La Geografía como Ciencia de las Transiciones Entre los Elementos, Dr. Carlos Sáenz de la Calzada, 1978. Artículo, 2011.
Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri,
“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica
de Geografía Teórica.
http://espacio-geografico.over-blog.es/
La Tierra; 1 (jN, lW); 22 ago 11.
Esta idea de la Geografía como la ciencia de las transiciones entre los Elementos, nos fue expuesta por el Dr. Carlos Sáenz de la Calzada (1978), basada en el pensamiento de los antiguos griegos en su idea de determinar un principio esencial: con Tales, en el agua; con Anaxímenes en el aire, y con Heráclito en el fuego; a lo que Empédocles agregó un cuarto Elemento, la tierra, considerando a todos en su conjunto como esas esencias permanentes.
Tanto Tales con lo que él llamó el arké, o con Anaximandro, su discípulo, con su ápeiron, habían planteado con ello, con fundamento en el pensamiento filosófico materialista, que estos constituían el principio primordial del cual el cual se transforma para dar lugar a la sucesión de los Elementos. No obstante, Empédocles tomó los cuatro Elementos como estables y eternos, no generados, , sino a lo más aumentando o disminuyendo en cantidad en su mezcla en una unidad sustancial , bajo el principio de atracción y repulsión.
En ese momento, todo ello correspondía al pensamiento filosófico materialista, pero, a su vez, expresaba el pensamiento filosófico dialéctico, como dos sistemas filosóficos que en ese entonces se consideraban separados uno del otro.
Volver a la idea de los Elementos no constituye, por ese sólo hecho, ninguna regresión histórica, sino, paradójicamente, representa un avance en la geografía contemporánea, en tanto que dichos Elementos constituyen una generalización de los fenómenos particulares, de la litósfera, atmósfera, hidrósfera, y biósfera, separando a la geografía de su identidad equívoca con otras ciencias.
Es, en ese sentido, de generalización y abstracción (no de particularización y concreción), que la consideración representa un avance en el desarrollo teórico. Riábchikov, “geógrafo físico”, propuso el estudio del balance de energía entre ellos como la tarea eminentemente geográfica; pero el Dr. Carlos Sáenz de la Calzada, “geógrafo de la salud”, hablaba aún del sentido original entre las esencias: el de las transiciones entre los Elementos; de modo que se estudiase de ellos, por ejemplo, la “afección en los humores”, en su forma contemporánea como las afecciones a la salud. Él, al igual que Riábchikov, en el ámbito de la “geografía fenomenista”, incluso con una mayor tendencia hacia ello.
Dialécticamente es aquí donde mejor puede expresarse el sentido del desarrollo positivo o progresivo de la ciencia y el conocimiento, pues, discriminado el aspecto fenomenista no vigente, podemos retomar como el principal aporte del Dr. Carlos Sáenz de la Calzada, precisamente ese esfuerzo de generalización y abstracción que va en la búsqueda de la identidad de ese objeto de estudio, y en el deslinde de las ciencias particulares.
Hablar en geografía, por ejemplo, del “Elemento tierra”, en vez de la tectonogénesis de Riábchikov, o de los procesos geológico-geomorfológicos de la “geografía fenomenista”, hace un mundo de diferencia; son tres cosas totalmente distintas, donde la generalización es evidente. Otra cosa sería la teorización geográfica del “Elemento tierra”, como de los demás Elementos. Teorizar sobre los Elementos en geografía, tendería a hacerla más geografía, en tanto que estudiar los procesos dados en el balance de energía epiro-talasogénica, o en los procesos geológico-geomorfológicos, propia de dos ciencias especiales, tiende a la desarticulación y dilución de la geografía en otras ciencias. En una investigación, de alguna manera, se hace el geógrafo en identidad propia a esa búsqueda; en las otras investigaciones, , el geógrafo se deshace convirtiéndose en otro especialista, en un campo de estudios ya dado; ya en la geofísica, en general, o bien en otras más particulares.
Ahí es donde estaba la virtud de la propuesta del Dr. Carlos Sáenz de la Calzada, de aquellos años setenta. Hasta donde lo percibimos, nos parece que no se desarrolló; y nosotros, evidentemente, no contribuimos a ello, primero, porque aún estábamos algo lejos para definir, pues no egresaríamos sino dos años después; y segundo, porque, intuitivamente, así se lo dijimos entonces al Dr. Sáenz, la trayectoria a la que conducía tal propuesta, estaba muy clara en su campo de investigación, pero que para nosotros, de algún modo, muy vagamente sentido, era aún una particularidad.
Visto con el tiempo, el problema esencial de tal propuesta estaba en la falta del enunciado del espacio, no obstante, explorando su camino, invariablemente, en tanto planteamiento de identidad geográfica, hubiéramos llegado a su vez, al espacio: ese era, precisamente, el “quinto Elemento”, la “quintaesencia”.
Históricamente es así, no es nuestro giro literario, el quinto Elemento, denominado “quintaesencia”, era el también llamado éter (o aether), considerado desde los griegos por siglos. Cuando Newton en los siglos XVII a XVIII planteó el espacio como el vacío absoluto, ese vacío se vio en la disyuntiva de identificarse, o bien con “la nada”, o bien, precisamente, con el éter.
Con la discusión de los Elementos en la Antigüedad, se desembocó, necesariamente, en el planteamiento de los átomos, con Demócrito. Y el problema planteado con Demócrito acerca de qué era lo que habría entre dos átomos, planteaba, de suyo, el asunto del espacio, y con él, de la “quintaesencia”: el éter, cuya discusión acerca de su existencia real o no, se propagó hasta principios del siglo XX. El mismo Einstein, que primero lo negó, en una poco conocida conferencia de 1920 (incluso luego de su Teoría General de la Relatividad), declaró que <<parece ser que es necesario reconocer la existencia del éter>>; revelando ello el atolladero en el principal teórico contemporáneo del espacio.
El camino planteado por el Dr. Carlos Sáenz de la Calzada era viable y correcto, y nos conduciría, necesariamente, al crucial y esencial problema de la Geografía: el espacio. Más aún, cuando los Elementos, agua, aire, tierra y fuego, no se reducen en esta teoría a ser en sí la hidrósfera, la atmósfera, o la litósfera, sino que el fuego, por ejemplo, va más allá que un proceso de combustión, y es, en esta teoría, una vasta serie de fenómenos naturales al mismo tiempo: la llama, la luz, el calor, la temperatura ambiente como la temperatura corporal, la fermentación bioquímica, la estereometría, e incluso la esencia de la alquimia; pero que es, a su vez, algo vinculado a las emociones o humores, es porque en esta teoría, los Elementos se refieren, integral y esencialmente, al estado de las cosas.
La mezcla más virtuosa de los Elementos era la denominada crasis, y así, la crasis de la geografía sería precisamente la mezcla la mezcla que proporciona el éter, y esta proporcionada mixtura, al final, no será otra cosa que la unidad dialéctica de los “estados de las cosas” o estados discretos (las cuatro esencias o Elementos), y el estado de espacio continuo más general y esencial (el éter o “quintaesencia”).
Era, ciertamente, un camino correcto, pero tanto como tortuoso, y plagado de desviaciones fenomenistas. No obstante, si hoy tenemos que rescatar positivamente los aportes de la teoría de los Elementos en la propuesta del Dr. Carlos Sáenz de la Calzada, ellos son, precisamente: 1) la generalización de los fenómenos en los Elementos (en las esencias), en donde aquellos se convierten en “estados de las cosas”, y siendo la cosa un espacio lleno o pleno, ello equivale a decir: “estados de espacio”; y 2) la crasis (o combinación proporcionada más virtuosa de los Elementos), representaría la dialéctica entre los estados discretos de espacio y el estado continuo del mismo representado en el quinto Elemento, en el éter o quintaesencia, que en la terminología más contemporánea, es el vacío mismo, no como “la nada”, sino como “un algo” al que nosotros, en su proporción natural entre los Elementos, hemos denominado el vacuum.
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