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  • : Espacio Geográfico. Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri
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4 enero 2010 1 04 /01 /enero /2010 09:11

Clich--Literatura

El Comité de Huelga de la "Prevo 5" del IPN,
en el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968.
 Los Años Sesenta del siglo XX.

Luis Ignacio Hernández Iriberri.
"Espacio Geográfico", Revista Electrónica de Geografía Teórica;
http://espacio-geografico.over-blog.es/;
México, 11 feb 10.

Y para terminar de integrar el anterior ensayo al cuerpo de este documento, debo agregar: esas luchas, como muchas más que están en la historia de esos años; el movimiento de los médicos, la destitución del Dr. Ignacio Chávez como Rector en la UNAM, el asesinato del líder guerrillero morelense Rubén Jaramillo, los levantamientos guerrilleros en Guerrero, primero con Genaro Vázquez, y luego con Lucio Cabañas, y en Chihuahua con los hermanos Gamiz; o la huelga estudiantil de la Universidad Nicolaíta; hicieron síntesis, como causalidad profunda, en el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968.  Cada movimiento, por modesto, por aparentemente insignificante, por desconocido que haya sido, o en el futuro sean, han significado y significarán siempre un paso adelante en el logro de cada vez mayores libertades democráticas.

 

Pero el texto de ese ensayo, lo que claramente nos da, es el conocimiento de las condiciones económicas, sociales, política e ideológicas en las cuales se fraguó el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968.

 

Luego, un año más después, en el 2006, en algún otro Seminario sobre el México contemporáneo acerca de los años sesenta, en el doctorado, presenté un ensayo más al respecto de la trascendencia del Movimiento Estudiantil-Popular de 1968 y la vigencia de su espíritu de lucha, que ahora, a su vez, juzgo oportuno insertar aquí, titulado: Los Años Sesenta del siglo XX:

 

 

“Los Años Sesenta del siglo XX”.

 

<<La represión en los primeros años de la década de los sesenta, a los movimientos obreros iniciados desde fines de los años cincuenta; el asesinato de Rubén Jaramillo y su familia; el embaucamiento y represión al movimiento de los médicos; la represión al levantamiento en Ciudad Madera, Chihuahua y al Movimiento Estudiantil de la Universidad Nicolaíta, tuvieron, todos en su conjunto, un momento histórico de conclusión en los acontecimientos del Movimiento Estudiantil-Popular de 1968.

 

Más aun, dicho acontecimiento político-social no sólo caracteriza en su esencia a toda esa década, sino es –a nuestro juicio, a la luz de los hechos a treinta y siete años-, muchísimo más que un simple acontecimiento que arrojó; en mucho, incluso, pos facto; algunas reformas políticas y cambios sociales; sino una verdadera divisoria histórica.  Esto es lo que demostraremos en este trabajo.

 

El Movimiento Estudiantil-Popular de 1968 en México es por ello, la expresión más viva de la dialéctica entre la libertad y la necesidad; esto es, entre la autodeterminación y voluntad de acción del ser humano y las leyes objetivas de lo social; es decir, ajenas o independientes a sus deseos o voluntad; que efectivamente le determinan.  Es, en ese sentido dialéctico, al mismo tiempo un acontecimiento lo mismo sublime que trágico, ennoblecedor y alegre, que funesto y terrible; lo mismo festivo, que fatal.  Y tanto más, que ocurre no en el ámbito del recurso laboral de un trámite de ley, ni –en lo que de ello lo haya- en la figura del romanticismo impostado del guerrillero de la época; sino en el ámbito de los jóvenes en los niveles de estudio Medio Superior y Superior, que luego reciben el apoyo popular solidario, y que brota en toda su magnitud de la manera más espontánea; diría Marx, en la plenitud de la “iniciativa histórica de las masas”,  Y cuando decimos “brote espontáneo”, no dejamos de tener en cuenta la innegable provocación del Estado, que como tal, pretendió ser un medido acto premeditado.  Así, lo espontáneo, se refiere precisamente a esa acción de respuesta inesperada en esa “iniciativa histórica” que fue más allá de toda medida preconcebida.

 

Sin hipérbole alguna, el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968 constituye una divisoria histórica, precisamente porque luego del mismo, el Estado; con especial interés, preocupado por que aquello no volviese a ocurrir; sometió a las generaciones de jóvenes posteriores, a un literal genocidio intelectual (esto es, a un “exterminio sistemático de un grupo social”, en este caso el grupo de jóvenes estudiantes entre 18 y 28 años de edad); no sólo primero mediante la violencia extrema de la “guerra sucia” de los años setenta; sino luego, así, continuadamente, en segundo lugar, mediante la sutil “guerra ideológica” dada en el ámbito de la educación, insertando de manera rígida la educción bajo la pedagogía conductual-pragmática (con la cual se funda el Colegio de Bachilleres de la Secretaría de Educación Pública); y ante lo cual apenas se enfrenta el proyecto de la educación bajo la pedagogía estructural-funcionalista con que se fundan los Colegios de Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México; y luego, mediante un tercer elemento, se difunde con particular énfasis la filosofía e ideología del llamado “posmodernismo”, que condiciona a las nuevas generaciones al pensamiento anticientífico y a la manera de ser apolítica, conformista e individualista, que fue caracterizando cada vez más a la equívocamente llamada “Generación Perdida” de los jóvenes entre 18 y 28 años de edad, que acaban asumiéndose así, como “jóvenes perdidos” durante los años ochenta, y más aún perversamente, de igual modo, a la denominada “Generación X” de los jóvenes que se asumen así, irrelevantes, intrascendentes, sin identidad alguna, de los años noventa; hasta llegar, con pleno éxito para el Estado, a la alienación extrema dada en la condicionada “Generación Light”, de los jóvenes universitarios sumidos en el individualismo, en el relativismo y subjetivismo extremos, con nula conciencia social (hablando siempre en lo general), de la primera década de este siglo XXI.  Nada de esto ocurrió mágicamente, por más que aquella “Generación del 68” se encuentra ahora estupefacta ante una situación que jamás pensó, y mucho menos pudo haber deseado para sus hijos.

 

Demostremos lo anterior mediante un sencillo silogismo desarrollado en el contenido de los siguientes apartados.

 

 

1  La “Iniciativa Histórica de las Masas”, 
    entre la Libertad y la Necesidad [a]

 

El deseo de una vida social menos autoritaria; de hecho, el deseo de acabar con toda forma de autoritarismo: “¡Prohibido Prohibir!”, gritaban los muros en 1968; lograr una sociedad en que imperara mayor libertad y una verdadera democracia: “¡Libertades Democráticas!”, fue el lema de aquel Movimiento; constituyó la esencia de aquella movilización social en que el estudiantado tomó las calles de la Ciudad de México.  Y el pueblo, reprimido una y otra vez en los años inmediatos anteriores, sumido en la desigualdad e injusticia social, se vio representado en aquella anhelante juventud.

 

Cuando el movimiento se inicia, se inicia con una represión violenta; difícilmente podría esperarse que no terminara ahogado en sangre; y la paradoja es que entonces nadie, no sólo no esperaba un desenlace trágico como el ocurrido el 2 de octubre, sino en lo absoluto tal cosa podría haberse imaginado.  Mas, debemos decir con Marx no obstante la magnitud de la tragedia: “De cualquier manera (...) la insurrección (...), en el caso de ser aplastada por los lobos, cerdos y viles perros de la vieja sociedad, constituye (una) proeza...”[1].  Sólo así podremos empezar a entender la tragedia y a aceptarla no con el pesimismo de la fatalidad, sino con la dignidad que merecen los caídos en la lucha por las libertades democráticas.  “Marx –dice Lenin-, pone, por encima de todo, el que la clase obrera crea la historia mundial heroicamente, abnegadamente y con iniciativa...; incluso por una causa sin perspectiva, es indispensable para los fines de la educación ulterior de estas masas y de su preparación para la lucha siguiente”[2].  Y así, una memoria fatalista que vive unilateralmente lamentando la tragedia en vez de celebrar el costo de la proeza heroica, se predispone con temores, cuando no, niega la lección histórica y se desmoraliza.  Desea, y fervientemente, que no vuelva a ocurrir lo que inevitablemente habrá de darse, porque esa es la condición de necesidad –así lo registra la historia- en la lucha por la libertad.

 

No es no-rememorar el “2 de Octubre”, sino hacer memoria de él de otro modo, con otro sentido; no con el sentido de los que ahí murieron porque fueron masacrados cobardemente, sino con el sentido de aquellos cuyo sacrificio heroico nos dejó una lección de alta valía revolucionaria: tarde o temprano, cuando las masas se insurreccionen, el Estado lo volverá a hacer por un elemental principio de poder.  Pero entonces sabremos estar ahí para morir dignamente, con la mayor entereza moral.

 

En el artículo: “A la Memoria de la Comuna”, Lenin se refiere a los cuarenta años ha de aquella insurrección, narra las celebraciones y honras fúnebres del proletariado en “las tumbas de los comuneros fusilados durante la terrible “semana de mayo”, y (el que) ante ellas volverá a jurar que luchará sin descanso hasta lograr el pleno triunfo de sus ideas, hasta dar cabal cumplimiento a la obra por ellos legada”[3].  Es pues, otro el sentido, no es el temor a que tales hechos se repitan, sino más bien el desafío histórico a los opresores a que lo vuelvan a hacer ante la causa justa de la lucha por las libertades democráticas.

 

 

2  El Movimiento Estudiantil-Popular de 1968 en México: 
    una “Iniciativa Histórica de las Masas” [b].

 

En otro artículo de Lenin titulado “Las Enseñanzas de la Comuna”, en su último párrafo escribe: “No importa que (las) sublevaciones de la clase obrera hayan sido aplastadas.  Vendrá una nueva sublevación ante la cual serán las fuerzas de los enemigos del proletariado las que resultarán débiles.  Ella dará la victoria completa al proletariado socialista”[4].  Es claro, un teórico de la revolución como Lenin nos extrae la lección histórica: cuando las masas vuelvan a insurreccionarse, el Estado lo volverá a hacer; el asunto es, de qué lado estará la correlación de fuerzas.

 

Ese vis de las masas en su “iniciativa histórica” es precisamente lo que estuvo presente en el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968; aun cuando ciertamente, en el vis a vis con el Estado en ese momento histórico, la desproporción fue enorme.  Pero cuanto más fue la desproporción en el frente a frente de una fuerza ante la otra, tanto mayor la derrota histórica y moral del pírrico “vencedor”.

 

Ese Movimiento –se ha repetido por todos sus protagonistas- no tuvo “líderes”, sino representantes, todos surgidos espontáneamente por decenas y cientos.  Fue esa espontaneidad la esencia de la fiesta popular: por poco más de cuarenta y cinco días, el pueblo tomó las calles; cierto es, tímidamente a través de la decidida acción de los estudiantes, pero ese fue el verdadero Movimiento Estudiantil-Popular: la toma de las escuelas, el “boteo”, las brigadas y el “volanteo”, los perros pintados o portando carteles, los discursos en los camiones, en los cines, en los mercados y en las plazas; los festivales, las marchas “de todos”, hasta de los que expectantes veían y saludaban el paso de las manifestaciones, ya del griterío como la del 27 de agosto, ya del impresionante silencio como la del 13 de septiembre.  La creatividad afloró sin límites, fuimos, en la medida que la espiritualidad humana creativa se manifestó plena.  Ese fue el verdadero Movimiento; la tragedia del 2 de octubre, sólo lo ennobleció.

 

 

3  El Movimiento Estudiantil-Popular de 1968 en México: 
    Divisoria Histórica [c].

 

Concluyendo en un lógico-formal consiguiente: el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968, no sólo visto en su perspectiva histórica de forma que caracterizó aquella década, sino por cuanto a su contenido, puso la marca de un momento histórico-político y social tras el cual quedó un México de autoritarismo y prepotencia, y abrió las perspectivas de un México, finalmente, con mayores libertades democráticas.

 

Mas el Estado no sólo tomó la ofensiva militar a partir del 18 de septiembre y durante todo el lapso de la “guerra sucia” durante la década siguiente; sino tomó la ofensiva en el sutil plano de lo ideológico, y por los últimos casi cuarenta años ha atenuado, hasta nulificar, todo viso de insurrección estudiantil.  Mas el problema no es la insurrección de los estudiantes, que difícilmente pasará de cimbrar al Estado, pero nada más, pues la verdadera revolución ha estado y estará, en manos de la clase obrera.  El problema real, es que ese Estado anuló, más allá de la mediocridad e ignorancia oscurantista, a las nuevas generaciones.

 

 

Conclusión.

 

No casualmente Luis González de Alba se pregunta: <<¿Por qué hemos llegado a tales extremos de rechazo a la razón?>>; y allí en donde él duda preguntándose si <<¿será esta obcecación producto de la educación que hemos dado a las dos últimas generaciones?>>, nosotros afirmamos: sí, ha sido la educación; no la familiar o informal, sino la formal o escolar, reforzada con la subliminal “guerra psicológica” a través de los medios de comunicación para el condicionamiento de masas>>.



[a] Premisa antecedente: <<Toda “iniciativa histórica de las masas” es la expresión más viva de la dialéctica entre la libertad y la necesidad, que constituye una divisoria histórica>>.

[1] Lenin, V.I; Prefacio a la Traducción Rusa a las Cartas de C. Marx a L. Kugelman”; en Lenin, V.I; “La Comuna de París”; Editorial Progreso, Moscú, (s/f); p.18. [Lenin cita a Marx, aludiendo éste a la insurrección de la Comuna de París]

[2] Ibid. pp.18-19 (subrayados suyos)

[3] Op. Cit. p.24, en Lenin, V.I; “La Comuna de París”; Editorial Progreso, Moscú, (s/f).

[b] Premisa de tesis: <<El Movimiento Estudiantil-Popular de 1968 en México, fue producto de la “iniciativa histórica” de las masas>>.

[4] Op. Cit. p.23; en Lenin, V.I; “La Comuna de París”; Editorial Progreso, Moscú, (s/f)

[c] Consiguiente hipótesis: Luego entonces, <<El Movimiento Estudiantil-Popular de 1968 en México, es la expresión más viva de la dialéctica entre la libertad y la necesidad, que ha constituido una divisoria histórica>>.


 
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4 enero 2010 1 04 /01 /enero /2010 09:10

Clich--Literatura

El Comité de Huelga de la “Prevo 5” del IPN,
en el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968.
"Los Movimientos Proletarios de los Años Cincuenta"

 Luis Ignacio Hernández Iriberri
"Espacio Geográfico", Revista Electrónica de Geografía Teórica;
http://espacio-geografico.over-blog.es/;
México, 08 feb 10.

 


“Los Movimientos Proletarios de los Años Cincuenta”.

 

<<En la periodización que hace Erich Hobsbawm de lo que él llama “el siglo XX corto” (del inicio de la I Guerra Mundial en 1914, a la disolución de la URSS en 1990); los movimientos de los trabajadores en los años cincuenta en México, se encuentran en el segundo período, comprendido según Hosbawum, entre 1945 y 1970, que a su vez llama la “Edad de Oro”, dado el auge económico y la estabilidad general.

 

Entre estos movimientos del proletariado mexicano en dicha década, destacan, entre los telegrafista, telefonista y electricistas, en el orden de su inicio: 1) el Movimiento Magisterial de 1956, 2) el Movimiento Petrolero de 1958, y 3) el Movimiento Ferrocarrilero de 1958; de los cuales, acerca del significado histórico-político en específico, nos habremos de referir.

 

Haremos una breve caracterización de los mismos con el fin de entender el contexto histórico del movimiento proletario nacional en ese momento histórico, y de los resultados de esas luchas generalizaremos su significado y trascendencia histórico-política; la que podemos definir –y acerca de ello es que argumentaremos-, como el rompimiento momentáneo del colaboracionismo del movimiento proletario mexicano con la política de democracia corporativa impuesta por el Partido Revolucionario Institucional como Partido de Estado, en un régimen de propiedad privada y de desigualdad social.

 

 

Acerca de la “Edad de Oro” 
como Marco Histórico dado por Hosbaum.

 

La llamada “Edad de Oro” (1945-1970), queda reducida a un eufemismo cuando vemos que ésta se inicia prácticamente con la “Doctrina Truman” (el apoyo de los Estados Unidos a los pueblos “libres”), el inicio mismo de la Guerra Fría, y, en la terminología que Hosbaum recoge, con la política de “destrucción mutua asegurada”; que correspondiente a la terminología militarista norteamericana de los años cincuenta, es conocida como la “Estrategia de Represalia Masiva” [a], como amenaza de ataque masivo con el uso de la bomba atómica.

 

Particularmente, en el plano internacional es el momento político-diplomático; tras la muerte de Stalín (1953); conocido como de “distensión”, y –a decir de Harris, citado por Hosbawm [b]– se inicia conceptualmente la formación del llamado “Tercer Mundo” (1952).  En el plano nacional, a su vez, arribaba a la presidencia de la República Adolfo Ruiz Cortines (1952), el cual, en su “Historia del Movimiento Obrero”, dice Luis Araisa: “en cuanto le cruzan el pecho con la Banda de Honor, gritó: ¡pueblo de México!, te ofrezco ¡Mezclilla Barata!, ¡Manta Barata!, ¡Piloncillo Barato!, y ¡Pan Barato!  Grotesco espectáculo, pues el Palacio de Bellas Artes convertido en recinto parlamentario con la presencia de diputados y senadores, en sesión solemne del Congreso de la Unión; mas bien parecía un mercado popular en día de tianguis, por tan vulgares y demagógicas exclamaciones”[1], y más aun, unos meses después (abril de 1954) México se sume en una depresión económica que provocará una devaluación del 44.5% (el peso a 8.65 por dólar, pasa a 12.50) [c].

 

Al día siguiente de anunciada la devaluación, las burocracias de las federaciones sindicales, CTM, CGT, CROM, publican su declaración de apoyo al gobierno.  “Es cierto –dice José Luis Reyna- que ningún conflicto de importancia estalló como resultado directo de la devaluación.  Pero también es cierto que el malestar crecía...”[2], y a mediados de junio de ese 1954, la CTM emplaza a huelga general reclamando un 24% de aumento salarial, frente al 10% que ofrecía el gobierno.  Finalmente se otorgó un aumento un poco mayor al 10%.

 

 

1  El Movimiento Magisterial, 1956.

 

La situación económico-política descrita en los párrafos anteriores, determinan, para 1956, el surgimiento del primer movimiento de democratización sindical, a partir de la intolerancia tanto de la burocracia sindical y el Estado, a sus luchas reivindicativas salariales: el movimiento magisterial.

 

No abundaremos en detalles, sintetizaremos tales acontecimientos en tres actos: 1) el inicio del movimiento, a partir del 3 de julio de 1956, y hasta el 9 de septiembre de 1957, en donde los delegados sindicales rechazan los ofrecimientos económicos del Estado, se desarrollan los acontecimientos formales reivindicativos de ley, y a partir del 9 de septiembre de 1957 se da un cambio cualitativo al ser rebasada la burocracia sindical (la dirección “charra”), formándose el “Movimiento Revolucionario del Magisterio” (MRM), dirigido por Otón Salazar Ramírez; 2) el desarrollo del movimiento en el lapso entre ese 9 de septiembre de 1957, y hasta el 6 de septiembre de 1958, en que es detenida policiacamente la dirección del MRM; y 3) el desenlace de esa lucha, entre ese 6 de septiembre de 1958, y ya bajo el nuevo gobierno del presidente de la República, Adolfo López Mateos, el 28 de marzo de 1959, con la represión generalizada y la desarticulación selectiva de la organización.

 

Político-históricamente, los movimientos sociales que tienen su origen en los años cincuenta y se desenlazan a principios de los años sesenta, se van a caracterizar por lo que Gerardo Peláez dice acerca del movimiento magisterial: “El movimiento magisterial de 1956-1960...,  formó parte de la primera sacudida del charrismo [d] sindical...”[3], forma popular de referir, desde 1946; en contra de los intereses de los trabajadores; la política colaboracionista y entreguista de las burocracias sindicales a los intereses de la clase patronal capitalista y el Estado.

 

Ante la manipulación distraccionista de la burocracia sindical (convertida en especie de “Oficialía de Partes” del Estado), y la cerrazón del Estado para satisfacer las demandas de los trabajadores de la educación, el 9 de septiembre de 1957 se forma la organización democrática del sindicato en el MRM, que el 12 de abril de 1958 es violentamente reprimida en una manifestación, que lleva al crecimiento de la oposición y solidaridad generalizada de la sociedad, empezando a tener carácter de movimiento sindical-popular; más aun, que los sindicatos petrolero y ferrocarrilero habían iniciado su propia lucha reivindicativa.  Como resultado, el 2 de junio el Estado resuelve favorablemente a los trabajadores de la educación sus demandas,  y el 5 de junio se disuelve el movimiento.

 

La organización sindical momentáneamente se democratizó.  Pero a partir del 6 de septiembre de ese año 1958 en que habían convocado a una manifestación en protesta al acoso; particularmente del gobiernista “Bloque de Unidad Obrera” (formado desde 1955 –a decir de su dirigente– como “formación de un frente único para frenar las agitaciones antipatrióticas de las fuerzas reaccionarias”[4] y desde donde se postuló a López Mateos); los dirigentes del MRM son detenidos y el día 12 quedan bajo formal prisión.  En diciembre toma posesión de la Presidencia de la República Adolfo López Mateos, y tres meses después; desde la madrugada del 28 de marzo de 1959; éste desencadena abruptamente una represión fascistoide generalizada, en que todos los dirigentes, no sólo sindicales magisteriales, sino petroleros y ferrocarrileros, los dirigentes estudiantiles y de los partidos políticos de oposición e intelectuales solidarios con los movimientos sindicales, son detenidos.  El 12 de abril el ejército ocupa las instalaciones sindicales, y el 13 los nuevos “representantes” sindicales ocupan espuriamente los cargos dando lugar a la nueva burocracia sindical.

 

 

2  El Movimiento Petrolero, 1958.

 

El problema central de aquellas movilizaciones de los trabajadores de fines de los cincuenta, fue la revisión de sus Contratos Colectivos de Trabajo, con el planteamiento de la demanda de aumento salarial.  El 8 de abril de 1958, el representante “charro” Felipe Mortera Prieto, pactó con la empresa una prórroga de revisión de Contrato Colectivo de Trabajo, que anunciada el 10 de abril, concedía un plazo de un año para su revisión.

 

Simultáneamente, el 12 de abril el magisterio es reprimido; hemos visto más arriba, y luego resueltas sus demandas; a su vez, el sindicato ferrocarrilero se preparaba para su propia revisión, convocando a paros escalonados a partir del 26 de junio, antes de las elecciones presidenciales del 6 de julio.

 

Para el 7 de julio el movimiento democrático de los trabajadores petroleros decide iniciar paros a favor de su reclamo de aumento de sueldo, el que es concedido en $6/día; aceptado por el Comité Ejecutivo Nacional, desconocen ese acuerdo las Secciones 34 y 35 del D.F., cuya petición fue de $9/día.  Se realizan Asambleas Locales, y el 27 de agosto son destituidas las burocracias sindicales en ambas Secciones.

 

Nacía así el llamado “Movimiento Depurador 27 de Agosto”.  Depurar las representaciones sindicales burocráticas, venales, “charras”, o sea, entreguistas y colaboracionistas, era el concepto en ese momento entre los diversos movimientos democratizadores.

 

Para el 28 de agosto la nueva dirigencia de las Secc 34 y 35 convocan a una huelga de hambre para lograr su reconocimiento legítimo y legal por parte de Estado, siendo reprimidos por éste, a la vez, sin obtener ninguna manifestación de apoyo solidario de ningún otro sindicato.  En lugar de la huelga de hambre, se convoca a elecciones para el día 18 de septiembre, donde son electos, en la Secc. 34 Carlos Castillo, y en la Secc. 35 Ignacio Hernández Alcalá [e], el cual –citamos de Antonio Alonso- “expuso un programa de dos puntos para realizar en 90 días, tiempo durante el cual sería representante: <<Realizar actividades directas de carácter social para crear conciencia de clase de los trabajadores y auspiciar el movimiento depurador de líderes deshonestos, acatando, desde luego, lo que las mayorías ordenen>>”[5].

 

Ante la cerrazón del Estado a reconocer las dirigencias y otorgar el aumento solicitado; el dirigente de la Secc.35 Ignacio Hernández Alcalá, convoca al paro de la Refinería de Atzcapotzalco, el cual se realiza (caso único en la historia político-sindical), y como consecuencia, el gobierno reconoce los nuevos Comités Ejecutivos Locales y la empresa concede el aumento de los $9/día, con lo cual finaliza ese movimiento de trabajadores petroleros, que si bien breve, por su naturaleza estratégica, enormemente trascendente.

 

Más tarde, a la iniciativa de este dirigente, se hace un pronunciamiento de apoyo solidario de las Secciones sindicales petroleras 34 y 35, a los restantes sindicatos en sus demandas (lo que éstos antes no habían hecho para con el movimiento petrolero); y como consecuencia, el movimiento ferrocarrilero que aun continuaba en lucha y había convocado a huelga para el día 28 de marzo de 1959; fue el detonante para que el Estado tomara las medidas draconianas de la detención general, de la que formó parte Ignacio Hernández Alcalá; recluido inicialmente en el Campo Militar Nº 1, luego dos años en la cárcel de Lecumberri; a la vez que el dirigente nacional del sindicato petrolero, Pedro Vivanco, declaraba que, el sindicato petrolero, “no se solidarizaba con los ex líderes ferrocarrileros [...] que han cometido una traición a México...”[6].

 

 

3  El Movimiento Ferrocarrilero, 1958.

 

El movimiento ferrocarrilero conviene también dividirlo en tres partes por lo menos: 1) de 12 de julio de 1958 en que es destituido el Comité Ejecutivo de la burocracia sindical, haciéndose cargo Demetrio Vallejo como Secretario General, al 4 de agosto de 1958, en que se declara el paro nacional de ferrocarriles; 2) del 4 de agosto de 1958, a la represión del 28 de marzo de 1959; y 3) del 28 de marzo de 1959 a los días inmediatos.

 

Así, el 12 de julio de 1958, luego de la renuncia días antes del Comité Ejecutivo del Sindicato Ferrocarrilero (STFRM), es electo como nuevo Secretario General, Demetrio Vallejo Martínez, miembro del Partido Obrero Campesino fundado por Valentín Campa; y luego de intentos para su desconocimiento, se convocó al inicio de los paros a partir del 31 de julio, si no se aceptaba por la empresa: 1) el reconocimiento del nuevo Comité Ejecutivo, 2) un aumento de  $6/día.  Al iniciarse los paros, el gobierno declaró ilegal al Comité Ejecutivo y el 2 de agostó el Ejército tomó las instalaciones sindicales y detuvo a dirigentes y trabajadores, en tanto que Vallejo (que eludió la detención) llamaba a paro total, que estalló esa misma noche, y para el 4 de agosto, en apoyo solidario, se declararon en paro telegrafistas, maestros y petroleros (Sec. 34 y 35 del D.F; no obstante burocracias sindicales, pero presionadas por sus bases de trabajadores).

 

Luego de declarado el paro nacional, las negociaciones obrero-patronales se hicieron muy difíciles, y el Estado prolongó el conflicto hasta el cambio de poderes presidenciales.  Resueltos en lo básico todos los conflictos excepto el ferrocarrilero, el cual más ideologizado, más bien había servido de base para ser un factor de solución a los demás, si bien cada sector contaba con su propia fuerza: el magisterio con el apoyo popular, el petrolero con lo estratégico del sector productivo.  Prolongado el movimiento, vuelve a convocar al paro nacional para el 28 de marzo de 1959, con las consecuencias ya relatadas anteriormente>>.



[a] La “Estrategia de Represalia Masiva”, Hosbaum menciona que es anunciada en 1954, mas en fuentes soviéticas, ésta se denuncia desde el inicio de la Guerra de Corea.

[b] Hosbaum, Eric; Historia del siglo XX; Editorial Crítica, Buenos Aires, 1998; p.358.

[1] Araisa, Luis; Historia del Movimiento Obrero Mexicano; Ediciones de la Casa del Obrero Mundial, 2ª edición, México, 1975; T.II; p.275.

[c] Reyna, José Luis; De Adolfo Ruiz Cortines a Adolfo López Mateos; en “La Clase Obrera en México”; siglo XXI Editores-Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM, 2ª edición, México, 1984; p.35.

[2]       Ibid. p.60.

[d] “Charrismo”, término popular en el ámbito sindical que deriva del apodo de “El Charro”, dada su afición a la práctica de la charrería, del representante ferrocarrilero venal, Jesús Díaz de León.

[3] Peláez, Gerardo; Historia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación; Ediciones de Cultura Popular, México, 1984; p.77.

[4] Alonso, Antonio; El Movimiento Ferrocarrilero en México, 1958/1959; De la Conciliación a la Lucha de Clases; Editorial Era, Colección Problemas de México; 6ª edición, México, 1983; p.101.

[e] El autor del libro referido, Antonio Alonso, en su trabajo “El Movimiento Ferrocarrilero en México...”, invierte los representantes de cada Sección sindical.

[5]       Ibid. p.136 (tomado de una nota de Excélsior, del 19 de septiembre de 1958).

[6]       Ibid. p.154


 
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4 enero 2010 1 04 /01 /enero /2010 09:09

Clich--Literatura

El Comité de Huelga de la "Prevo 5",
en el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968:
los Derechos Humanos
y La Reforma del Estado

Luis Ignacio Hernández Iriberri
http://espacio-geografico.over-blog.es/ 

 

<<La lucha social por una sociedad cada vez más justa e igualitaria, es decir, en la cual en principio la riqueza social generada en lo que se conoce como el Producto Interno Bruto (PIB), se distribuya a modo que no sólo el Estado esté en capacidad real de satisfacer la demanda anual de empleo; contando con un razonable porcentaje del PIB (30% o más, dirigido por ello a la reposición de capital que garantice la creación de nuevas fuentes de trabajo); sino que en la parte denominada como Renta Nacional (la ganancia social luego de separado el porcentaje dedicado al desarrollo de infraestructura y empleo), dicha ganancia no sea desmesurada para pocos, y apenas lo imprescindible para la supervivencia para muchos; es, con todo, un largo y lento proceso histórico que la más de las veces escapa a la visión de la mayoría, llevándolos a afirmar, poco reflexivamente, la conclusión de que esas luchas han sido en vano, y que el sacrificio ha sido inútil.

 

Para desmentir tales apreciaciones y dimensionar correctamente tanto el significado de las luchas sociales como el proceso histórico a que dan lugar, basta ver el significado de una de las luchas sociales más trascendentes de la segunda mitad del siglo XX en México: el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968, e inmerso en él y su trascendencia, el progreso social en un avance que escala peldaño a peldaño en un decurso libertario, el logro cada vez mayor de derechos humanos, en una sociedad más humanizada; no obstante en medio de las paradojas actuales que parecieran negar tal hecho.

 

Esa lucha y su trascendencia está ya próxima a su culminación: será con la reforma del Estado, ésta hará transitar finalmente el régimen de un Estado corporativo y su gobierno de “democracia dirigida”; vía los regímenes de los Estados cameralista (o parlamentarista), de gobiernos de “democracia representativa” de hoy en día, y de “democracia participativa” a que se está empujando cada vez más [a], para pasar finalmente al régimen de Estado social, de un gobierno de “democracia popular”.

 

Es en este proceso que podremos ver y redimensionar las formas del paso del simple enunciado humanitarista de los Derechos Humanos [b], primero a su estatuto jurídico, y finalmente a las reales condiciones humanistas de moralidad social, de humanización de la sociedad, siempre ésta, perfectible.

 

Así, si por Estado entendemos; en la definición marxista-leninista; el aparato de dominio en manos de la clase social en el poder a fin de someter a las clases explotadas; la reforma del Estado se ha de referir entonces a aquellas modificaciones parciales más o menos significativas, sin implicar su cambio sustancial, de ese aparato de dominio, humanizándolo.

 

Esas modificaciones parciales del Estado mexicano contemporáneo nacido con la Constitución de 1857 y puesto al día con la Constitución más avanzada en el mundo en el momento de su promulgación, dada la inclusión del Capítulo de Garantías Individuales, la Constitución de 1917; han de sintetizarse, en lo más general y esencial, en un nuevo avance en el progreso social relativo a los Derechos Humanos, más allá de las garantías individuales; es decir, ahora en las garantías sociales y humanistas.

 

El Estado, ese aparato de dominio de la clase social en el poder; formado por el ejército, la policía, los sistemas jurídico y educativo, el control de los medios de comunicación, la burocracia; fue, por setenta años en el siglo XX, un aparato de dominio corporativo; es decir, un aparato que no sólo subordinaba las organizaciones sociales de ejercicio democrático (por ejemplo, los sindicatos de trabajadores), sino les absorbía e incorporaba como partes integrantes de sus formas de control y dominio, dando lugar a un gobierno de “democracia dirigida”; esto es, siguiendo la etimología, de “poder popular” suplantado por miembros de la clase social explotadora o a su servicio, diciéndose gobernar en nombre del pueblo explotado.

 

Ese tipo de Estado ha sido sustituido al iniciar el siglo XXI por un régimen de Estado de tipo cameral con un gobierno de “democracia representativa”; es decir, de “poder popular” delegado, en quien se asume gobernar en legítima representación por vía electoral bajo soberanía popular (sin importar si las opciones elegibles abarcan a representantes verdaderamente identificados con el interés del pueblo).

 

Ello es ya insuficiente para la vida política-social de la República (de la res pública, o sea de los asuntos del pueblo), y la necesidad social y política demanda el tránsito al régimen de un Estado que, si bien ha de ser aun de tipo cameral, también es cierto que ha de reformarse de tal modo que de lugar a un gobierno de “democracia participativa”, es decir, de “poder popular” más real y efectivo, que deje en manos del pueblo la capacidad no sólo del plebiscito o el referéndum, sino de la revocación misma del mandato.  Es allí donde se centra ahora la demanda político-social, como posibilidad más real de garantizar el prevalecer efectivo de los Derechos Humanos.

 

El Movimiento Estudiantil-Popular de 1968, pudiera ver ahí consumados sus propósitos de origen, no sólo realizando moralmente sus demandas, cuyo juicio moral histórico ya ha sido dado en su beneficio, sino en el del derecho jurídico, que preestablezca que nunca más deberá haber otro “2 de Octubre”, puesto que no será posible repetir impunemente la represión, dado un nuevo Estado más democrático, y con él, un mayor respeto a los Derechos Humanos.

 

Mas la lucha popular no terminará ahí, eso será cerrar un ciclo, pero para iniciar uno nuevo, más portentoso, de luchas populares por un régimen de Estado social, de un gobierno de “democracia popular”; esto es, de “poder popular” verdaderamente popular, en el cual las funciones del Estado se socialicen.

 

Todo este proceso puede analizarse en una periodización histórica que en general responde a una caracterización decenal.

 

Al finalizar los años cincuentas, el movimiento obrero sindical rompe con una política colaboracionista con el Estado corporativo que venía desde 1940, y concretada a partir de 1948; no obstante es reprimido, y el centro de la lucha democrática se transfiere entonces a la juventud estudiantil, que caracteriza los años sesentas, y que a pesar de terminar en la represión brutal que en respuesta desencadenó las luchas guerrilleras urbanas, obligó a las primeras reformas del Estado en los años setentas, que mediante la Ley de Organizaciones y Partidos Políticos, posibilitó, ya para los años ochentas, la contienda electoral propia a un régimen de “democracia representativa”; aun en los estertores últimos del régimen de “democracia dirigida” del Estado corporativo vigente, que hubo de tolerar innumeras manifestaciones políticas de protestas obreras, estudiantiles y en general, populares.

 

Mas, hacia la década de los noventa, tal Estado y su régimen político autoritario era ya insostenible, y hubo de dar paso al inicio de la primera década del siglo XXI, al Estado cameral o parlamentarista, del efectivo reino de la división de poderes.

 

No obstante sobreviven herencias, se dan las connivencias de intereses políticos que acotan una “democracia representativa” efectiva, y ahoga con mayor razón, la demanda social de una “democracia participativa”, la cual habrá de ser el centro de la lucha, seguramente, la próxima década.

 

Es en ese proceso que puede entenderse el significado del largo movimiento social por los Derechos Humanos; puesto que su enunciado humanista primero, su estatuto jurídico luego, y su prevalecer en la moral social y política que habrá de ser después; en una sociedad clasista, sea el régimen clasista de un Estado socialista o de un Estado capitalista en general; le da un significado y contenido que van paralelos –en nuestro caso–, a una “democracia burguesa representativa”, o a una “democracia burguesa participativa”; que hacen tanto más o menos viable la efectividad de los Derechos Humanos mismos, ya que el Derecho en general, no es mas que la voluntad de la clase en el poder, elevada a rango de ley (sea que en el poder esté ya la clase burguesa o la clase proletaria), y esa voluntad hecha ley se hace tanto más tolerante, cuanto más se avanza en dirección de una “democracia popular”.

 

Finalmente, si por “Derecho Humano” entendemos en nuestra situación social, el matiz del estatuto o ley de la voluntad de la clase capitalista, el humanismo por el que aboga; siendo éste universalmente el respeto a la dignidad y los derechos del ser humano, su valor como persona en sociedad (ajeno a todo individualismo burgués), su amplio desarrollo cultural y el bien social; ciertamente no puede ser más que una contradicción insalvable.

 

La lucha por los Derechos Humanos en nuestra sociedad en México, se erige así, como forma de lucha contra la intolerancia burguesa, contra la impunidad de la clase capitalista en el poder y por la humanización de la sociedad.  Esa es la lucha iniciada con el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968, que en la reforma del Estado habrá de encontrar su culminación, en tanto el anhelo por una sociedad más humanizada podrá tener lugar>>.

 

 

En el 2003, en el ambiente de aquel aparente “sexenio de transición” no obstante un Presidente bufo e ignorante (un Bucaram mexicano), los Derechos Humanos y la Reforma del Estado eran, como se dice en la jerga y disculpando el lugar común, “objetivos en la agenda”; evidentemente, cinco años después, tras el revez democrático representativo en la ilegitimidad representativa nacional, y la descomposición social generalizada, ahora en 2008, esto último suena ya a algo inherente a los objetivos de un nuevo movimiento social

 

                             Un documento más, titulado: Los Movimientos Proletarios de los Años Cincuenta, elaborado en 2005 en algún Seminario del doctorado, muestra algo más de esta idea de la trascendencia del Movimiento del 68 y su perdurabilidad.


[a] Años después esta afirmación se ve corroborada con el impulso a los mecanismos de plebiscito en la consulta a la sociedad a que llamó el PRD con motivo de la reforma energética.

[b] El humanitarismo, expresión misericordiosa y caritativa, como expresión del erasmista y malenchtonista humanismo cristiano.


 
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4 enero 2010 1 04 /01 /enero /2010 09:08

Clich--Literatura

El Comité de Huelga de la “Prevo 5” del IPN,
en el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968. 
La Transformación Cualitativa, Moral e Histórica,
del <<Comité de Lucha de la “Prevo 5”>>.

Luis Ignacio Hernández Iriberri.

http://espacio-geografico.over-blog.es/: 
México, octubre, 2008.

 

Dejé de ver a Víctor a partir de que entré a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM en 1975.  Entre 1974 y 1982 milité en la Alianza Marxista Revolucionaria (una organización clandestina que trataba de reproducir lo más fielmente la experiencia bolchevique); a ello me refería cuando decía que a partir de 1974 el Comité había tenido un cambio cualitativo, tanto por lo que ocurría con los compañeros, como por esto último; en una experiencia política descomunal y brillante.  Pero, siete años después, entre 1982 y 1984 cursaba mis primeros estudios de posgrado, mi “posgrado de juventud”, en la Maestría y Doctorado en Geografía.  Me parece que fue en 1983 cuando Víctor llegó a mi casa montado en bicicleta; habían pasado unos cinco a siete años de que lo había dejado de frecuentar.  Él mismo me hizo saber la causa de ese lapso: había estado siendo hospitalizado para rehabilitación por su afección del delirio de persecución.  Esa fue la última vez que lo vi; ahora era, finalmente; y de hecho lo había sido ya desde esos cinco a siete años atrás, el que era abatido; y el compañero Víctor, el más capaz e inteligente, era ahora, y de hecho lo había sido desde 1974, el que con la mayor dignidad, contra su voluntad, se había visto obligado a caer en la lucha.

 

La causa de su problema –a mi juicio incluso quizá paradójicamente–, es que, cuando entre 1969 y 1972 estuvimos siendo presionados con un incesante pasar de agentes lentamente en automóviles; particularmente conmigo cuando regresaba por la noche a mi casa; viéndonos fijamente, señalándonos, yo me sonreía, no me intimidaron, hice caso omiso, y pronto dejé de ser de su interés.  El caso es que “ya me había templado o curtido” en la lucha: primero con algunas corretizas cuando intentaron detenernos durante el Movimiento (en una, la primera, la que nos alertó para las demás, Víctor detectó que un carro de agentes seguía el camión en el que íbamos, nos fuimos desplazando hacia la puerta, y en un semáforo, simultáneamente a que los agentes bajaban de su auto, nosotros descendimos del camión y echamos a correr); luego con lo del 2 de octubre; y más tarde, en 1971, cuando me confundieron con uno de mis primos, dirigente sindical democrático en la Sección 35 del STPRM, que se llamaba también Luis, igual que yo, deteniéndome en plena calle de Humboldt cuando regresaba de repartir la correspondencia de oficina, encañonándome con una pistola por la espalda y llevándome detenido prácticamente en calidad de secuestrado.

 

No me inquieté, sabía yo que no era “tan peligroso” como para una acción así, y más aun, sabía que buscaban a mi primo y de seguro me estaban confundiendo.  Y como fue, cuando me llevaban detenido y revisaron mi documentación, me reía por dentro al ver la confusión de esos torpes agentes; y las tonterías que comenzaron a decir me dejó en claro que yo andaba de paseo viviendo una interesante experiencia.  Cuando me presentaron ante su comandante para que me reconociera, sólo se oyeron mil maldiciones, y lo más interesante: “¡váyanlo a dejar donde lo detuvieron!”.

 

Quizá el infortunio para Víctor, fue que a él nunca, jamás, lo detuvieron, y cuando lo presionaron psicológicamente, el compañero cayó en esa psicosis que se llama “delirio de persecución”.  Su caso se agravó todavía más cuando el paso rasante y persistente de helicópteros en la persecución de activistas de la guerrilla urbana, que se agudizó justo en esos primeros años de la década de los setenta.

 

Ahora reinserto el pasaje que había suprimido una docena de  páginas más arriba (p.97):

 

 

“En ellos hay una trágica historia –decía–, ...excepto Miguel, que quizás ande aun por ahí, Víctor y Gerardo, fueron “muertos en vida”: Víctor, desafortunadamente –paradójico–, nunca fue detenido, nunca pudo experimentar qué era ser detenido e interrogado, amenazado, golpeado, estar en los separos de la Procu, o de plano en Lecumberri; él no cayó en el Campo Militar..., y esa inexperiencia lo puso en la indefensión psicológica a la hora de los hostigamientos y la persecución de los años setentas..., y perdió sus facultades.  A Gerardo, un militar lo golpeó con la culata en la cabeza..., y perdió sus facultades..., no sé si sobrevivan, la última vez que supe de ellos o los vi, fue, a Gerardo, allá por 1970; a Miguel, allá por 1973; y a Víctor en 1983....”

 

 

Y aquella carta que le envié a la revista Proceso en diciembre de 2001, concluía así:

 

 

“La historia de los más jóvenes en el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968 aun no ha sido contada..., espero poder hacerlo pronto como un homenaje a ellos.  A mí me tocó esa parte”.

 

 

Esos datos autobiográficos relativos ya sólo a mi persona, y que explicarán la conclusión de este trabajo, se sintetizan en los siguientes hechos.

 

Los años inmediatos al término de mis estudios profesionales, de 1980 a 1992, absolutamente en lo personal, fueron, con toda plenitud, nuestros años.  Hicimos nuestro primer posgrado y participamos con gran intensidad en la vida académica universitaria presentando ponencias en toda clase de eventos nacionales e internacionales, organizando y fundando varias sociedades profesionales con sus respectivos eventos científicos, haciendo algunas contribuciones de interés a nuestra disciplina de conocimientos.

 

En 1982; simultáneamente a que me había casado y en este año nació mi primera de dos hermosas hijas, terminando mi reproducción biológica con el nacimiento de mi hijo en 1986; abandonamos la militancia partidaria que había sido no más que una maravillosa experiencia en el romanticismo socialista; de un socialismo que en su experiencia del siglo XX se encaminaba al derrumbe.  Y éste empezó incluso en México con la disolución del Partido Comunista Mexicano y su viraje en dos tiempos, primero como Partido Socialista Unificado de México (PSUM), y luego como Partido Mexicano Socialista (PMS), al democratismo liberal.

 

Con motivo de las elecciones presidenciales del 82; primero toda la izquierda se polarizó en dos bandos fraccionando las anteriores organizaciones, al tomarse posición ya por la candidatura del Partido Mexicano Socialista (PMS, en las tradiciones “ortodoxas” del marxismo asociadas al stalinismo), ya por la candidatura del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT, de filiación a la IV Internacional y al trotskismo); y luego, en el proceso posterior, disolviéndose poco a poco todas las organizaciones de izquierda, las cuales finalmente se desaparecieron a sí mismas en el nuevo proceso electoral de 1988; tras lo cual surgió el Partido de la Revolución Democrática (PRD).

 

A partir de ahí, la “geometría política” se hizo relativa: el PRD como organización “de izquierda”, sólo lo fue por estar en lo más a la izquierda de la derecha absoluta.  Acaso perduró “obcecadamente” representando a la izquierda otro partido comunista, el Partido Comunista de México (PC de M), que enfatizando su postura se denominó “Partido Comunista de México Marxista-Leninista” (PC de M-ML; y luego incluso agregaba, en medio de la diferencia Chino-Soviética, “PC de M-ML Línea Albanesa”, o “Pensamiento Enver Hoxa”); un reflejo, de otro modo, de la misma descomposición y el derrumbe.

 

Pero a partir de 1986, luego de cuatro años de receso, simultáneamente a nuestra actividad profesional nos involucramos, inevitablemente, en la actividad sindical; integrando la planilla a la representación en la Sección 34 del STPRM como Secretario de Organización y Estadística, por el sector de Técnicos y Profesionistas (por supuesto, perdimos; y la paradoja es que perdimos, precisamente contra la Planilla del “Movimiento Depurados 27 de Agosto”, el fundado con el movimiento democratizador de las luchas de 1958, pero ahora puesto por entero al servicio patronal).  El Comité de Lucha de la “Prevo” 5, en su espíritu, sobrevivía.  En realidad, fue allí donde acabamos de aprender que la política es un ajedrez de la realidad social en lo abstracto.  Aprendimos a desarrollar la visión o preclaridad en las condiciones y los acontecimientos, en las “jugadas políticas” en sí.  En el 68 apenas aprendíamos sobre la marcha, de la manera más mecánica, no había visión o preclaridad en nada, nuestro juego en ese ajedrez era mecánicamente, sin estrategia alguna porque no podíamos prever movimiento alguno[*].  La militancia en la época del romanticismo socialista más pleno, por una parte nos dejó una experiencia extraordinaria, pero por otra parte –otra paradoja– obnubiló, antes que esclarecer, esa capacidad de visión sobre esos movimientos ajedrecísticos y acerca de las condiciones económico-sociales y políticas.

 

Finalmente, en 1992, simultáneamente al derrumbe final del socialismo; pero no determinado por ello, sino porque salimos de PEMEX en la reestructuración de ese año, y luego con la crisis económica de 1994-1995, la vida se nos tradujo en un penar por la simple lucha por la subsistencia.  Abandonamos toda participación política, y nos dedicamos a la cátedra universitaria.  Ese es el año en que podríamos declarar el fin “informal” del Comité de Lucha de la “Prevo 5”.  Pero éste, aun cualitativamente, también podemos decirlo, en su espíritu, continuó su trabajo en nuestra persona en el plano de la conciencia.  De ello, años después, la flama se logró transferir en varios estudiantes, a la nueva generación de jóvenes.

 

Sólo brevemente volvimos a intentar una participación haciéndolo ahora en la nueva política nacional.  Con motivo de las elecciones del 2000, en medio del triste panorama, acudí a un Comité Distrital del Partido de Democracia Social (PDS); el “partido de la rosa”, dirigido por Gilberto Rincón Gallardo.  Me recibió una compañera que hacía de Secretaria, que a mi solicitud de hacerme miembro del partido, al mismo tiempo que me apoltronaba en un sofá a unos dos metros frente a ella, ésta me preguntaba la razón; simplemente –conociendo los antecedentes de militancia comunista de Gilberto Rincón Gallardo– le respondía que ello era porque ese me parecía un “partido de clase” (obvio, evidentemente, me refería a un partido que creí que respondía, si bien muy tenuemente, a los intereses de la clase social mayoritaria); a lo que ella contestó con un ademán ufano: “¡claro, este si es un partido con clase!”.  Y el ademán acompañado de la expresión y el sutil cambio de la preposición de clase, por con clase, de golpe me puso en la realidad de una época ya totalmente distinta.

 

No me hice miembro del partido, registrarse o no registrarse daba lo mismo, lo importante era contar con el voto, pero para lo cual tampoco contarían conmigo, ya que (en un viejo resabio anarquista) nunca he tramitado mi credencial de elector.  La compañera trabajaba directamente con el candidato a la alcaldía de la ciudad, y me invitó a ese Comité.  Aquello fue otra experiencia interesante, me convertí en una especie de asesor del candidato.  El asunto estaba planteado para no ganar (sic; así, tal cual), y pronto, perspicaz, todo el mundo voló; pero decidí quedarme a vivir la experiencia durante todo el proceso.  En los debates y relaciones con los demás candidatos, me quedó claro de qué se trataba la “política” ahora: el país estaba convertido en la gran cueva de Alí Baba, y todo no era mas que una rebatinga por el fabuloso botín y la negociación de los intereses personales más vulgares.

 

Poco después, finalmente decidí también ceder a mi posición, y acudí ahora a las oficinas del PRD: ahí, de principio, yo no era yo, sino apenas el abstracto registro de mi credencial de elector.  Y si ese mi “yo” habría de hacer algún bulto, eso sería en la medida de mi presencia en el “mitin del candidato”; y soporté algo de eso, sólo por acabarme de convencer de que ello era realidad.  No me registré, simplemente porque nunca tramité mi credencial de elector, ni me interesó ello para el caso.

 

Ese día, esperando al compañero para mi supuesto registro, vi en la cartelera una Convocatoria del periódico del partido para el <<Certamen Literario “Pluma del Sol”>>; tomé los datos y participé: lo gané con un ensayo con el título: <<”Ya”, de la Democracia Civil, a la Democracia Popular>>; inspirado en el lema: “¡Democracia Ya, Patria para Todos!”, que expuesto así expresaba una democracia sin apellidos, que se enunciaba desideologizadamente con el “Ya”; donde ese “Ya”, traducido, era la propuesta de conciencia de transitar de la Democracia Civil (de la “sociedad civil”, meramente gestora de un Estado ya perfecto, hegeliano, y para la eternidad), a la Democracia Popular (transformadora de las condiciones sociales), tanto en el marco de la propuesta general de refundación del PRD, como de las condiciones del llamado “Gobierno de transición”; pasando, dadas las condiciones objetivas ineluctables, del “Partido Frente” (origen de la “tribus”), al “Partido Social”, el de “todos los de este lado” (en la experiencia del PDS); en el que recomendaba acciones dirigidas a la disolución de las “tribus”, que de no cumplirse, predecían la catástrofe del PRD, misma que, al no haber ocurrido tales acciones, vivamente tiene ahora en este 2008.  Aquella breve experiencia pasó, y a partir de 2001 y hasta la fecha en este 2008, volvimos a abandonar la participación política.

 

Tiempo atrás, con motivo del 20 Aniversario del Movimiento Estudiantil-Popular de 1968, el periódico La Jornada hizo una Convocatoria para integrar una antología testimonial.  La misma la coordinó Daniel Cazés, el cual seleccionó mi testimonio, mismo que se publicó en el Memorial del 68, Un Relato a Muchas Voces[1]; y por dicho testimonio me di cuenta que aun no estaba preparado para narrar los hechos; aun había pasión enceguecida y falta de información conclusiva sobre lo acontecido.

 

                              Me había dispuesto a redactar finalmente este documento para el 35 Aniversario del Movimiento, estimulado por la aparición de aquellas fotografías publicadas en la revista Proceso, pero otra vez se fue difiriendo; y el cursar mis segundos estudios de posgrado; mi “posgrado de madurez”; de Maestría y Doctorado en Filosofía entre 2003 y 2007, me abstrajo casi totalmente de esa tarea; de no ser porque, por alguna razón que no recuerdo, redacté en 2003 un breve ensayo para los estudiantes de la Universidad, al parecer con motivo de alguna discusión sobre los Derechos Humanos, titulado: “Culminación Previsible del Movimiento Estudiantil-Popular de 1968: los Derechos Humanos y La Reforma del Estado”, que a continuación inserto, y ensayo por el cual se ve que la idea de que aun a nuestros días perdura no sólo el Comité de Lucha, sino su causa y el Movimiento mismo, era algo que intuitivamente estaba ahí presente.


[*] En la política sindical ocurrió todo lo contrario; veíamos más allá que ninguno; en mucho lo aprendí a hacer de un compañero, para no variar, matemático egresado de la ESFM del IPN, muy hábil en el análisis de las condiciones.  El Comité de nuestra Delegación Sindical de Técnicos y Profesionistas, incluso se condicionó a un funcionamiento muy valioso e interesante impuesto en la práctica por él: estaban los que por sus características (unos tres o cuatro) se enteraban fácilmente de rumores, “chismes”, y obtenían valiosos datos, que se convertían en tales, y hasta la admiración, en manos de aquel compañero que lograba darles real sentido y conectarlos en su causalidad con sucesos nacionales e incluso internacionales armando poco a poco un “rompecabezas” con una imagen extraña.  Pero, curiosamente, él no iba a más; qué hacer con eso, era otro asunto, y ello pasaba a mis manos haciéndose síntesis y previsión de hechos en el trabajo político-sindical; en ese mosaico discontinuo e informe que mostraba algo horrendo, con la sorpresa y admiración de todos, alcanzábamos a ver, siempre incompleto, a <<Saturno, Cronos Devorando a sus Hijos, ante la profecía de Urano; aquello era de Goya, y su estética estaba en una rica mitología oculta, y la lográbamos descifrar>>; alcanzábamos a ver más que nadie.  Nuestra capacidad de previsión de los acontecimientos llegó a ser tal, que los compañeros dirigentes supuestamente más informados y preclaros, llegaron a sospechar que estuviésemos recibiendo información de la Secretaría de Gobernación.  Incluso el principal camarada al que había transferido la vida de la Célula de la AMR, un compañero de “altos vuelos”, no podía creer en los análisis y la información que le pasaba, dándome cuenta de la enorme ingenuidad con la que operaban los cuadros políticos de partido, siendo víctimas cándidas de un par de tipos de los que tuve suficientes razones para sospechar que fueran de la policía política, y que por muchos años liderearon y controlaron el movimiento sindical democrático (los que bien sabían lo que habíamos logrado descifrar, pero que a la vez no podíamos revelar sino con la seguridad de pasar por provocadores; y se reían cínicamente de nosotros sin que pudiésemos hacer más nada que, a su vez, reír).

[1] Hernández Iriberri, Luis Ignacio; El Aire Fresco de Esa Noche; en, Cazés, Daniel; Memorial del 68; Un Relato a Muchas Voces; Ediciones la Jornada; México, 1985; pp.137-141.


 
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4 enero 2010 1 04 /01 /enero /2010 09:07

Clich--Literatura

 

El Comité de Huelga de la “Prevo 5” del IPN,
en el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968.
 
La Transformación Cualitativa, Moral e Histórica,
del <<Comité de Lucha de la “Prevo 5”>>.

Luis Ignacio Hernández Iriberri.

http://espacio-geografico.over-blog.es/: 
México, octubre, 2008.

  

Salí del Campo Militar Nº 1 unos días después, antes del inicio de los Juegos Olímpicos; en mi casa habían tardado dos o tres días en localizar mi paradero.  Días después, al regresar a mi casa, con la ternura de las mujeres y de las abuelas, mi abuela me había conservado la fotografía a colores del arribo de la Antorcha Olímpica al Puerto de Veracruz el 6 de octubre, recortada de uno de los primeros periódicos que imprimieron en color; no porque a mí me interesara o ella en el fondo lo supusiera así, sino porque fue a ella a la que le fascinó el evento, pero más aun, porque había depositado en ese obsequio para mí, la magia de que yo estaba bien y que regresaría a casa [a].

 

Empezaba aquello que había impuesto una tregua, y nada me desarticuló más que eso, y de hecho a todos, se puede decir que, para nosotros, el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968, en lo “informal”, ahí había concluido.

 

El Comité en sí andaba al garete, percibiéndolo por lo que me podía informar con Víctor.  El 27 de octubre terminaron las Olimpiadas y con ello la tregua; en noviembre me habré dado una o dos vueltas por la escuela en vano; ahora estaba más vacía que nunca..., se perdió la conexión con todo, y llegó diciembre.

 

Un día de tantos de principios de diciembre, Víctor y yo, como estudiantes miembros del Comité, volvimos a la escuela sólo para enterarnos que la escuela misma desaparecería.  No se mencionó nada de nuestra expulsión (lo que de hecho carecía de sentido); por lo contrario, se nos dieron todas las facilidades para acreditar los cursos y egresar de la “Prevo”.  Empezamos a recorrer escuelas a las que se nos enviaba a sustentar exámenes.  Y por undécima vez, sustenté el examen a título de suficiencia de Álgebra.  Sin duda lo habré salvado más que por mis capacidades en la materia salidas de la nada, literalmente “por honor a la causa” [b].

 

No recuerdo, pero no creo, que nadie del Comité y menos el Comité de Huelga que éramos nosotros, tras algún acuerdo o protocolo, haya entregado las instalaciones a las autoridades del IPN.  Creo que eso se obvió al desaparecerse las Prevocacionales; de la misma manera que el Comité de Lucha como órgano representativo estudiantil, aparentemente dejaría de operar como tal, simplemente porque su base estudiantil dejaba de existir.

 

El Comité de Huelga de la “Prevo 5” terminó su acción de facto, no sólo por el acuerdo del levantamiento del paro, sino por simple extinción de todo lo que lo justificaba, tanto de la Huelga misma, como de la escuela en sí.  Pero el mismo Comité en tanto Comité de Lucha, y por lo tanto como órgano representativo estudiantil aun cuando ya no tuviese esa base, nunca se disolvió: como tal, yendo más allá de la huelga misma, por razones ideológicas en nuestra conciencia, comprometido ahora con su realidad social, de algún modo se mantuvo en lucha aun durante ese año perdido de 1969, elucubrando “planes de acción” y sufriendo una trágica represión durante 1970, y, al reincorporarse a las escuelas nuevamente en 1971, formando multiplicadamente cada uno por su lado más Comités y manteniendo un enlace dada la amistad entre sus integrantes.

 

Yo me había inscrito en la Vocacional 5, pretendía ahora estudiar Economía; pero una escuela sobresaturada de estudiantes, y la aridez, para mi, de materias como Contabilidad o Derecho Mercantil, etc; me hicieron declinar en la idea.  Entonces empecé un peregrinar de escuela en escuela: la Preparatoria Popular, la imagen de su anarquía me desanimó; una preparatoria particular, en donde una injusticia de un docente y nuestro reclamo, provocó, con nuestro beneplácito, nuestra expulsión; y luego el abandono total de la escolaridad, hasta 1972; pero época en la que verdaderamente estudié, y estudié de todo.

 

Ese año 1969 tuve que hacer mi Servicio Militar; me enlisté en la 16ª Brigada de Infantería que precisamente reclutaba en la Plaza de la Ciudadela y, por supuesto, formada principalmente por los estudiantes de las vocacionales.  El primer día llegamos, nos formamos no en la Plaza, sino en la banqueta sobre la Av. Balderas a un costado de la actual Biblioteca “Joé Vasconcelos”; el Mayor (no recuerdo bien si ese era su rango, un tal Guerra Díaz) se subió a un bajomuro enrejado echándonos un breve y hueco discurso, y en un momento dado nos pidió que propusiéramos algún lema para la Brigada, y entonces..., de dónde me salió, por qué, para qué, jamás me lo había podido explicar, hasta ahora que he reflexionado sobre esos hechos [c]; pero siendo el único que algo dijo, propuse: “¡Hasta la Victoria Siempre!”.

 

Cundió la inquietud entre todos, volteaban a verme como diciéndome: <<¡No le muevas jijo, que aquí nos van a acabar de fusilar a todos!>>; pero qué me podrían hacer, sin encontrar yo nada realmente grave, fue como un desafío espontáneo, fue como el estamparle en la cara a ese militar, y a través de él al todo el Ejército Mexicano; contra su ruin y vil “victoria armada” que le hunde históricamente en la vergüenza de la deshonra; nuestro noble, sublime y honroso triunfo moral e histórico; y el Mayor, con cierto signos de molestia, volteando hacia un lado y hacia el otro y finalmente con una mirada imprecisa en el vacío, sólo respondió con tranquilidad: <<¡Señores, aquí nos vamos a dejar de esos “M-L”!>>; bajó, nos rodeó, ordenó “media vuelta”, fue a mí, me llamó y sacó de la formación, y me pidió que, puesto al mando, llevara al largo contingente que estaba formado en tres filas alineado a la ancha banqueta, en alternativo paso corto y redoblado hasta la esquina, diera vuelta y de la misma manera, volviera al punto.  Yo estaba tranquilo, para nada intimidado; los compañeros debieron creer que iba a pasar al paredón.

 

Me daba risa, al principio un tanto quizá nervioso; pasaron 40 años para que, con motivo de este escrito, recordara el hecho, viera la importancia de aquel acto, y me explicara por qué realmente reía; y me puse al frente: <<¡Atención, flanco derecho, ya!..., y todo el largo contingente a los 180º a mi vista se giró, para mí, impresionantemente; así, con esa literaria expresión de, <<¡ay, cabrón!>>; ¡atención, paso corto, ya!...; un tramo, y la orden de paso redoblado, y luego una vez más corto; yo a un lado acompañé la formación hasta la esquina, me desconcertaba totalmente de risa, pero ya no nerviosamente, sino por lo que sentía absurdo..., 40 años después, al analizar estas cosas, entendí por qué reía: ¡era la ironía, la comicidad de ese ser horrendo que cual caricato se hacía llamar “Ejército Mexicano”!...; llegamos a la esquina; ¡atención, media vuelta, ya!..., y en dos tiempos, “como soldaditos”, la columna invirtió la marcha, me sonreía de estar conduciendo ahora a los compañeros en su gran mayoría estudiantes, que no todos, de esa manera; llegamos nuevamente al punto de partida, ¡atención, alto, ya!>>; y quedé a unos dos a tres metros, de frente al Mayor, viéndolo fijamente con mis labios apretados tratando de disimular la sonrisa y evitando de plano la carcajada.  Se me quedó viendo a su vez fijamente con sus manos por detrás, hasta que no pudo más, y dio la vuelta; quizá en un ademán de impotencia o de no poder tampoco aguantar la risa ante lo que históricamente ya era inevitable, dirigiéndose, creo que era a un Sargento o un Capitán, para que se encargara de distribuir la Compañía en sus Batallones y Pelotones.  Su intento alienante “por un lema” militarista, no se volvió a mencionar nunca más.

 

Después nos trasladaron a la explanada, en aquel entonces, de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas (SCOP), en Xola.  Y en los ejercicios de marcha llevaba a los compañeros lo más alejado, y en un momento dado los muy jijos cambiaban el paso al ritmo de 2x3, y comenzaban a marchar al estilo cha-cha-cha.  Yo los dejaba y todos nos reíamos; hasta que una vez nos reprendieron y teóricamente nos castigaron con un “arresto” de no más de una hora adicional.  Aquello era de risa, los supuestos ejercicios de tiro fueron simulados, proporcionándonos unos viejos mosquetones, unos fusiles máuser de tiempos de la revolución sin retrocargador.  Esa fue la última vez que el Servicio Militar intentó ser militar; en adelante se transformó en atlético [d].  Fue allí donde por primera vez percibí claramente que el Movimiento Estudiantil-Popular del año anterior, realmente había contribuido y estaba contribuyendo, a cambiar nuestro país.

 

En el mundo, a mediados de este año, la humanidad celebraba el arribo de los primeros seres humanos a la Luna; pero ese evento, como ningún otro, puso en evidencia que la ciencia y la tecnología, quedaba enajenada a la sociedad por los grandes monopolios económicos norteamericanos, y pronto, en medio de la guerra de Vietnam, la hazaña se disipó en la indiferencia social hacia la conquista del espacio.

 

En diciembre de 69 me dieron mi hoja amarilla de liberación.  Miguel, Víctor y Gerardo, en rebeldía, habían rechazado cumplir con lo que se llamaba el “Servicio Militar Obligatorio”.  Hasta donde sé, hoy ya sólo es voluntario y con carácter social y deportivo.

 

En algún día del año 1970, voy a ver a Víctor, y me entero de la noticia de que tanto Miguel como Gerardo habían sido detenidos (quizá con algún grupo mayor, pero sólo mencionó a ellos).  A decir de Víctor, así de escueto, “porque se fueron a la Sierra de Pachuca a distribuir China Reconstruye y el ejército los detuvo”.  Si Víctor no amplió, fue más porque yo, atónito ante una situación tan absurda, no demandé más explicación; lo único que agregó, fue que a Gerardo le habían dado un fuerte culatazo en la cabeza.

 

Los liberaron pronto, no me enteré absolutamente de nada más.  Entonces Víctor y yo fuimos a visitar a Gerardo a su casa.  El compañero deambulaba, aun cuando con cierta dificultad, habían quedado lesionadas sus facultades.  Finalmente, hacia ese 1970, el compañero Gerardo, el más arrojado y valiente, era el primero en caer dignamente en la lucha.

 

A partir de 1971 en que Miguel y Víctor ingresaron al Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), el Comité de Lucha se multiplicó: se transformó cuantitativamente en el “Grupo <<Ho Chi-Ming”>> en el Colegio de Ciencias y Humanidades Atzcapotzalco (CCH-A), con Miguel; o en el “Comité Coordinador”, en el Colegio de Ciencias y Humanidades Vallejo (CCH-V), con Víctor.  Yo no asistía a la escuela, trabajaba, me hice de novia, y me alejé de toda actividad política (obvio, porque la nueva “actividad”, el empezar a sentir el cuerpo de una mujer estrechada entre mis brazos, sus labios, su tersa piel, su largo cabello entre mis dedos; el empezar a tratar de entender el significado y las formas de la apropiación de ese gran misterio sagrado que es la mujer, era más atractivo), y por ello ya no estuve el día 10 de junio de 1971 en la nueva represión.

 

Cuando finalmente yo ingresé a la Escuela Nacional Preparatoria Nº 4 en Tacubaya en 1972, también se intentó la organización, hubieron reuniones; pero, entre que ya todo se había viciado y que yo empezaba a darme cuenta que me interesaba más la ciencia que la política, que prácticamente no parecía ser lo mío, la acción de aquel viejo Comité de Lucha de origen, tanto desdoblado en el CCH-A como en el CCH-V, se fue extinguiendo.  Ni Miguel ni Víctor se promovieron a los estudios superiores; la causa o razón de Miguel no la supe con certeza, pero la de Víctor, con el argumento de “su proletarización” consecuente, por lo que ya sólo estudió algo sobre Mecánica Diesel para entrar a trabajar como obrero; pero en él eran visibles ya las afecciones por la presión psicológica policiaca, presiones de las cuales yo hice caso omiso y pronto pasó, pero que en él se hizo persistente.  Y a partir de 1974, nuevamente el Comité se transformó, tanto cuantitativa, como cualitativamente.

 

En esa transformación cuantitativa, de Miguel no volví a saber, e indirectamente, sino hasta 1973, y esa fue la última vez que supe algo de él.  Se había metido en líos al embarazar a una compañerita en el CCH, y el comentario fue que el compañero tomaba mucho.  Ese era el proceso en el que el Comité de Lucha de la “Prevo 5” se extinguía, le tocó su turno a un compañero ciertamente osado y audaz.

 

Parte de esa otra transformación, la cualitativa, ello atañe básicamente ya sólo a mis datos autobiográficos, por las razones que a continuación se narrarán.



[a] Esa fotografía se tomó el día 6 de octubre; se habrá publicado con toda seguridad el día 7; por esa correlación de hechos, deduzco que nos sacaron del Campo Militar Nº 1 y nos fueron a dejar por ahí, por la madrugada ya del día 8 o lo más quizá del día 9.  Por lo que entonces estuve encerrado unos seis o siete días.  El día 12 iniciaron los Juegos Olímpicos, y al día siguiente, 13 de octubre, cumplí los 18 años de edad.

[b] Finalmente no defraudé a nadie ni a nada con esa posible concesión, alcancé estudios de Doctorado en Geografía por la UNAM, y recién he terminado un Doctorado en Filosofía por el Centro de Investigación y Docencia del Estado de Morelos (CIDHEM), fundado por el Dr. Ricardo Guerra.  Y no obstante, tiempo después realmente aprendí a trabajar con los logaritmos y a despejar las ecuaciones simultáneas de segundo grado, sintiendo el placer estético de una solución matemática.

[c] En realidad, este pasaje se mantuvo como algo inexplicable durante la redacción de todo este mismo trabajo; fue sólo cuando redactamos el Preámbulo al mismo y hacíamos las consideraciones acerca de lo valioso a rescatar en la dialéctica de las categorías ético-estéticas lo mismo del “13 de Agosto de 1521”, que del “2 de Octubre de 1968”, que nos dimos cuenta de la razón que explicaba nuestra actitud ese día de inicio del Servicio Militar.

[d] Ahora, reflexionando sobre el hecho, pienso en sí aquella propuesta de lema de “¡Hasta la Victoria Siempre!”, habrá sido decisiva.  Qué hubiera pasado si esos estudiantes hubiéramos concedido.  A partir de ahí, los milicos sabían que las cosas ya no podrían seguir siendo igual.  Y por la acción de la guerrilla urbana que se desencadenó inmediatamente después, el adiestramiento en el manejo de las armas resultaba para ellos un contrasentido.


 
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4 enero 2010 1 04 /01 /enero /2010 09:06

Clich--Literatura

El Comité de Huelga de la "Prevo 5" del IPN,
en el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968.
Miércoles 2 de Octubre de 1968. 
Luis Ignacio Hernández Iriberri
http://espacio-geografico.over-blog.es/;
México, 28 enero 10.
 

El miércoles 2 de octubre de 1968.

 

Al tratar de rescatar la vida del Comité de Lucha de la “Prevo 5” durante el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968, recogiendo sólo la memoria de su propia experiencia desde nuestro punto de vista (una manera de hacer este ejercicio), en este punto de vista nuestro falta el accionar en el que yo me vea vinculado al mismo, principalmente, a partir de mediados de agosto; de hecho desde la marcha del 13 de agosto en que se ganó el Zócalo, hasta el mismo 2 de octubre; un lapso de unos 50 días; y de ahí el salto que ahora damos en este apartado.

 

Pero el miércoles 2 de octubre va más allá de toda consideración de una experiencia personal; de algún modo hay, y no puede dejar de haber en ese acontecimiento, hilos que nos vinculan en el accionar de todo el Comité en su conjunto.

 

Ese día en aquella concentración, ninguno de los del Comité caímos ahí, pero lo cierto es que sólo yo fui detenido, y no lo pude haber evitado, pues me ubiqué en la tercer terraza del Edificio Chihuahua, que se convirtió en una trampa (soy el que está sentado en el barandal con los pies de fuera, pegado a la primera columna de derecha a izquierda).

 

A las 15:30 h salimos de nuestro trabajo, unas oficinas de Petróleos Mexicanos en la calle de Humboldt.  Nos encaminamos a la Plaza de Tlalteloco valorando qué hacer con las escasas monedas que traíamos en la bolsa: si comernos una torta y tomarnos un refresco (que nos consumiría unos siete pesos sobrándonos para nuestro pasaje de regreso a casa), o si adquirir la revista Sucesos (otros seis o siete pesos), aguantándonos el hambre y la sed, que en ese día publicaba el último número de la biografía de Ernesto Guevara, “el Ché”, del cual el 7 de octubre se cumpliría el primer aniversario de su muerte en Bolivia.

 

En teoría optamos por lo primero, pero al llegar al puesto de periódicos en la esquina y ver la revista, sacar el dinero y comprarla fue automático.

 

Nos fuimos caminando hasta Tlaltelolco.  Llegamos a la Plaza de las Tres Culturas muy temprano; nos fuimos a sentar por ahí pretendiendo leer la revista, pero con hambre y bajo el Sol, nos empezamos a adormilar; y viendo a los compañeros colocar las bocinas para el acto, se me ocurrió ir a ver qué podía hacer por ayudarlos.

 

La primera terraza del Edificio Chihuahua, que servía de tribuna, está en el tercer piso del edificio.  Llegué al elevador, entré, y automáticamente oprimí el número 3; pero sin darme cuenta que esos elevadores no desembocan a cada piso, sino a cada terraza, y que por lo tanto a donde saldría sería a la tercer terraza y no al tercer piso o primer terraza [a].  Pero salir a ella y admirarme del paisaje que de ahí se contemplaba hacia el poniente de la Ciudad de México (en una ciudad de un aire aun transparente), me retuvo, decidiendo permanecer ahí.  Cuando miré hacia la Plaza, ésta ya bullía de gente; y de la contemplación del paisaje natural, pasamos a la participación del movimiento social.

 

Empezó la asamblea (para nuestro propósito, no entraremos mucho en detalles, por lo demás ampliamente relatados; pero se hace inevitable la narrativa de esa experiencia personal); en un momento dado cayeron entre la parte trasera de iglesia y el Edificio Chihuahua, primero una bengala blanca, instantes después una verde y luego una roja.  Desde la posición en donde estaba, claramente vi cómo salían detrás de la iglesia, desde los patios del Exconvento [b].  De inmediato apareció en la avenida un convoy de camiones del ejército, se estacionó, y descendieron los soldados, los cuales se precipitaron hacia el sitio arqueológico, y corrieron entre sus ruinas hacia la Plaza en donde estaba la concentración.

 

Me puse de pie (estaba sentado en el barandal con dichos pies de fuera), evalué el poder salir de ahí dándome cuenta que no me daría tiempo, y, por lo tanto, de que estaba irremediablemente atrapado.  Lo único que quedaba era esperar una pacífica operación de desalojo, igual que la que había visto con los obreros petroleros en 1958.  Pero los soldados no se emplazaron y permanecieron alerta, ni ningún alto mando militar vino antes a la tribuna a establecer el desalojo.  La represión era un hecho.

 

Concentrado en los movimientos en la Plaza, sólo percibí a mis espaldas cómo la masa de gente, que ya no eran puros estudiantes, se desplazaba con pánico hacia las escaleras a mi derecha.  Había que empezar a bajar para intentar algo; y percibiendo que el lado derecho atrás de mí estaba saturado, giré instintivamente a mi izquierda mirando aun hacia la Plaza, pero no pudiendo dar más de dos pasos, al ser encañonado con una metralleta en el estómago al grito de “¡a dónde!”.  Di un salto hacia atrás, me expliqué entonces el por qué de ese desplazamiento con pánico de la gente hacia mi derecha que percibí a mis espaldas.  Entonces quedé hasta atrás de todos que a sí mismos se bloqueaban el acceso a las escaleras sin poder avanzar.  Voltee, y me sorprendí al ver a esa gente armada vestida de civil gritando frenéticos “¡Batallón Olimpia, Batallón Olimpia!”, echados pecho tierra, y su comandante, el que me imprecó con la metralleta, rodilla al piso, desgañitándose a gritos y agitándonos la mano con su guante blanco en el ademán de “¡al piso, al piso, tírense al suelo!” (es evidente que sabían lo que iba a pasar).  Nadie hacía caso, pero porque en el escándalo y el pánico nadie escuchaba nada; y tuve que darles de patadas, así, tal cual, para que voltearan e hicieran caso.  Apenas corrió la instrucción de echarse al suelo, y al momento de hacerlo, se desencadenó la balacera; y ahí tendidos permanecimos varias horas, incluso en el agua que empezó a correr por la terraza.  Hacia la media noche, todos, los del “Batallón Olimpia” como nosotros, nos arrastramos pecho tierra hacia las escaleras por donde aquellos habían penetrado a la terraza, quizá pretendiendo salir del edificio.  Pero se desató nuevamente la balacera, bajábamos corriendo huyendo de las balas, cuando nos topamos con otro grupo que por las mismas razones intentaba subir.

 

Nos quedamos ahí, todos tirados sobre las gradas y pegados a la pared queriendo hacer de nuestro lugar el rincón más seguro; y aquí inserto algunas palabras de mi artículo en la antología Memorial del 68, por ser uno de los dos momentos más impactantes de mi experiencia ese 2 de octubre:

 

 

Los milicos ya se habían cansado de gritar su contraseña de “¡Batallón Olimpia”!: estaban atrapados igual que nosotros.  Un compañero –me pareció de menor edad que la mía– estaba tendido boca abajo, sin que pudiera vérsele el rostro, en el descanso, hacia el lado exterior, el más expuesto.

 

Se dio la orden de volver a subir.  Creí que por la balacera y los nervios, el compañero no había escuchado la orden de regresar, pero también lo veía distendido.  Como no queriendo yo comprobar lo que sospechaba, apenas le pateé las piernas alargando las mías desde el primer escalón en el que yo había quedado.  Y mi intención de decirle que se levantara se me ahogó en la garganta, y más que transmitirle la orden de que se levantara y regresara, en un murmullo sólo me salió una súplica: ¡Vamos, levántate!...

 

Pero el ya no quiso más ajetreo.  Prefirió quedarse ahí..., sin decirme nada, sin moverse.

 

Apenas pudimos subir al siguiente piso, y ahí quedamos atorados.  Otra vez había quedado atrás y me tocó de nuevo estar precisamente en el descanso de las escaleras más expuesto.  Hasta ese momento, después de varias horas, entré en crisis.  Empecé a temblar sensiblemente y no me podía contener por más que me decía a mí mismo “calmado, calmado”.  Estaba recargado sobre la espalda de un compañero que después me platicó que era de la Facultad de Ciencias de la UNAM.  El sentía mi temblor, levantó y volteó la cara con la intención de decirme algo, pero prefirió quedarse callado.  Yo noté su gesto y fue más por vergüenza de que notara que temblaba que por otra cosa, que al instante me calmé [a].

 

Luego nos encerraron en un departamento vacío; el que seguramente habían ocupado para su emboscada.

 

Antes de entrar nos ponían contra la pared y nos esculcaban; allí me encontraron, doblada y hecha una sopa, la revista Sucesos, que en la portada traía la fotografía del Ché muerto en Bolivia.  El oficial la abrió tomándose su tiempo para despegar las hojas “y me hizo la pregunta tonta: <<Qué es esto>>!.  Como correspondía, de la manera más natural, le contesté: <<una revista>>.  La arrojó a un rincón donde ya se acumulaba un cerro de propaganda y empujándome hacia la puerta del departamento ya sólo dijo: <<¡Va especial!>>” [b].

 

El otro momento impactante de ese día del 2 de octubre, consistió en una experiencia singular: finalmente éramos llevados a la carrera manos en la nuca custodiados por dos agentes pistola en mano por un corredor hacia la Av. “Manuel González”, en medio de una valla de soldados a ambos lados que al paso nos agredían física o verbalmente.  Dimos vuelta a la izquierda en una pequeña explanada, comenzaba una ligera llovizna con pequeñas ráfagas que hacía el aire fresco de esa noche [1], y al fondo, sobre las gradas de una escalera de acceso a un edificio, y justo hacia donde nos dirigíamos, unos cinco a siete granaderos a culatazos y a patadas golpeaban a alguien [2].

 

El caso es que, en ese momento, dejé de escuchar, y percibí que todo transcurría como “en cámara lenta”, creí que el siguiente en esas golpizas sería yo; pero al mismo tiempo sentí que yo me hacía grande y que los agentes con sus escuadras en las manos a ambos lados de mí que a la carrera me conducían, se hacían pequeños, los veía agacharse.  Me dije a mí mismo que no lloraría ni suplicaría..., ¡bha!..., por lo menos en mis pensamientos estuvo lo digno.  Pasamos de largo...

 

Sin lugar dudas, el Ejército Mexicano, en el más abyecto de sus “planes de guerra” por el cual no sólo masacró una masa civil inerme, sino se traicionó a sí mismo, es el directamente responsable de los hechos (si bien la autoría intelectual estuvo en las más altas esferas del poder con el inefable Luis Echeverría Álvarez, y el, por el resto de la historia, nefasto Gustavo Díaz Ordaz).  Todo fue planeado por el ejército: la filmación de los acontecimientos desde distintos edificios, la emboscada, los conjunto de bengalas desde distintos puntos coordinando la acción de ataque sincronizado; los miembros del ejército en funciones paramilitares en el “Batallón Olimpia” y como francotiradores; el acceso imprudente a la plaza por una parte de las tropas provocando la estampida de la masa, e ingenuo por parte de las fuerzas comandadas por Toledo; y he aquí la traición a sí mismos; que sirvieron de “piezas de sacrificio” para el blanco predeterminado de los francotiradores, en tanto otra parte de las tropas esperaba en reserva y a resguardo, al mando de una comandancia que seguramente debió saber lo que iba a ocurrir; la gigantesca traición y provocación en las órdenes de dispararse entre sí (pues todos eran miembros de ejército) para, por un lado, hacer ver a la infantería en la plaza como agredida, haciendo pasar con ello por inocente al ejército; y por otra parte, responsabilizar de todo al Consejo Nacional de Huelga (por lo que no casualmente unos años después “se filtraron” algunos de los filmes que ellos mismos habían hecho y precisamente hacían ver la agresión al ejército y a éste como inocente) [e].

 

En la madrugada nos sacaron uno por uno con las manos en la nuca hasta llegar a la planta baja.  Allí nos pedían que bajáramos las manos y en el acto, una multitud de periodistas nos “fusilaban” a “flashasos”.  Desde ese momento me di cuenta que esas fotografías andarían por ahí publicándose y sabrían a donde fui a parar.  Pero pasaron poco más de treinta años para que finalmente pudiera ver esas fotografía (en particular en 12 cuadros) publicadas por la revista Proceso [3], que solicitaba que aquel que se identificase, reportara sus datos.

 

A la revista comenzaron a llegar esos datos, entre ellos, los míos, y se inició su publicación con las breves narrativas del momento vivido, a tres décadas de lo sucedido, hechas espontáneamente por los personajes de esas fotografías al enviar sus referencias.

 

No se publicó todo, la sospechosa muerte del compañero Florencio López Osuna, la principal figura en esa colección de fotografías, detuvo el propósito por los editores.  Pero lo que alcanzó a salir (apenas cuatro identificaciones de aquellos 12 cuadros), se caracterizó por mostrar el lado negativo, pesimista o fatalista, de una tragedia que dejó impactada e imborrable en su psique y en su ánimo, la pesadumbre por aquel momento vivido.

 

Nuestra narrativa [f], hecha simultánea e independientemente a las demás, tuvo un tono diametralmente opuesto a ese lamento por la tragedia vista por sí misma de manera absoluta.  En nuestro escrito, obviamente, no podíamos sino referirnos a la tragedia, pero rescatando de ella el acto sublime de los jóvenes y el pueblo, que significó aquella lucha social por alcanzar mayores libertades democráticas.  El correo electrónico en el que envié mis datos, dirigiéndome a la compañera reportera; lo que no estuvo mal, pero que debió ser a la Dirección de la revista; iba acompañado del siguiente texto:

 

 

<<Saludos, compañera Sanjuana Martínez, sabía que esa fotografía debía andar por ahí..., y en más de un archivo, porque no operó únicamente un flash, sino más de una docena.

 

Estamos siendo fotografiados en la Planta Baja del Edificio Chihuahua, en la parte posterior a la Plaza, hacia la 1:00 h, ya del día 3 de octubre, con la intención de ser conducidos a los transportes militares estacionados en Av. “Manuel González”, y ser llevados al Campo Militar Nº 1.

 

Parecía que la balacera había cesado (unos momentos después se reanudó durando quizás hasta las dos o dos y treinta de la madrugada), y se encontraba a la entrada del Edificio una “nube”; debo suponer, de reporteros; que bien creo pudieran haber sido tanto de la prensa nacional como internacional.  Siento como que fue una presión de la prensa para dejar constancia de los detenidos ahí.  ...es una operación militar de precisión, planeada con mucha anticipación, y no “al cuarto para las once” (¡así, casi literalmente compañera Sanjuana!), como nos lo quiere hacer creer Marcelino García Barragán (ver final del primer párrafo de la pag.14 de tu artículo).

 

¿Cómo llenar tres departamentos con una Compañía? (que si no mal recuerdo de lo que aprendí en el Servicio Militar, serían entre uno y tres Batallones, es decir, entre 33 y 99 hombres, y definitivamente tuvo que ser la Compañía completa), entre las 11:00 h y no más allá de las 15:00 h; porque a las 16:00 h que yo llegué a la plaza, ya los compañeros instalaban las bocinas.  ¿Cómo mover toda esa gente sin ser vista en un lapso de tres horas, un Batallón por hora?  Significarían dos tipos entrando cada dos minutos.  No.  Ellos estuvieron ahí, escondidos en esos departamentos, por lo menos una noche antes.  Pero he escuchado versiones de que estuvieron incluso desde dos días antes.

 

Curioso, sabía que esas fotografías andaban por ahí, en muchos archivos, pero nunca creí que llegaría a verlas.  El buen Marcelino Perelló (creo), “El Pino” (creo), Sócrates, inconfundible...  Y qué decir del camarada Luis de Alba, y del fregonazo de Florencio López Osuna y su hermano...  El lamentabilísimo asunto ese de la pistola que en tu texto dice que “confesó” que traía, creo que es otra historia, pero el autorizado para explicarla es él, porque la que yo me sé, es un asunto tragicómico absurdo.

 

¿Me ves esa cara de idiota?, pues en el Campo Militar, cuando me interrogaron, todavía la puse más de imbecil, que con trabajos sabía cómo me llamaba..., y ellos mismos llenaron el Acta sin más trascendencia..., ya nada más pasé a la foto..., que de frente, que de perfil, que de tres cuartos, que por la nuca, jaja...

 

Te comprometo Sanjuana: salúdame a los que se comuniquen...  A todo ellos..., mi más infinito respeto, mexicanos enteros.  Yo aun estoy por escribir lo mío, a ver si ahora sí ya el próximo año.  Lo estoy queriendo hacer desde el treinta aniversario.  Es el testimonio especial de aquellos que fuimos los últimos del movimiento estudiantil, simplemente porque éramos los estudiantes más jóvenes, los estudiantes de las “Prevos”.  Y traigo aun un peso enorme en la conciencia: fuimos cuatro en el Comité de Lucha de la Prevo 5: Miguel Reséndiz, el más entrón, el principal; Víctor Cejudo Ayala, “El Cejas”, el segundo, el cerebrazo; Gerardo Murillo, el buen “Muro”, el que a la hora de los trancazos era el primero en saltar y entrarle; y yo.  A nuestros diecisiete o dieciocho años no éramos cualquier joven común y corriente.  Ellos eran de filiación maoísta, y yo, respecto de ellos, el “maldito revisionista prosoviético”, jaja...  El conflicto Chino-Soviético reproducido en el seno de nuestro Comité de Lucha..., jaja.  Por eso luego fui a parar como activista en el Comité de Lucha de Economía..., y como Marx escribió El Capital, supuse que en la ESE estarían los más revolucionarios..., y en cierto modo, no me equivoqué..., esos fueron los años sesenta-setenta..., infinitamente maravillosos.  Debo un homenaje a mis compañeros del Comité...  En ellos hay una trágica historia...; (aquí retiro unas líneas que insertaré y comentaré en el apartado siguiente).

 

Gusto en saludarte, que esto último no nos amargue, es sólo la tragedia que nos permite conocernos más a nosotros mismos, y que nos humaniza y ennoblece>>.

 

 

Acerca del 2 de octubre, para terminar este apartado, esa última idea debe ser la esencial: es con esos mexicanos enteros caídos en esa tragedia en los que ha de estar nuestra propia identidad como mexicanos, y el sacrificio que en la perspectiva histórica se hace sublime, es lo que nos humaniza y ennoblece.  El 2 de octubre no debe ser para llorar la tragedia, sino para, con alegría, con optimismo, rescatar la dignidad ennoblecida.

 

                              Impensadamente, no sólo representábamos a la “Prevo 5”; representábamos a aquella joven generación del 68 que cambió a México.  Pero en esos registros históricos habían faltado algunos más: precisamente los compañeros del Comité de Lucha de la “Prevo 5”, que con mayor gloria, deben estar ahí.  Y esto último dicho no es ningún giro literario; por lo contrario, eso es lo que ha movido este escrito por su forma y contenido.  Y la explicación de ello está ahora en lo que he titulado: “La transformación cualitativa, moral e histórica, del <<Comité de Lucha de la “Prevo 5”>>.



[a] En mi artículo para el Memorial del 68, un Relato a Muchas Voces, citado y referido más adelante en este trabajo, equivocadamente (un lapsus) dice “2ª terraza”.

[b] Estas fueron las señales para que el “Batallón Olimpia” entrara en acción.  Otros testigos, desde otros puntos de vista, así como ciertas filmaciones hacia la plaza desde otros puntos, dejan ver que a su vez hubo conjuntos de bengalas que, saliendo de los mismos patios del Excovento, cayeron al frente de la iglesia, siendo entonces las señales para que el ejército entrara en la Plaza; así como otras bengalas más se arrojaban desde un helicóptero, las cuales fueron las señales para que tropas apostadas, según se supo después, en la Estación de Ferrocarriles de Buenavista, para que se pusiera en movimiento.

[1] Hernández Iriberri, Luis Ignacio; El Aire Fresco de esa Noche; en “Memorial del 68, un Relato a Muchas Voces”; Ediciones La Jornada, México, 1993; p.140.

[2] Ibid. pp.140-141.

[c] Se suprime la nota por el anonimato que supone el certamen.

[d] En mi relato del Memorial del 68, atribuí a ese “alguien” el que fuera un compañero, pero años después, revelada la información de lo ocurrido con los paramilitares francotiradores que tirotearon a sus propios compañeros, ese “alguien” bien pudo haber sido precisamente un francotirador capturado.

[e] Recuerdo que un compañero de nuestras correrías en las brigadas, luego apreciable camarada de militancia, más tarde compañero en la docencia en una universidad, y veinte años después coautor en la antología del Memorial del 68, alguna vez me invitó a su casa por aquellos primeros años de los ochenta, diciéndome que me iba a enseñar un documento videograbado que me iba a sorprender; no me dijo más, y me puso el video; esperó, y al final sólo me preguntó: “qué opinas”, y mi respuesta ante “la evidencia”, fue que: “entonces el ejército no fue el responsable”.  Lo que ahí se veía, era cómo éste era agredido por francotiradores.  Él rió y concluyó: <<como que esto le da un vuelco a las cosas, no?>>.  Ahí quedó, fue cuestión de tiempo, de conexión de datos, de análisis más detenido de investigadores como Carlos Montemayor, entre otros, para que la verdad aflorara: aquello había sido un montaje de la mayor perversidad y de lesa humanidad.

[3] Martínez, Sanjuana;  Tlaltelolco 68 Las Fotos Ocultas; en revista “Proceso” Nº 1310, 9 de diciembre de 2001.

[f] A la fecha de este escrito, aun no publicada, pero de la que conservamos su espíritu en un archivo en nuestra computadora y adjuntamos a continuación..


 
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4 enero 2010 1 04 /01 /enero /2010 09:05

Clich--Literatura

 

El Comité de Huelga de la “Prevo 5” del IPN,
en el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968. 
La Vida del Comité de Lucha.

Luis Ignacio Hernández Iriberri.

http://espacio-geografico.over-blog.es/: 
México, octubre, 2008.

 

 

La vida del Comité de Lucha de la “Prevo 5”.

 

Así, el siguiente hecho relevante fue lo sucedido en la misma vida del Comité.  Se entiende ya ahora, que esos jóvenes que formamos el Comité de Lucha de la “Prevo 5”, no éramos comunes; lo que nos diferenciaba de los demás, era una alta conciencia político-social.  Pero a la vez, había algo que nos diferenciaba entre nosotros mismos.

 

Tampoco nunca supe si la línea de formación política entre los miembros de nuestro Comité aparte de mí, venía, de algún modo, de tiempo atrás, o si se dio como consecuencia de la vinculación directa, desde el primer momento, con el Comité de Lucha de la Escuela Superior de Física y Matemáticas.

 

Como quiera que fuese, en el seno del Comité de Lucha de la “Prevo 5” se expresaron dos corrientes políticas: 1) la de Miguel, Víctor y Gerardo, que compartían las posiciones del marxismo en la línea del “Pensamiento Mao Tse-Tung”; y 2) la mía, que me ubicaba en el marxismo en general, formado con la bibliografía del Instituto Marx-Engels y el conjunto de autores de la Academia de Ciencias de la URSS, en cierto modo, del “marxismo ortodoxo”.  En consecuencia, en el contexto de los años sesenta, si yo era –así fuese dicho amistosamente en ese lenguaje fuerte entre jóvenes y en un valor entendido– el “maldito prosoviético revisionista”; ellos eran, a su vez, los “desdichados maoístas revisionistas”.  En otras palabras, en el seno de nuestro Comité se reproducían, un tanto absurdamente, los conflictos por diferencias ideológicas entre la URSS y China.  Mas ello no fue algo trivial, por lo contrario, a los pocos días le dio un giro completo a mi participación en el Comité, por simple exclusión (nuevamente quedaba flotando; como adentro, pero afuera; como en lo concreto, pero en lo abstracto).

 

Conforme avanzaban los primeros escasos días, la escuela se iba quedando cada vez más vacía; creo que sólo en el primer momento hubieron quienes montaron guardia quedándose a dormir ahí mismo; en realidad, creo que la escuela nunca contó con guardias nocturnas; y no porque al inicio no contáramos con gente para ello, sino porque nosotros mismos, particularmente yo, no estábamos en posibilidades (simplemente tanto Víctor como yo, teníamos que ir a trabajar).  De hecho, llegó el punto en que perdí noción del significado en sí del haber “quedado a cargo”; pues hubo ocasiones en que llegaba a la escuela y ésta se encontraba absolutamente vacía.  En una ocasión me senté afuera en la banqueta a esperar a alguien, y por ahí se apareció sólo un compañero; era Pedro (y del que nunca supe sus apellidos), quien pudo haber sido considerado el quinto miembro del Comité, de no ser porque casi no se le veía debido a que su padre ejercía un control desmedido sobre él.  Esperamos y esperamos; sin duda, los compañeros del Comité estarían en alguna reunión en Zacatenco, en alguna sesión de Círculo de Estudio, o en alguna reunión del Consejo Nacional de Huelga (CNH) en la UNAM; pero de lo cual fuimos excluidos; hasta que él se tuvo que ir teniendo su tiempo muy controlado.  A partir de ahí, siendo que eso se había repetido varias veces, se me perdió el sentido de presentarme en la escuela.  Otra vez había quedado por fuera del proceso que se estaba dando [a].

 

Tuve que moverme a donde estaba la acción, y elegí trabajar como activista en las brigadas organizadas desde la Escuela Superior de Economía (ESE), y a partir de ahí, en lo personal, comencé a vivir una nueva experiencia, en la distribución de volantes, en la realización de pintas, en las pegas, hablando y dando información al pueblo en los camiones o pronunciando discursos en “mítines relámpago” en unidades habitacionales, en las fábricas, en los mercados o en los cines o las plazas.  No obstante, yo no pertenecía a ahí; ese era otro nivel del movimiento, y no podía sino limitarme a ser, en mucho, espectador.  Ciertamente se aumentó mi visión de las circunstancias políticas; pero, nuevamente, estaba yo ahí, “por encimita”, como viendo las cosas desde arriba.

 

La vida del Comité de la “Prevo 5” vista en mi vínculo al mismo, se hizo indirecta, por la amistad y cercana vecindad que teníamos Víctor y yo; y más que discutir sobre los aspectos del Movimiento, de ahí derivábamos siempre a los fundamentos teóricos de las líneas políticas adoptadas, y toda la discusión se centraba en ello: que lo que decía Mao en el Libro Rojo, o lo que decían Marx, Engels o Lenin y cómo debía interpretarse.  Con Miguel o Gerardo discutí muy poco, más que por otra cosa, porque había en ellos, o por lo menos de ellos hacia mí, un maoísmo cerrado; me parecía que sus lecturas eran básicamente de las Obras Escogidas de Mao, y la información de la revista “China Reconstruye”, si tuvieron otras lecturas –que no dudo que así fuera– nunca supe cuáles fueron, y hacia mí había “el desprecio hacia el pequeñoburgués reformista prosoviético”.  Las lecturas mostradas de Víctor eran un tanto más amplias, me refería lo mismo a fuentes soviéticas, que a Mao, que al Ché, que a Marcuse, a Fromm o a Gramsci, e incluso a Freud; íbamos a conferencias en la UNAM, o la librería universitaria en insurgentes, o al mismo Instituto de Relaciones Culturales México-URSS.  De no ser por el tratar de seguir sus disertaciones, yo no hubiera leído prácticamente nada en ese entonces de buena parte de dichos autores.  Y de lo poco y muy deficientemente que leí, desde mi incipiente marco teórico, tuve la capacidad para, si no “someterlos a crítica”, lo que sería decir demasiado, sí para sentir inconformidad con sus posiciones.  A la larga, la práctica histórico-social demostró tanto para unos como para otros.  Así nos formamos.

 

Con estos datos, ya podemos responder sin hipérboles a qué era el Movimiento Estudiantil-Popular para nosotros desde el Comité de Lucha de la “Prevo 5”: éste era el inicio de una transformación revolucionaria al socialismo.

 

La transformación revolucionaria al socialismo, en un momento dado, para ellos en la línea maoísta en donde “el centro de la revolución” había cambiado al sector estudiantil, significaba la revolución socialista misma en ciernes.  Finalmente las influencias de lo que muchos años después entendería que era el llamado “neomarxismo”, desde sus antecedentes gramscianos y su versión maoísta, habían hecho mella, y, en los hechos, si bien no de palabra, dejaron de lado el principio marxista del sector obrero como dirigente de la clase proletaria en el movimiento revolucionario; porque, a lo Marcuse, el “centro de la revolución”, como ellos decían, lo trasladaron a la “clase media”.  Para nosotros, mi caso, el Movimiento Estudiantil-Popular también era una transformación revolucionaria al socialismo, pero no ya como la revolución socialista misma y menos dirigida por los estudiantes o la “clase media” pequeñoburguesa (por más que lo que se vivía generaba una gran confusión); sino en tanto como proceso que preparaba apenas condiciones democráticas necesarias para que pudiese operar en lo inmediato el movimiento obrero como condición necesaria; y yo trabajaba, conocía el estado de control en que se encontraban los empleados y obreros de esa “aristocracia obrera” petrolera, me daba cuenta de que, con ellos en particular, el asunto iba para largo.

 

Hacíamos con ello nuestras propias y valiosas utopías: para ambas partes el socialismo estaba “a la vuelta de la esquina”; para ellos por la acción misma estudiantil en rebeldía, por la disposición de la “clase media” como aliada del proletariado, pero ahora dirigente del proceso revolucionario; para mí, porque, como consecuencia, pronto tendría que desencadenarse el movimiento obrero.  Allí estaba el privilegio del sueño, del anhelo, de aspirar por una sociedad mejor, más justa e igualitaria.

 

Ante el problema planteado críticamente de si la huelga era el Movimiento mismo o si éste era ir más allá, está claro que para este Comité, la huelga estudiantil era sólo un medio; de ahí que en el título de este ensayo-narrativa nos hemos referido al “Comité de Huelga”, porque así nace y ello lo legitima; siendo a su vez “Comité de Lucha”, en tanto órgano representativo estudiantil; y que así, en el accionar de este Comité en el Movimiento, nos hemos referido a él como “Comité de Lucha”; ya para, en nuestra febrilidad, dar lugar a la revolución socialista en general; en donde ese “ir más allá” expresado así, era irse demasiado lejos, pero como un sueño y un anhelo válido; o ya como preparativo de esas condiciones en particular representadas en la principal consigna del Movimiento y plasmada en el logotipo que le representó: una “L” mayúscula, que servía de base para trazar una “D” mayúscula, en rojo y negro, como iniciales de, “Libertades Democráticas”; consigna teórica aceptada por todos, pero que en su aplicación práctica desencadenaba la polémica entre las posiciones “ultrarevolucionarias” o el “reformismo”.

 

Como quiera, con sus limitaciones por inmadurez, con sus contradicciones naturales inevitables, con su condicionamiento por su momento histórico, sin duda, el Comité de Lucha de la “Prevo 5” tuvo un alto nivel teórico ideológico y de conciencia social y política.  Finalmente, creo, aun cuando no estoy del todo seguro, que lo que yo hice en el curso del Movimiento, en el Comité de Lucha de la Escuela Superior de Economía del IPN, los compañeros lo hicieron adscritos al Comité de Lucha de la Escuela Superior de Físico-Matemáticas, también del IPN; sólo que yo en la ESE no me presenté como miembro del Comité de Lucha de la “Prevo” 5, en lo que ellos sí fueron tratados como representantes del mismo, en la ESFM.  Incorrectamente, ambas partes abandonamos nuestras propias bases y saltamos a un nivel de actividad política en un ámbito superior.  Grave error, grave error colectivo casi inevitable que como tal dejaremos ahí, esencialmente porque desconocí en concreto el accionar de los compañeros luego de la segunda o tercer semana de iniciado el movimiento.  Y sobre los errores personales, de manera especial, ya los comentaremos más adelante.

 

El Movimiento Estudiantil-Popular de 1968 no fue exclusivamente estudiantil, que se colgó lo de “Popular” sólo por la consigna de “¡Únete Pueblo!” y ciertamente una participación sindical, campesina y popular; sino, aparte de ello, principalmente se puede definir al Movimiento como Popular, por su sentido social más general dado en la integración misma del Pliego Petitorio, en el cual se reclamaba esencialmente tanto la liberación de los presos políticos; dirigentes de partidos políticos, sindicales, campesinos, populares, estudiantiles e intelectuales; como la derogación de los artículos acerca de la “disolución social” del Código Penal, que venían desde la II Guerra Mundial establecidos como sanción a delitos para prevenir las acciones desestabilizadoras de agentes del nazismo, pero que luego se continuaron vigentes, aplicándose a luchadores sociales de nuestro país; por lo cual, tales demandas tenían un impacto político y social democratizador nacional.

 

 

El miércoles 2 de octubre de 1968.

 

Al tratar de rescatar la vida del Comité de Lucha de la “Prevo 5” durante el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968, recogiendo sólo la memoria de su propia experiencia desde nuestro punto de vista (una manera de hacer este ejercicio), en este punto de vista nuestro falta el accionar en el que yo me vea vinculado al mismo, principalmente, a partir de mediados de agosto; de hecho desde la marcha del 13 de agosto en que se ganó el Zócalo, hasta el mismo 2 de octubre; un lapso de unos 50 días; y de ahí el salto que ahora damos en este apartado.

 

Pero el miércoles 2 de octubre va más allá de toda consideración de una experiencia personal; de algún modo hay, y no puede dejar de haber en ese acontecimiento, hilos que nos vinculan en el accionar de todo el Comité en su conjunto.

 

Ese día en aquella concentración, ninguno de los del Comité caímos ahí, pero lo cierto es que sólo yo fui detenido, y no lo pude haber evitado, pues me ubiqué en la tercer terraza del Edificio Chihuahua, que se convirtió en una trampa (soy el que está sentado en el barandal con los pies de fuera, pegado a la primera columna de derecha a izquierda).

 

A las 15:30 h salimos de nuestro trabajo, unas oficinas de Petróleos Mexicanos en la calle de Humboldt.  Nos encaminamos a la Plaza de Tlalteloco valorando qué hacer con las escasas monedas que traíamos en la bolsa: si comernos una torta y tomarnos un refresco (que nos consumiría unos siete pesos sobrándonos para nuestro pasaje de regreso a casa), o si adquirir la revista Sucesos (otros seis o siete pesos), aguantándonos el hambre y la sed, que en ese día publicaba el último número de la biografía de Ernesto Guevara, “el Ché”, del cual el 7 de octubre se cumpliría el primer aniversario de su muerte en Bolivia.

 

En teoría optamos por lo primero, pero al llegar al puesto de periódicos en la esquina y ver la revista, sacar el dinero y comprarla fue automático.

 

Nos fuimos caminando hasta Tlaltelolco.  Llegamos a la Plaza de las Tres Culturas muy temprano; nos fuimos a sentar por ahí pretendiendo leer la revista, pero con hambre y bajo el Sol, nos empezamos a adormilar; y viendo a los compañeros colocar las bocinas para el acto, se me ocurrió ir a ver qué podía hacer por ayudarlos.

 

La primer terraza del Edificio Chihuahua, que servía de tribuna, está en el tercer piso del edificio.  Llegué al elevador, entré, y automáticamente oprimí el número 3; pero sin darme cuenta que esos elevadores no desembocan a cada piso, sino a cada terraza, y que por lo tanto a donde saldría sería a la tercer terraza y no al tercer piso o primer terraza [b].  Pero salir a ella y admirarme del paisaje que de ahí se contemplaba hacia el poniente de la Ciudad de México (en una ciudad de un aire aun transparente), me retuvo, decidiendo permanecer ahí.  Cuando miré hacia la Plaza, ésta ya bullía de gente; y de la contemplación del paisaje natural, pasamos a la participación del movimiento social.

 

Empezó la asamblea (para nuestro propósito, no entraremos mucho en detalles, por lo demás ampliamente relatados; pero se hace inevitable la narrativa de esa experiencia personal); en un momento dado cayeron entre la parte trasera de iglesia y el Edificio Chihuahua, primero una bengala blanca, instantes después una verde y luego una roja.  Desde la posición en donde estaba, claramente vi cómo salían detrás de la iglesia, desde los patios del Exconvento [c].  De inmediato apareció en la avenida un convoy de camiones del ejército, se estacionó, y descendieron los soldados, los cuales se precipitaron hacia el sitio arqueológico, y corrieron entre sus ruinas hacia la Plaza en donde estaba la concentración.

 

Me puse de pie (estaba sentado en el barandal con dichos pies de fuera), evalué el poder salir de ahí dándome cuenta que no me daría tiempo, y, por lo tanto, de que estaba irremediablemente atrapado.  Lo único que quedaba era esperar una pacífica operación de desalojo, igual que la que había visto con los obreros petroleros en 1958.  Pero los soldados no se emplazaron y permanecieron alerta, ni ningún alto mando militar vino antes a la tribuna a establecer el desalojo.  La represión era un hecho.

 

Concentrado en los movimientos en la Plaza, sólo percibí a mis espaldas cómo la masa de gente, que ya no eran puros estudiantes, se desplazaba con pánico hacia las escaleras a mi derecha.  Había que empezar a bajar para intentar algo; y percibiendo que el lado derecho atrás de mí estaba saturado, giré instintivamente a mi izquierda mirando aun hacia la Plaza, pero no pudiendo dar más de dos pasos, al ser encañonado con una metralleta en el estómago al grito de “¡a dónde!”.  Di un salto hacia atrás, me expliqué entonces el por qué de ese desplazamiento con pánico de la gente hacia mi derecha que percibí a mis espaldas.  Entonces quedé hasta atrás de todos que a sí mismos se bloqueaban el acceso a las escaleras sin poder avanzar.  Voltee, y me sorprendí al ver a esa gente armada vestida de civil gritando frenéticos “¡Batallón Olimpia, Batallón Olimpia!”, echados pecho tierra, y su comandante, el que me imprecó con la metralleta, rodilla al piso, desgañitándose a gritos y agitándonos la mano con su guante blanco en el ademán de “¡al piso, al piso, tírense al suelo!” (es evidente que sabían lo que iba a pasar).  Nadie hacía caso, pero porque en el escándalo y el pánico nadie escuchaba nada; y tuve que darles de patadas, así, tal cual, para que voltearan e hicieran caso.  Apenas corrió la instrucción de echarse al suelo, y al momento de hacerlo, se desencadenó la balacera; y ahí tendidos permanecimos varias horas, incluso en el agua que empezó a correr por la terraza.  Hacia la media noche, todos, los del “Batallón Olimpia” como nosotros, nos arrastramos pecho tierra hacia las escaleras por donde aquellos habían penetrado a la terraza, quizá pretendiendo salir del edificio.  Pero se desató nuevamente la balacera, bajábamos corriendo huyendo de las balas, cuando nos topamos con otro grupo que por las mismas razones intentaba subir.

 

Nos quedamos ahí, todos tirados sobre las gradas y pegados a la pared queriendo hacer de nuestro lugar el rincón más seguro; y aquí inserto algunas palabras de mi artículo en la antología Memorial del 68, por ser uno de los dos momentos más impactantes de mi experiencia ese 2 de octubre:

 

“Los milicos ya se habían cansado de gritar su contraseña de “¡Batallón Olimpia”!: estaban atrapados igual que nosotros.  Un compañero –me pareció de menor edad que la mía– estaba tendido boca abajo, sin que pudiera vérsele el rostro, en el descanso, hacia el lado exterior, el más expuesto.

 

Se dio la orden de volver a subir.  Creí que por la balacera y los nervios, el compañero no había escuchado la orden de regresar, pero también lo veía distendido.  Como no queriendo yo comprobar lo que sospechaba, apenas le pateé las piernas alargando las mías desde el primer escalón en el que yo había quedado.  Y mi intención de decirle que se levantara se me ahogó en la garganta, y más que transmitirle la orden de que se levantara y regresara, en un murmullo sólo me salió una súplica: ¡Vamos, levántate!...

 

Pero el ya no quiso más ajetreo.  Prefirió quedarse ahí..., sin decirme nada, sin moverse.

 

Apenas pudimos subir al siguiente piso, y ahí quedamos atorados.  Otra vez había quedado atrás y me tocó de nuevo estar precisamente en el descanso de las escaleras más expuesto.  Hasta ese momento, después de varias horas, entré en crisis.  Empecé a temblar sensiblemente y no me podía contener por más que me decía a mí mismo “calmado, calmado”.  Estaba recargado sobre la espalda de un compañero que después me platicó que era de la Facultad de Ciencias de la UNAM.  El sentía mi temblor, levantó y volteó la cara con la intención de decirme algo, pero prefirió quedarse callado.  Yo noté su gesto y fue más por vergüenza de que notara que temblaba que por otra cosa, que al instante me calmé”[1].

 

Luego nos encerraron en un departamento vacío; el que seguramente habían ocupado para su emboscada.

 

Antes de entrar nos ponían contra la pared y nos esculcaban; allí me encontraron, doblada y hecha una sopa, la revista Sucesos, que en la portada traía la fotografía del Ché muerto en Bolivia.  El oficial la abrió tomándose su tiempo para despegar las hojas “y me hizo la pregunta tonta: <<Qué es esto>>!.  Como correspondía, de la manera más natural, le contesté: <<una revista>>.  La arrojó a un rincón donde ya se acumulaba un cerro de propaganda y empujándome hacia la puerta del departamento ya sólo dijo: <<¡Va especial!>>”[2].

 

El otro momento impactante de ese día del 2 de octubre, consistió en una experiencia singular: finalmente éramos llevados a la carrera manos en la nuca custodiados por dos agentes pistola en mano por un corredor hacia la Av. “Manuel González”, en medio de una valla de soldados a ambos lados que al paso nos agredían física o verbalmente.  Dimos vuelta a la izquierda en una pequeña explanada, comenzaba una ligera llovizna con pequeñas ráfagas que hacía el aire fresco de esa noche [d], y al fondo, sobre las gradas de una escalera de acceso a un edificio, y justo hacia donde nos dirigíamos, unos cinco a siete granaderos a culatazos y a patadas golpeaban a alguien [e].

 

El caso es que, en ese momento, dejé de escuchar, y percibí que todo transcurría como “en cámara lenta”, creí que el siguiente en esas golpizas sería yo; pero al mismo tiempo sentí que yo me hacía grande y que los agentes con sus escuadras en las manos a ambos lados de mí que a la carrera me conducían, se hacían pequeños, los veía agacharse.  Me dije a mí mismo que no lloraría ni suplicaría..., ¡bha!..., por lo menos en mis pensamientos estuvo lo digno.  Pasamos de largo...

 

Sin lugar dudas, el Ejército Mexicano, en el más abyecto de sus “planes de guerra” por el cual no sólo masacró una masa civil inerme, sino se traicionó a sí mismo, es el directamente responsable de los hechos (si bien la autoría intelectual estuvo en las más altas esferas del poder con el inefable Luis Echeverría Álvarez, y el, por el resto de la historia, nefasto Gustavo Díaz Ordaz).  Todo fue planeado por el ejército: la filmación de los acontecimientos desde distintos edificios, la emboscada, los conjunto de bengalas desde distintos puntos coordinando la acción de ataque sincronizado; los miembros del ejército en funciones paramilitares en el “Batallón Olimpia” y como francotiradores; el acceso imprudente a la plaza por una parte de las tropas provocando la estampida de la masa, e ingenuo por parte de las fuerzas comandadas por Toledo; y he aquí la traición a sí mismos; que sirvieron de “piezas de sacrificio” para el blanco predeterminado de los francotiradores, en tanto otra parte de las tropas esperaba en reserva y a resguardo, al mando de una comandancia que seguramente debió saber lo que iba a ocurrir; la gigantesca traición y provocación en las órdenes de dispararse entre sí (pues todos eran miembros de ejército) para, por un lado, hacer ver a la infantería en la plaza como agredida, haciendo pasar con ello por inocente al ejército; y por otra parte, responsabilizar de todo al Consejo Nacional de Huelga (por lo que no casualmente unos años después “se filtraron” algunos de los filmes que ellos mismos habían hecho y precisamente hacían ver la agresión al ejército y a éste como inocente) [f].

 

En la madrugada nos sacaron uno por uno con las manos en la nuca hasta llegar a la planta baja.  Allí nos pedían que bajáramos las manos y en el acto, una multitud de periodistas nos “fusilaban” a “flashasos”.  Desde ese momento me di cuenta que esas fotografías andarían por ahí publicándose y sabrían a donde fui a parar.  Pero pasaron poco más de treinta años para que finalmente pudiera ver esas fotografía (en particular en 12 cuadros) publicadas por la revista Proceso [3], que solicitaba que aquel que se identificase, reportara sus datos.

 

A la revista comenzaron a llegar esos datos, entre ellos, los míos, y se inició su publicación con las breves narrativas del momento vivido, a tres décadas de lo sucedido, hechas espontáneamente por los personajes de esas fotografías al enviar sus referencias.

 

No se publicó todo, la sospechosa muerte del compañero Florencio López Osuna, la principal figura en esa colección de fotografías, detuvo el propósito por los editores.  Pero lo que alcanzó a salir (apenas cuatro identificaciones de aquellos 12 cuadros), se caracterizó por mostrar el lado negativo, pesimista o fatalista, de una tragedia que dejó impactada e imborrable en su psique y en su ánimo, la pesadumbre por aquel momento vivido.

 

Nuestra narrativa [g], hecha simultánea e independientemente a las demás, tuvo un tono diametralmente opuesto a ese lamento por la tragedia vista por sí misma de manera absoluta.  En nuestro escrito, obviamente, no podíamos sino referirnos a la tragedia, pero rescatando de ella el acto sublime de los jóvenes y el pueblo, que significó aquella lucha social por alcanzar mayores libertades democráticas.  El correo electrónico en el que envié mis datos, dirigiéndome a la compañera reportera; lo que no estuvo mal, pero que debió ser a la Dirección de la revista; iba acompañado del siguiente texto:

 

 

<<Saludos, compañera Sanjuana Martínez, sabía que esa fotografía debía andar por ahí..., y en más de un archivo, porque no operó únicamente un flash, sino más de una docena.

 

Estamos siendo fotografiados en la Planta Baja del Edificio Chihuahua, en la parte posterior a la Plaza, hacia la 1:00 h, ya del día 3 de octubre, con la intención de ser conducidos a los transportes militares estacionados en Av. “Manuel González”, y ser llevados al Campo Militar Nº 1.

 

Parecía que la balacera había cesado (unos momentos después se reanudó durando quizás hasta las dos o dos y treinta de la madrugada), y se encontraba a la entrada del Edificio una “nube”; debo suponer, de reporteros; que bien creo pudieran haber sido tanto de la prensa nacional como internacional.  Siento como que fue una presión de la prensa para dejar constancia de los detenidos ahí.  ...es una operación militar de precisión, planeada con mucha anticipación, y no “al cuarto para las once” (¡así, casi literalmente compañera Sanjuana!), como nos lo quiere hacer creer Marcelino García Barragán (ver final del primer párrafo de la pag.14 de tu artículo).

 

¿Cómo llenar tres departamentos con una Compañía? (que si no mal recuerdo de lo que aprendí en el Servicio Militar, serían entre uno y tres Batallones, es decir, entre 33 y 99 hombres, y definitivamente tuvo que ser la Compañía completa), entre las 11:00 h y no más allá de las 15:00 h; porque a las 16:00 h que yo llegué a la plaza, ya los compañeros instalaban las bocinas.  ¿Cómo mover toda esa gente sin ser vista en un lapso de tres horas, un Batallón por hora?  Significarían dos tipos entrando cada dos minutos.  No.  Ellos estuvieron ahí, escondidos en esos departamentos, por lo menos una noche antes.  Pero he escuchado versiones de que estuvieron incluso desde dos días antes.

 

Curioso, sabía que esas fotografías andaban por ahí, en muchos archivos, pero nunca creí que llegaría a verlas.  El buen Marcelino Perelló (creo), “El Pino” (creo), Sócrates, inconfundible...  Y qué decir del camarada Luis de Alba, y del fregonazo de Florencio López Osuna y su hermano...  El lamentabilísimo asunto ese de la pistola que en tu texto dice que “confesó” que traía, creo que es otra historia; pero el autorizado para explicarla es él, porque la que yo me sé, es un asunto tragicómico absurdo.

 

¿Me ves esa cara de idiota?, pues en el Campo Militar, cuando me interrogaron, todavía la puse más de imbécil, que con trabajos sabía cómo me llamaba..., y ellos mismos llenaron el Acta sin más trascendencia..., ya nada más pasé a la foto..., que de frente, que de perfil, que de tres cuartos, que por la nuca, jaja...

 

Te comprometo Sanjuana: salúdame a los que se comuniquen...  A todo ellos..., mi más infinito respeto, mexicanos enteros.  Yo aun estoy por escribir lo mío, a ver si ahora sí ya el próximo año.  Lo estoy queriendo hacer desde el treinta aniversario.  Es el testimonio especial de aquellos que fuimos los últimos del movimiento estudiantil, simplemente porque éramos los estudiantes más jóvenes, los estudiantes de las “Prevos”.  Y traigo aun un peso enorme en la conciencia: fuimos cuatro en el Comité de Lucha de la Prevo 5: Miguel Reséndiz, el más entrón, el principal; Víctor Cejudo Ayala, “El Cejas”, el segundo, el cerebrazo; Gerardo Murillo, el buen “Muro”, el que a la hora de los trancazos era el primero en saltar y entrarle; y yo.  A nuestros diecisiete o dieciocho años no éramos cualquier joven común y corriente.  Ellos eran de filiación maoísta, y yo, respecto de ellos, el “maldito revisionista prosoviético”, jaja...  El conflicto Chino-Soviético reproducido en el seno de nuestro Comité de Lucha..., jaja.  Por eso luego fui a parar como activista en el Comité de Lucha de Economía..., y como Marx escribió El Capital, supuse que en la ESE estarían los más revolucionarios..., y en cierto modo, no me equivoqué..., esos fueron los años sesenta-setenta..., infinitamente maravillosos.  Debo un homenaje a mis compañeros del Comité...  En ellos hay una trágica historia...; (aquí retiro unas líneas que insertaré y comentaré en el apartado siguiente).

 

Gusto en saludarte, que esto último no nos amargue, es sólo la tragedia que nos permite conocernos más a nosotros mismos, y que nos humaniza y ennoblece>>.

 

 

Acerca del 2 de octubre, para terminar este apartado, esa última idea debe ser la esencial: es con esos mexicanos enteros caídos en esa tragedia en los que ha de estar nuestra propia identidad como mexicanos, y el sacrificio que en la perspectiva histórica se hace sublime, es lo que nos humaniza y ennoblece.  El 2 de octubre no debe ser para llorar la tragedia, sino para, con alegría, con optimismo, rescatar la dignidad ennoblecida.

 

Impensadamente, no sólo representábamos a la “Prevo 5”; representábamos a aquella joven generación del 68 que cambió a México.  Pero en esos registros históricos habían faltado algunos más: precisamente los compañeros del Comité de Lucha de la “Prevo 5”, que con mayor gloria, deben estar ahí.  Y esto último dicho no es ningún giro literario; por lo contrario, eso es lo que ha movido este escrito por su forma y contenido.  Y la explicación de ello está ahora en lo que he titulado: “La transformación cualitativa, moral e histórica, del <<Comité de Lucha de la “Prevo 5”>>.

 



[a] Éramos, tanto en edad como escolarmente, los más jóvenes del Movimiento; la base estudiantil pronto se esfumó, pero su Comité de Lucha tampoco me parece que haya hecho nada por organizarla y darle vida; al tiempo, me parece que más bien incluso la abandonó, ya por inexperiencia, ya porque de manera natural ese estudiantado aun muy joven, inevitablemente también se alejó.

[b] En mi artículo para el Memorial del 68, un Relato a Muchas Voces, citado y referido más adelante en este trabajo, equivocadamente (un lapsus) dice “2ª terraza”.

[c] Estas fueron las señales para que el “Batallón Olimpia” entrara en acción.  Otros testigos, desde otros puntos de vista, así como ciertas filmaciones hacia la plaza desde otros puntos, dejan ver que a su vez hubo conjuntos de bengalas que, saliendo de los mismos patios del Excovento, cayeron al frente de la iglesia, siendo entonces las señales para que el ejército entrara en la Plaza; así como otras bengalas más se arrojaban desde un helicóptero, las cuales fueron las señales para que tropas apostadas, según se supo después, en la Estación de Ferrocarriles de Buenavista, para que se pusiera en movimiento.

Hernández Iriberri, Luis Ignacio; El Aire Fresco de esa Noche; en “Memorial del 68, un Relato a Muchas Voces”; Ediciones La Jornada, México, 1993; p.140.

      Ibid. pp.140-141.

[d] Se suprime la nota por el anonimato que supone el certamen.

[e] En mi relato del Memorial del 68, atribuí a ese “alguien” el que fuera un compañero, pero años después, revelada la información de lo ocurrido con los paramilitares francotiradores que tirotearon a sus propios compañeros, ese “alguien” bien pudo haber sido precisamente un francotirador capturado.

[f] Recuerdo que un compañero de nuestras correrías en las brigadas, luego apreciable camarada de militancia, más tarde compañero en la docencia en una universidad, y veinte años después coautor en la antología del Memorial del 68; alguna vez me invitó a su casa por aquellos primeros años de los ochenta, diciéndome que me iba a enseñar un documento videograbado que me iba a sorprender; no me dijo más, y me puso el video; esperó, y al final sólo me preguntó: “qué opinas”, y mi respuesta ante “la evidencia”, fue que: “entonces el ejército no fue el responsable”.  Lo que ahí se veía, era cómo éste era agredido por francotiradores.  Él rió y concluyó: <<como que esto le da un vuelco a las cosas, no?>>.  Ahí quedó, fue cuestión de tiempo, de conexión de datos, de análisis más detenido de investigadores como Carlos Montemayor, entre otros, para que la verdad aflorara: aquello había sido un montaje de la mayor perversidad y de lesa humanidad.

Martínez, Sanjuana;  Tlaltelolco 68 Las Fotos Ocultas; en revista “Proceso” Nº 1310, 9 de diciembre de 2001.

[g] A la fecha de este escrito, aun no publicada, pero de la que conservamos su espíritu en un archivo en nuestra computadora y adjuntamos a continuación..


 
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4 enero 2010 1 04 /01 /enero /2010 09:04

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El Comité de Huelga de la “Prevo 5” del IPN,
en el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968. 
La Vida del Comité de Lucha.

Luis Ignacio Hernández Iriberri.

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México, octubre, 2008.

  

La vida del Comité de Lucha de la “Prevo 5”.

 

Así, el siguiente hecho relevante fue lo sucedido en la misma vida del Comité.  Se entiende ya ahora, que esos jóvenes que formamos el Comité de Lucha de la “Prevo 5”, no éramos comunes; lo que nos diferenciaba de los demás, era una alta conciencia político-social.  Pero a la vez, había algo que nos diferenciaba entre nosotros mismos.

 

Tampoco nunca supe si la línea de formación política entre los miembros de nuestro Comité aparte de mí, venía, de algún modo, de tiempo atrás, o si se dio como consecuencia de la vinculación directa, desde el primer momento, con el Comité de Lucha de la Escuela Superior de Física y Matemáticas.

 

Como quiera que fuese, en el seno del Comité de Lucha de la “Prevo 5” se expresaron dos corrientes políticas: 1) la de Miguel, Víctor y Gerardo, que compartían las posiciones del marxismo en la línea del “Pensamiento Mao Tse-Tung”; y 2) la mía, que me ubicaba en el marxismo en general, formado con la bibliografía del Instituto Marx-Engels y el conjunto de autores de la Academia de Ciencias de la URSS, en cierto modo, del “marxismo ortodoxo”.  En consecuencia, en el contexto de los años sesenta, si yo era –así fuese dicho amistosamente en ese lenguaje fuerte entre jóvenes y en un valor entendido– el “maldito prosoviético revisionista”; ellos eran, a su vez, los “desdichados maoístas revisionistas”.  En otras palabras, en el seno de nuestro Comité se reproducían, un tanto absurdamente, los conflictos por diferencias ideológicas entre la URSS y China.  Mas ello no fue algo trivial, por lo contrario, a los pocos días le dio un giro completo a mi participación en el Comité, por simple exclusión (nuevamente quedaba flotando; como adentro, pero afuera; como en lo concreto, pero en lo abstracto).

 

Conforme avanzaban los primeros escasos días, la escuela se iba quedando cada vez más vacía; creo que sólo en el primer momento hubieron quienes montaron guardia quedándose a dormir ahí mismo; en realidad, creo que la escuela nunca contó con guardias nocturnas; y no porque al inicio no contáramos con gente para ello, sino porque nosotros mismos, particularmente yo, no estábamos en posibilidades (simplemente tanto Víctor como yo, teníamos que ir a trabajar).  De hecho, llegó el punto en que perdí noción del significado en sí del haber “quedado a cargo”; pues hubo ocasiones en que llegaba a la escuela y ésta se encontraba absolutamente vacía.  En una ocasión me senté afuera en la banqueta a esperar a alguien, y por ahí se apareció sólo un compañero; era Pedro (y del que nunca supe sus apellidos), quien pudo haber sido considerado el quinto miembro del Comité, de no ser porque casi no se le veía debido a que su padre ejercía un control desmedido sobre él.  Esperamos y esperamos; sin duda, los compañeros del Comité estarían en alguna reunión en Zacatenco, en alguna sesión de Círculo de Estudio, o en alguna reunión del Consejo Nacional de Huelga (CNH) en la UNAM; pero de lo cual fuimos excluidos; hasta que él se tuvo que ir teniendo su tiempo muy controlado.  A partir de ahí, siendo que eso se había repetido varias veces, se me perdió el sentido de presentarme en la escuela.  Otra vez había quedado por fuera del proceso que se estaba dando*.

 

Tuve que moverme a donde estaba la acción, y elegí trabajar como activista en las brigadas organizadas desde la Escuela Superior de Economía (ESE), y a partir de ahí, en lo personal, comencé a vivir una nueva experiencia, en la distribución de volantes, en la realización de pintas, en las pegas, hablando y dando información al pueblo en los camiones o pronunciando discursos en “mítines relámpago” en unidades habitacionales, en las fábricas, en los mercados o en los cines o las plazas.  No obstante, yo no pertenecía a ahí; ese era otro nivel del movimiento, y no podía sino limitarme a ser, en mucho, espectador.  Ciertamente se aumentó mi visión de las circunstancias políticas; pero, nuevamente, estaba yo ahí, “por encimita”, como viendo las cosas desde arriba.

 

La vida del Comité de la “Prevo 5” vista en mi vínculo al mismo, se hizo indirecta, por la amistad y cercana vecindad que teníamos Víctor y yo; y más que discutir sobre los aspectos del Movimiento, de ahí derivábamos siempre a los fundamentos teóricos de las líneas políticas adoptadas, y toda la discusión se centraba en ello: que lo que decía Mao en el Libro Rojo, o lo que decían Marx, Engels o Lenin y cómo debía interpretarse.  Con Miguel o Gerardo discutí muy poco, más que por otra cosa, porque había en ellos, o por lo menos de ellos hacia mí, un maoísmo cerrado; me parecía que sus lecturas eran básicamente de las Obras Escogidas de Mao, y la información de la revista “China Reconstruye”, si tuvieron otras lecturas –que no dudo que así fuera– nunca supe cuáles fueron, y hacia mí había “el desprecio hacia el pequeñoburgués reformista prosoviético”.  Las lecturas mostradas de Víctor eran un tanto más amplias, me refería lo mismo a fuentes soviéticas, que a Mao, que al Ché, que a Marcuse, a Fromm o a Gramsci, e incluso a Freud; íbamos a conferencias en la UNAM, o la librería universitaria en insurgentes, o al mismo Instituto de Relaciones Culturales México-URSS.  De no ser por el tratar de seguir sus disertaciones, yo no hubiera leído prácticamente nada en ese entonces de buena parte de dichos autores.  Y de lo poco y muy deficientemente que leí, desde mi incipiente marco teórico, tuve la capacidad para, si no “someterlos a crítica”, lo que sería decir demasiado, sí para sentir inconformidad con sus posiciones.  A la larga, la práctica histórico-social demostró tanto para unos como para otros.  Así nos formamos.

 

Con estos datos, ya podemos responder sin hipérboles a qué era el Movimiento Estudiantil-Popular para nosotros desde el Comité de Lucha de la “Prevo 5”: éste era el inicio de una transformación revolucionaria al socialismo.

 

La transformación revolucionaria al socialismo, en un momento dado, para ellos en la línea maoísta en donde “el centro de la revolución” había cambiado al sector estudiantil, significaba la revolución socialista misma en ciernes.  Finalmente las influencias de lo que muchos años después entendería que era el llamado “neomarxismo”, desde sus antecedentes gramscianos y su versión maoísta, habían hecho mella, y, en los hechos, si bien no de palabra, dejaron de lado el principio marxista del sector obrero como dirigente de la clase proletaria en el movimiento revolucionario; porque, a lo Marcuse, el “centro de la revolución”, como ellos decían, lo trasladaron a la “clase media”.  Para nosotros, mi caso, el Movimiento Estudiantil-Popular también era una transformación revolucionaria al socialismo, pero no ya como la revolución socialista misma y menos dirigida por los estudiantes o la “clase media” pequeñoburguesa (por más que lo que se vivía generaba una gran confusión); sino en tanto como proceso que preparaba apenas condiciones democráticas necesarias para que pudiese operar en lo inmediato el movimiento obrero como condición necesaria; y yo trabajaba, conocía el estado de control en que se encontraban los empleados y obreros de esa “aristocracia obrera” petrolera, me daba cuenta de que, con ellos en particular, el asunto iba para largo.

 

Hacíamos con ello nuestras propias y valiosas utopías: para ambas partes el socialismo estaba “a la vuelta de la esquina”; para ellos por la acción misma estudiantil en rebeldía, por la disposición de la “clase media” como aliada del proletariado, pero ahora dirigente del proceso revolucionario; para mí, porque, como consecuencia, pronto tendría que desencadenarse el movimiento obrero.  Allí estaba el privilegio del sueño, del anhelo, de aspirar por una sociedad mejor, más justa e igualitaria.

 

Ante el problema planteado críticamente de si la huelga era el Movimiento mismo o si éste era ir más allá, está claro que para este Comité, la huelga estudiantil era sólo un medio; de ahí que en el título de este ensayo-narrativa nos hemos referido al “Comité de Huelga”, porque así nace y ello lo legitima; siendo a su vez “Comité de Lucha”, en tanto órgano representativo estudiantil; y que así, en el accionar de este Comité en el Movimiento, nos hemos referido a él como “Comité de Lucha”; ya para, en nuestra febrilidad, dar lugar a la revolución socialista en general; en donde ese “ir más allá” expresado así, era irse demasiado lejos, pero como un sueño y un anhelo válido; o ya como preparativo de esas condiciones en particular representadas en la principal consigna del Movimiento y plasmada en el logotipo que le representó: una “L” mayúscula, que servía de base para trazar una “D” mayúscula, en rojo y negro, como iniciales de, “Libertades Democráticas”; consigna teórica aceptada por todos, pero que en su aplicación práctica desencadenaba la polémica entre las posiciones “ultrarevolucionarias” o el “reformismo”.

 

Como quiera, con sus limitaciones por inmadurez, con sus contradicciones naturales inevitables, con su condicionamiento por su momento histórico, sin duda, el Comité de Lucha de la “Prevo 5” tuvo un alto nivel teórico ideológico y de conciencia social y política.  Finalmente, creo, aun cuando no estoy del todo seguro, que lo que yo hice en el curso del Movimiento, en el Comité de Lucha de la Escuela Superior de Economía del IPN, los compañeros lo hicieron adscritos al Comité de Lucha de la Escuela Superior de Físico-Matemáticas, también del IPN; sólo que yo en la ESE no me presenté como miembro del Comité de Lucha de la “Prevo” 5, en lo que ellos sí fueron tratados como representantes del mismo, en la ESFM.  Incorrectamente, ambas partes abandonamos nuestras propias bases y saltamos a un nivel de actividad política en un ámbito superior.  Grave error, grave error colectivo casi inevitable que como tal dejaremos ahí, esencialmente porque desconocí en concreto el accionar de los compañeros luego de la segunda o tercer semana de iniciado el movimiento.  Y sobre los errores personales, de manera especial, ya los comentaremos más adelante.

 

El Movimiento Estudiantil-Popular de 1968 no fue exclusivamente estudiantil, que se colgó lo de “Popular” sólo por la consigna de “¡Únete Pueblo!” y ciertamente una participación sindical, campesina y popular; sino, aparte de ello, principalmente se puede definir al Movimiento como Popular, por su sentido social más general dado en la integración misma del Pliego Petitorio, en el cual se reclamaba esencialmente tanto la liberación de los presos políticos; dirigentes de partidos políticos, sindicales, campesinos, populares, estudiantiles e intelectuales; como la derogación de los artículos acerca de la “disolución social” del Código Penal, que venían desde la II Guerra Mundial establecidos como sanción a delitos para prevenir las acciones desestabilizadoras de agentes del nazismo, pero que luego se continuaron vigentes, aplicándose a luchadores sociales de nuestro país; por lo cual, tales demandas tenían un impacto político y social democratizador nacional.

 

 

El miércoles 2 de octubre de 1968.

 

Al tratar de rescatar la vida del Comité de Lucha de la “Prevo 5” durante el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968, recogiendo sólo la memoria de su propia experiencia desde nuestro punto de vista (una manera de hacer este ejercicio), en este punto de vista nuestro falta el accionar en el que yo me vea vinculado al mismo, principalmente, a partir de mediados de agosto; de hecho desde la marcha del 13 de agosto en que se ganó el Zócalo, hasta el mismo 2 de octubre; un lapso de unos 50 días; y de ahí el salto que ahora damos en este apartado.

 

Pero el miércoles 2 de octubre va más allá de toda consideración de una experiencia personal; de algún modo hay, y no puede dejar de haber en ese acontecimiento, hilos que nos vinculan en el accionar de todo el Comité en su conjunto.

 

Ese día en aquella concentración, ninguno de los del Comité caímos ahí, pero lo cierto es que sólo yo fui detenido, y no lo pude haber evitado, pues me ubiqué en la tercer terraza del Edificio Chihuahua, que se convirtió en una trampa (soy el que está sentado en el barandal con los pies de fuera, pegado a la primera columna de derecha a izquierda).

 

A las 15:30 h salimos de nuestro trabajo, unas oficinas de Petróleos Mexicanos en la calle de Humboldt.  Nos encaminamos a la Plaza de Tlalteloco valorando qué hacer con las escasas monedas que traíamos en la bolsa: si comernos una torta y tomarnos un refresco (que nos consumiría unos siete pesos sobrándonos para nuestro pasaje de regreso a casa), o si adquirir la revista Sucesos (otros seis o siete pesos), aguantándonos el hambre y la sed, que en ese día publicaba el último número de la biografía de Ernesto Guevara, “el Ché”, del cual el 7 de octubre se cumpliría el primer aniversario de su muerte en Bolivia.

 

En teoría optamos por lo primero, pero al llegar al puesto de periódicos en la esquina y ver la revista, sacar el dinero y comprarla fue automático.

 

Nos fuimos caminando hasta Tlaltelolco.  Llegamos a la Plaza de las Tres Culturas muy temprano; nos fuimos a sentar por ahí pretendiendo leer la revista, pero con hambre y bajo el Sol, nos empezamos a adormilar; y viendo a los compañeros colocar las bocinas para el acto, se me ocurrió ir a ver qué podía hacer por ayudarlos.

 

La primer terraza del Edificio Chihuahua, que servía de tribuna, está en el tercer piso del edificio.  Llegué al elevador, entré, y automáticamente oprimí el número 3; pero sin darme cuenta que esos elevadores no desembocan a cada piso, sino a cada terraza, y que por lo tanto a donde saldría sería a la tercer terraza y no al tercer piso o primer terraza**.  Pero salir a ella y admirarme del paisaje que de ahí se contemplaba hacia el poniente de la Ciudad de México (en una ciudad de un aire aun transparente), me retuvo, decidiendo permanecer ahí.  Cuando miré hacia la Plaza, ésta ya bullía de gente; y de la contemplación del paisaje natural, pasamos a la participación del movimiento social.

 

Empezó la asamblea (para nuestro propósito, no entraremos mucho en detalles, por lo demás ampliamente relatados; pero se hace inevitable la narrativa de esa experiencia personal); en un momento dado cayeron entre la parte trasera de iglesia y el Edificio Chihuahua, primero una bengala blanca, instantes después una verde y luego una roja.  Desde la posición en donde estaba, claramente vi cómo salían detrás de la iglesia, desde los patios del Exconvento***.  De inmediato apareció en la avenida un convoy de camiones del ejército, se estacionó, y descendieron los soldados, los cuales se precipitaron hacia el sitio arqueológico, y corrieron entre sus ruinas hacia la Plaza en donde estaba la concentración.

 

Me puse de pie (estaba sentado en el barandal con dichos pies de fuera), evalué el poder salir de ahí dándome cuenta que no me daría tiempo, y, por lo tanto, de que estaba irremediablemente atrapado.  Lo único que quedaba era esperar una pacífica operación de desalojo, igual que la que había visto con los obreros petroleros en 1958.  Pero los soldados no se emplazaron y permanecieron alerta, ni ningún alto mando militar vino antes a la tribuna a establecer el desalojo.  La represión era un hecho.

 

Concentrado en los movimientos en la Plaza, sólo percibí a mis espaldas cómo la masa de gente, que ya no eran puros estudiantes, se desplazaba con pánico hacia las escaleras a mi derecha.  Había que empezar a bajar para intentar algo; y percibiendo que el lado derecho atrás de mí estaba saturado, giré instintivamente a mi izquierda mirando aun hacia la Plaza, pero no pudiendo dar más de dos pasos, al ser encañonado con una metralleta en el estómago al grito de “¡a dónde!”.  Di un salto hacia atrás, me expliqué entonces el por qué de ese desplazamiento con pánico de la gente hacia mi derecha que percibí a mis espaldas.  Entonces quedé hasta atrás de todos que a sí mismos se bloqueaban el acceso a las escaleras sin poder avanzar.  Voltee, y me sorprendí al ver a esa gente armada vestida de civil gritando frenéticos “¡Batallón Olimpia, Batallón Olimpia!”, echados pecho tierra, y su comandante, el que me imprecó con la metralleta, rodilla al piso, desgañitándose a gritos y agitándonos la mano con su guante blanco en el ademán de “¡al piso, al piso, tírense al suelo!” (es evidente que sabían lo que iba a pasar).  Nadie hacía caso, pero porque en el escándalo y el pánico nadie escuchaba nada; y tuve que darles de patadas, así, tal cual, para que voltearan e hicieran caso.  Apenas corrió la instrucción de echarse al suelo, y al momento de hacerlo, se desencadenó la balacera; y ahí tendidos permanecimos varias horas, incluso en el agua que empezó a correr por la terraza.  Hacia la media noche, todos, los del “Batallón Olimpia” como nosotros, nos arrastramos pecho tierra hacia las escaleras por donde aquellos habían penetrado a la terraza, quizá pretendiendo salir del edificio.  Pero se desató nuevamente la balacera, bajábamos corriendo huyendo de las balas, cuando nos topamos con otro grupo que por las mismas razones intentaba subir.

 

Nos quedamos ahí, todos tirados sobre las gradas y pegados a la pared queriendo hacer de nuestro lugar el rincón más seguro; y aquí inserto algunas palabras de mi artículo en la antología Memorial del 68, por ser uno de los dos momentos más impactantes de mi experiencia ese 2 de octubre:

 

“Los milicos ya se habían cansado de gritar su contraseña de “¡Batallón Olimpia”!: estaban atrapados igual que nosotros.  Un compañero –me pareció de menor edad que la mía– estaba tendido boca abajo, sin que pudiera vérsele el rostro, en el descanso, hacia el lado exterior, el más expuesto.

 

Se dio la orden de volver a subir.  Creí que por la balacera y los nervios, el compañero no había escuchado la orden de regresar, pero también lo veía distendido.  Como no queriendo yo comprobar lo que sospechaba, apenas le pateé las piernas alargando las mías desde el primer escalón en el que yo había quedado.  Y mi intención de decirle que se levantara se me ahogó en la garganta, y más que transmitirle la orden de que se levantara y regresara, en un murmullo sólo me salió una súplica: ¡Vamos, levántate!...

 

Pero el ya no quiso más ajetreo.  Prefirió quedarse ahí..., sin decirme nada, sin moverse.

 

Apenas pudimos subir al siguiente piso, y ahí quedamos atorados.  Otra vez había quedado atrás y me tocó de nuevo estar precisamente en el descanso de las escaleras más expuesto.  Hasta ese momento, después de varias horas, entré en crisis.  Empecé a temblar sensiblemente y no me podía contener por más que me decía a mí mismo “calmado, calmado”.  Estaba recargado sobre la espalda de un compañero que después me platicó que era de la Facultad de Ciencias de la UNAM.  El sentía mi temblor, levantó y volteó la cara con la intención de decirme algo, pero prefirió quedarse callado.  Yo noté su gesto y fue más por vergüenza de que notara que temblaba que por otra cosa, que al instante me calmé”1.

 

Luego nos encerraron en un departamento vacío; el que seguramente habían ocupado para su emboscada.

 

Antes de entrar nos ponían contra la pared y nos esculcaban; allí me encontraron, doblada y hecha una sopa, la revista Sucesos, que en la portada traía la fotografía del Ché muerto en Bolivia.  El oficial la abrió tomándose su tiempo para despegar las hojas “y me hizo la pregunta tonta: <<Qué es esto>>!.  Como correspondía, de la manera más natural, le contesté: <<una revista>>.  La arrojó a un rincón donde ya se acumulaba un cerro de propaganda y empujándome hacia la puerta del departamento ya sólo dijo: <<¡Va especial!>>”2.

 

El otro momento impactante de ese día del 2 de octubre, consistió en una experiencia singular: finalmente éramos llevados a la carrera manos en la nuca custodiados por dos agentes pistola en mano por un corredor hacia la Av. “Manuel González”, en medio de una valla de soldados a ambos lados que al paso nos agredían física o verbalmente.  Dimos vuelta a la izquierda en una pequeña explanada, comenzaba una ligera llovizna con pequeñas ráfagas que hacía el aire fresco de esa noche****, y al fondo, sobre las gradas de una escalera de acceso a un edificio, y justo hacia donde nos dirigíamos, unos cinco a siete granaderos a culatazos y a patadas golpeaban a alguien*****.

 

El caso es que, en ese momento, dejé de escuchar, y percibí que todo transcurría como “en cámara lenta”, creí que el siguiente en esas golpizas sería yo; pero al mismo tiempo sentí que yo me hacía grande y que los agentes con sus escuadras en las manos a ambos lados de mí que a la carrera me conducían, se hacían pequeños, los veía agacharse.  Me dije a mí mismo que no lloraría ni suplicaría..., ¡bha!..., por lo menos en mis pensamientos estuvo lo digno.  Pasamos de largo...

 

Sin lugar dudas, el Ejército Mexicano, en el más abyecto de sus “planes de guerra” por el cual no sólo masacró una masa civil inerme, sino se traicionó a sí mismo, es el directamente responsable de los hechos (si bien la autoría intelectual estuvo en las más altas esferas del poder con el inefable Luis Echeverría Álvarez, y el, por el resto de la historia, nefasto Gustavo Díaz Ordaz).  Todo fue planeado por el ejército: la filmación de los acontecimientos desde distintos edificios, la emboscada, los conjunto de bengalas desde distintos puntos coordinando la acción de ataque sincronizado; los miembros del ejército en funciones paramilitares en el “Batallón Olimpia” y como francotiradores; el acceso imprudente a la plaza por una parte de las tropas provocando la estampida de la masa, e ingenuo por parte de las fuerzas comandadas por Toledo; y he aquí la traición a sí mismos; que sirvieron de “piezas de sacrificio” para el blanco predeterminado de los francotiradores, en tanto otra parte de las tropas esperaba en reserva y a resguardo, al mando de una comandancia que seguramente debió saber lo que iba a ocurrir; la gigantesca traición y provocación en las órdenes de dispararse entre sí (pues todos eran miembros de ejército) para, por un lado, hacer ver a la infantería en la plaza como agredida, haciendo pasar con ello por inocente al ejército; y por otra parte, responsabilizar de todo al Consejo Nacional de Huelga (por lo que no casualmente unos años después “se filtraron” algunos de los filmes que ellos mismos habían hecho y precisamente hacían ver la agresión al ejército y a éste como inocente)******.

 

En la madrugada nos sacaron uno por uno con las manos en la nuca hasta llegar a la planta baja.  Allí nos pedían que bajáramos las manos y en el acto, una multitud de periodistas nos “fusilaban” a “flashasos”.  Desde ese momento me di cuenta que esas fotografías andarían por ahí publicándose y sabrían a donde fui a parar.  Pero pasaron poco más de treinta años para que finalmente pudiera ver esas fotografía (en particular en 12 cuadros) publicadas por la revista Proceso 3, que solicitaba que aquel que se identificase, reportara sus datos.

 

A la revista comenzaron a llegar esos datos, entre ellos, los míos, y se inició su publicación con las breves narrativas del momento vivido, a tres décadas de lo sucedido, hechas espontáneamente por los personajes de esas fotografías al enviar sus referencias.

 

No se publicó todo, la sospechosa muerte del compañero Florencio López Osuna, la principal figura en esa colección de fotografías, detuvo el propósito por los editores.  Pero lo que alcanzó a salir (apenas cuatro identificaciones de aquellos 12 cuadros), se caracterizó por mostrar el lado negativo, pesimista o fatalista, de una tragedia que dejó impactada e imborrable en su psique y en su ánimo, la pesadumbre por aquel momento vivido.

 

Nuestra narrativa*******, hecha simultánea e independientemente a las demás, tuvo un tono diametralmente opuesto a ese lamento por la tragedia vista por sí misma de manera absoluta.  En nuestro escrito, obviamente, no podíamos sino referirnos a la tragedia, pero rescatando de ella el acto sublime de los jóvenes y el pueblo, que significó aquella lucha social por alcanzar mayores libertades democráticas.  El correo electrónico en el que envié mis datos, dirigiéndome a la compañera reportera; lo que no estuvo mal, pero que debió ser a la Dirección de la revista; iba acompañado del siguiente texto:

 

<<Saludos, compañera Sanjuana Martínez, sabía que esa fotografía debía andar por ahí..., y en más de un archivo, porque no operó únicamente un flash, sino más de una docena.

 

Estamos siendo fotografiados en la Planta Baja del Edificio Chihuahua, en la parte posterior a la Plaza, hacia la 1:00 h, ya del día 3 de octubre, con la intención de ser conducidos a los transportes militares estacionados en Av. “Manuel González”, y ser llevados al Campo Militar Nº 1.

 

Parecía que la balacera había cesado (unos momentos después se reanudó durando quizás hasta las dos o dos y treinta de la madrugada), y se encontraba a la entrada del Edificio una “nube”; debo suponer, de reporteros; que bien creo pudieran haber sido tanto de la prensa nacional como internacional.  Siento como que fue una presión de la prensa para dejar constancia de los detenidos ahí.  ...es una operación militar de precisión, planeada con mucha anticipación, y no “al cuarto para las once” (¡así, casi literalmente compañera Sanjuana!), como nos lo quiere hacer creer Marcelino García Barragán (ver final del primer párrafo de la pag.14 de tu artículo).

 

¿Cómo llenar tres departamentos con una Compañía? (que si no mal recuerdo de lo que aprendí en el Servicio Militar, serían entre uno y tres Batallones, es decir, entre 33 y 99 hombres, y definitivamente tuvo que ser la Compañía completa), entre las 11:00 h y no más allá de las 15:00 h; porque a las 16:00 h que yo llegué a la plaza, ya los compañeros instalaban las bocinas.  ¿Cómo mover toda esa gente sin ser vista en un lapso de tres horas, un Batallón por hora?  Significarían dos tipos entrando cada dos minutos.  No.  Ellos estuvieron ahí, escondidos en esos departamentos, por lo menos una noche antes.  Pero he escuchado versiones de que estuvieron incluso desde dos días antes.

 

Curioso, sabía que esas fotografías andaban por ahí, en muchos archivos, pero nunca creí que llegaría a verlas.  El buen Marcelino Perelló (creo), “El Pino” (creo), Sócrates, inconfundible...  Y qué decir del camarada Luis de Alba, y del fregonazo de Florencio López Osuna y su hermano...  El lamentabilísimo asunto ese de la pistola que en tu texto dice que “confesó” que traía, creo que es otra historia; pero el autorizado para explicarla es él, porque la que yo me sé, es un asunto tragicómico absurdo.

 

¿Me ves esa cara de idiota?, pues en el Campo Militar, cuando me interrogaron, todavía la puse más de imbécil, que con trabajos sabía cómo me llamaba..., y ellos mismos llenaron el Acta sin más trascendencia..., ya nada más pasé a la foto..., que de frente, que de perfil, que de tres cuartos, que por la nuca, jaja...

 

Te comprometo Sanjuana: salúdame a los que se comuniquen...  A todo ellos..., mi más infinito respeto, mexicanos enteros.  Yo aun estoy por escribir lo mío, a ver si ahora sí ya el próximo año.  Lo estoy queriendo hacer desde el treinta aniversario.  Es el testimonio especial de aquellos que fuimos los últimos del movimiento estudiantil, simplemente porque éramos los estudiantes más jóvenes, los estudiantes de las “Prevos”.  Y traigo aun un peso enorme en la conciencia: fuimos cuatro en el Comité de Lucha de la Prevo 5: Miguel Reséndiz, el más entrón, el principal; Víctor Cejudo Ayala, “El Cejas”, el segundo, el cerebrazo; Gerardo Murillo, el buen “Muro”, el que a la hora de los trancazos era el primero en saltar y entrarle; y yo.  A nuestros diecisiete o dieciocho años no éramos cualquier joven común y corriente.  Ellos eran de filiación maoísta, y yo, respecto de ellos, el “maldito revisionista prosoviético”, jaja...  El conflicto Chino-Soviético reproducido en el seno de nuestro Comité de Lucha..., jaja.  Por eso luego fui a parar como activista en el Comité de Lucha de Economía..., y como Marx escribió El Capital, supuse que en la ESE estarían los más revolucionarios..., y en cierto modo, no me equivoqué..., esos fueron los años sesenta-setenta..., infinitamente maravillosos.  Debo un homenaje a mis compañeros del Comité...  En ellos hay una trágica historia...; (aquí retiro unas líneas que insertaré y comentaré en el apartado siguiente).

 

Gusto en saludarte, que esto último no nos amargue, es sólo la tragedia que nos permite conocernos más a nosotros mismos, y que nos humaniza y ennoblece>>.

 

Acerca del 2 de octubre, para terminar este apartado, esa última idea debe ser la esencial: es con esos mexicanos enteros caídos en esa tragedia en los que ha de estar nuestra propia identidad como mexicanos, y el sacrificio que en la perspectiva histórica se hace sublime, es lo que nos humaniza y ennoblece.  El 2 de octubre no debe ser para llorar la tragedia, sino para, con alegría, con optimismo, rescatar la dignidad ennoblecida.

 

Impensadamente, no sólo representábamos a la “Prevo 5”; representábamos a aquella joven generación del 68 que cambió a México.  Pero en esos registros históricos habían faltado algunos más: precisamente los compañeros del Comité de Lucha de la “Prevo 5”, que con mayor gloria, deben estar ahí.  Y esto último dicho no es ningún giro literario; por lo contrario, eso es lo que ha movido este escrito por su forma y contenido.  Y la explicación de ello está ahora en lo que he titulado: “La transformación cualitativa, moral e histórica, del <<Comité de Lucha de la “Prevo 5”>>.

 



Éramos, tanto en edad como escolarmente, los más jóvenes del Movimiento; la base estudiantil pronto se esfumó, pero su Comité de Lucha tampoco me parece que haya hecho nada por organizarla y darle vida; al tiempo, me parece que más bien incluso la abandonó, ya por inexperiencia, ya porque de manera natural ese estudiantado aun muy joven, inevitablemente también se alejó.

** En mi artículo para el Memorial del 68, un Relato a Muchas Voces, citado y referido más adelante en este trabajo, equivocadamente (un lapsus) dice “2ª terraza”.

*** Estas fueron las señales para que el “Batallón Olimpia” entrara en acción.  Otros testigos, desde otros puntos de vista, así como ciertas filmaciones hacia la plaza desde otros puntos, dejan ver que a su vez hubo conjuntos de bengalas que, saliendo de los mismos patios del Excovento, cayeron al frente de la iglesia, siendo entonces las señales para que el ejército entrara en la Plaza; así como otras bengalas más se arrojaban desde un helicóptero, las cuales fueron las señales para que tropas apostadas, según se supo después, en la Estación de Ferrocarriles de Buenavista, para que se pusiera en movimiento.

Hernández Iriberri, Luis Ignacio; El Aire Fresco de esa Noche; en “Memorial del 68, un Relato a Muchas Voces”; Ediciones La Jornada, México, 1993; p.140.

      Ibid. pp.140-141.

**** Se suprime la nota por el anonimato que supone el certamen.

***** En mi relato del Memorial del 68, atribuí a ese “alguien” el que fuera un compañero, pero años después, revelada la información de lo ocurrido con los paramilitares francotiradores que tirotearon a sus propios compañeros, ese “alguien” bien pudo haber sido precisamente un francotirador capturado.

****** Recuerdo que un compañero de nuestras correrías en las brigadas, luego apreciable camarada de militancia, más tarde compañero en la docencia en una universidad, y veinte años después coautor en la antología del Memorial del 68; alguna vez me invitó a su casa por aquellos primeros años de los ochenta, diciéndome que me iba a enseñar un documento videograbado que me iba a sorprender; no me dijo más, y me puso el video; esperó, y al final sólo me preguntó: “qué opinas”, y mi respuesta ante “la evidencia”, fue que: “entonces el ejército no fue el responsable”.  Lo que ahí se veía, era cómo éste era agredido por francotiradores.  Él rió y concluyó: <<como que esto le da un vuelco a las cosas, no?>>.  Ahí quedó, fue cuestión de tiempo, de conexión de datos, de análisis más detenido de investigadores como Carlos Montemayor, entre otros, para que la verdad aflorara: aquello había sido un montaje de la mayor perversidad y de lesa humanidad.

Martínez, Sanjuana;  Tlaltelolco 68 Las Fotos Ocultas; en revista “Proceso” Nº 1310, 9 de diciembre de 2001.

******* A la fecha de este escrito, aun no publicada, pero de la que conservamos su espíritu en un archivo en nuestra computadora y adjuntamos a continuación..


 
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4 enero 2010 1 04 /01 /enero /2010 09:03

Clich--Literatura

El Comité de Huelga de la “Prevo 5” del IPN,
en el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968. 
“El Presente es de Lucha...”

Luis Ignacio Hernández Iriberri.

http://espacio-geografico.over-blog.es/: 
México, octubre, 2008.

 

 

1968; “El 68”:

“El Presente es de Lucha..”

 

 

Entre el 22 y el 24 de julio de 1968.

 

Y así había llegado y transcurrido hasta allí, 1968.  Tuvimos que hacer una solicitud especial al Consejo de Honor y Justicia del IPN –decíamos antes– para que se nos diera otra oportunidad para recursar el Tercer Grado.  Se nos concedió, y así es como el Movimiento Estudiantil-Popular de ese año nos tomó aun en ese nivel educativo a los 17 años de edad.

 

La Patrulla “Águilas” del grupo de los Scouts planeaba un campamento para las vacaciones de verano; yo estaba con una licencia en el trabajo, y en la Patrulla me dieron la comisión de acudir a la tienda de la Asociación de Scouts de México (me parece que aun sigue en la calle de Córdoba), para consultar precios de algún equipo que necesitábamos.

 

El martes 23 de julio de 1968, salí temprano de mi casa rumbo al cumplimiento de mi comisión.  A dos calles pasaba el camión de la ruta conocida en aquel entonces, de “El Caballito”, como referencia a la estatua ecuestre de Carlos IV, entonces frente al edificio de la Lotería Nacional en el cruce de Juárez, Reforma, y Bucareli, por donde por esta última avenida llegaría lo más próximo a mi destino.

 

Había adquirido ya desde entonces el mal hábito de leer en los camiones, y me llevé para ir leyendo, el folleto Acerca de la Religión; un breve compendio de pasajes de Lenin alusivos al tema, publicado recientemente por Editorial Progreso en ese año en una edición muy económica, y que había adquirido hacía poco en la librería del Instituto de Relaciones Culturales México-URSS.

 

El formato era el mismo, el tamaño esquela, esta vez en 81 páginas, el empastado en delgado papel couché en color gris con el título debajo del nombre de “Lenin” unas seis a siete veces más grande, y la fotografía de éste en más de la mitad de la portada.  Pero ahora ya sabía porqué esa presentación era así.  Procuré ocultar dicha portada, esas lecturas tenían un dejo de “libros prohibidos”, daba la identidad de “comunista”, que en el prejuicio social, era tanto como una condena inquisitorial de “judaizante”.

 

Como quiera, la lectura me atrapó en una alta concentración (el documento tiene subrayados con la misma tinta hasta la página 25); y justo en la última calle antes de dar vuelta a la glorieta del Reloj Chino, el camión se detuvo y ahí permaneció por varios minutos sin que yo me diera cuenta de que no nos movíamos y que la gente veía con cierta alarma hacia una dirección por algo que ocurría en el lugar.  Hasta que muy seguramente al final de un apartado me di un respiro, levanté la vista y me di cuenta de todo lo anterior.  El espectáculo de afuera y por lo cual el camión permanecía detenido, era un cordón de granaderos que cerraba el paso hacia la Ciudadela.  La tendencia de la gente era a salir del área, me bajé del camión, e hice lo contrario; cruce entre el cordón de granaderos y me dirigí hacia la Vocacional 5; era obvio que el lío debía estar ahí; pero en realidad, para ese momento ya prácticamente todo había pasado.

 

Así, de la manera más circunstancial, sin saberlo, estuve presente desde el primer momento en aquel movimiento social; y siempre así, con esa característica, como queriendo estar lo más adentro, pero quedando siempre “por encimita”; conscientemente comprometido en lo profundo, pero como ajeno; como viviendo muy concretamente el movimiento estudiantil-popular, pero –en todo ello involuntariamente– en su abstracción.  Finalmente cumplí mi comisión, pero por los acontecimientos que a partir de ese momento se desencadenaron, ya no hubo campamento; por lo menos para mí; y más aun, en una revolución que destruiría todo lo hasta ahí habido, terminó para siempre no sólo mi participación en la organización Scout, sino en la OCET, que también se extinguió.

 

 

Viernes 26 de julio de 1968.

 

Acertadamente había declinado a la militancia anarquista, ya dominaba yo los elementos teóricos fundamentales de la dialéctica materialista y del socialismo, había logrado desmitificar ese asunto de la militancia, y ahora sí estaba decidido a mi integración a las filas comunistas; y la oportunidad de contactar con ello se daba en la marcha que anualmente el Partido Comunista Mexicano organizaba conmemorando el Asalto al Cuartel Moncada que antecedió a la Revolución Socialista en Cuba.

 

Me dispuse, pues, a ir a tal marcha que seguía la ruta, en aquel entonces, de Av San Juan de Letrán (hoy, Eje Lázaro Cárdenas), para doblar en Av Juárez, pasar frente al Palacio de Bellas Artes, y culminar en el Hemiciclo a Juárez.

 

Quizá no había ido a la escuela en los días anteriores (o no obstante, a pesar de ir, pero con esa característica de vivir en un mundo abstraído), pues no estaba enterado de lo que pasaba entre los estudiantes en todo el politécnico como consecuencia de las agresiones a las Vocacionales 2 y 5 en la Ciudadela.  El viernes 26 de julio de 1968, ahí si recuerdo haber faltado deliberadamente a la escuela haciendo mis preparativos para acudir a la marcha del Partido Comunista.

 

Quise asegurarme de la hora y del punto de partida de tal marcha, y me di una vuelta por la Vocacional 3, para husmear entre las pegas en paredes y postes la propaganda del PCM y su invitación a un aniversario más del origen de la revolución cubana.  De inmediato me llamó la atención el que, siendo cerca de las 16:00 h, la escuela estaba vacía, y luego, el que no había tal propaganda difundiendo el evento, como era lo acostumbrado*.

 

Decepcionado por la falta de información, y en cierto modo desconcertado por el ambiente, me dirigí nuevamente a tomar mi transporte rumbo a San Juan de Letrán, para, en todo caso, encontrar la marcha en sentido inverso.  Esperaba el camión, se aproximaba uno de esos viejos y destartalados camiones trompudos de aquel entonces que justamente era de la ruta que esperaba; pero extrañamente venía muy lleno; le hice de cualquier manera la parada, y aun a la distancia, asomó por la puerta un joven de mi edad que me saludaba.  Cuando el camión se detuvo, entonces vi que el que me saludaba era un compañero de mi salón que me reconoció, y cuando subí, me asombré de que el camión viniera repleto con los estudiantes de mi propio grupo; todos armados con pancartas y banderas.  Simplemente me quedé estupefacto.

 

Andaba buscando la “acción revolucionaria”, y simplemente, justo me salí de donde estaba (cómo no sentirme otra vez “por encimita”).  Arribamos a la Ciudadela y nos instalamos frente a la Vocacional 5; fuimos de los primeros en llegar, masivamente ninguna otra escuela había arribado.  Me puse a platicar con el compañero que era el “Jefe de Grupo” y miembro de la FNET, el que me explicaba los motivos del acto y su relevancia; ante el hecho de que yo lo estaba despreciando por la aun escasa asistencia, creándome la imagen, hasta ahí, de una protesta no sólo muy pobre por lo sucedido, sino, principalmente, convocada y dirigida por la FNET.  Empecé a sentir que aquello era una “niñería” totalmente manipulada, y empecé a dar muestras de querer llegar a mi destino inicial (otra vez, abstraerme).  Sólo la llegada casi simultánea de grandes contingentes de estudiantes de todas las escuelas del politécnico y el entusiasmo que se vivía, me retuvieron.

 

El contacto con los comunistas quedaría pendiente*, decidí marchar con mis compañeros del politécnico en protesta por las agresiones de la policía principalmente a profesores y estudiantes de la Vocacional 5, rumbo al Carillón del Casco de Santo Tomás.

 

Se inició la marcha, poco a poco los contingentes de las escuelas avanzaban hacia el Reloj Chino y daban vuelta hacia “El Caballito”.  Le tocó su turno a la “Prevo 5”, se desplegaron las pancartas, se enarbolaron las banderas, y nos sumamos a la proclama de las consignas, puño arriba, ondeando las insignias; en voz alta hasta el alegre griterío en la algarabía masiva en lo sobrecogedor, que, por una causa justa, en contra de la figura de autoridad por excelencia y de orden político y social, por primera vez la mayoría de nosotros escuchábamos atronar de voz de los jóvenes en las más céntricas calles de la ciudad.  Sin duda, uno de los momentos más impactantes del Movimiento Estudiantil-Popular de 1968, que, impensadamente, allí comenzaba “informalmente”, sin que nadie lo supiera.  De no ser la rivalidad por la Presidencia entre Echeverría y Corona del Rosal, lo que el gobierno quizá sólo pretendió con esa provocación y una respuesta manipulada por la FNET, era una especie de válvula de escape a la posible agitación estudiantil por otras causas, antes de las Olimpiadas; una especie de vacuna, una movilización estudiantil controlada y luego resuelta en algunas de sus demandas elementales, como la liberación de los detenidos e indemnización de los heridos; atenuando así toda inquietud y posible virulencia estudiantil verdadera previa a los Juegos Olímpicos; pero que de inmediato se les salió de control, y no casualmente, pues en realidad había acumulada una causalidad social más profunda que ahí quedó detonada.

 

Dimos vuelta a la Av. Bucareli, avanzábamos lentamente, recorrimos un trecho corto de ésta, y la columna quedó detenida por largo tiempo.  El contingente del la “Prevo 5” iría quizá hacia el final del primer tercio de la columna; la parte frontal había llegado a “El Caballito”, y poco después un representante de la FNET (que nos daba por partidarios suyos), discretamente pasaba avisándonos que había habido un altercado entre ellos y los miembros de la “CENED”, la Central Nacional de Estudiantes Democráticos; y si bien entendía que la FNET era prisita, también sabía que la CENED estaba bajo la influencia de las juventudes comunistas.  La dificultad suscitada consistía en que los miembros de la CENED propugnaban por que la manifestación se dirigiera hacia el Zócalo, y no hacia Santo Tomás (la vieja “Ciudad Politécnica” antes de construida la Unidad de Zacatenco) , como originalmente lo había planeado la FNET.

 

Entonces me di cuenta que la manifestación no era ni monolítica, ni totalmente monopolizada y controlada por la FNET, y el acto tomó otra dimensión.  En ese momento la columna reanudó su marcha: había ganado la posición de la FNET y la marcha daba vuelta en dirección al Monumento a la Revolución.

 

Pero la “perversa acción de los malvados comunistas” continuaba.  Varios de “sus agitadores profesionales” (quizá, en la paranoia de entonces, susceptible de calificárseles como “agentes secretos de la KGB”), muy política y estratégicamente, se intercalaron en la columna justo delante de nosotros, fueron retardando el avance de la marcha y dejaron que se abriera una notable brecha.  Entonces quedó indefinido quién realmente tenía el control de la misma; aquello, sin duda, pintaba a lío; y el segmento que se había ido muy adelante y había llegado al Monumento a la Revolución, tuvo que esperar ahí a que el resto de la columna les alcanzáramos; y sucedió lo inevitable: se armó una batalla campal en donde todo el mundo tiraba golpes a todo el que se le pusiera enfrente, no se podía saber quién era quién.

 

En realidad, yo pensé que ahí terminaría la pretendida marcha, pero, a saber cómo, todo se calmó, y se decidió nuevamente continuar al Casco.  La CENED se había apoderado de los dos tercios de la columna, la brecha continuó, pero todos llegamos al Campanario o Carillón del Casco de Santo Tomás, a un lado de donde aun sigue ahí la Estación Televisora del IPN.

 

El lugar resultó pequeño, no cupimos todos en la explanada, yo permanecí afuera, sentado en la banqueta de enfrente, de lo que es una ancha avenida, nuevamente platicando con el compañero “Jefe de Grupo” miembro de la FNET, ya visiblemente nervioso y preocupado, como que esperaban más “docilidad” del estudiantado y ahora se mostraba una rebeldía inesperada.  Como que presentíamos que “algo“ iba a suceder, como que la manifestación no podía terminar así, ni ahí.  Mi cuestionamiento al compañero era simple: “qué hacíamos ahí, contra quién nos estábamos manifestando, a quién le demandábamos solución a lo que pedíamos”; tal autoridad no estaba ahí, sino en el Zócalo, en el Palacio Nacional.  Y lo que yo discutía con el compañero, se discutía en corrillos por aquí y por allá; pero principalmente en la tribuna.

 

Entonces se armó otra vez la trifulca.  Los compañeros de la CENED se habían apoderado del micrófono y convocaban a regresar al Zócalo, con la aprobación total (de todos, excepto los de la FNET, pero que en realidad eran sólo los dirigentes de ésta); y nuevamente la columna, ya todos revueltos, se puso en movimiento en sentido inverso.

 

Me puse en pie, comenzó a moverse el contingente y a irse distribuyendo.  El compañero permaneció sentado ahí en la banqueta, sudaba, se enrojecía, se ponía pálido, con el rictus de una sonrisa nerviosa se abrazaba a sí mismo las piernas recogidas, se negaba a levantarse.  Extrañado yo por su actitud permanecí con él, ahora yo, tratando ingenuamente de convencerlo de la justedad de la causa, en lo que la columna se alejaba y con ello el movimiento se les iba de las manos.  Finalmente se puso de pie y caminamos en dirección de la columna, éramos los últimos y distanciados de ella; íbamos ya sobre Río Consulado, la marcha, más alegre que antes, se alejaba rápidamente sobre el puente de San Cosme brillando con vivos colores a la luz de los últimos rayos de Sol de ese trasparente día.  El compañero se detuvo, se volvió a sentar en la banqueta y me recomendó que no fuera, me dijo que iba a haber problemas, y me señaló una ambulancia de la Cruz Roja que nos alcanzaba e iba detrás de la columna.  Lo que ocurrió con él ahí, en ese momento ocurrió a su vez con toda la FNET en el IPN.  Lo que ocurrió con él ahí, sin que en ese momento yo así lo pensara, fue, finalmente, el simbólico atasco de lo viejo personificado en él y que él representaba, y su reemplazo por lo nuevo que marchaba al Zócalo y se nos perdía de vista en lo alto del puente; por lo que me despedí, y me fui corriendo hasta alcanzar la columna que, o ya se había fraccionado o estaba por fraccionarse multiplicadamente, ya por acuerdo tácito o explícito entre esos “perversos comunistas”, para reunirnos posteriormente todos en la Alameda; yéndose unos por la misma ruta por la que habíamos venido, y otros supuestamente “cortando camino” por aquí o por allá.

 

De pronto me desorienté, oscurecía, ya no sabía por dónde andábamos, pero asumo que debimos haber vuelto a cruzar la Av. México-Tacuba por la cual se construía a cielo abierto la primera obra del metro; y dimos vueltas por aquí y por allá, porque recuerdo que fuimos a salir a la calle de San Fernando desembocando a Puente de Alvarado, y de ahí doblando a la izquierda nos situamos en la esquina de la Alameda.

 

Ello puso un toque adicional al asunto, pudiera imaginarse como la transmisión radiofónica de una alarmada noticia de último momento: <<¡... habiendo salido del Casco de Santo Tomás, diversas columnas de nutridos contingentes estudiantiles del Instituto Politécnico se movilizan por distintos puntos de la ciudad y en estos momentos marchan convergiendo en dirección al Palacio Nacional en el Zócalo!>> (¡ah, esos “perversos” de la CENED!).  Todo lo que tuvo la primera marcha de modosa, así, realmente moderada y respetuosa; esta segunda marcha en sentido inverso, en su expresión más literal, lo tenía de inmoderada e irreverente.  Todo cambió en un instante; los espíritus, los objetivos, la forma misma de la marcha; entrelazados los brazos en cada fila, cosa que no se había dado en la marcha anterior, yo sentía un tirón y un avance muy fuerte que cortaba el aliento; y sólo una consigna se escuchaba atronadora por las calles que comenzaban a caer en la penumbra y a iluminarse con el alumbrado público, haciendo eco lo mismo en las fachadas de los edificios que en las almas: ¡Únete Pueblo!

 

Allí, en un instante, terminaba una época en la historia de México y se iniciaba otra, en un cambio no tan significativo y trascendental como en 1810, no como en 1855 o en 1910, pero fácil y evidentemente reconocible, aun cuando los protagonistas no estuviéramos del todo conscientes de ello.  Y, simbólicamente, como en lo humano que nace, no podría ser sin sangre.  Estaba claro en la mente de los más politizados, que, o llegaríamos al Zócalo (y esa era la firme confianza), o se desataría la represión.  Ello no tendría nada de novedoso o extraño, ahí estaban los movimientos no sólo obreros y campesinos, sino también estudiantiles de apenas unos años atrás, e incluso la provocación represiva misma que había motivado esa manifestación de protesta.  Se ganaría el Zócalo, o se enfrentaría la represión.

 

Finalmente convergimos en la Alameda; el masivo contingente en el que yo llegué se ubicó en la esquina de Av. Hidalgo; otros igualmente numerosos se ubicaron en la esquina de Av. Juárez.  Adelante estaba la concentración del evento del Partido Comunista en el Hemiciclo a Juárez.  Bajo nuestros pies había los registros de una historia centenaria; en esa precisa zona había sido, casi quinientos años atrás, la gloriosa batalla del triunfo de los tenochcas sobre los españoles; y ahí permanecimos esperando.  No había duda de que el PCM apoyaría en la marcha al Zócalo**, pero no podíamos arrebatar en su acto; una comisión fue a ellos con la propuesta de su integración y apoyo.  En el supuesto caso de que el PCM no hubiese aceptado, sin duda hubiésemos tenido que darles la vuelta e intentar entrar al Zócalo por la amplia Av. 5 de Mayo.  Al incorporarse el contingente del PCM, el rumbo que se tomó, por economía de esfuerzo, fue entrar por la estrecha Av. Madero; fue un error, así se ha reconocido, pero en todo caso el efecto se hizo más impactante.

 

Por azares de las cosas, incluso ahora para mi inexplicable, pues al principio iría yo hacia la parte central de la columna, para cuando llegamos a la última calle para desembocar al Zócalo, yo iba a poca distancia del frente de la misma.  Cuando llegamos al final de la Av. Madero para desembocar en la explanada del Zócalo, dos o tres filas de granaderos –hasta eso, no un gran despliegue de fuerza; sin escudos, sin caretas–, nos bloqueaban el paso, y la marcha se detuvo.

 

No había lugar a negociación alguna; no había a la vista ningún alto mando de la formación de granaderos, y simplemente se cayó en un impasse desconcertante.  De pronto, la agitación y el griterío en la parte de atrás; no alcanzábamos a ver qué ocurría, pero en un instante pareció que toda la larga columna de varias calles se apretujó en el último segmento.  Sentí que me asfixiaría y con los codos me impulsé hacia arriba quedando por encima de las cabezas de los demás y perdiendo el piso; a donde se movía la masa, yo iba flotando; y se movió empujando una cortina metálica de una joyería, hasta que escuchamos el quebrarse de la cristalería de las vitrinas.  Pero, a su vez, nosotros no hicimos nada por romper contra las filas de granaderos que nos bloqueaban el paso, antes al contrario, aguantamos nosotros mismos el empuje de los que se trataban de proteger de los golpes de la represión atrás.  Y ahí atrapados, tuvimos que ir saliendo casi uno por uno en dirección al lugar donde los granaderos se daban a todo lujo en el macanear a la gente y subirla a sus “razias”.

 

Al ser de los primeros en la columna, me tocó ser de los últimos en la represión bajo estas especiales circunstancias.  Me tocó el quedar al descubierto, hacia la bocacalle los granaderos esperaban a que necesariamente fuéramos a ellos, no había otra salida; nos golpearían y nos detendrían.  Un compañero me pidió que actuáramos juntos, y nos echamos a correr sobre el primer granadero que teníamos enfrente.  Corrimos hacia él juntos, y hacia el final la idea era separarnos intentando confundirlo, librarlo, y alcanzar la salida.  Así lo hicimos, pero en el último momento el granadero lo eligió a él y se aprestó a cerrarle el paso, yo me detuve ligeramente en mi carrera con la intención instintiva de confundirlo, cuando veo al compañero simplemente irse de frente al polizonte proyectándose sobre él; éste le tiró el macanazo, y al momento el compañero se agachó cual “liniero de un equipo de futbol americano”, se impactó en su abdomen y lo levantó; y fue impresionante ver como el granadero salía volando por los aires dando un giro y estampándose en el suelo.  Y ambos salimos doblando de inmediato por la primera calle y perdiéndonos entre los automóviles.  También para nuestra fortuna, a la policía se le habían ya agotado sus transportes de detenidos para cuando a nosotros nos tocó salir del entrampamiento.

 

Luego, los que quedábamos, nos reagrupamos nuevamente en la Alameda, y por todo el resto de la noche fue un vaivén replegando a la policía a pedradas, y luego retrocediendo a bombazos.  Recuerdo que nos escabullíamos de Av Juárez a Independencia, por un pasaje que había en el Hotel del Prado.  Así estuvimos largo tiempo, hasta que yo ya no veía a nadie; entonces un compañero me dijo que era más conveniente que “ya nos peláramos”, porque nos iba a agarrar, y entonces nos escurrimos discretamente entre las sombras; bastaba ser joven para ser detenido, y más aun en esos momentos y en ese preciso lugar.   No recuerdo a qué hora, ya eran altas horas de la noche, ni cómo volví a mi casa.  Pero así se inició, en esa “informalidad”, el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968.

 

El fin de semana desarticuló mi particular participación continuada o inmediata; sólo sé ahora, por los datos históricos, que durante el fin de semana los estudiantes de mayor edad de las escuelas superiores se reunieron para tomar decisiones, formulándose ya desde entonces en lo básico, el Pliego Petitorio de los 6 Puntos: 1.- Liberación inmediata de los detenidos, 2.- Indemnización de los heridos, 3.- Destitución de los jefes de la policía, Cueto y Mendiolea, 4.- Desaparición del cuerpo de granaderos, 5.- Liberación de los presos políticos, y 6.- Derogación de los Artículos 145 y 145 bis (en realidad, dice Gilberto Guevara Niebla, 141 y 144 bis) del Código Penal.  Pero el siguiente lunes 29 de julio, para nosotros, el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968, tendría su inicio formal.

 



* Fecha precisada por la asociación con los acontecimientos registrados por la prensa y recogidos por Ramón Ramírez en su obra: El Movimiento Estudiantil de México, Julio-Diciembre de 1968; a su vez corroborado en la narración radiofónica de Daniel Cazés-Flora Bottom, “Este Día en 1968”, del Instituto de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM; por Radio UAEM, Morelos, 2008.

** Hoy lo interpreto, aun cuando como mera especulación acerca del hecho, como la posible circunstancia de que el PCM, a solicitud de la CENED, políticamente no hubiese querido sabotear el acto del IPN.

*** De hecho, el contacto con la militancia del Partido Comunista Mexicano ya nunca se realizó; en el curso del Movimiento y en los años posteriores al 68, se dio una fuerte crítica al PCM acusado, principalmente, de “pequeñoburgés” y “reformista”, y en aquel primer lustro de los años setenta, la situación política se hizo muy confusa.  Para cuando los conocí y trabajé políticamente con ellos, unos cinco años después, yo ya militaba en otra organización comunista que primero me había contactado a mí: la Alianza Marxista Revolucionaria (AMR); esta era una organización, entre muchas más, que aparecieron como escisión o crítica al PCM.  A la distancia, ameritaría todo aquello también un reanálisis.

**** Especulando, pudiéramos decir con sentido político; independientemente de que ello respondiese a un “genial plan”; que quizá incluso ahora, a través de la CENED, la dirigía; aun cuando la historia no lo prueba así.

Bellinghausen, Herman/Hiriart, Hugo; et al; Pensar el 68; Cal y Arena, 5ª edición, México, 1998; p.56.


 
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4 enero 2010 1 04 /01 /enero /2010 09:02

Clich--Literatura

El Comité de Huelga de la “Prevo 5” del IPN,
en el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968. 
Antecedentes

Luis Ignacio Hernández Iriberri.

http://espacio-geografico.over-blog.es/: 
México, octubre, 2008.

 

 

Antecedentes

 

Hace 40 años..., hoy tengo 57, es tiempo ya de escribir.  ...El 68...  Diez años atrás, justo entre 1956 y 1961, en fechas muy personales para mí, sobre todo la última, tuvieron lugar los acontecimientos de la toma del internado del Politécnico por el ejército, como del movimiento obrero sindical, que se iniciaron con las luchas sindicales de telegrafistas, telefonistas, tranviarios, y electricistas; siguiéndoles luego las significativas luchas de maestros, con Othón Salazar, entre otros; de petroleros, con los “Chimales”, Isamel, Miguel e Ignacio Hernández Alcalá, aquellos mis tíos, y este último mi padre; y de los ferrocarrileros, con Demetrio Vallejo, entre otros como Valentín Campa.  Entonces yo andaba, en el margen de esas luchas, entre los seis y once años de edad.  De hecho, cuando el movimiento magisterial se inicia el 3 de julio de 1956, yo aun tenía cinco años de edad; cuando mi padre finalmente sale de prisión en 1961 –detenido por un comando militar que asalta nuestra casa en la madrugada destruyendo puertas– en la represión generalizada del Estado el 28 de marzo de 1959 en que se encarceló a unas cinco mil personas, y entre ellos a dirigentes sindicales, estudiantiles, intelectuales y artistas; yo tenía diez años de edad.

 

Entre el momento del 7 de julio de 1958 en que tácticamente se inicia el movimiento petrolero; pero que semanas antes del día de las elecciones presidenciales del 6 de julio ya había comenzado con reuniones selectivas de sus representantes en el patio de mi casa (para los que yo andaba trayendo las cervezas desde la tienda en un ir y venir interminable con la molestia de mi madre), y en otros momentos las reuniones de su dirección en el comedor hasta altas horas de la noche exclusivamente entre los Chimales; y el momento de la represión fascista generalizada del 28 de marzo de 1959 a todo el movimiento democrático nacional, yo tenía, en consecuencia, apenas entre 7 y 8 años de edad.

 

A mis siete años de edad, estaba yo, alejado, entre los trabajadores que en la explanada escuchaban a mi padre hablar desde la azotea del recinto sindical de la Sección 35 del Sindicato Petrolero, correspondiente a la Refinería de Atzcapotzalco, ubicada en la colonia Clavería; donde apenas a una calle estaba nuestra casa; antes de que se desencadenara la violenta trifulca por la toma de la sede.  Uno de mis primos, Luis, hijo de Miguel, tendría unos 18 años de edad, era el único responsable de portar un arma para un caso extremo y otro de ellos, José, de un poco de más edad; hijo de José María, el hermano mayor del que se origina el pseudónimo de “Chimales” por deformación de “Chema”, pero identificado simbólicamente por los trabajadores con el nombre náhautl de “Escudo”, en tanto defensores de éstos; fue el responsable de salir discretamente del recinto cargado de todas las armas, hasta casi hacerlo arrastrar debido al peso, bajo una gabardina, antes de que llegaran las tropas del ejército.

 

Y como fue, al poco tiempo arribaron las fuerzas militares; yo ya estaba en mi casa, y desde ahí, pude ver la operación de desalojo de los trabajadores de la zona: el ejército formó vallas, y condujo el desfogue de los trabajadores por distintas calles que radiaban desde el local sindical.

 

Y todos estos datos, puntualmente, serán fundamentales para poder entender, desde mi narrativa, tanto el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968, como mi participación, a mis 17 años de edad, en él.

 

En 1962, allí, en la colonia Clavería, salíamos a jugar en la calle, primero de terracería, y hacía poco recién asfaltada, por las mañanas, al “tacón”, al “trompo”, al “burro castigado”, o al béisbol, o futbol soccer o americano; y por las tardes y al anochecer nos dedicábamos a tronar chinampinas detonadas por un clavo en la punta de un cohete de plástico, que dejaba ver en su parte media un astronauta; juguete de moda al iniciarse la llamada “carrera espacial”; o al ejercicio depredador, ya de atrapar luciérnagas, o abejorros encandilados en la pálida luz de los faroles de la esquina.  Pero ese año, patear el balón, meter un gol, o amenazar al equipo contrario, implicaba el calificativo de “estallarle una bomba atómica”, de “desaparecerlos del mapa”, como aparentemente se rumoraba que estaba a punto de ocurrir con Cuba en el conflicto de los misiles en la segunda mitad de octubre de este año.  Escuchaba mucho en las noticias por la radio sobre ciertos acontecimientos en Cuba y un tal Fidel Castro, o un tal Ben-Bella de algún lugar aun más extraño.

 

Una mañana de 1963, asoleándonos previo a organizarnos para jugar un partido de futbol, alguien salía finalmente de su casa para jugar, y nos enteramos del asesinato del presidente Kennedy de los Estados Unidos; ya teníamos televisión, aquellas de ruidosas perillas al cambio de no más de tres únicos canales que por entonces existían, de bulbos y en blanco y negro, y algo vimos sobre sus funerales.  Y así discurría todo, pasaban cosas cuya magnitud no comprendíamos, y para más, muy lejos en el planeta.

 

En 1964 estaba por egresar de la escuela primaria.  Debía haberlo hecho al finalizar 1962, pero en 1958 (año en que se detiene a Othón Salazar, dirigente del Movimiento Revolucionario del Magisterio, y los Chimales inician el movimiento democrático petrolero por sus propias demandas, pero con muestras de explícita solidaridad con el movimiento democratizador magisterial), reprobé el Segundo Grado escolar: nunca entendí por qué, y tuvieron que transcurrir más de treinta años para que, reflexionando sobre aquello al preparar unos documentos políticos en los cuales narraba los antecedentes históricos del movimiento obrero de los años cincuenta, conectara el hecho de que aquel profesor de mi Segundo Grado escolar, quizá debía pertenecer a la agrupación magisterial oficialista antidemocrática y, por supuesto, sabía de quien era yo hijo.  Pero luego, en 1963, reprobé también el Sexto Grado, aun cuando ya no sé si por las mismas razones, o de plano por “burro”*.

 

Hasta entonces había estado en una escuela particular, pero al repetir el Sexto Grado, me cambiaron a una escuela primaria pública.  Ese cambio fue enormemente importante: en esa escuela había el maloso de siempre que imponía su ley a todos, llego como nuevo, sin conocerlo, sin saber siquiera que tal sujeto pudiera existir, y lo enfrento ante su primer agresión hacia mí; nos dimos de golpes, fuimos a parar castigados a la Dirección, pero, impensadamente, me convertí en el líder de todos los que habían estado bajo su férula.  De ahí en adelante nunca pararon los pleitos, incluso en pandilla.  Luego nos hicimos amigos poco antes de egresar tras el último agarrón.  Muchos años después (unos 20 años después, hacia 1986) lo volví a encontrar como obrero en la Refinería de Atzcapotzalco en donde el Departamento de Embarques y Reparto pertenecía a la Sección 34, cuando hacíamos campaña electoral sindical formando yo parte de la planilla de oposición en representación en alguna cartera, de los trabajadores Técnicos y Profesionistas de dicha Sección del Sindicato Petrolero (STPRM).

 

Estando aun en la escuela primaria particular, un compañero me había mostrado un pequeño libro: el Manual del Scout, y sus dibujos y contenido me embelesó; había allí muchas cosas interesantes que aprender.  Me invitó a su grupo, pero el día que nos quedamos de ver en la escuela no llegó.  Integrarme al movimiento “Scout de México” tuvo que esperar otro momento, pero finalmente ocurrió, y en este año de 1964 me hice “niño explorador” en la Tropa del Grupo Nº 52, en la Patrulla “Águilas”.  Esa fue otra experiencia muy importante: el valor de la organización, el cultivo del trabajo colectivo, el sacrificio por los demás; lo que particularmente ocurría en esa patrulla eminentemente proletaria.

 

Para el año 1965 ya estaba yo en el Primer Grado de Secundaria.  No de cualquier Secundaria, no de una Secundaria común de la Secretaría de Educación Pública; sino en el nivel de secundaria en la Escuela Técnica Prevocacional Nº 5, del Instituto Politécnico Nacional (la “Prevo 5”).  Quise entrar a la Prevocacional por influencia de mis amigos vecinos que estudiaban en la “Prevo 3”.  Fui entonces con mi padre al Casco de Santo Tomás, sin darme cuenta que a donde llegaba era a la “Prevo 5” y no a la 3, que estaba en el Plan Sexenal.  Quedé ahí inscrito, luego me di cuenta que no estaría en donde mis amigos vecinos, pero no le di importancia, no lo lamenté, al final lo consideré mejor.  Ese mismo año se inauguró el nuevo edificio para la Prevocacional Nº 5 en Av. de las Granjas.

 

Un hecho interesante es que ahí no era yo el único desfasado en edad, muchos, por una u otra razón, estaban en mi edad: todos éramos hijos de obreros, con los mismos problemas, con la misma visión del mundo; ese era mi lugar exacto.

 

En ese año elaboré un logotipo que hacía alusión a la investigación del espacio cósmico mediante los lanzamientos de cohetes.  Era producto de esos sueños de niño aun a mis 14 años de edad, en que, acorde con mi momento histórico científico-técnico, aspiraba a ser Ingeniero en Aeronáutica.

 

Ese logotipo se lo enseñé a mis dos mejores amigos esperando su reacción sin saber yo mismo por qué o para qué; todo ello era por pura intuición, no estaba consciente de lo que hacía; sólo el tiempo me lo explicó a mí mismo.  Su reacción fue, en uno, de indiferencia (finalmente el se hizo algo así como Ing. en Máquinas Herramientas), y en el otro despectiva: “estás loco, nada más te la pasas inventando cosas” (a este le perdí la pista, pienso que volvió a su tierra, era de Jalisco).  Lo que luego entendí que había yo hecho, así, espontánea, intuitivamente, había sido, al igual que a mí me había ocurrido con el Manual Scout, tratar de propiciar el interés por algo en una idea común por trabajo en común, por algo que nos identificara; en otras palabras, organizarnos y trabajar por algo que compartir como un mismo sueño; una especie de “Club Científico”.  No prosperó, pero así operaba mi sentido de organización y dirección de un trabajo colectivo en su forma primaria.

 

Simultáneamente, la guerra en Vietnam empezaba a estar en el centro de las noticias, lo mismo que las diferencias Sino-Soviéticas.  Pero ello empezaba a dejar de ser información extraña de lugares exóticos.  Las materias de Geografía e Historia estaban operando en nuestra mente haciendo conciencia político-social.

 

Y en ese rápido proceso de conciencia político-social, se iba haciendo la necesidad de la toma de posición.  La historia de México no la podíamos ver sino como la ineludible lucha entre liberales y conservadores.  Frente a los conservadores, como tales, la parte revolucionaria y progresista, por definición, era la de los liberales.  Pero la historia nos enseñaba que los liberales ilustrados de fines del siglo XVIII, ya no eran lo liberales de la Guerra de Independencia; y que estos no eran tampoco los mismos que los liberales de la Reforma.  Más aun, que los liberales de la mitad del siglo XIX, ya no eran los mismos que los liberales de fines del mismo siglo.

 

Los liberales del fines del siglo XIX, e incluso principios del siglo XX en México, eran ahora, a nuestro entender, los fundadores del Partido Liberal Mexicano: los anarquistas.  En nuestra conciencia, pues, para ser uno mismo de pensamiento avanzado y progresista, había que ser liberal, y entre éstos, en su última forma, seguidores de los hermanos Flores Magón, de Librado Rivera, de Anselmo L. Figueroa, de Praxédis Guerrero, de Manuel Soto y Gama.  Aquí había pensadores avanzados, humanistas; bastaba leer cualquier artículo de Ricardo Flores Magón.

 

Empezamos a buscar información de ellos y sobre ellos.  En el cetro de la ciudad, frente al costado izquierdo de la Catedral, establecida en un viejo edificio colonial asentado sobre el hoy rescatado Templo Mayor, estaba la “Librería Navarro”, una librería “de viejo”; en realidad, más que libros viejos, eran libros para lectores especializados y bibliografía “proscrita”.  A la vista había algunas obras de Marx o Lenin muy conocidas y hasta en ediciones comerciales, pero si se pedía algo en particular, desconocido en las editoriales comunes, entonces se quitaba la línea de libros de enfrente, a la vista, y atrás, discretamente ocultos, en “Ediciones del Frente Cultural”, podía estar lo que se buscaba.  En libros más comprometedores o especializados, había que sacarlos y traerlos de la parte de atrás de la librería.  Así, un día preguntamos por algo acerca de los Flores Magón; “¡Ah, <<Los Precursores>>”! dijo el, para mi, casi anciano librero; y mandó traer una vieja caja de cartón toda empolvada; en verdad, ello podría haber sido el polvo acumulado de unos 40 años; atada con mecates, una vez desamarrados, dejaron ver su contenido: un gigantesco y verdadero tesoro; eran ediciones originales publicadas en los años veinte en rústica, por el <<Grupo Cultural “Ricardo Flores Magón”>>; sus artículos, sus discursos, su epistolario.  Compramos lo que pudimos.

 

A nuestro entender en ese momento, no necesitábamos de “ideologías extranjeras”, no teníamos por qué recurrir a un tal Karl Marx y su “exótica” teoría del comunismo; podíamos y debíamos reivindicar lo propio.

 

En algún día de 1966, no tuvimos ya reservas en declararnos parte de la mejor expresión del liberalismo mexicano, y a nuestro entender, como anarquista.  Y conforme más leíamos, de algún modo, más entendíamos el valor de la teoría socialista, e igual que Ricardo Flores Magón a la luz de la práctica histórico-social, no tuvimos más remedio que conceder mediando las posiciones, declarándonos poco después, anarco-comunistas.

 

Pero para entonces nos dedicamos más a jugar básquetbol y a buscar un grupo de identidad en la propia escuela.  Nos relacionamos con algunos estudiantes que se reunían a tocar la guitarra, y aprendí a tocar tal instrumento musical.  El pequeño grupito creció, se cohesionó y adquirió identidad: formamos un grupo al que denominamos, “Organización Cultural de Estudiantes Técnicos” (OCET); e intentamos incluso montar obras de teatro en las que yo, ubicado entre las butacas a manera dela apreciación que tendría el público, la hacía de “asesor”, pero, por supuesto, reprobé varias materias, en particular Álgebra, que fui arrastrando a lo largo de mi Tercer Grado durante 1967, sin poder aprobarla por más exámenes a título de suficiencia que sustentaba.

 

Debí egresar de la “Prevo” en 1967, pero no sólo aun arrastraba Álgebra, sino casi había reprobado todos los cursos del Tercer Grado.  El básquetbol, el futbol americano, la OCET, y una verdadera dificultad para entender Álgebra que había matado toda ilusión de ser Ing, en Aeronáutica (para fortuna de los futuros aeronautas); y entre el que me fui de mi casa por una semana yendo a parar hasta Chihuahua, y que a mi regreso empecé a trabajar, y mis padres se separaron; todo ello me sacó del salón de clases.

 

El año 1967 nos deparaba un nuevo cambio trascendental.  Desde que entré a la “Prevo”, adquirí el gusto por echarme a caminar por la ciudad sin rumbo ni destino, conociendo sus recovecos.  Al mismo tiempo, entré a trabajar como mensajero en una oficina de Petróleos Mexicanos, y hacía un recorrido diario caminando y entregando correspondencia desde oficinas en la Torre Latinoamericana, hasta oficinas en el cruce de Reforma e Insurgentes, y de vuelta a las oficinas de PEMEX en la calle de Humboldt.

 

Entendíamos ya plenamente el valor de la militancia partidaria, y buscamos, a esos 16 años de edad, ingresar al Frente Anarquista Mexicano (FAM), de cuya dirección en Av Juárez frente a la Alameda, nos enteramos por una publicación que llegó a nuestras manos.

 

Sin embargo, una visión bastante ingenua de la militancia partidaria, hasta la hilaridad, pero que al mismo tiempo llevaba en ello su virtud, impidió que diéramos tal paso.  Asociábamos la militancia partidaria a la forma de vida de las mafias gangsteriles**, en el sentido de que, una vez ingresando en ello, no había vuelta a atrás.  La parte virtuosa estaba en la noción intuitiva, si bien deformada, de lealtad, de disciplina partidaria, del centralismo democrático y del sacrificio por la causa.  Un día nos encaminamos a las oficinas del Frente Anarquista Mexicano; en la acera de enfrente, en la Alameda, nos detuvimos a pensarlo una vez más, resolviendo finalmente que aun no tenía edad o la experiencia, para resolver correctamente.

 

Creo que fue en ese año 1967 (si no es que quizá desde 1966) en una de esas correrías por la ciudad, no recuerdo cómo es que pude haber pasado por la calle de Río Lerma, pero, al paso, vi una pequeña librería, y forzosamente tuvimos que entrar, pero para empezar a conocer de lleno otro mundo: era la librería del Instituto de Relaciones Culturales México-URSS, y de ello no nos dimos cuenta sino hasta después.

 

Como anarquista o anarcocomunista, el principal ejemplo era Miguel Bakunin; y un pequeño ejemplar en tamaño esquela de apenas 24 páginas titulado Los Bakuninistas en Acción, atrajo inmediatamente nuestra atención.  Qué importaba que en una tipografía ocho veces mayor y por encima del título, estuviera escrito el nombre de “Engels”; quién era el tal Engels; quién era ese personaje del siglo XIX que allí mismo en su fotografía abarcando un poco más de la mitad de la plana, aparecía en la portada***.  Lo verdaderamente importante era el informe que este autor, quien fuera, daba sobre la “Memoria sobre el levantamiento en España en el verano de 1873”.

 

Cuarenta años después, con motivo de esta redacción, volvimos a hojear el folleto.  Carece de apostillas, pero casi todas las páginas tienen un subrayado, que, de los principales, ahora daremos cuenta en tanto nos dieron la esencia de nuestra formación político-ideológica.

 

Engels hace una breve introducción explicando que a partir de la abdicación de del rey Amadeo, a principios de 1873 en España, se proclamaba la República.  La facción de los “intransigentes” propugnaban por la formación de “cantones independientes”, que al no reconocerse en la nueva Constitución, provocaron una insurrección, la que Engels califica de ignominiosa, y en la cual, dice él: “lo único que nos interesa son las hazañas todavía más ignominiosas de los anarquistas bakuninianos...”[1].  Era pues, un ensayo crítico de un tal Engels (al parecer un “republicano muy reaccionario”, un “reformista”), al bakuninismo.

 

Un primer subrayado es bajo el siguiente texto: “Veamos –dice Engels– cómo llevan a los hechos sus frases ultrarrevolucionarias sobre la anarquía y la autonomía, sobre la abolición de toda autoridad, especialmente la del Estado, sobre la emancipación inmediata y completa de los obreros”[2].  Esto es, por oposición, aprendía que para los socialistas, no era posible la abolición del Estado, y luego entendía que para ellos, el Estado se habría de extinguir en un largo proceso histórico-social, precisamente bajo el régimen socialista.  Luego, líneas más abajo, dice Engels: “España es un país muy atrasado industrialmente y, por lo tanto, no puede hablarse aún de una emancipación inmediata y completa de la clase obrera.  Antes de esto, España tiene que pasar por varias etapas previas de desarrollo y quitar de en medio toda una serie de obstáculos”[3], donde la República brindaba esa ocasión, que “sólo podía aprovecharse mediante la intervención política activa de la clase obrera española[4]; y aquí aprendía que el movimiento social es un fenómeno histórico, un proceso determinado económico-políticamente y dirigido por lo determinado económico-políticamente como el sector de clase más avanzado, y no un asunto de la acción de unos cuantos osados llenos de buenas voluntades; todo ello sonaba más cuerdo, más racional, más objetivo.  Y con la propuesta de los “cantones independientes”, dice Engels, “en vez de abolir el Estado lo que hicieron fue intentar erigir una serie de pequeños Estados nuevos[5]; y fue este, quizá por la contradicción evidente de los anarquistas, el argumento en ese momento más impactante; y Engels concluía: “En una palabra, los bakuninistas españoles nos han dado un ejemplo insuperable de cómo no debe hacerse una revolución[6].

 

Y lo poco que románticamente quedaba de aquel anarquismo luego mediado en anarcocomunismo, finalmente quedó transformado simplemente en comunismo.  Entendimos que el pensamiento liberal más avanzado, el que superaba el liberalismo de los anarquistas precursores de la Revolución Mexicana de 1910-1917, el liberalismo contemporáneo, se expresaba en el comunismo; que sobre el principio del internacionalismo proletario, del proletariado de un mundo sin fronteras ni nacionalismos “chouvinistas”, el comunismo dejaba de ser teoría extraña, para ser propia, viniera de donde viniese.  Y a partir de ahí, para no declinar nunca, nos declaramos e hicimos comunistas.

 

Lo siguiente, a lo largo de ese año y en adelante, fue una incesante lectura de documentos tales como Problemas Fundamentales de Materialismo Dialéctico e Histórico, de Guerásimov; o Problemas Fundamentales de Materialismo Dialéctico e Histórico, de Kursánov; el Manual de Economía Política, de la Academia de Ciencias de la URSS; en lo fundamental, entre muchos otros materiales más directamente de la pluma de Marx, de Engel, o de Lenin, mucho de los cuales leíamos en libros sueltos o en sus Obras Escogidas, sin entender gran cosa, apenas asimilables tras varias lecturas y como resultado de ir conectando conocimientos, pero haciéndonos de un lenguaje, de conceptos, de una manera más integralmente coherente y científica de ver el mundo.

 

Creo que ese año 1967 fue de elecciones de la Sociedad de Alumnos del la Escuela (si no es que fue un año antes).  Era un hecho que, a imagen y semejanza de lo que ocurría con el priismo, la planilla “Guinda y Blanco” fuese la ganadora de las elecciones (o lo que eso fuera).  Los miembros de esa planilla, como lo eran los “patiños” de la planilla “Blanca” que hacían de oposición, eran, todos, miembros de la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos, que democrática y progresista en los años cincuenta, hoy era ya la inefable “FNET”: el Partido Revolucionario Institucional (el PRI), en sus juventudes, inserto y mediatizando del sector estudiantil en el Politécnico.

 

Pero en esa ocasión vi un color más: la Planilla “Azul”, era la oposición real, aun cuando yo no lo sabía; a todos los hacía “fenetos” en esa parodia electoral; pero de hecho, aquellos compañeros eran los próximos integrantes del Comité de Lucha de la “Prevo 5” en el Movimiento Estudiantil.  Pero ni el color les favorecía, ni personalmente me eran conocidos, pero tampoco parecían haber condiciones reales como para que ellos ganaran, fuesen “fenetos” o no; la lucha en ellos se reducía al intento democratizador y eso era ya un avance, aun cuando socialmente en la comunidad escolar no trascendiera.  Y, en lo dicho, volvió a ganar el priismo, la Planilla “Guinda y Blanco”; por lo demás, con la que los dirigentes de la OCET, en donde yo aun participaba, guardaban buenas relaciones de conveniencia para favorecer los proyectos culturales del grupo (y se conseguía hojas, cartulinas, marcadores, autorizaciones para el uso del auditorio, de hecho incluso, como sede de la OCET, etc); pero bien que reservadamente se criticaba todo ese control corporativista.

 

Así se fue ese año, empezó 1968, y repetía yo el Tercer Grado, adeudando aun Álgebra del Segundo Grado.  Sería febrero, cuando me parece que por esas fechas empezaban los cursos, entonces anuales, cuando ya desde ese momento los profesores nos alertaban contra provocaciones que se venían dando, primero, decían ellos, “por una pelota ovalada”, en alusión a que se fomentaban los pleitos entre estudiantes del politécnico y universitarios como consecuencia de los partidos de futbol americano; luego azuzando altercados entre estudiantes de la Vocacional 4 y la Preparatoria 4, ambas por el rumbo de Tacubaya.  Así se fueron los meses del primer semestre de 1968, las provocaciones dadas por razones desconocidas, no prendían.

 

Hasta que se inventó el pleito de los “estudiantes” de la escuela preparatoria particular “Isaac Ochoterena”, con estudiantes de las vocacionales 2 y 5.  Elementalmente, quien conozca a los modositos estudiantes de las escuelas privadas, por la manera de ser de las escuelas privadas, por muy del arrabal que alguna de estas pudiera ser, sus estudiantes no son ya no se diga de pleitos, sino ni siquiera de ir a “echar la cáscara o el tochito” “como vagos” a la Ciudadela****; y bien se denunció desde el primer momento***** la provocación ya franca y abierta mediante jóvenes pandilleros disfrazados con el uniforme de la escuela Ochoterena.

 

No se caía en ningún embuste provocador; provocaciones que, a nuestro entender, por hipótesis más probable acerca de sus causas, está en la rivalidad política en la lucha por la candidatura del Partido Revolucionario Institucional (PRI), a la Presidencia de la República, en donde los principales candidatos eran precisamente, tanto el Secretario de Gobernación, entonces Luis Echeverría Álvarez (a nuestro juicio el más probable por una cierta tradición de que el candidato emergiera de esa Secretaría), y el Regente de la Ciudad de México, entonces Alfonso Corona del Rosal; tratando de comprometerse alguno al otro en la responsabilidad de las agresiones y así desprestigiarlo como candidato******; y entonces tuvo que ser la policía directamente la que se encargara de encender la chispa, al penetrar en la Vocacional 5 golpeando lo mismo a estudiantes que a profesores sin distinción de edad o de masculinidad o feminidad.  Hubieron heridos y detenidos, y la manifestación de protesta se hizo obligada.

 



* En realidad, por la edad que tenía en aquellos años de 1958 a 1961, y aun a mis 12 años de edad, nunca pude entender del todo el fondo político como causa de la detención de mi padre, y eso debió afectarme en mi rendimiento escolar.

** Después de todo, bien vistas las cosas no sin cierto sarcasmo e ironía, viendo aquello en lo que acabaron los partidos políticos absolutamente desideologizados y con intereses puramente económicos particulares, quizá no estaba tan errado.

*** Lo dicho pretende un cierto sarcasmo, en realidad teníamos del socialismo y sus autores ya una básica idea, mi padre había formado una pequeña biblioteca con bastantes libros de teoría marxista e incluso algo me platicaba al respecto con la confusión de ese asunto de la identidad entre la dictadura del proletariado y la democracia socialista; pero yo mantenía una posición de indiferencia a ello, más que por una disertación teórica, tratando de rescatar lo propio de nuestra historia.

[1] Engels, Friederich; Los Bakuninistas en Acción; Editorial Progreso, Moscú, 1966; p.4.

[2]       Ibid. p.4 (subrayado nuestro).

[3]       Ibid. pp.4-5 (subrayado nuestro).

[4]       Ibid. p.5 (subrayado nuestro).

[5]       Ibid. p.21 (subrayado nuestro).

[6]       Ibid. p.22 (subrayado nuestro).

**** Hasta donde sabemos, nunca hubo declaraciones de los directivos de tal escuela privada, ni mucho menos de sus estudiantes.

***** Al respecto, véase: Ramírez, Ramón; El Movimiento Estudiantil de México, Julio-Diciembre de 1968; Editorial Era, Tomo I; México, 1969; p.147.

****** Y no es lugar aquí para hacer algún análisis al respecto de la veracidad de la hipótesis en uno u otro sentido.  Otra hipótesis posible que en lo particular nos hemos hecho, es la de una deliberada intención de provocar una “fuga” de inquietudes estudiantiles, resolver, y dejar libre el camino para la celebración de los Juegos Olímpicos.


 
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