El Comité de Huelga de la “Prevo 5” del IPN,
en el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968.
La Vida del Comité de Lucha.
Luis Ignacio Hernández Iriberri.
http://espacio-geografico.over-blog.es/:
México, octubre, 2008.
La vida del Comité de Lucha de la “Prevo 5”.
Así, el siguiente hecho relevante fue lo sucedido en la misma vida del Comité. Se entiende ya ahora, que esos jóvenes que formamos el Comité de Lucha de la “Prevo 5”, no éramos comunes; lo que nos diferenciaba de los demás, era una alta conciencia político-social. Pero a la vez, había algo que nos diferenciaba entre nosotros mismos.
Tampoco nunca supe si la línea de formación política entre los miembros de nuestro Comité aparte de mí, venía, de algún modo, de tiempo atrás, o si se dio como consecuencia de la vinculación directa, desde el primer momento, con el Comité de Lucha de la Escuela Superior de Física y Matemáticas.
Como quiera que fuese, en el seno del Comité de Lucha de la “Prevo 5” se expresaron dos corrientes políticas: 1) la de Miguel, Víctor y Gerardo, que compartían las posiciones del marxismo en la línea del “Pensamiento Mao Tse-Tung”; y 2) la mía, que me ubicaba en el marxismo en general, formado con la bibliografía del Instituto Marx-Engels y el conjunto de autores de la Academia de Ciencias de la URSS, en cierto modo, del “marxismo ortodoxo”. En consecuencia, en el contexto de los años sesenta, si yo era –así fuese dicho amistosamente en ese lenguaje fuerte entre jóvenes y en un valor entendido– el “maldito prosoviético revisionista”; ellos eran, a su vez, los “desdichados maoístas revisionistas”. En otras palabras, en el seno de nuestro Comité se reproducían, un tanto absurdamente, los conflictos por diferencias ideológicas entre la URSS y China. Mas ello no fue algo trivial, por lo contrario, a los pocos días le dio un giro completo a mi participación en el Comité, por simple exclusión (nuevamente quedaba flotando; como adentro, pero afuera; como en lo concreto, pero en lo abstracto).
Conforme avanzaban los primeros escasos días, la escuela se iba quedando cada vez más vacía; creo que sólo en el primer momento hubieron quienes montaron guardia quedándose a dormir ahí mismo; en realidad, creo que la escuela nunca contó con guardias nocturnas; y no porque al inicio no contáramos con gente para ello, sino porque nosotros mismos, particularmente yo, no estábamos en posibilidades (simplemente tanto Víctor como yo, teníamos que ir a trabajar). De hecho, llegó el punto en que perdí noción del significado en sí del haber “quedado a cargo”; pues hubo ocasiones en que llegaba a la escuela y ésta se encontraba absolutamente vacía. En una ocasión me senté afuera en la banqueta a esperar a alguien, y por ahí se apareció sólo un compañero; era Pedro (y del que nunca supe sus apellidos), quien pudo haber sido considerado el quinto miembro del Comité, de no ser porque casi no se le veía debido a que su padre ejercía un control desmedido sobre él. Esperamos y esperamos; sin duda, los compañeros del Comité estarían en alguna reunión en Zacatenco, en alguna sesión de Círculo de Estudio, o en alguna reunión del Consejo Nacional de Huelga (CNH) en la UNAM; pero de lo cual fuimos excluidos; hasta que él se tuvo que ir teniendo su tiempo muy controlado. A partir de ahí, siendo que eso se había repetido varias veces, se me perdió el sentido de presentarme en la escuela. Otra vez había quedado por fuera del proceso que se estaba dando [a].
Tuve que moverme a donde estaba la acción, y elegí trabajar como activista en las brigadas organizadas desde la Escuela Superior de Economía (ESE), y a partir de ahí, en lo personal, comencé a vivir una nueva experiencia, en la distribución de volantes, en la realización de pintas, en las pegas, hablando y dando información al pueblo en los camiones o pronunciando discursos en “mítines relámpago” en unidades habitacionales, en las fábricas, en los mercados o en los cines o las plazas. No obstante, yo no pertenecía a ahí; ese era otro nivel del movimiento, y no podía sino limitarme a ser, en mucho, espectador. Ciertamente se aumentó mi visión de las circunstancias políticas; pero, nuevamente, estaba yo ahí, “por encimita”, como viendo las cosas desde arriba.
La vida del Comité de la “Prevo 5” vista en mi vínculo al mismo, se hizo indirecta, por la amistad y cercana vecindad que teníamos Víctor y yo; y más que discutir sobre los aspectos del Movimiento, de ahí derivábamos siempre a los fundamentos teóricos de las líneas políticas adoptadas, y toda la discusión se centraba en ello: que lo que decía Mao en el Libro Rojo, o lo que decían Marx, Engels o Lenin y cómo debía interpretarse. Con Miguel o Gerardo discutí muy poco, más que por otra cosa, porque había en ellos, o por lo menos de ellos hacia mí, un maoísmo cerrado; me parecía que sus lecturas eran básicamente de las Obras Escogidas de Mao, y la información de la revista “China Reconstruye”, si tuvieron otras lecturas –que no dudo que así fuera– nunca supe cuáles fueron, y hacia mí había “el desprecio hacia el pequeñoburgués reformista prosoviético”. Las lecturas mostradas de Víctor eran un tanto más amplias, me refería lo mismo a fuentes soviéticas, que a Mao, que al Ché, que a Marcuse, a Fromm o a Gramsci, e incluso a Freud; íbamos a conferencias en la UNAM, o la librería universitaria en insurgentes, o al mismo Instituto de Relaciones Culturales México-URSS. De no ser por el tratar de seguir sus disertaciones, yo no hubiera leído prácticamente nada en ese entonces de buena parte de dichos autores. Y de lo poco y muy deficientemente que leí, desde mi incipiente marco teórico, tuve la capacidad para, si no “someterlos a crítica”, lo que sería decir demasiado, sí para sentir inconformidad con sus posiciones. A la larga, la práctica histórico-social demostró tanto para unos como para otros. Así nos formamos.
Con estos datos, ya podemos responder sin hipérboles a qué era el Movimiento Estudiantil-Popular para nosotros desde el Comité de Lucha de la “Prevo 5”: éste era el inicio de una transformación revolucionaria al socialismo.
La transformación revolucionaria al socialismo, en un momento dado, para ellos en la línea maoísta en donde “el centro de la revolución” había cambiado al sector estudiantil, significaba la revolución socialista misma en ciernes. Finalmente las influencias de lo que muchos años después entendería que era el llamado “neomarxismo”, desde sus antecedentes gramscianos y su versión maoísta, habían hecho mella, y, en los hechos, si bien no de palabra, dejaron de lado el principio marxista del sector obrero como dirigente de la clase proletaria en el movimiento revolucionario; porque, a lo Marcuse, el “centro de la revolución”, como ellos decían, lo trasladaron a la “clase media”. Para nosotros, mi caso, el Movimiento Estudiantil-Popular también era una transformación revolucionaria al socialismo, pero no ya como la revolución socialista misma y menos dirigida por los estudiantes o la “clase media” pequeñoburguesa (por más que lo que se vivía generaba una gran confusión); sino en tanto como proceso que preparaba apenas condiciones democráticas necesarias para que pudiese operar en lo inmediato el movimiento obrero como condición necesaria; y yo trabajaba, conocía el estado de control en que se encontraban los empleados y obreros de esa “aristocracia obrera” petrolera, me daba cuenta de que, con ellos en particular, el asunto iba para largo.
Hacíamos con ello nuestras propias y valiosas utopías: para ambas partes el socialismo estaba “a la vuelta de la esquina”; para ellos por la acción misma estudiantil en rebeldía, por la disposición de la “clase media” como aliada del proletariado, pero ahora dirigente del proceso revolucionario; para mí, porque, como consecuencia, pronto tendría que desencadenarse el movimiento obrero. Allí estaba el privilegio del sueño, del anhelo, de aspirar por una sociedad mejor, más justa e igualitaria.
Ante el problema planteado críticamente de si la huelga era el Movimiento mismo o si éste era ir más allá, está claro que para este Comité, la huelga estudiantil era sólo un medio; de ahí que en el título de este ensayo-narrativa nos hemos referido al “Comité de Huelga”, porque así nace y ello lo legitima; siendo a su vez “Comité de Lucha”, en tanto órgano representativo estudiantil; y que así, en el accionar de este Comité en el Movimiento, nos hemos referido a él como “Comité de Lucha”; ya para, en nuestra febrilidad, dar lugar a la revolución socialista en general; en donde ese “ir más allá” expresado así, era irse demasiado lejos, pero como un sueño y un anhelo válido; o ya como preparativo de esas condiciones en particular representadas en la principal consigna del Movimiento y plasmada en el logotipo que le representó: una “L” mayúscula, que servía de base para trazar una “D” mayúscula, en rojo y negro, como iniciales de, “Libertades Democráticas”; consigna teórica aceptada por todos, pero que en su aplicación práctica desencadenaba la polémica entre las posiciones “ultrarevolucionarias” o el “reformismo”.
Como quiera, con sus limitaciones por inmadurez, con sus contradicciones naturales inevitables, con su condicionamiento por su momento histórico, sin duda, el Comité de Lucha de la “Prevo 5” tuvo un alto nivel teórico ideológico y de conciencia social y política. Finalmente, creo, aun cuando no estoy del todo seguro, que lo que yo hice en el curso del Movimiento, en el Comité de Lucha de la Escuela Superior de Economía del IPN, los compañeros lo hicieron adscritos al Comité de Lucha de la Escuela Superior de Físico-Matemáticas, también del IPN; sólo que yo en la ESE no me presenté como miembro del Comité de Lucha de la “Prevo” 5, en lo que ellos sí fueron tratados como representantes del mismo, en la ESFM. Incorrectamente, ambas partes abandonamos nuestras propias bases y saltamos a un nivel de actividad política en un ámbito superior. Grave error, grave error colectivo casi inevitable que como tal dejaremos ahí, esencialmente porque desconocí en concreto el accionar de los compañeros luego de la segunda o tercer semana de iniciado el movimiento. Y sobre los errores personales, de manera especial, ya los comentaremos más adelante.
El Movimiento Estudiantil-Popular de 1968 no fue exclusivamente estudiantil, que se colgó lo de “Popular” sólo por la consigna de “¡Únete Pueblo!” y ciertamente una participación sindical, campesina y popular; sino, aparte de ello, principalmente se puede definir al Movimiento como Popular, por su sentido social más general dado en la integración misma del Pliego Petitorio, en el cual se reclamaba esencialmente tanto la liberación de los presos políticos; dirigentes de partidos políticos, sindicales, campesinos, populares, estudiantiles e intelectuales; como la derogación de los artículos acerca de la “disolución social” del Código Penal, que venían desde la II Guerra Mundial establecidos como sanción a delitos para prevenir las acciones desestabilizadoras de agentes del nazismo, pero que luego se continuaron vigentes, aplicándose a luchadores sociales de nuestro país; por lo cual, tales demandas tenían un impacto político y social democratizador nacional.
El miércoles 2 de octubre de 1968.
Al tratar de rescatar la vida del Comité de Lucha de la “Prevo 5” durante el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968, recogiendo sólo la memoria de su propia experiencia desde nuestro punto de vista (una manera de hacer este ejercicio), en este punto de vista nuestro falta el accionar en el que yo me vea vinculado al mismo, principalmente, a partir de mediados de agosto; de hecho desde la marcha del 13 de agosto en que se ganó el Zócalo, hasta el mismo 2 de octubre; un lapso de unos 50 días; y de ahí el salto que ahora damos en este apartado.
Pero el miércoles 2 de octubre va más allá de toda consideración de una experiencia personal; de algún modo hay, y no puede dejar de haber en ese acontecimiento, hilos que nos vinculan en el accionar de todo el Comité en su conjunto.
Ese día en aquella concentración, ninguno de los del Comité caímos ahí, pero lo cierto es que sólo yo fui detenido, y no lo pude haber evitado, pues me ubiqué en la tercer terraza del Edificio Chihuahua, que se convirtió en una trampa (soy el que está sentado en el barandal con los pies de fuera, pegado a la primera columna de derecha a izquierda).
A las 15:30 h salimos de nuestro trabajo, unas oficinas de Petróleos Mexicanos en la calle de Humboldt. Nos encaminamos a la Plaza de Tlalteloco valorando qué hacer con las escasas monedas que traíamos en la bolsa: si comernos una torta y tomarnos un refresco (que nos consumiría unos siete pesos sobrándonos para nuestro pasaje de regreso a casa), o si adquirir la revista Sucesos (otros seis o siete pesos), aguantándonos el hambre y la sed, que en ese día publicaba el último número de la biografía de Ernesto Guevara, “el Ché”, del cual el 7 de octubre se cumpliría el primer aniversario de su muerte en Bolivia.
En teoría optamos por lo primero, pero al llegar al puesto de periódicos en la esquina y ver la revista, sacar el dinero y comprarla fue automático.
Nos fuimos caminando hasta Tlaltelolco. Llegamos a la Plaza de las Tres Culturas muy temprano; nos fuimos a sentar por ahí pretendiendo leer la revista, pero con hambre y bajo el Sol, nos empezamos a adormilar; y viendo a los compañeros colocar las bocinas para el acto, se me ocurrió ir a ver qué podía hacer por ayudarlos.
La primer terraza del Edificio Chihuahua, que servía de tribuna, está en el tercer piso del edificio. Llegué al elevador, entré, y automáticamente oprimí el número 3; pero sin darme cuenta que esos elevadores no desembocan a cada piso, sino a cada terraza, y que por lo tanto a donde saldría sería a la tercer terraza y no al tercer piso o primer terraza [b]. Pero salir a ella y admirarme del paisaje que de ahí se contemplaba hacia el poniente de la Ciudad de México (en una ciudad de un aire aun transparente), me retuvo, decidiendo permanecer ahí. Cuando miré hacia la Plaza, ésta ya bullía de gente; y de la contemplación del paisaje natural, pasamos a la participación del movimiento social.
Empezó la asamblea (para nuestro propósito, no entraremos mucho en detalles, por lo demás ampliamente relatados; pero se hace inevitable la narrativa de esa experiencia personal); en un momento dado cayeron entre la parte trasera de iglesia y el Edificio Chihuahua, primero una bengala blanca, instantes después una verde y luego una roja. Desde la posición en donde estaba, claramente vi cómo salían detrás de la iglesia, desde los patios del Exconvento [c]. De inmediato apareció en la avenida un convoy de camiones del ejército, se estacionó, y descendieron los soldados, los cuales se precipitaron hacia el sitio arqueológico, y corrieron entre sus ruinas hacia la Plaza en donde estaba la concentración.
Me puse de pie (estaba sentado en el barandal con dichos pies de fuera), evalué el poder salir de ahí dándome cuenta que no me daría tiempo, y, por lo tanto, de que estaba irremediablemente atrapado. Lo único que quedaba era esperar una pacífica operación de desalojo, igual que la que había visto con los obreros petroleros en 1958. Pero los soldados no se emplazaron y permanecieron alerta, ni ningún alto mando militar vino antes a la tribuna a establecer el desalojo. La represión era un hecho.
Concentrado en los movimientos en la Plaza, sólo percibí a mis espaldas cómo la masa de gente, que ya no eran puros estudiantes, se desplazaba con pánico hacia las escaleras a mi derecha. Había que empezar a bajar para intentar algo; y percibiendo que el lado derecho atrás de mí estaba saturado, giré instintivamente a mi izquierda mirando aun hacia la Plaza, pero no pudiendo dar más de dos pasos, al ser encañonado con una metralleta en el estómago al grito de “¡a dónde!”. Di un salto hacia atrás, me expliqué entonces el por qué de ese desplazamiento con pánico de la gente hacia mi derecha que percibí a mis espaldas. Entonces quedé hasta atrás de todos que a sí mismos se bloqueaban el acceso a las escaleras sin poder avanzar. Voltee, y me sorprendí al ver a esa gente armada vestida de civil gritando frenéticos “¡Batallón Olimpia, Batallón Olimpia!”, echados pecho tierra, y su comandante, el que me imprecó con la metralleta, rodilla al piso, desgañitándose a gritos y agitándonos la mano con su guante blanco en el ademán de “¡al piso, al piso, tírense al suelo!” (es evidente que sabían lo que iba a pasar). Nadie hacía caso, pero porque en el escándalo y el pánico nadie escuchaba nada; y tuve que darles de patadas, así, tal cual, para que voltearan e hicieran caso. Apenas corrió la instrucción de echarse al suelo, y al momento de hacerlo, se desencadenó la balacera; y ahí tendidos permanecimos varias horas, incluso en el agua que empezó a correr por la terraza. Hacia la media noche, todos, los del “Batallón Olimpia” como nosotros, nos arrastramos pecho tierra hacia las escaleras por donde aquellos habían penetrado a la terraza, quizá pretendiendo salir del edificio. Pero se desató nuevamente la balacera, bajábamos corriendo huyendo de las balas, cuando nos topamos con otro grupo que por las mismas razones intentaba subir.
Nos quedamos ahí, todos tirados sobre las gradas y pegados a la pared queriendo hacer de nuestro lugar el rincón más seguro; y aquí inserto algunas palabras de mi artículo en la antología Memorial del 68, por ser uno de los dos momentos más impactantes de mi experiencia ese 2 de octubre:
“Los milicos ya se habían cansado de gritar su contraseña de “¡Batallón Olimpia”!: estaban atrapados igual que nosotros. Un compañero –me pareció de menor edad que la mía– estaba tendido boca abajo, sin que pudiera vérsele el rostro, en el descanso, hacia el lado exterior, el más expuesto.
Se dio la orden de volver a subir. Creí que por la balacera y los nervios, el compañero no había escuchado la orden de regresar, pero también lo veía distendido. Como no queriendo yo comprobar lo que sospechaba, apenas le pateé las piernas alargando las mías desde el primer escalón en el que yo había quedado. Y mi intención de decirle que se levantara se me ahogó en la garganta, y más que transmitirle la orden de que se levantara y regresara, en un murmullo sólo me salió una súplica: ¡Vamos, levántate!...
Pero el ya no quiso más ajetreo. Prefirió quedarse ahí..., sin decirme nada, sin moverse.
Apenas pudimos subir al siguiente piso, y ahí quedamos atorados. Otra vez había quedado atrás y me tocó de nuevo estar precisamente en el descanso de las escaleras más expuesto. Hasta ese momento, después de varias horas, entré en crisis. Empecé a temblar sensiblemente y no me podía contener por más que me decía a mí mismo “calmado, calmado”. Estaba recargado sobre la espalda de un compañero que después me platicó que era de la Facultad de Ciencias de la UNAM. El sentía mi temblor, levantó y volteó la cara con la intención de decirme algo, pero prefirió quedarse callado. Yo noté su gesto y fue más por vergüenza de que notara que temblaba que por otra cosa, que al instante me calmé”[1].
Luego nos encerraron en un departamento vacío; el que seguramente habían ocupado para su emboscada.
Antes de entrar nos ponían contra la pared y nos esculcaban; allí me encontraron, doblada y hecha una sopa, la revista Sucesos, que en la portada traía la fotografía del Ché muerto en Bolivia. El oficial la abrió tomándose su tiempo para despegar las hojas “y me hizo la pregunta tonta: <<Qué es esto>>!. Como correspondía, de la manera más natural, le contesté: <<una revista>>. La arrojó a un rincón donde ya se acumulaba un cerro de propaganda y empujándome hacia la puerta del departamento ya sólo dijo: <<¡Va especial!>>”[2].
El otro momento impactante de ese día del 2 de octubre, consistió en una experiencia singular: finalmente éramos llevados a la carrera manos en la nuca custodiados por dos agentes pistola en mano por un corredor hacia la Av. “Manuel González”, en medio de una valla de soldados a ambos lados que al paso nos agredían física o verbalmente. Dimos vuelta a la izquierda en una pequeña explanada, comenzaba una ligera llovizna con pequeñas ráfagas que hacía el aire fresco de esa noche [d], y al fondo, sobre las gradas de una escalera de acceso a un edificio, y justo hacia donde nos dirigíamos, unos cinco a siete granaderos a culatazos y a patadas golpeaban a alguien [e].
El caso es que, en ese momento, dejé de escuchar, y percibí que todo transcurría como “en cámara lenta”, creí que el siguiente en esas golpizas sería yo; pero al mismo tiempo sentí que yo me hacía grande y que los agentes con sus escuadras en las manos a ambos lados de mí que a la carrera me conducían, se hacían pequeños, los veía agacharse. Me dije a mí mismo que no lloraría ni suplicaría..., ¡bha!..., por lo menos en mis pensamientos estuvo lo digno. Pasamos de largo...
Sin lugar dudas, el Ejército Mexicano, en el más abyecto de sus “planes de guerra” por el cual no sólo masacró una masa civil inerme, sino se traicionó a sí mismo, es el directamente responsable de los hechos (si bien la autoría intelectual estuvo en las más altas esferas del poder con el inefable Luis Echeverría Álvarez, y el, por el resto de la historia, nefasto Gustavo Díaz Ordaz). Todo fue planeado por el ejército: la filmación de los acontecimientos desde distintos edificios, la emboscada, los conjunto de bengalas desde distintos puntos coordinando la acción de ataque sincronizado; los miembros del ejército en funciones paramilitares en el “Batallón Olimpia” y como francotiradores; el acceso imprudente a la plaza por una parte de las tropas provocando la estampida de la masa, e ingenuo por parte de las fuerzas comandadas por Toledo; y he aquí la traición a sí mismos; que sirvieron de “piezas de sacrificio” para el blanco predeterminado de los francotiradores, en tanto otra parte de las tropas esperaba en reserva y a resguardo, al mando de una comandancia que seguramente debió saber lo que iba a ocurrir; la gigantesca traición y provocación en las órdenes de dispararse entre sí (pues todos eran miembros de ejército) para, por un lado, hacer ver a la infantería en la plaza como agredida, haciendo pasar con ello por inocente al ejército; y por otra parte, responsabilizar de todo al Consejo Nacional de Huelga (por lo que no casualmente unos años después “se filtraron” algunos de los filmes que ellos mismos habían hecho y precisamente hacían ver la agresión al ejército y a éste como inocente) [f].
En la madrugada nos sacaron uno por uno con las manos en la nuca hasta llegar a la planta baja. Allí nos pedían que bajáramos las manos y en el acto, una multitud de periodistas nos “fusilaban” a “flashasos”. Desde ese momento me di cuenta que esas fotografías andarían por ahí publicándose y sabrían a donde fui a parar. Pero pasaron poco más de treinta años para que finalmente pudiera ver esas fotografía (en particular en 12 cuadros) publicadas por la revista Proceso [3], que solicitaba que aquel que se identificase, reportara sus datos.
A la revista comenzaron a llegar esos datos, entre ellos, los míos, y se inició su publicación con las breves narrativas del momento vivido, a tres décadas de lo sucedido, hechas espontáneamente por los personajes de esas fotografías al enviar sus referencias.
No se publicó todo, la sospechosa muerte del compañero Florencio López Osuna, la principal figura en esa colección de fotografías, detuvo el propósito por los editores. Pero lo que alcanzó a salir (apenas cuatro identificaciones de aquellos 12 cuadros), se caracterizó por mostrar el lado negativo, pesimista o fatalista, de una tragedia que dejó impactada e imborrable en su psique y en su ánimo, la pesadumbre por aquel momento vivido.
Nuestra narrativa [g], hecha simultánea e independientemente a las demás, tuvo un tono diametralmente opuesto a ese lamento por la tragedia vista por sí misma de manera absoluta. En nuestro escrito, obviamente, no podíamos sino referirnos a la tragedia, pero rescatando de ella el acto sublime de los jóvenes y el pueblo, que significó aquella lucha social por alcanzar mayores libertades democráticas. El correo electrónico en el que envié mis datos, dirigiéndome a la compañera reportera; lo que no estuvo mal, pero que debió ser a la Dirección de la revista; iba acompañado del siguiente texto:
<<Saludos, compañera Sanjuana Martínez, sabía que esa fotografía debía andar por ahí..., y en más de un archivo, porque no operó únicamente un flash, sino más de una docena.
Estamos siendo fotografiados en la Planta Baja del Edificio Chihuahua, en la parte posterior a la Plaza, hacia la 1:00 h, ya del día 3 de octubre, con la intención de ser conducidos a los transportes militares estacionados en Av. “Manuel González”, y ser llevados al Campo Militar Nº 1.
Parecía que la balacera había cesado (unos momentos después se reanudó durando quizás hasta las dos o dos y treinta de la madrugada), y se encontraba a la entrada del Edificio una “nube”; debo suponer, de reporteros; que bien creo pudieran haber sido tanto de la prensa nacional como internacional. Siento como que fue una presión de la prensa para dejar constancia de los detenidos ahí. ...es una operación militar de precisión, planeada con mucha anticipación, y no “al cuarto para las once” (¡así, casi literalmente compañera Sanjuana!), como nos lo quiere hacer creer Marcelino García Barragán (ver final del primer párrafo de la pag.14 de tu artículo).
¿Cómo llenar tres departamentos con una Compañía? (que si no mal recuerdo de lo que aprendí en el Servicio Militar, serían entre uno y tres Batallones, es decir, entre 33 y 99 hombres, y definitivamente tuvo que ser la Compañía completa), entre las 11:00 h y no más allá de las 15:00 h; porque a las 16:00 h que yo llegué a la plaza, ya los compañeros instalaban las bocinas. ¿Cómo mover toda esa gente sin ser vista en un lapso de tres horas, un Batallón por hora? Significarían dos tipos entrando cada dos minutos. No. Ellos estuvieron ahí, escondidos en esos departamentos, por lo menos una noche antes. Pero he escuchado versiones de que estuvieron incluso desde dos días antes.
Curioso, sabía que esas fotografías andaban por ahí, en muchos archivos, pero nunca creí que llegaría a verlas. El buen Marcelino Perelló (creo), “El Pino” (creo), Sócrates, inconfundible... Y qué decir del camarada Luis de Alba, y del fregonazo de Florencio López Osuna y su hermano... El lamentabilísimo asunto ese de la pistola que en tu texto dice que “confesó” que traía, creo que es otra historia; pero el autorizado para explicarla es él, porque la que yo me sé, es un asunto tragicómico absurdo.
¿Me ves esa cara de idiota?, pues en el Campo Militar, cuando me interrogaron, todavía la puse más de imbécil, que con trabajos sabía cómo me llamaba..., y ellos mismos llenaron el Acta sin más trascendencia..., ya nada más pasé a la foto..., que de frente, que de perfil, que de tres cuartos, que por la nuca, jaja...
Te comprometo Sanjuana: salúdame a los que se comuniquen... A todo ellos..., mi más infinito respeto, mexicanos enteros. Yo aun estoy por escribir lo mío, a ver si ahora sí ya el próximo año. Lo estoy queriendo hacer desde el treinta aniversario. Es el testimonio especial de aquellos que fuimos los últimos del movimiento estudiantil, simplemente porque éramos los estudiantes más jóvenes, los estudiantes de las “Prevos”. Y traigo aun un peso enorme en la conciencia: fuimos cuatro en el Comité de Lucha de la Prevo 5: Miguel Reséndiz, el más entrón, el principal; Víctor Cejudo Ayala, “El Cejas”, el segundo, el cerebrazo; Gerardo Murillo, el buen “Muro”, el que a la hora de los trancazos era el primero en saltar y entrarle; y yo. A nuestros diecisiete o dieciocho años no éramos cualquier joven común y corriente. Ellos eran de filiación maoísta, y yo, respecto de ellos, el “maldito revisionista prosoviético”, jaja... El conflicto Chino-Soviético reproducido en el seno de nuestro Comité de Lucha..., jaja. Por eso luego fui a parar como activista en el Comité de Lucha de Economía..., y como Marx escribió El Capital, supuse que en la ESE estarían los más revolucionarios..., y en cierto modo, no me equivoqué..., esos fueron los años sesenta-setenta..., infinitamente maravillosos. Debo un homenaje a mis compañeros del Comité... En ellos hay una trágica historia...; (aquí retiro unas líneas que insertaré y comentaré en el apartado siguiente).
Gusto en saludarte, que esto último no nos amargue, es sólo la tragedia que nos permite conocernos más a nosotros mismos, y que nos humaniza y ennoblece>>.
Acerca del 2 de octubre, para terminar este apartado, esa última idea debe ser la esencial: es con esos mexicanos enteros caídos en esa tragedia en los que ha de estar nuestra propia identidad como mexicanos, y el sacrificio que en la perspectiva histórica se hace sublime, es lo que nos humaniza y ennoblece. El 2 de octubre no debe ser para llorar la tragedia, sino para, con alegría, con optimismo, rescatar la dignidad ennoblecida.
Impensadamente, no sólo representábamos a la “Prevo 5”; representábamos a aquella joven generación del 68 que cambió a México. Pero en esos registros históricos habían faltado algunos más: precisamente los compañeros del Comité de Lucha de la “Prevo 5”, que con mayor gloria, deben estar ahí. Y esto último dicho no es ningún giro literario; por lo contrario, eso es lo que ha movido este escrito por su forma y contenido. Y la explicación de ello está ahora en lo que he titulado: “La transformación cualitativa, moral e histórica, del <<Comité de Lucha de la “Prevo 5”>>.