Comentario a, O. Spiridónov, Constantes Físicas Universales. Artículo, 2011 (4/5).
Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.
“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica
de Geografía Teórica.
http://espacio-geografico.over-blog.es/; 13 nov 11.
Como expone Spiridónov, hablar de esta teoría moderna de la gravitación de Einstein sería inmaduro, si antes no se considera lo relativo a la aparición de otras constantes, siendo la primera de ellas, la constante de Avogadro, y luego la de Boltzman, acerca de los gases, de donde dice Spiridónov. “El relato sobre la constante de Avogadro es, en realidad, una narración sobre la estructura de la sustancia”[1].
Hablar de estas constantes sobre la estructura de la sustancia antes de volver a la teoría de la gravitación, pues, no es casual, dado que desde Newton, con el éter, se buscaba la sustancia misma del vacío; y Spiridónov, necesariamente en el relato de esta historia, se remite a la teoría griega de los Elementos, de la que éste dice: “”En dicha teoría no surgía por completo el problema de la estructura interna de la sustancia. Tal vez, lo único que valía de esta teoría era que señalaba la posibilidad de transición de unos elementos a otrosa determinadas condiciones”[2]; a la vez que, paralelo a ello, históricamente aparecía la teoría atomística de Demócrito, directamente acerca de la estructura interna de la sustancia.
En el renacentista siglo XVII, a decir de Spiridónov, es con Pedro Bayle (1627-1691), que se rescata la teoría corpuscular de la estructura de la sustancia; retomada por Lomonosov (1711-1765), Lavoisier (1743-1794), y Dalton (1776-1844); hasta que la controversia entre la teoría atomística de Dalton y la ley de Gay-Lussac que la refutaba, fue resuelta a principios del siglo XIX con la teoría molecular de Amadeo Avogadro, logrando unir ambas teorías.
Con la teoría molecular de Avogadro se tiene una especie de una posible geografía de 1 cm3 de agua, en el que se puede saber la cantidad de moléculas de agua, el volumen ocupado por éstas, sus dimensiones y las distancias entre las mismas.
Y lo anterior no es, de ninguna manera, una analogía graciosa, sino una analogía fundamental para tratar de entender la naturaleza del espacio, y que Spiridónov va a destacar en función de la aparición de nuevas categorías para identificar la estrucutra de la materia (es decir, en este caso, identificar cómo está organizada la realidad objetiva en su conjunto): “Es especialmente necesario subrayar –dice Spiridónov–, el corolario importante que se desprende de la hipótesis de Avogadro. En lugar de las relaciones sobre la estructura continua de la sustancia, ella, después de las teorías de R. Boyle y J. Dalton, consolida en la cienciael concepto de la estructura de la sustancia discontinua, granular, elemental, o como se suele decir, discreta”[3]. Esa estrucutra en el espacio mesocósmico, corresponde a la relación entre los estados discreto y continuo del espacio; esto es, la relñación de los fenómenos y sus dsitancias o geometría.
De la tercera historia de las constantes físcas universales de Spiridónov, éste se refiere al electrón, y acerca de las fuerzas eléctricas cita de Lomonosov: “una materia invisible fuera del cuerpo electrizado que es precisamente la que efectúa esa acción”[4], del que más adelante, retomando a Faraday, dice: “es un medio material que ocupa el espacio “vacío” a través del cual se transmite la interacción eléctrica y magnética de un punto a otro”[5].
La cita resulta importante por dos razones: 1) el campo (en este caso eléctrico o magnético), es un medio material, y 2) los campos, tanto eléctrico como magnético, son “independientes” del vacío; es decir, actúan en él, lo ocupan, de modo que ello plantea que el vacío debe ser otra cosa distinta de ellos. Esto fue reforzado desde el siglo XX con la invención de las bombas de vacío, que permitieron experimentar con la acción de los campos en aquel, identificado entonces con el éter.
“En el transcurso de muchos siglos el negar la existencia del éter se consideraba tan absurdo como el hecho de que sin agua los barcos no podrían navegar por el océano… Mientras tanto el propio éter no manifestaba con nada sus propiedades…”[6], y con ello, hacia fines del siglo XIX, se convirtió, ya en unop de los principales problemas de la física.
A su solución, no dudando de la existencia del éter, se propuso Michelson (1852-1931), mediante la medición de la velocidad de la luz en función del “viento del éter”, la cual se propagaría a distintas velocidades según el ángulo y dirección de la luz respecto del “viento del éter”, produciendo el arrastre del movimiento de la Tierra, o de que éste no existiera.
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