Comentario a, La Geometría. El Lenguaje de la Forma Espacial, de D. Harvey, 1969*.
Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.
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03 ago 12.
Dada su importancia excepcional en el tratamiento del objeto de estudio de la Geografía por Harvey ya en 1969, decidimos elaborar este comentario aparte.
Harvey inicia la redacción de este interesante capítulo diciendo: “Toda la práctica y toda la filosofía de la geografía dependen del desarrollo de un marco conceptual que permita manejar la distribución de objetos y fenómenos en el espacio”[1]. Esto es, que, en última instancia, la geografía no será ni más ni menos que el su aparato conceptual; cierto es, y de ahí la importancia del presente capítulo de Harvey, tanto más, que ese aparato conceptual se constituye en reflejo, a decir de Harvey, de la “distribución de objetos y fenómenos en el espacio”, enunciado que ya anticipa el concepto mismo de espacio en dicho autor.
Harvey hace ver que el lenguaje espacial, ha de ser el apropiado tanto para expresar esa distribución espacial y las leyes morfométricas que les rigen, como el funcionamiento de sus leyes y procesos.
“En su mayoría –asienta Harvey–, los geógrafos aceptan que un lenguaje espacial es el apropiado, sin examinar la razón de esta elección”[2]. Hay en ello, no obstante, un cierto dejo de aparente “convencionalismo” en el hecho, el que así como “la mayoría de los geógrafos” lo aceptan, pudiera no serlo y la opinión pudiera ser otra. Esa apreciación convencionalista de Harvey, deriva de que, en 1969, cuando expuso originalmente estas ideas, el espacio como objeto específico de estudio aún no se planteaba siquiera.
Dominaba entonces apenas la abstracción y generalización lograda por Hettner, y desplegada geomorfológicamente por Hartshorne en sus “unidades morfológicas”, de ahí que, dice Harvey, “…el geógrafo tendrá que saber traducir un lenguaje espacial por otro, dado el caso de que, por ejemplo, la morfometría se estudie mejor en los parámetro de la geometría euclidiana, mientras que los procesos que gobiernan esta forma deban ser analizados dentro del marco de alguna geometría no-euclidiana”[3].
Y este, así de sencillo, es uno de los pasajes más brillantes y esclarecedores de la esencia de la teoría geográfica: el que Harvey haya podido abstraer y generalizar del lenguaje morfológico, al morfométrico, en un paso más en el análisis geográfico como teoría del espacio terrestre. No obstante, al parecer, el propio Harvey no estuvo del todo consciente de ese significativo hecho. Fue un fugaz enunciado con el que anticipaba ahondar en los conceptos de espacio.
Pero, consecuente Harvey con los fundamentos teóricos gnoseológicos dados en el positivismo de Stuart Mill como de Rudolph Carnap, Harvey empieza analizando el concepto de espacio sobre el principio subjetivista, con una posición gnoselógica en la fenomenología, en que reconoce una realidad sólo en una determinación psicológica.
Por lo demás, dice Harvey, ese espacio sentido, no es cuantitativamente diferente a la estructura euclidiana, por la cual no sólo podemos invocar objetos en su ausencia, sino recurrir a conceptos sin un contenido empírico, tales como “vacío” o “infinito”.
Harvey, fundado en el principio de subjetividad, no rescata, en consecuencia, lo que hay de común o de geometría real, en el espacio objetivamente dado, sino se pierde en la geometría apropiada en lo diferente de un espacio culturalmente determinado. Acaso no acaba en el marasmo, gracias a retomar al clásico Max Jammer (1954), el que: “contrapone dos conceptos del espacio esencialmente diferentes. El primero considera el espacio como una cualidad situacional del mundo de los objetos materiales o de los fenómenos –es decir, considerados en el espacio como una cualidad relativa-. El segundo considera el espacio como un recipiente de todos los objetos materiales –así pues, es una cualidad absoluta”[4]. En la Antigüedad Aristóteles es el representante del primer concepto, como Demócrito lo es del segundo. En la época moderna, lo serán, por un lado, Leibniz, y por otro, Newton. Hay en ello una confrontación, a más de en la teoría del espacio, en lo ideológico-filosófico en donde los primeros representan posiciones idealistas, y los segundos, posiciones materialistas; lo que históricamente fijó el problema en posiciones absolutamente irreductibles, ya del espacio como lo dado en un relativismo extremo, ya del espacio como el vacío absoluto.
Una cita de enorme importancia, puede, a su vez, rescatarse del texto de Harvey que comenta las posiciones idealistas de Max Jammer, quien en un momento dado considera que el concepto de espacio absoluto habría quedado eliminado: “La de la relatividad moderna –dice Harvey–, reemplaza el concepto de materia por el concepto de campo, que usamos dado por <<las propiedades y relaciones de la materia producible y la energía>>. La métrica (o geometría) del campo está enteramente determinada por la materia”[5].
La afirmación de Harvey es profundamente materialista: un campo (básicamente energía), “está enteramente determinado por la materia”, o, dicho de otro modo, que el campo es material; sólo que, vagamente, aquí se confunden los conceptos de materia y de sustancia, pues se vuelve a ver la métrica del campo no en la geometría del vacío, sino en lo “enteramente determinado por la materia”, esto es, en lo enteramente determinado por la sustancia”.
Es el horror vacui presente, que en tanto tal hacía el idealismo, o en tanto su opuesto en el tribuari vacui hacía un materialismo que enfrentaba a las dudas del espacio como el vacío absoluto.
Este problema fue tan esencial, que la dialéctica materialista en el “marxismo oficial”, hasta los años noventa, se mantuvo en la posición por la cual tomó partido por el continuum einsteniano, es decir, por la negación del vacío, y, por lo tanto, por el espacio como la métrica de lo discreto. Y ello significó una enorme dificultad teórica, a la que no hemos podido contribuir a su superación sino hasta la transición de la primera a la segunda década del siglo XXI.
El problema no era Aristóteles o Demócrito, ni Leibniz o Newton; el problema no era la relatividad métrica de la sustancia en el horror vacui, ni el tribuari vacui en la absoluta métrica del vacío; el problema no era o el parmenidiano mecanicismo del vacío como lo que “no es” y luego “no existe”, y lo pleno como “lo que es”, y luego existe; sino que todo fue siempre como sólo podía serlo: la heraclitiana dialéctica de lo que siendo, es; y lo que aún “no siendo”, también es.. Lo que al mismo tiempo siendo relativo en la sustancia, se hace absoluto en el vacío; o lo que al mismo tiempo, siendo relativo en Aristóteles o Leibniz, se hace absoluto en Demócrito o Newton. Esto es, que, la solución sólo podía estar en donde siempre estuvo: en la dialéctica del espacio, sólo que había que procesarla lógicamente.
Luego, en esta parte del texto de Harvey, tenemos una afortunada apostilla con fecha: “¡1990!”, a un pasaje en el que éste critica a Hartshorne: “<<El concepto de la geografía como ciencia del espacio ha tenido una importancia capital en la historia del pensamiento geográfico>>. Al menos en parte, la historia de la geografía puede considerarse como la historia del concepto de espacio…”[6]. Nos sorprendió, porque ello estaba dicho desde 1969, y el problema ya no es tanto que ello hay asido dicho claramente desde entonces, sino el que ya estamos en el siglo XXI y tales afirmaciones no tengan consecuencia en el avance de la geografía como ciencia.
Harvey asigna al concepto de espacio un papel metodológicamente organizador, que en su gnoseología fenomenológica mucho tiene de kantiana.
El asunto incluso en realidad va más allá de 1969 con Harvey, y se remonta a Richard Hartshorne en 1939, cuyas conclusiones principales en La Naturaleza de la Geografía, a decir de Harvey, “fue el que el fin específico de la geografía como ciencia podía definirse geométricamente a los conceptos espaciales. Afirmaba que la labor del geógrafo era describir y analizar la interacción de los fenómenos en términos espaciales”[7]. Así, lo esencial de la teoría de la geografía como ciencia ya estaba dada desde poco antes de la II Guerra Mundial, y sin embargo, a los estudiantes de geografía aún en los años setenta no se nos enseñó, ya no se diga así, con esos elementos, sino ni siquiera se nos mencionó que tales elementos existieran.
Recordamos que el Dr. Jorge A. Vivó, partidario de Hartshorne, se ocupó más por la explicación de las “unidades morfológicas”, que por la teoría en abstracto o metodológica de las mismas; pero, más aún, con un defecto: más que como una explicación, como dijera Hartshorne, “en términos de espacio”, se insistió en su explicación en términos de los fenómenos que implicaban. Y es que todo esto, incluso analizado en los años noventa, aún era de difícil comprensión. Obras como las de Hettner o Hartshorne, “misteriosamente”, aún en la segunda década del siglo XXI, siguen sin traducirse ni comentarse en español.
Más la objetividad del proceso hace que sea inevitable el que paulatinamente se vaya llegando una y otra vez a las mismas conclusiones por posteriores investigadores; y así llegamos nosotros nuevamente a ello en la propuesta del estudio de los fenómenos, en términos de estados de espacio. Pero ahora hay una diferencia más; el centrar todos los esfuerzos en la explicación teórica de qué entender por ello.
* Harvey, D; Teorías, Cap. XIV. La Geometría. El Lenguaje de la Forma Espacial; en “Teorías, Leyes y Modelos en Geografía”; Alianza, Madrid, 1983; pp.204-240.
[1] Harvey, D; Teorías, Teorías, Leyes y Modelos en Geografía; Alianza, Madrid, 1983; p.204.
[2] Ibid. p.204.
[3] Ibid. p. 205.
[4] Ibid. p.208.
[5] Ibid. p.209.
[6] Ibid. p.219.
[7] Ibid. p.219.
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