis: “La más alta expresión del Humanismo es el comunismo y su filosofía dialéctico materialista ateísta”.

 

Uno de los aspectos de la mayor importancia, es entender si el comunismo no es mas que una especie de “bello sueño irrealizable”, una utopía más, o un proyecto de organización social científicamente fundado y cuya aparición y desarrollo está sujeta a leyes económico-políticas y sociales, y es, por lo tanto, una condición de necesidad.

 

Con la Revolución Francesa, el capitalismo finalmente ha consolidado su orden de cosas.  Pero el capitalismo, en la plenitud de su triunfo, hace aparecer plenamente definida como clase social, a su sepulturero: el proletariado.  Y a partir de ahí, en el seno de la llamada Revolución Industrial, el proletariado iniciará su lucha por la emancipación, contra el capitalismo; primero tímidamente apenas con reivindicaciones prácticas económicas y políticas elementales como las expresadas por las luchas del Cartismo en Inglaterra desde principios de los años treinta del siglo XIX; luego con reivindicaciones teóricas filosóficas y sociales que dieron lugar al socialismo utópico, socialismo utópico ahora del siglo XIX, expresado por pensadores tales como Saint Simon (1760-1825), que participó con los independentistas norteamericanos y fue un jacobino en la Revolución Francesa; para él, la sociedad futura era el mismo capitalismo de la propiedad privada de los medios de producción social, pero científicamente organizado y con una producción planificada; Fourier (1772-1837), crítico de la sociedad burguesa, atribuyéndole un papel fundamental a la educación en la organización de la sociedad en falanges de producción y distribución; y Owen (1771-1851), gran industrial capitalista inglés filantrópico ateísta; hizo la crítica al capitalismo en sus aspectos esenciales, atribuyéndole, al igual que Fourier, importancia fundamental a la educación, proponiendo la organización social mediante comunas y su federación autogestionaria, que fue el germen del sindicalismo.

 

Parte de ese proceso fueron las luchas del anarquismo.  El anarquismo como teoría sociopolítica fue fundada por el filósofo idealista partidario de los “jóvenes hegelianos”, Max Stirner, pseudónimo de Kaspar Schmidt (1806-1856), cuya obra “El Único y su Propiedad”, 1845, desarrolla el sistema anarquista a partir de un “Yo” egoísta, fuente de su propia moral y derecho, justificando en esa individualidad la propiedad privada, y en donde ese “Yo” tiene al mundo mismo, sin más nada por encima de él, como su propiedad.

 

Entre otros anarquistas importantes, están: Prudhón (1809-1865), idealista ecléctico; hizo de la dialéctica hegeliana un esquema mecánico maniqueo.  Proclamó a la gran propiedad capitalista como un robo, defendiendo en su lugar la pequeña propiedad capitalista.  Imaginaba la sociedad organizada mediante un intercambio equitativo entre productores.  Bakunin (1814-1876), seguidor del pensamiento de Fichte y Hegel, partía de que el principal opresor de la sociedad era el Estado apoyado en la ficción de Dios, y proponía una federación de asociaciones agrícolas y fabriles.  Desconociendo la organización del proletariado, emprendía una actividad conspirativa de unos cuantos revolucionarios.  Y Kropotkin (1842-1921), geógrafo ruso, partidario de la filosofía positivista de Comte (1798-1895), y Spencer (1820-1903), mezclado con el materialismo mecanicista; al final de su vida, viendo el triunfo y resultados de la Revolución Socialista en Rusia de 1917, desarrolló la idea del anarco-comunismo, como una sociedad formada por una federación de comunas de producción.

 

El siglo XIX fue, pues, un siglo de organización y desarrollo de las teorías filosóficas, económicas, sociales y políticas del proletariado, como una clase social con intereses y anhelos totalmente distintos de la clase social burguesa.  Pero si en su primera mitad dominó el socialismo utópico en las mentes de los trabajadores, en la segunda mitad domina el socialismo científico.

 

Los primeros escritos de la teoría del comunismo aparecen, de hecho, con la publicación de los Manuscritos Económico-Filosóficos, en 1844, de Karl Marx, y pronto, en 1847, aparece, redactado junto con Engels, el Manifiesto Comunista.

 

Mientras la teoría del anarquismo era un resultado del socialismo utópico, la teoría del comunismo fue resultado del socialismo científico: fue este la explicación, sujeta a leyes filosóficas de la dialéctica materialista y de la economía-política, del proceso necesario del desarrollo de la sociedad y por lo tanto de la aparición e instauración del socialismo, como fase de transición del capitalismo al comunismo.  El voluntarismo del “capitalismo perfeccionado” sin Estado, expuesto por el socialismo utópico y el anarquismo; fue suplido por la teoría de la abolición de la propiedad privada capitalista, a través del Estado de la democracia socialista, en donde el proletariado toma el poder reemplazando el poder de la burguesía, e inicia un nuevo proceso de educación, esencialmente moral, de las masas populares.

 

Luego de las experiencias de las fallidas revoluciones de 1848 en todo Europa y posteriormente de la experiencia de la Comuna de París de 1871, que dio lugar a la primera experiencia de un poder proletario que apenas duró tres meses, casi medio siglo después, en 1917 en Rusia, triunfa históricamente la primer revolución socialista en el mundo.  A partir de ahí, el siglo XX será un siglo de experiencias diversas de instauración mundial del socialismo (algunas como consecuencia de la toma del poder por los combatientes comunistas en los países escenario de la II Guerra Mundial tras la derrota del nazismo; algunas efímeras, otras por demás sui géneris, como fue en África; y algunas más, terriblemente negativas, como el caso de Camboya).  Luego de la Revolución Rusa de 1917, destacarán la Revolución China, que triunfa en 1949; la Revolución en Corea triunfante en 1953; la Revolución en Cuba victoriosa en 1959; la Revolución en Vietnam, que consuma su victoria en 1975; y el triunfo de la Revolución de Angola en ese mismo año.  Cada una respondió a procesos distintos de sus propias luchas nacionales: el rompimiento con vestigios feudales, la unidad nacional, el anticolonialismo, la lucha contra el nazismo y el fascismo, o la democratización capitalista burguesa misma.

 

En cada caso en todos estos antecedentes desde principios del siglo XIX, ello respondió al interés por el rompimiento con todo aquello que atenta contra la dignidad humana: el atraso social, la opresión, el sometimiento y explotación colonial; y las necesidades teóricas y prácticas de una sociedad más justa y libre.

 

Toda esa experiencia está por sintetizarse y su discusión, incluso, desborda el marco y propósitos de este ensayo; no obstante, para los fines del mismo, es necesario exponer resumidamente la teoría misma del comunismo, en tanto que lo que buscamos es mostrar cómo éste es expresión de libertad y en consecuencia de la plenitud del humanismo.

 

Así, brevemente para terminar la argumentación de esta premisa, si el capitalismo se caracteriza por el acaparamiento en unos cuantos de aquello que produce para todos, y mediante ello crean riqueza y poder dominando y explotando el trabajo de la sociedad; y razón por la cual no pueden estar más interesados que en la confusión de las mentes de este nuevo tipo de “súbdito” impidiendo su desarrollo humano, su cultura, su conocimiento científico, su recreación y esparcimiento dignificando su espíritu; el capitalismo y sus procesos de enajenación y alienación lo que significan es enteramente la deshumanización del ser humano.

 

En consecuencia, lo opuesto a todo ello, será la humanización del ser humano; y en ese sentido, es la organización de la sociedad en una sociedad socialista, en donde todo cuanto produce para todos, es administrado por el Estado bajo la democracia socialista o proletaria, en beneficio de todos, de modo que la riqueza socialmente generada, se redistribuye en la misma sociedad propiciando su bienestar material y espiritual cada vez mayor.

 

Con ello la desigualdad social expresada en las diferencias de clases sociales se extinguirá con el paso de las generaciones, a la par que éstas adquieren un nuevo código moral en una verdadera conciencia ético-social.  Al final, el Estado mismo que apareció en la historia para proteger los intereses de las clases sociales en el poder, no habiendo más clases sociales, se extinguirá luego de haber cumplido su misión de organización de la transición social, suplido por las funciones autogestivas de la organización de la nueva sociedad.

 

Y en algún punto indefinido de este proceso, aparecerá como esa nueva sociedad, la sociedad comunista, la sociedad de los comunes; esto es, de aquellos que se reconocen en igualdad de condiciones económicas, sociales, políticas y culturales, regidos por una alta moralidad que los hará conducirse siempre en beneficio, no personal e individualista, sino de los demás; porque el otro, los demás, actuando así, propiciarán a su vez el beneficio personal de aquel.

 

Y nada de esto es un “sueño irrealizable”, ni utopía a manera de mera idealización de un gran anhelo de sociedad; por el contrario, es ya el gran propósito científicamente fundado de la futura construcción social, aquello a lo que la sociedad va de manera necesaria, lo cual fue descubierto científicamente por Marx y Engels; y a lo que se va, ya por la iniciativa del proletariado en su capacidad para la toma del poder, ya por la naturaleza de las cosas en la descomposición del capitalismo, que, paradójicamente, en su propia monopolización, en su misma “globalización” económica y política, crea las condiciones materiales y estructurales en el tránsito a la sociedad socialista mundial misma.

 

Como fundamento teórico de este proceso, está la dialéctica materialista, la interpretación filosófica del mundo, propuesta para ser usada como herramienta y arma para la transformación del mismo.  En ese sentido, ésta es el fundamento del verdadero método científico, pues la ciencia no tiene por más fin esencial, que el darnos el conocimiento verdadero acerca del mundo, para apropiarnos de él, transformándolo.

 

En la temática tratada, el humanismo, la dialéctica materialista está vinculada al problema de la interpretación, ya monista, o ya dualista, del mundo.  Esto es, porque la interpretación dualista corresponde al pensamiento idealista y religioso, en el cual se considera que simultáneamente existen como entidades ambas con una existencia real, la materia; el mundo de los objetos materiales fuera de nuestro pensamiento; y el alma.  De ahí el esfuerzo de esta posición por intentar unificar la ciencia y la fe, no obstante por su naturaleza, sean estas absolutamente contrapuestas.  Y de ahí que al dualismo se le contraponga el monismo.  Así, la interpretación monista corresponde al materialismo y a la ciencia, en el cual se considera que lo único realmente existente es la materia.  Y de ahí el esfuerzo de esta otra posición, por separar las creencias fantásticas de la rigurosa demostración científica, y el mundo mítico de la fe que reclama del dogma, y no de la demostración científica de la verdad.

 

Este momento histórico de la pretendida “posmodernidad”, que no es mas que palabrería que pretende ir en lo más avanzado a la modernidad, pero que en realidad no es sino una vuelta al oscurantismo medieval, es reflejo de esa descomposición, de esa incapacidad del capitalismo para ir progresivamente a más; lo cual explica la vuelta a las posiciones del dualismo.

 

Por otra parte, en la parte social, de momento el proyecto social socialista está totalmente perdido; y ello habla entonces de un proceso social que habrá de ocurrir en la naturaleza de las cosas, si bien en la barbarie extrema, producto combinado tanto de la falta de alternativa, como de la irracionalidad propia del capitalismo.  Pero la humanización del ser humano no ha sido a lo largo de la historia de los últimos cinco siglos, sino una lucha desgarradora, proporcionalmente, primero, al poder del clero, al romperse históricamente con la sociedad feudal; y segundo, al poder del capital, al estarse rompiendo históricamente con la sociedad actual.
 


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10 noviembre 2009 2 10 /11 /noviembre /2009 09:03

Clich--Educaci-n--Posgrado-Educaci-n

Filosofía de la Educación
y Teoría del Humanismo.
Ensayo, 2009 (3/6)
Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

 "Espacio Geográfico", Revista Electrónica de Geografía Teórica,
http://espscio-geografico.over-blog.es/
México, 24 nov 09.




3  El comunismo y la filosofía de la educación ético-estética

                                En la idea resumida del título de este apartado se condensa la premisa antecedente del silogismo demostrativo: El comunismo y su filosofía materialista dialéctica ateísta, es fundamento de la filosofía de la educación en tanto ésta es vía de libertad en el más elevado carácter ético-estético.  En consecuencia, en lo subsiguiente, dejados atrás los protocolos de exposición de fundamentos y refutación de tesis contrapuesta, aportaremos brevemente los argumentos de la veracidad de esta primer premisa, o premisa antecedente, en el procedimiento lógico demostrativo de la temática de este Ensayo.

                                En nuestra tesis sostenemos que Humanismo es comunismo, pero a la vez, aquí sostenemos que comunismo es libertad.  Luego entonces, aquella elevada categoría que más esencialmente caracteriza al humanismo, es el valor de la libertad.


                                Mas la libertad no es un concepto simple y absoluto, en común en todas las formas filosóficas del pensamiento; por lo contrario, ha sido uno de los conceptos más complejos a lo largo de la historia de la filosofía.  En ésta, se han sintetizado tres interpretaciones básicas acerca de esta categoría: 1) aquella en que la libertad se entiende como autodeterminación; 2) aquella en que se entiende como la voluntad y posibilidad; y 3) aquella en que se entiende como conciencia de la necesidad.


                                El más pleno concepto de la libertad, es aquel en el que se asume como autodeterminación.  Sin embargo, en la práctica social, ello no es posible.  La autodeterminación sería sólo un atributo de Dios, éste sería el único que estaría en posibilidad de ser causa absoluta, sin relación a nada, de sus propios actos.  La libertad como autodeterminación, es sólo una idealización teórica.


                                La libertad como voluntad y posibilidad, es el concepto asumido por la sociedad capitalista.  Se es libre, no sólo en la medida de que se quiere ser, sino de que se puede.  Y lo que limita la posibilidad de la plena libertad de uno, es la posibilidad de la plena libertad del otro.  Pero allí donde la libertad resulta limitada, debe ponerse en entredicho el concepto mismo de libertad.


                                 En consecuencia, un tercer concepto de libertad media entre ambos extremos (entre la libertad plena socialmente imposible, y la libertad limitada filosóficamente en entredicho), y este es en donde la libertad se entiende como conciencia de la necesidad.  Se es libre en la medida de la conciencia de aquello en que, por la naturaleza de las cosas, se está obligado a hacer.  Esto es, que la realidad objetiva es la que condiciona nuestro estado de libertad, y alcanzamos esos estados, en la medida de nuestra conciencia; esto es, de la conciencia, no como un asunto místico de “interiorización”, sino de nuestros conocimientos científicos acerca de las condiciones de la realidad objetiva, y de la responsabilidad individual y compromiso social (eminentemente moral) que asumimos frente a ello.

                                La libertad como conciencia de la necesidad, es autodeterminación, pero en la determinación de las condiciones objetivas sobre las cuales se puede actuar, y ya no de los intocables intereses de terceros.

                                Este es el concepto de libertad en el marxismo, en la dialéctica materialista, en el comunismo.  En consecuencia, es la libertad del humanismo, en donde el ser humano, y sólo el ser humano sin predestinación divina alguna, es causa de sus propios actos, a su vez, en las determinaciones de las condiciones objetivas de las cuales ha de tener un conocimiento lo más científico; y en las cuales asume una responsabilidad y despliega en consecuencia un compromiso social, que como tal, no puede ser en principio, mas que moral.


                                La libertad es pues, condición del acto moral; esto es, de la conducta volitiva, consciente, frente a nuestros semejantes.  Cuanto más la libertad quede normada por el estatuto de ley o de derecho, más se pierde; y en consecuencia, ganar la libertad implica cada vez una mayor conciencia moral; que no desconoce la norma de derecho, pero que siempre estará muy por encima de ella; o dicho de otro modo, ganar la libertad implica cada vez una mayor comprensión teórica de la moral.  Y ello lo que significa, es poseer cada vez más, un fundamento ético; en tanto la Ética es la ciencia de la moral.

                                 Si éticamente la libertad responde a un compromiso social, humano, el supuesto del despliegue real de la misma no puede ser sino en una sociedad igualitaria, de comunes; es decir, en una sociedad socialista y tanto más en una sociedad comunista.  De ahí que la sociedad capitalista, incapaz de dar lugar a este tipo de libertad con fundamento moral, asuma como concepto de libertad el precepto jurídico de “la voluntad y posibilidad ante los derechos de terceros”, donde priva la hipocresía, la mezquindad, y el egoísmo de los intereses individualistas.
 

                                 Más aun se aprecia la condición social y de culto a lo humano (por lo cual se entiende el término “humanismo”), cuando la educación como forma de ese perfeccionamiento humano, se entiende no sólo en lo social y moral, sino como formación social ético-estética.


                                  El humanismo alcanza su estado más elevado, en sus relaciones estéticas; esto es, en la distinción clara entre los conceptos de lo bello y lo feo*, así como del entendimiento del arte como el acto creativo.


                                  Para terminar este apartado, nos referiremos sólo brevemente al principio humanista que deriva de la polémica entre Arrio y Atanasio (s.IV); dada previamente al inicio formal de la Edad Media; que de hecho constituyó la primer herejía; en donde el debate consistía en aclarar si Jesús era un ser humano divinizándose (Arrio), o si Jesús era Dios mismo humanizándose (Atanasio).  En la teoría del Humanismo, podemos decir que Jesús ahí, es sólo una representación de la figura humana, de modo que entonces podamos decir, si el ser humano es el ser humano divinizándose, o si es Dios humanizándose.


                                  El fundamento ateísta del Humanismo hace asumir por definición la posición arriana, pero no en tanto el ser humano en su transfiguración divina como un ente sobrenatural, sino, estéticamente, en tanto el ser humano, como ser humano, alcanzando estados de perfección.

 

                                  Más aun, estéticamente, el arte en el acto creativo dado en el hecho de educar al otro como acto de humanización del ser humano por el ser humano mismo, constituye precisamente ese hecho de perfección del ser humano, en donde éste ve su propia realización social humana; es decir, el hacerse socialmente un ser humano real; en tanto es capaz de reconocerse perfeccionado en el otro al que crea educándolo, en su alteridad como alter ego, en el cual se ve a sí mismo perfeccionado.  “Un humanista, es aquel cuya espiritualidad propia; a diferencia del místico escolasta cuya espiritualidad la reconoce perfeccionada con su alma en gracia de Dios; el humanista la reconoce perfeccionada en el mundo terrenal de los mortales en sociedad, y por ende, en su alteridad, en tanto su alter ego”[1].  Y el ser humano, se hace el ser humano-Dios**.
___

*       La distinción clara entre los conceptos de lo bello y lo feo, no se refiere a la distinción clara entre qué cosa es bella y qué cosa es fea, lo cual tiene grados de relatividad; sino se refiere justo a eso: al concepto de lo bello o de lo feo.

[1]   Hernández Iriberri, Luis Ignacio; La Evaluación Ético-Estéticista en el Aula Universitaria Durante un Curso; Tesis, Maestría en Educación Superior, México, octubre 2006; p.139.

**     Y en un análisis más profundo, podríamos ver que aun reconociendo la existencia de Dios, Dios no sólo se encontraría ahí a sí mismo en su creatura; en un proceso creativo de un Dios por definición atemporal y aespacial, por lo cual el acto creativo divino no puede reducirse ni a un momento ni a un lugar, siendo más bien un proceso, y precisamente el proceso de humanización del ser humano; sino se vería a sí mismo perfeccionado, siendo al final, el ser humano superior a Dios mismo, por no más que el propósito original mismo Dios.  Y la sola nota muestra claramente el desbordamiento de los fines de este Ensayo.

 


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