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  • : Espacio Geográfico. Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri
  • : Espacio Terrestre: objeto de estudio de la Geografía. Bitácora de Geografía Teórica y otros campos de conocimiento del autor. Su objetivo es el conocimiento científico geográfico en el método de la modernidad.
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27 enero 2013 7 27 /01 /enero /2013 23:02

Carátula; Teorías, Leyes y...; Harvey 1983

Comentario a, La Geometría.  El Lenguaje de la Forma Espacial, de D. Harvey, 1969*.

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

http://espacio –geografico.over-blog.es/

03 ago 12.

 

Dada su importancia excepcional en el tratamiento del objeto de estudio de la Geografía por Harvey ya en 1969, decidimos elaborar este comentario aparte.

 

Harvey inicia la redacción de este interesante capítulo diciendo: “Toda la práctica y toda la filosofía de la geografía dependen del desarrollo de un marco conceptual que permita manejar la distribución de objetos y fenómenos en el espacio”[1].  Esto es, que, en última instancia, la geografía no será ni más ni menos que el su aparato conceptual; cierto es, y de ahí la importancia del presente capítulo de Harvey, tanto más, que ese aparato conceptual se constituye en reflejo, a decir de Harvey, de la “distribución de objetos y fenómenos en el espacio”, enunciado que ya anticipa el concepto mismo de espacio en dicho autor.

 

Harvey hace ver que el lenguaje espacial, ha de ser el apropiado tanto para expresar esa distribución espacial y las leyes morfométricas que les rigen, como el funcionamiento de sus leyes y procesos.

 

“En su mayoría –asienta Harvey–, los geógrafos aceptan que un lenguaje espacial es el apropiado, sin examinar la razón de esta elección”[2].  Hay en ello, no obstante, un cierto dejo de aparente “convencionalismo” en el hecho, el que así como “la mayoría de los geógrafos” lo aceptan, pudiera no serlo y la opinión pudiera ser otra.  Esa apreciación convencionalista de Harvey, deriva de que, en 1969, cuando expuso originalmente estas ideas, el espacio como objeto específico de estudio aún no se planteaba siquiera.

 

Dominaba entonces apenas la abstracción y generalización lograda por Hettner, y desplegada geomorfológicamente por Hartshorne en sus “unidades morfológicas”, de ahí que, dice Harvey, “…el geógrafo tendrá que saber traducir un lenguaje espacial por otro, dado el caso de que, por ejemplo, la morfometría se estudie mejor en los parámetro de la geometría euclidiana, mientras que los procesos que gobiernan esta forma deban ser analizados dentro del marco de alguna geometría no-euclidiana”[3].

 

Y este, así de sencillo, es uno de los pasajes más brillantes y esclarecedores de la esencia de la teoría geográfica: el que Harvey haya podido abstraer y generalizar del lenguaje morfológico, al morfométrico, en un paso más en el análisis geográfico como teoría del espacio terrestre.  No obstante, al parecer, el propio Harvey no estuvo del todo consciente de ese significativo hecho.  Fue un fugaz enunciado con el que anticipaba ahondar en los conceptos de espacio.

 

Pero, consecuente Harvey con los fundamentos teóricos gnoseológicos dados en el positivismo de Stuart Mill como de Rudolph Carnap, Harvey empieza analizando el concepto de espacio sobre el principio subjetivista, con una posición gnoselógica en la fenomenología, en que reconoce una realidad sólo en una determinación psicológica.

 

Por lo demás, dice Harvey, ese espacio sentido, no es cuantitativamente diferente a la estructura euclidiana, por la cual no sólo podemos invocar objetos en su ausencia, sino recurrir a conceptos sin un contenido empírico, tales como “vacío” o “infinito”.

 

Harvey, fundado en el principio de subjetividad, no rescata, en consecuencia, lo que hay de común o de geometría real, en el espacio objetivamente dado, sino se pierde en la geometría apropiada en lo diferente de un espacio culturalmente determinado.  Acaso no acaba en el marasmo, gracias a retomar al clásico Max Jammer (1954), el que: “contrapone dos conceptos del espacio esencialmente diferentes.  El primero considera el espacio como una cualidad situacional del mundo de los objetos materiales o de los fenómenos –es decir, considerados en el espacio como una cualidad relativa-.  El segundo considera el espacio como un recipiente de todos los objetos materiales –así pues, es una cualidad absoluta”[4].  En la Antigüedad Aristóteles es el representante del primer concepto, como Demócrito lo es del segundo.  En la época moderna, lo serán, por un lado, Leibniz, y por otro, Newton.  Hay en ello una confrontación, a más de en la teoría del espacio, en lo ideológico-filosófico en donde los primeros representan posiciones idealistas, y los segundos, posiciones materialistas; lo que históricamente fijó el problema en posiciones absolutamente irreductibles, ya del espacio como lo dado en un relativismo extremo, ya del espacio como el vacío absoluto.

 

Una cita de enorme importancia, puede, a su vez, rescatarse del texto de Harvey que comenta las posiciones idealistas de Max Jammer, quien en un momento dado considera que el concepto de espacio absoluto habría quedado eliminado: “La de la relatividad moderna –dice Harvey–, reemplaza el concepto de materia por el concepto de campo, que usamos dado por <<las propiedades y relaciones de la materia producible y la energía>>.  La métrica (o geometría) del campo está enteramente determinada por la materia”[5].

 

La afirmación de Harvey es profundamente materialista: un campo (básicamente energía), “está enteramente determinado por la materia”, o, dicho de otro modo, que el campo es material; sólo que, vagamente, aquí se confunden los conceptos de materia y de sustancia, pues se vuelve a ver la métrica del campo no en la geometría del vacío, sino en lo “enteramente determinado por la materia”, esto es, en lo enteramente determinado por la sustancia”.

 

Es el horror vacui presente, que en tanto tal hacía el idealismo, o en tanto su opuesto en el tribuari vacui hacía un materialismo que enfrentaba a las dudas del espacio como el vacío absoluto.

 

Este problema fue tan esencial, que la dialéctica materialista en el “marxismo oficial”, hasta los años noventa, se mantuvo en la posición por la cual tomó partido por el continuum einsteniano, es decir, por la negación del vacío, y, por lo tanto, por el espacio como la métrica de lo discreto.  Y ello significó una enorme dificultad teórica, a la que no hemos podido contribuir a su superación sino hasta la transición de la primera a la segunda década del siglo XXI.

 

El problema no era Aristóteles o Demócrito, ni Leibniz o Newton; el problema no era la relatividad métrica de la sustancia en el horror vacui, ni el tribuari vacui en la absoluta métrica del vacío; el problema no era o el parmenidiano mecanicismo del vacío como lo que “no es” y luego “no existe”, y lo pleno como “lo que es”, y luego existe; sino que todo fue siempre como sólo podía serlo: la heraclitiana dialéctica de lo que siendo, es; y lo que aún “no siendo”, también es..  Lo que al mismo tiempo siendo relativo en la sustancia, se hace absoluto en el vacío; o lo que al mismo tiempo, siendo relativo en Aristóteles o Leibniz, se hace absoluto en Demócrito o Newton.  Esto es, que, la solución sólo podía estar en donde siempre estuvo: en la dialéctica del espacio, sólo que había que procesarla lógicamente.

 

Luego, en esta parte del texto de Harvey, tenemos una afortunada apostilla con fecha: “¡1990!”, a un pasaje en el que éste critica a Hartshorne: “<<El concepto de la geografía como ciencia del espacio ha tenido una importancia capital en la historia del pensamiento geográfico>>.  Al menos en parte, la historia de la geografía puede considerarse como la historia del concepto de espacio…”[6].  Nos sorprendió, porque ello estaba dicho desde 1969, y el problema ya no es tanto que ello hay asido dicho claramente desde entonces, sino el que ya estamos en el siglo XXI y tales afirmaciones no tengan consecuencia en el avance de la geografía como ciencia.

 

Harvey asigna al concepto de espacio un papel metodológicamente organizador, que en su gnoseología fenomenológica mucho tiene de kantiana.

 

El asunto incluso en realidad va más allá de 1969 con Harvey, y se remonta a Richard Hartshorne en 1939, cuyas conclusiones principales en La Naturaleza de la Geografía, a decir de Harvey, “fue el que el fin específico de la geografía como ciencia podía definirse geométricamente a los conceptos espaciales.  Afirmaba que la labor del geógrafo era describir y analizar la interacción de los fenómenos en términos espaciales”[7].  Así, lo esencial de la teoría de la geografía como ciencia ya estaba dada desde poco antes de la II Guerra Mundial, y sin embargo, a los estudiantes de geografía aún en los años setenta no se nos enseñó, ya no se diga así, con esos elementos, sino ni siquiera se nos mencionó que tales elementos existieran.

 

Recordamos que el Dr. Jorge A. Vivó, partidario de Hartshorne, se ocupó más por la explicación de las “unidades morfológicas”, que por la teoría en abstracto o metodológica de las mismas; pero, más aún, con un defecto: más que como una explicación, como dijera Hartshorne, “en términos de espacio”, se insistió  en su explicación en términos de los fenómenos que implicaban.  Y es que todo esto, incluso analizado en los años noventa, aún era de difícil comprensión.  Obras como las de Hettner o Hartshorne, “misteriosamente”, aún en la segunda década del siglo XXI, siguen sin traducirse ni comentarse en español.

 

Más la objetividad del proceso hace que sea inevitable el que paulatinamente se vaya llegando una y otra vez a las mismas conclusiones por posteriores investigadores; y así llegamos nosotros nuevamente a ello en la propuesta del estudio de los fenómenos, en términos de estados de espacio.  Pero ahora hay una diferencia más; el centrar todos los esfuerzos en la explicación teórica de qué entender por ello.

 



*        Harvey, D; Teorías, Cap. XIV.  La Geometría.  El Lenguaje de la Forma Espacial; en “Teorías,  Leyes y Modelos en Geografía”; Alianza, Madrid, 1983; pp.204-240.

[1]        Harvey, D; Teorías, Teorías,  Leyes y Modelos en Geografía; Alianza, Madrid, 1983; p.204.

[2]        Ibid. p.204.

[3]        Ibid. p. 205.

[4]        Ibid. p.208.

[5]        Ibid. p.209.

[6]        Ibid. p.219.

[7]        Ibid. p.219.

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25 noviembre 2012 7 25 /11 /noviembre /2012 23:04

Carátula; Teorías, Leyes y...; Harvey 1983Comentario a, Teorías, Leyes y Modelos en Geografía, 1983, de D. Harvey.  Artículo, 2012 (6/6).

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

http://espacio-geografico.over-blog.es/

12 jul 12.

 

Harvey va a terminar la segunda parte de su trabajo refiriéndose a las teorías y a la explicación en geografía.  Y es justo lo primero lo que motivó la relectura de esta obra.  En los años ochenta lo hicimos entresacando ideas en torno al problema del espacio; un cuarto de siglo después hemos vuelto a ella leyéndola detenida e íntegramente, pero con la atención centrada en el problema, ahora, de la elaboración de teorías en geografía.

 

“Hasta hace poco –anota Harvey en 1969– los geógrafos se contentaban con una definición implícita de su punto de vista y tendencias a evitar las teorías específicas.  Allí donde había teorías eran puramente especulativas y no científicas”[1], y reconoce así, la importancia vital de comprender la naturaleza de la teoría científica, que en geografía, dice Harvey, no está bien desarrollada.

 

Siguiendo a Popper, comparte la idea de que la teoría debe formularse hipotético-deductivamente; y hasta ahí hay a su vez, coincidencias con Marx.  Pero, luego afirma Harvey: “Dado que la teoría en geografía es derivada…, el geógrafo debe ser consciente del amplio espectro de constructos teóricos a los que puede recurrir”[2].  Esto es, para Harvey, ese procedimiento hipotético-deductivo es enteramente subjetivo, no como un reflejo de la realidad objetiva, sino como “un constructo”, es decir, como una reunión convencional de elementos propios o adecuados.

 

Harvey va a criticar las “teorías prestadas”, y la resistencia de los geógrafos a elaborar teorías propias; pero de inmediato reconoce que, “la cuestión es saber si pueden desarrollarse teorías que le sean propias a la geografía[3], que el mismo Harvey va a reconocer como aquellas producto del desarrollo dado en el análisis en los lugares de espacio-tiempo.

 

Así, citando Harvey a Ballbor de una década atrás, éste dice que: “la geografía está corta de teorías y sobrada de datos”[4].; o retomando a Burton, de treinta años más atrás, quien dijo: “la teoría <<es la criba que clarifica los millones de datos, y, sin ella, los datos continúan siendo un batiburrillo sin sentido>>”[5].  Y así estaba la geografía hasta la época de Harvey; pero cuarenta años después, prácticamente se sigue igual.  Si bien quizá ha habido ya un gran trabajo en ese sentido, éste ha sido en una línea exclusivamente empirista inductiva aplicada por Harvey, y, por lo tanto, cometiendo el mismo error esencial: no teorizar primero sobre el objeto de estudio (el espacio), para luego derivar de ello los casos particulares.  Y el problema de elevarse desde las teorías particulares, si no erróneo, si ha implicado la dificultad de superar la noción empírica intuitiva de los fenómenos como lo determinante, sin poder despojarse de ellos mediante el recurso de la abstracción y generalización.

 

Y de Harvey concluimos el comentario de la segunda parte de su obra, citando un pasaje de relevante importancia, tanto mayo, cuanto el tiempo transcurre y el estado de cosas en geografía permanece igual: “El que no se llegue a conseguir la unificación hipotético-deductiva de los principios geográficos, tiene implicaciones serias.  No sólo ha reducido la mayor parte del pensamiento y actividad geográficas a la simple tarea de ordenar y  clasificar datos, sino que ha restringido nuestra capacidad de ordenar y clasificar inteligentemente”[6].

 

Harvey, en la tercera parte de su obra, entra finalmente en materia de las teorías: “el que se aclare la “naturaleza” de la geografía dependerá de la aclaración previa de la naturaleza, forma y función de la teoría de la geografía”[7].

 



[1]        Ibid. p.93.

[2]        Ibid. p.95.

[3]        Ibid. p.96 (subrayado suyo).

[4]        Ibid. p.96.

[5]        Ibid. p.96.

[6]        Ibid. p.97.

[7]        Ibid. p.105.

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18 noviembre 2012 7 18 /11 /noviembre /2012 23:04

Comentario a, Teorías, Leyes y Modelos en Geografía, 1983, de D. Harvey.  Artículo, 2012 (5/...).

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

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12 jul 12.

 

El marxismo de entonces, de esos últimos años del Instituto de Filosofía de la Academia de Ciencias de la URSS, respecto del concepto de espacio, consecuente con una posición materialista, asumía que el espacio no puede separarse de la materia; pero, a pesar de distinguirse la materia en sus dos formas básicas de sustancia y campo, de lo discreto y lo continuo, no logró hacer la generalización del espacio absoluto en el campo continuo del vacío, negando éste en la teoría del continuum einsteniano que el marxismo mismo reconocía.

 

Superada tal limitación en una nueva forma de horror vacui, aceptada la existencia del vacío como una forma más de ser de la existencia de la materia, el “espacio absoluto” no será más absoluto que lo absoluto que sea el vacío cómico mismo (o nuestras capacidades tecnológicas para producirlo).

 

Queda claro entonces, la dificultad conceptual que al respecto del concepto de espacio se enfrentaba en la época de Harvey, quien no sólo tendría que superar los mismos, sino sus propios planteamientos filosóficos idealistas.

 

Luego viene una cita por la cual podemos considerar a Harvey como una baliza más en el horizonte del desarrollo del pensamiento geográfico.  En ella, logra ir más allá que Hettner o Hartshorne, justo antes que Riábchikov o Sáenz de la Calzada: “Pero el debate de la geografía es diferente –afirma Harvey–, dado que la geografía estudia lugares, en vez de objetos o eventos[4].

 

Si o incurrimos, a nuestro juicio, en el error de hacer una crítica literal de la cita, habrá que hacer una precisión en los conceptos.  Cuando Harvey se refiere al concepto de lugar, nos parece que no hay dificultad en reconocer que se refiere al espacio en su forma continua; y cuando se refiere a los objetos o eventos, nos parece que tampoco habrá dificultad en reconocer en ello a las fenómenos discretos.  Traducido así, generalizadas las ideas de tal manera, es fácil ver ahora cómo Harvey estaba dando un paso más en la dirección de la abstracción y generalización tanto del espacio como de los fenómenos.

 

Más aún, continúa de inmediato la cita: “… está justificado considerar que la distribución entre lugares (a través de los lenguajes espaciales) y propiedades (a través de los lenguajes sustantivos) es importante para la metodología geográfica”[5].  Harvey, aquí, había llegado a la conclusión a la que nosotros llegamos independientemente en los ochenta; esto es, que, nosotros lo anotábamos así: “Todo cuanto existe, existe en el espacio y determina sus propiedades”.  Ese atributo de continente dado al espacio, ahora lo superaríamos diciendo: “Todo cuanto existe, existe como espacio y determina las propiedades de éste”;  y así, no sólo las cosas, sino el vacío mismo como un “algo”, existe como espacio, son espacio, y su naturaleza determina las propiedades del mismo; pero para estudiarlas geográficamente no haremos uso de los “lenguajes sustantivos”, sino sólo de los “lenguajes espaciales”.

 

Harvey llegó hasta ahí, había adelantado un paso más en la distinción del espacio como tal y como objeto de estudio; pero he aquí que caracterizar la naturaleza de ese espacio fue lo que constituyó la limitación en Harvey, quien ya no desarrolló tampoco (por lo menos en este trabajo), esa idea suya de “la unidad básica espacial mediante las coordenadas espacio-temporales”[6].

 


[4]        Ibid. p.91 (subrayado nuestro).

[5]        Ibid. pp.91-92.

[6]        Ibid. p.92.

 


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11 noviembre 2012 7 11 /11 /noviembre /2012 23:04

El Por Qué del Dónde 3Comentario a, Teorías, Leyes y Modelos en Geografía, 1983, de D. Harvey.  Artículo, 2012 (4/…).

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

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12 jul 12.

 

Harvey habla de “los metodólogos”, entre ellos, quienes estamos interesados en la geografía teórica en México, difícilmente llegaríamos a sumar diez (entre estudiosos de la filosofía de la geografía, y hacedores de la historia de la misma, como del análisis de la sociología de la ciencia, entre otros posibles aspectos), surgidos en los últimos treinta años, y de los cuales, bien tiene razón Harvey, sólo dos exponen su postura filosófica definida, y, para más, precisamente de la dialéctica materialista o marxista; en los demás, “sus supuestos metodológicos…, tienen poca relación con las amplias investigaciones acerca de la naturaleza del conocimiento”.  Lo que, en otras palabra dicho, equivale al trabajo en la empíria pura, disfrazada de algo de racionalidad.  En tiempos de Harvey, éste decía que el geógrafo no estaba siendo formado en la ciencia y el método científico, y que, por lo tanto, no estaba preparado para hacer una geografía  científica cono ya lo reclamaba la “revolución científica”.  Pero, cuarenta años después, no sólo no avanzó en esta formación y preparación, sino, peor aún, acabó renunciando a la geografía como ciencia.  El trabajo de buena parte de “los metodólogos”, no está ya en la orientación del hacer científico de la geografía, sino en “el arte” de “un saber” más, en el <<diálogo de “las artes” de los saberes>>.  De un idealismo subjetivo en Harvey, “los metodólogos” de hoy, en buena parte, pasaron a un idealismo metafísico.

 

La paradoja, hemos dicho, es que la simiente de ello ya estaba en Harvey mismo; y aquí nos referiremos a la esencia de todo su trabajo: “En general –expone Harvey–, el objetivo de la geografía no está en desacuerdo con la investigación científica…”[1], y el problema de esencia en esta cita, no está en el vínculo o no de la geografía con la ciencia, sino en el concepto: “el objetivo de la geografía”, por el cual Harvey reduce el problema teórico-metodológico de la geografía de su verdadero objeto de estudio, a una mera definición adecuada de lo que se quiere.  Y es la inducción subjetiva a partir de estas particularidades subjetivas, lo que hace de los planteamientos de Harvey un verdadero marasmo teórico.  En ese sentido, no era posible que la geografía encontrara una determinación como ciencia, sino justo sólo aquello a lo que ha llegado cuarenta años después.

 

Harvey no escapa, y hablando de geografía teórica no podría hacerlo, a la consideración de los aportes de Hettner, e incurre, como todos, sin estudiar las fuentes originales, en adjudicar la falsa tesis de una postura kantiana en éste.  Sin embargo, por lo menos en un pasaje, con honestidad intelectual, Harvey reconoce lo dudoso del hecho: “Aparentemente –apunta Harvey–, Hettner utilizó la tesis kantiana…”[2], y efectivamente, la usó, pero, primero, para deslindar, y segundo, para tomar de ella lo que había de positivo; pero justo lo que lo que no se rescata por nadie, ni por Harvey, no obstante éste hace una separación clara de la tesis de Kant; dice Harvey, y citamos: “La tesis kantiana también supone que puede analizarse el espacio y desarrollarse conceptos espaciales independientemente de la materia”[3].

 

Y aquí Harvey aborda ineludiblemente el problema del objeto de estudio de la geografía: el espacio.  Y resultará enormemente valioso detenerse en ello.

 

La manera en que se expresa dicha tesis kantiana, establece una premisa falsa, entendible en Kant y en general en el idealismo, pero justo de la que se valió la crítica marxista, pero no para hacer la crítica consecuente, sino para deducir, por oposición, su propia definición del espacio.

 

La crítica consecuente con esa tesis kantiana radica en corregir un concepto, y luego poder aceptar que no había objeción alguna para elaborar un concepto de espacio absoluto vinculado al campo, como un concepto de espacio relativo vinculado a la substancia.  Ese concepto a corregir es, en consecuencia, el concepto de “materia”, por el cual el idealismo en general identifica la sustancia.

 

Cuando el espacio se separa de la materia, evidentemente el espacio, como “la nada”, se convierte en atributo de algo sobrenatural, es decir, metafísico.  Pero he ahí que, cuando el espacio sólo se separa de la sustancia, en primer lugar, el espacio sigue siendo “algo” objetivo y material, y, en segundo lugar, atributo, por lo tanto, lo mismo de las propiedades geométricas relativas de lo discreto o cuerpos sustanciales, como de la geometría absoluta del campo continuo, en general, representado éste por el vacío.

  


[1]        Ibid. p.87.

[2]        Ibid. p.90 (subrayado nuestro).

[3]        Ibid. p.91

 


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4 noviembre 2012 7 04 /11 /noviembre /2012 23:04

El Por Qué del Dónde 6Comentario a, Teorías, Leyes y Modelos en Geografía, 1983, de D. Harvey.  Artículo, 2012 (3/…).

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

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12 jul 12.

 

El principio de subjetivismo en Harvey, lo lleva a considerar a la filosofía como un asunto de posibles verdades científicas objetivas, sino de creencias, por lo que –continúa Harvey–: <<considerar más “el soporte subjetivo de esta filosofía de la geografía”, y pasar a considerar su utilidad”[1]; y, no obstante, Harvey procederá a hacerlo con rigor lógico.

 

Sin embargo, esa es también la razón por la cual Harvey va a distinguir, siendo para él de primordial importancia, entre el filósofo y el metodólogo.  El primero nos dará –dice Harvey– un sistema de creencias y valores, y el segundo, la lógica de la explicación en geografía.  Y este criterio lo llevará a una contradicción de principio: “…la adopción de un enfoque metodológico –apunta Harvey–, no lleva consigo necesariamente la adopción  de la correspondiente postura filosófica”[2].  Y es que, si Harvey no nos hubiese expuesto los supuestos filosóficos de que parte, nos hubiese puesto en un doble problema: primero tener que inferir cuáles eran éstos; y segundo, con base en ello, hacerle la crítica consecuente.  De donde se sigue que un “enfoque metodológico” necesariamente, se define a partir de la correspondiente postura filosófica, y el propio Harvey, unos párrafos más adelante, en esa contradicción, afirma: “postulados sin filosofía no tienen, por tanto, sentido”.[3].  De otro modo, sería ocioso, sería una mera erudición intelectualoide, el que el mismo Harvey insistiera tanto en la fundamentación filosófica del método.

 

Pero ese principio subjetivista en el análisis lo va a llevar a un defecto más esencial: “Ya hemos apuntado la esterilidad de la geografía sin objetivo –apunta Harvey–.  Veremos…, que no es posible evaluar la mejoría de los métodos prescindiendo de sus objetivos y de su propósito.  Veremos también, que la elaboración de una teoría, asimismo elemento clave en el proceso explicativo, depende en grado sumo de los objetivos especulativos que se hayan fijado los propios geógrafos”[4].

 

Para Harvey, pues, bajo el principio del subjetivismo, el criterio de objetividad en la ciencia se establece por convencionalidad en la comunidad científica, y de ahí que las demás tareas de la ciencia quede en igual situación.  Pero, más aún, como se ve de la última cita, Harvey reduce incluso el supremo objeto de estudio, a manera de objetivos operativos, por demás, fijados a su vez al arbitrio de la subjetividad.

 

Y fijado así el marco de referencia filosófico, sobre ese fundamento Harvey pasa a una segunda parte para discutir el método y la explicación en Geografía.

 

Para Harvey, correctamente, la explicación científica queda dada en el rigor lógico: “la estructura lógica de la explicación constituye nuestra preocupación principal actual…”[5], en el entendido, según el mismo Harvey, de que nada hay en el silogismo, que no sepamos previamente: “El problema que plantea los sistemas deductivos de explicación es que la deducción no prueba, en sí, nada que no sepamos ya”[6]; de donde se entiende que Harvey no reconoce en el silogismo el hecho mismo de la síntesis del conocimiento nuevo que en dicho silogismo, con el rigor de las reglas de la lógica, es afirmado en su demostración (es decir, en donde ciertamente hay algo que ya se sabe, pero con la diferencia de que en el silogismo se afirma y demuestra como un conocimiento nuevo).  De ahí que identifique hipótesis y teoría, con la diferencia, en un momento dado, de un mayor grado de generalidad, y no como el movimiento de la hipótesis a un mayor grado de certeza en el proceso del conocimiento verdadero.

 

Dadas esas divergencias idealistas y subjetivistas en Harvey, lo que quizá sea el aporte más significativo de su obra, es el mostrar el atraso de la geografía en cuanto al método de explícita negación oscurantista, que se fue haciendo tanto más explícita, cuanto más avances en la aportación teórica.  A partir de 1992, en el seno del IX Encuentro Nacional de Estudiantes de Geografía en México, abiertamente se rechazó la teoría, bajo el absurdo e irracional argumento de que: <<ello sólo los confundía más>>.

 

De ahí en adelante, y más aún luego de las actuales condiciones sociales que se empiezan a vivir en el país luego de 1994, esa “teórica" declaración oscurantista se transformó en sistemática práctica oscurantista (bajo plagio y usurpación de nuestras ideas, se deformó lo que proponíamos, y todavía más, poco a poco se transitó subrepticiamente, de la ciencia y del método de la ciencia de la modernidad –esa ciencia y método galileano-kepleriano y baconiano-cartesiano–, al llamado “paradigma de la <<posmodernidad>>” en donde la geografía ha quedado justificada, reduciéndola a un mero “saber literario” acerca de la Tierra, a través de las múltiples ciencias que tienen que ver con ello.  De ello ya no se desprenden conocimientos que dan un saber riguroso y verdadero, sino, por lo contrario, ella misma constituye un “conjunto de saberes”, de cuya dialógica se desprende un conocimiento consensuado y válido en ese sentido (sin importar que sea o no verdadero).  Y, paradójicamente, ya en los fundamentos idealistas subjetivos de Harvey de los años sesenta, se plantean así las cosa, si bien, aún en el contexto de la ciencia.  Lo que hace poco más de cuarenta años ya era preocupante para Harvey, y no obstante él mismo lo propiciaba, hoy ya es una abierta tragedia en geografía.



[1]        Ibid. p.29.

[2]        Ibid. p.31.

[3]        Ibid. p.32 (y cuesta trabajo entender cómo puede cometer una contradicción tan flagrante, cuando en un párrafo se afirma una cosa y apenas unos párrafos después se afirma lo opuesto).

[4]        Ibid. p.31.

[5]        Ibid. p.67.

[6]        Ibid. p. 59.


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28 octubre 2012 7 28 /10 /octubre /2012 23:04

D Harvey (pablotaricco.blogspot.comComentario a, Teorías, Leyes y Modelos en Geografía, 1983, de D. Harvey.  Artículo, 2012 (2/…).

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

http://espacio-geografico.over-blog.es/

12 jul 12.

 

Reinterpretamos la historia de una manera original completamente distinta; nos hicimos de un esquema teórico propio; y entonces lo histórico pasó a ser lo secundario, y lo teórico centró entonces toda nuestra atención.

 

Sólo que, a diferencia del tortuoso camino inductivo de Harvey, nosotros seguimos una lógica deductiva, derivada de la determinación del objeto de estudio, y seguimos el camino de la particularización a partir de la teoría, en todos los vínculos y relaciones del espacio.  Los resultados en la diferencia del método aplicado, fueron notables.

 

Pero ello nos puso lejos de abordar las particularidades de la elaboración de una teoría en Geografía, de sus leyes y modelos.  Pero tanto como a Harvey su método seguido lo puso lejos de la generalización del objeto de estudio; y es por ello que no ha sido sino hasta, que, demostrado empíricamente el espacio como el objeto de estudio, se haga necesaria ya la elaboración de su teoría; y ello es justo lo que nos ha devuelto a la lectura detenida de la obra de Harvey, para dotarnos de los elementos de la “teoría de la teoría”, de lo que en filosofía se conoce como la metateoría: el saber cómo se elabora y formaliza un planteamiento en un cuerpo de teoría.  Y ahora, si no fue en los ochenta como lo deseaba Harvey, está empezando a ser hasta la segunda década del siglo XXI, pero, finalmente, ya podremos empezara a decir: <<Por nuestras teorías nos conoceréis>>.

 

Harvey narra en su prólogo haberse visto influido por lo que se dio en llamar “la revolución cuantitativa en geografía”, y ciertamente, como él concluye: “lo que estaba implícito en la cuantificación era la filosofía del método científico”[2], lo que, agrega, dio como efecto más importante, el pensar lógicamente, como uno de los aspectos más decisivos en el método científico; algo de lo que, dice, el geógrafo es por su formación, ajeno: “hay muchos geógrafos que necesita una (…) enseñanza formal porque, como yo –dice Harvey–, no fueron educados en el método de la ciencia”[3].  Y esto que ya Harvey reconocía así a fines de los años sesenta, cuarenta años después, sigue tan abrumadoramente ausente como entonces.

 

Harvey va a reconocer algo aún más importante en cuanto al método científico: “…comprender los fundamentos filosóficos del método científico”[4].  Así, reconociendo la consistencia lógica desde estos supuestos filosóficos, Harvey mismo lo hace en un campo gnoseológico muy definido: el idealismo filosófico, siguiendo postulados, lo mismo del empirismo lógico de Stuart Mill, que del positivista lógico de la filosofía lingüística, Rudolf Carnap, o del racionalismo crítico de Karl Popper.  Todo ello queda enfrentado ideológicamente al materialismo dialéctico de Marx, pero, justamente será de fundamental importancia esa definición filosófica, para la elaboración crítica de sus planteamientos.

 

La obra de Harvey, Teorías, Leyes y Modelos en Geografía, está dividida en seis partes, a través de las cuales va de los fundamentos filosóficos, a sus implicaciones en el intento explicativo en el hacer geográfico, en donde asigna, por demás correctamente, un papel relevante a la elaboración de las teorías en esa explicación, y, luego, donde en la elaboración de las mismas, las leyes y modelos, van a ser determinantes en esa función.

 

Hay, no obstante, un serio problema al intentar comentar su obra siguiendo su propia estructura, dado el procedimiento inductivo de Harvey; de ahí que, para no perdernos en un mar de minucias particulares, invertiremos el método y analizaremos de conjunto la esencia de su trabajo, dada en las primeras tres partes.

 

Significativamente, Harvey parte de la definición de Hettner de la Geografía: “ciencia de la descripción y explicación de áreas diferenciadas en la superficie terrestre”, y la somete a discusión.

 

El primer problema que destaca, son los fundamentos filosóficos de su crítica, dados en el idealismo subjetivo, es precisamente el juzgar la definición de Hettner, no en la veracidad como reflejo objetivo de la realidad objetiva y sus implicaciones, ni siquiera como un juicio intelectivo, sino, por lo contrario, el juzgarlo subjetivamente bajo un juicio moral: “Con arreglo a nuestros valores –dice Harvey–, discutiremos la validez de las <<áreas diferenciadas en la superficie terrestre>>”[5].



[2]      Harvey, David; Teorías, Leyes y Modelos en Geografía; Alianza Editorial; Madrid, 1983; p.19.

[3]        Ibid. p.19.

[4]        Ibid. p.19.

[5]        Ibid. p.28 (subrayado nuestro).


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21 octubre 2012 7 21 /10 /octubre /2012 22:03

Carátula; Teorías, Leyes y...; Harvey 1983Comentario a, Teorías, Leyes y Modelos en Geografía, 1983, de D. Harvey.  Artículo, 2012 (1/…).

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

http://espacio-geografico.over-blog.es/

12 jul 12.

 

Después de La Naturaleza de la Geografía (1939), de Hartshorne, la Explicación en Geografía (1969), título de su publicación en inglés, o Teorías, Leyes y Modelos en Geografía (1983), como su título en su publicación en español, de David Harvey, sea la obra más importante en el desarrollo del pensamiento científico geográfico.

 

Es de hacer notar, que la geografía teórica se está desarrollando en el mundo en el curso del siglo XX, a partir del pensamiento geográfico en Francia con De la Blanche y De Martonne; luego, y principalmente, en Alemania, con Hettner; y de ahí, pasando a los Estados Unidos con Hatshorne, y a Inglaterra con Harvey (entre otros), hasta fines de la década de los sesenta.  Luego, en los años setenta, vuelve a Francia y aparece en España, y de pronto, por primera vez, surge su discusión en nuestra persona, en México entre fines de los setenta y durante los ochenta.

 

A mediados de los setenta se publicó en español la obra Estructura y Dinámica de la Esfera Geográfica (1976), de A.M. Riábchikov, como un trabajo en el que, sin discutir los aspectos  inherentes a la geografía teórica (la interpretación de la historia de la ciencia, la filosofía de la geografía, o algún aspecto de su sociología, etc), se publica como la propuesta, a manera de una teoría aplicada, de la geografía como ciencia de los balances de energía entre los Elementos propuestos desde la antigua Grecia clásica: Tierra, Aire, Agua, y Fuego.

 

De este modo, la voluminosa obra de Harvey que ahora aquí comentamos, está a medio camino entre los desarrollos teóricos de los años cuarenta-cincuenta, al estado de los mismos ya para los años setenta-ochenta; de modo que, siendo una consecuencia del desarrollo positivo de aquella, es antecedente necesario para entender el estado de ésta.

 

Harvey, conforme al título de su obra en inglés, va a centrar su atención en la explicación en geografía.  De la explicación más allá de su esencialidad causal, desplegada en su exposición en la teoría y de la función, principalmente, de los modelos en relación con dichas teorías.

 

Dicha obra llegó a nuestras manos unos dos años después de su publicación en español (hacia 1985), que aun cuando quince años después de su publicación en inglés, no había perdido vigencia alguna, y sí, antes al contrario, comenzaba ya a cuestionar la capacidad de los desarrollos ulteriores, a los que Harvey se había referido en las últimas líneas de sus conclusiones finales: “Ojalá –dijo Harvey ahí a fines de los años sesenta– que nuestra divisa para la década de los ochenta rece así: <<Nos conoceréis por nuestras teorías>>[1], y la década de los ochenta estaba ya en pleno , y ante la continuada ausencia de teorías seguían, pues, sin poder conocer al geógrafo y a la Geografía.

 

Aun cuando Harvey había escrito esta obra unos cinco años antes de que nos interesáramos por la Geografía, no la conocimos sino unos cinco años después de egresados de los estudios.

 

Todo nuestro interés durante laos estudios de la Licenciatura, se centraron en el conocimiento de la historia de la Geografía, y la teoría era el complemento.

 

Egresamos creyendo en lo que se nos había enseñado, viendo su inconsistencia en el rigor de la definición como ciencia, y nuestra tesis de grado se dirigió a intentar aportar en algo en ello.  Las categorías fundamentales en torno a las cuales giramos entre 1979 y 1980, fueron la síntesis y la relación; y tal tesis se hizo indemostrable.

 

Veíamos que la categoría de relación no podía referirse a las relaciones internas entre los fenómenos, objeto de estudio de otras ciencias, sino a las relaciones físicas externas entre los mismos, y la abstracción y generalización de ello, nos condujo a la categoría de espacio, que subyacía en el fondo de tales relaciones.  Reinterpretamos entonces toda la historia en torno a esta categoría fundamental, y el rompecabezas comenzó a armarse con sorprendente lógica.  Habíamos “redescubierto” independientemente cuál era el real objeto de estudio de la Geografía.

 

 


[1]      Harvey, David; Teorías, Leyes y Modelos en Geografía; Alianza Editorial; Madrid, 1983; p.481.


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26 febrero 2012 7 26 /02 /febrero /2012 23:02

1971 Geografía para el México de Hoy Mañana, Ángel BassComentario a, Geografía para el México de Hoy y Mañana, 1971; de Ángel Bassols Batalla.  Artículo, 2012.

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

Espacio Geográfico, Revista Electrónica

de Geografía Teórica.

http://espacio-geografico.over-blog.es/

27 feb 12.

 

En 1973 cursábamos el segundo grado de la Escuela Preparatoria, presionado por definir el área de conocimientos en función de la carrera a seguir, área que cursaríamos ya en el tercer grado, en 1974.  Por entonces, a su vez, éramos asiduos visitantes de la pequeña librería del Instituto de Relaciones Culturales México-URSS.

 

Habíamos decidido, finalmente, estudiar Filosofía.  Nos atraía no sólo ese conocimiento general y esencial dado en su campo, sino, principalmente, el orden vasto de su reflexión posible en todos los campos del conocimiento.  Decididos a estudiar la carrera de Filosofía, en la lectura de algún breviario nos encontramos con el comentario a un pasaje de Marx en sus primeros escritos, en el cual éste se refiere a que lo peor que podía hacer un estudiante al elegir su profesión, es precisamente estudiar Filosofía, que lo alejaba de la realidad de la producción.  Ello, en consecuencia, nos desconcertó, y habiendo leído ese pasaje fuera de su contexto, no entendimos que Marx se refería, no a la Filosofía como ciencia en sí (en lo cual él mismo, tiempo después, presentó una tesis doctoral), sino a los estudios de filosofía de las universidades de su tiempo (ciertamente, no muy diferente a la filosofía de las universidades de nuestro tiempo), eminentemente inmersas en la filosofía idealista.

 

Ciertamente podíamos haber reflexionado en que ello no era absoluto (o no habría filósofos), pero el real peso de tal pasaje estaba en esa observación de Marx del alejamiento del joven de la producción.  Entonces hicimos una nueva búsqueda de algo “parecido” a la Filosofía por cuanto a su vastedad en abracar esferas de conocimientos, pero, a la vez, esencialmente, con un carácter “no abstraído de la realidad”, sino, de alguna manera, visiblemente vinculados a la producción: y así nos encontramos con la Geografía.

 

Y justo ello ocurrió, cuando, en una de tantas visitas a la librería del Instituto de Relaciones Culturales México-URSS, en los anaqueles, a la vista, estaba, la “Geografía para el México de Hoy Mañana”, 1971; del Dr. Ángel Bassols Batalla.  La sola portada nos confirmaba que la elección de Geografía era lo correcto: en ella, bajo el título de Geografía, aparece la fotografía en blanco y negro de un minero en un socavón apenas rudimentariamente apuntalado.  Gráficamente, lo esencial, el carácter productivo, parecía estar ahí representado.

1971-Geografia-para-el-Mexico-de-Hoy-Manana--Angel-Bass.jpg 

Luego había que ahondar en lo que la Geografía trataba, más allá de la rica diversidad de relación de materias de la “Guía de Carreras”.  Fuimos directo al libro, lo abrimos, y el Índice nos lo presenta dividido en cuatro partes: I La Geografía: los Grupos Humanos y el Medio; II La Aplicación de los Conocimientos Geográfico-Económicos; III El Futuro; y, IV La Regionalización.  La primera parte es una teorización de la geografía definiéndola en ese vasto campo de los conocimientos de la naturaleza y la sociedad, satisfaciendo así uno de nuestros principales intereses; y ahí mismo se aporta una historia de esta ciencia, en función del esquema marxista de los modos de producción y el papel de la Geografía (en esta interpretación teórica), en cada momento de la historia; y ahí estuvo la satisfacción de la condición esencial: el vínculo a la producción.  Los restantes capítulos reforzaban a nuestra vista lo asentado en la primera parte, que a la vez, nos ofrecía una confiable definición marxista.  Adquirimos aquella pequeña pero fundamental obra, y salimos de la librería seguros ya de los estudios profesionales a elegir; desde ese momento, prácticamente una año antes de ingresar a la carrera, comenzamos a formarnos como geógrafos, aceptando sin más lo que la producción geográfica, particularmente de este autor, pero a su vez en general, nos revelaba; y a no muchos años después, tres o cuatro años, ya estábamos sometiendo a crítica el planteamiento de aquel libro por el cual nos habíamos determinado a ser lo que somos.

 

Esta es pues, una de esas obras y lecturas determinantes en la vida, había aparecido publicado apenas dos años antes de que se quedara a mí vista como un material esencial.  Y luego, definida con fundamentos en el marxismo, constituyó el material fundamental de crítica a superar.

 


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12 febrero 2012 7 12 /02 /febrero /2012 23:06

Topografía de Cosmas Comentario a, El Mito de la Unidad de la Geografía, 1976, Alan Reynaud.  Artículo, 2012.

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica

de Geografía Teórica.

http://espacio-geografico.over-blog.es/

13 feb 12.

 

 

En la revista española de geografía, GeoCrítica, de la Universidad de Barcelona, en su número 2, de marzo de 1976, se reprodujo el trabajo de Alan Reynaud: “El Mito de la Unidad de la Geografía[1], el cual es la segunda parte de su libro, “La Geografía, Entre el Mito y la Ciencia”, 1974.  Esto es, que, lo que en ello se dijo, lo fue dicho un año antes de nuestro ingreso a los estudios superiores de Geografía, y publicado por esta revista en español, cuando cursábamos apenas el cuarto semestre de la carrera.  Y no obstante, dicho trabajo no lo conocimos sino hasta unos años después, a fines de la década, cuando preparábamos ya nuestra tesis de Licenciatura.  En ese momento, este trabajo era un documento acerca de los fundamentos teóricos o de la filosofía de la Geografía; treinta y cinco años después, no sólo por el tiempo transcurrido, , sino esencialmente por la superación de su contenido, , es un interesante documento acerca de la discusión de los fundamentos teóricos, como historia de la Geografía.

 

Hoy tenemos un firme convencimiento del espacio como objeto de estudio de la Geografía, y de su método como un conjunto  de categorías que son reflejo de sus propiedades.  Sin embargo, lo que al respecto se pensaba en aquel primer lustro de los años setenta, se aprecia del conjunto de epígrafes que Reynaud expone al empezar su trabajo, entre ellos, reza uno: “Ya que la Geografía se defina más bien por su método que por su objeto, todo parece ser materia geográfica” (Max Derrau); si bien esa es una idea que viene desde 1902 expuesta por el mismo Emmanuel de Martonne, que lo generaliza a todas las ciencias: “La ciencias se diferencian por sus métodos.  Por su método es como el geógrafo debe presentarse al estudiar hechos que interesan igualmente al geólogo, al botánico, al zoólogo, al economista, al estadístico, al etnógrafo”[2]; o, dice otro epígrafe: “El geógrafo no debe aplicar su perspectiva espacial a todo” (Brian Berry).

 

Así, una geografía que se define más que por un objeto propio de estudio, por la manera de operar un método que, por el fenómeno considerado resultará ser el método de cualquier otra ciencia no era sino el fundamento subjetivista más arbitrario para que la geografía lo fuese todo, y nada a la vez.  Y el problema, para principios de los años setenta del siglo XX, no era ni la imprecisa vaguedad, ni mucho menos la ausencia del concepto acerca del objeto de estudio: el espacio terrestre, sino la absurda negación explícita en el aplicar la perspectiva espacial a todo.

 

Alan Reynaud empieza su texto señalando que, “la geografía se basa en una paradoja…, su originalidad fundamental y su característica exclusiva residen en la síntesis”[3]; pero por la cual no se estaba entendiendo el procedimiento lógico de la subsunción de la antítesis en la tesis mediante el silogismo, sino la reunión lo más ordenada y sistemática del Todo, en lo que el mismo Reynaud denominaría como el “Plan por Archivos”, la mera síntesis combinatoria, bajo los capítulos de cada fenómeno.  “Y sin embargo –dice el mismo Reynaud citando a Oliver Dollfus, negándose ciegamente a la “necia realidad”–, es un trabajo completamente distinto el que se le pide al geógrafo… <<las relaciones entre la localización, la organización, y la diferenciación espacial>>”[4].  Esa “síntesis” geográfica es lo que nosotros denominamos críticamente como “ciencia social de síntesis de un sistema de ciencias”, reflejo de una reunión mecánica de conocimientos diferentes, que lleva a Reynaud a citar a J.A. May: “continuamente renace de sus cenizas, desde que el mismo Heráclito reprocha a la Periégesis de Hecateo de Mileto, que no fuera otra cosa que <<una colección de hechos dispares y sin relación alguna entre sí>>”.  Todo ello condenado en la excelente caricatura de Grot de ese año, 1976, en donde la “síntesis” es sólo la simple mezcla alquímica del Todo en manos de la “ciencia” del geógrafo.

 

La-Sintesis-Combinatoria-y-la-Unidad-de-la-Geografia--Gro.JPG 

[Fuente: GeoCrítica, Nº2, Universidad de Barcelona1976; en "Las Nuevas Geografías"; Salvat Editores, Colección Temas Clásicos Nº 70; México, 1982; p.21]

 

 

Ya Reynaud apunta en la dirección correcta y hace la pregunta acerca de si esa indefinición ante el objeto de estudio, será incapacidad de los geógrafos; reconoce que no puede ser así, pero ciertamente se extraña de la impotencia generalizada; y entonces hace una reflexión clave: “¿No se producirá más bien una impotencia teórica de la que algunas personas van tomando conciencia progresivamente?”[5].  Y ciertamente, hacia mediados de los años setenta, recogiendo una cita que expresa con toda nitidez la magnitud del problema que se vivía, Reynaud asentaba: “A menudo, los geógrafos han intentado definir, si no el objeto, si al menos los caracteres de su ciencia”[6], y esa era una impotencia teórica real: en el conjunto de las ciencias involucradas (filosofía, física, cosmología), incluso en la filosofía dialéctica materialista, había aún una situación confusa al respecto de ese concepto que era el espacio.  Y ello era lo que generaba una variada gama de posibles soluciones.

 

El mejor enunciado acerca de la unidad de la Geografía dados esos caracteres empíricamente dados, fue expuesto por Georges Kish en trabajo: “Subcampos Geográficos y su Unidad”, 1968; en donde, con pleno fundamento dialéctico materialista éste dice: “El hombre y la naturaleza son inseparables, y, del mismo modo, la geografía no puede quedar separada en dos ramas distintas, consagrada una de ellas al estudio de los fenómenos terrestres naturales, y la otra al estudio de los fenómenos humanos”[7].  Postulado absolutamente cierto en tanto una ciencia es reflejo objetivo de su objeto de estudio; pero pretender aún el decimonónico estudio del Todo, no sólo era un despropósito, sino que ello conducía directamente a su solución en el concepto de síntesis, el que, por demás, no se veía una abstracción y generalización en la subsunción lógica de la antítesis en la tesis; es decir, en donde no se entendía como síntesis lógica; sino sólo se entendía como un mero acto combinatorio.

 

La síntesis, no lógica o dialéctica, sino mecánicamente en una solución combinatoria (para lo que el mismo Reynaud expone una matriz para la correspondencia de pares semejantes), no podía sino concluir necesariamente en el absurdo, haciendo de la Geografía una pretendida ciencia aparte, de lo cual Henry Baulig fue su mejor e hiperbólico exponente.  “Para muchos geógrafos –citando nosotros a Reynaud que hace sarcasmo de aquel–, la geografía no es una ciencia como las demás.  Tiene ese algo que hace de ella una ciencia aparte.  No un conocimiento, porque la geografía es el conocimiento supremo –y finalmente Reynaud mismo, seguidamente, cita a Baulig–, <<quizá una categoría nueva de la inteligencia a la que el espíritu occidental, y sólo él, acaba de acceder>>, en el límite de una especie de revelación”[8].  Poco falta para que se afirme que el geógrafo está en la Tierra, para remediar todo lo que a Dios le quedó mal en el acto de la creación.

 

Así, ante tales absurdos en los que se desemboca en la infructuosa búsqueda de una identidad dada en los fundamentos de su unidad, Alan Reynaud concluye, atrapado en las limitaciones teóricas necesarias de su época: “la unidad de la geografía es, pues, como hemos visto, un mito el cual procede ante todo de una interpretación etnológica”[9].



[1]        Reynaud, Alan; El Mito de la Unidad de la Geografía; en “GeoCrítica” Nº 2; Editorial Universidad de Barcelona, España; marzo, 1976.

[2]        Ibid. p.14.

[3]        Ibid. p.3.

[4]        Ibid. p..6; en Dollfus: “El Análisis Geográfico”, París, 1971.

[5]        Ibid. p.8 (subrayado suyo).

[6]        Ibid. p.22.

[7]        Ibid. p.22.

[8]        Ibid. p.26 (subrayados suyos).

[9]        Ibid. p.37.

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23 octubre 2011 7 23 /10 /octubre /2011 23:05

space weather1 fComentario a, O. Spiridónov, Constantes Físicas Universales.  Artículo, 2011 (5/5).

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica

de Geografía Teórica.

http://espacio-geografico.over-blog.es/; 20 nov 11.

 

Desde Michelson en 1881, con un rango de precisión para la posible velocidad del “viento del éter“ de entre 5-7 km/seg, comenzaron los intentos para determinar ese arrastre del éter que produciría un “viento”.  Para 1927, el rango de precisión estaba en 1 km/seg.  Poco después el valor se redujo ya a metros, en un rango de 240 m/seg; y para 1958, experimentando con láseres, el rango de precisión era ya de 33 m/seg, y en 1963 se demostró que no había un “viento del éter” que fuese superior a 5 m/seg; y al año siguiente, 1964, el rango de error no era superior ya a 1 m/seg (la velocidad del andar de una persona, y el arrastre del éter no podría generar un viento que fuese inferior a esa velocidad), suficiente para poder afirmar que el éter no existía.  Así, pues, “la velocidad de la luz en el vacío, la misma para todos los sistemas de referencia, independientemente de su movimiento”[1].

 

Curiosamente, ello no aclaró el problema de la gravitación y la teoría del espacio, sino que lo complicó más, pues entonces, si el éter no existía: ¿qué es el vacío o cuál es la naturaleza de éste?

 

Y en este punto Einstein hace su aparición estableciendo, no obstante la superación de la teoría de la gravitación de Newton, el principio de correspondencia* con ésta.

 

Un hecho de suma importancia en la teoría de la relatividad de Einstein, es el de la relación entre la masa y la energía, de modo que al asunto de la velocidad de los cuerpos, ello va acompañado del aumento de masa; o, inversamente dicho, si la velocidad del cuerpo es nula, ello determina una energía en reposo, de tal manera que, tomando las palabras de Siridónov: “Cualquier cuerpo con masa en reposo ya posee energía sólo merced a su existencia”[2], y de ahí que la teoría de Riábchikov del estudio de los balances de energía entre los Elementos del espacio geográfico, no fuese, para nada, un planteamiento irrelevante, que finalmente desemboca en la energía contenida en las densidades del vacío (espacio).

 

De lo anterior se desprende la existencia equivalente de dos tipos de masa, la inerte y la gravitacional, las cuales son mutuamente proporcionales hasta coincidir; y Einstein procedió de manera análoga con la gravitación y la inercia, haciendo de ellas el mismo fenómeno; y al respecto, Spiridónov agrega: “Este fenómeno no es propiedad del propio cuerpo, sino la peculiaridad del espacio en que se encuentra le cuerpo”[3].

 

Así, gravitación e inercia dejaron de ser asunto de la masa, para ser propiedades del espacio, de tal modo que la trayectoria de un cuerpo no depende internamente de su masa, sino externamente , del campo de gravitación en que se mueve; y de ahí que, dice Spiridónov: “Resulta que la investigación del movimiento de los cuerpos en un campo de gravitación permite estudiar las propiedades del espacio circundante.  La causa de la gravitación, la clave del enigma de su mecanismo, yacen en las propiedades  del espacio.  Ya no es el espacio “vacío” de Newton, sino que  se reanima y posee ciertas propiedades.  La estructura del espacio no es permanente: sus propiedades varían conforme a la distancia y movimientos de la materia[4].  Donde el subrayado se refiere al “movimiento de la realidad objetiva”, y convendría distinguirlo del concepto de “movimiento de la sustancia” o “movimiento de los cuerpos”.

 

El espacio “vacío” de Newton de un éter inexistente, no obstante adquiría sus propias cualidades intrínsecas; pero que hasta Einstein, las cualidades de ese vacío, sólo se determinaba por los cuerpos existentes en él, y no por él mismo.

 

Tratar con los cuerpos en el espacio en función de su gravitación, llevó al problema de por qué no convergían todos en una sola masa, a cuya explicación contribuyó Alexandr Fridman (1888-1925), dando los fundamentos de la cosmología moderna.

 

Si Einstein consideraba que el Universo era homogéneo y estacionario, con límites determinados; “Fridman en su solución partía sólo de una suposición, de que el Universo es homogéneo, rechazando su estado estacionario, como una hipótesis poco probable”[5], naciendo más bien, con él, la luego llamada teoría del “big-bang” de un Universo (espacio) en expansión.

 

Spiridónov concluye su texto refiriéndose a los trabajos de Hubble, que verifican en general los supuestos de Fridman, en un Universo que se ha revelado enormemente complejo, pero del cual nos interesa destacar esa propiedad “misteriosa” del vacío, presente en toda teoría del espacio, y en el caso de Einstein, vinculado a la gravitación; y del que, sin embargo, nada que no sea exponer lo que el espacio no es, se ha dicho, menos afirmar lo que realmente es.

 

No obstante, de esta obra de Spiridónov, podemos concluir acerca del espacio y su naturaleza más general de vacío: un campo material vectorial vinculado a la gravitación, de la cual ni su naturaleza se ha descifrado por completo, ni la dialéctica de la naturaleza difícilmente la puede aceptar como un monopolo; teoría einsteniana del espacio en la que se confirma que el vacío, y por el espacio, es más denso, cuanto más lejano de la Tierra, y por lo tanto, de posibles relaciones entre una masa en reposo, y una masa en reposo nula, de donde hay una infinidad de cosas que inferir.



 

 [1]    Spiridónov, O; Constantes Físicas del Universo; Editorial MIR; Col. Física al Alcance de Todos; 1ª edición, Moscú, 1984; 1ª edición, México, 1986; p.87.

*        El principio de correspondencia se refiere a las síntesis (o subsunción) entre ambas teorías.

[2]        Ibid. p.99

[3]        Ibid. p.99

[4]        Ibid. p.100 (subrayado nuestro).

[5]        Ibid. p.151.

 


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