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  • : Espacio Geográfico. Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri
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20 julio 2010 2 20 /07 /julio /2010 08:18

La Evaluación Ético-Esteticista

en el Aula Universitaria Durante un Curso.

  Tesis Maestría en Educación Superior (18)

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica

de Geografía Teórica,

http://espacio-geografico.over-blog.es/;

México, 23 sep 10.

 


a) La evaluación psicologista, su “objetividad” y

“cientificidad” positivista y conductual

 

En general, en la teoría psicologista de la evaluación se distinguen tres aspectos constantes: 1) la correcta diferenciación entre “evaluación” y “medición” (la parte cuantitativa de la evaluación); 2) la evaluación se refiere al proceso de enseñanza-aprendizaje, donde dicho aprendizaje particularmente se refiere a la adquisición de habilidades y capacidades, lo cual finalmente es lo que se mide y evalúa; y 3) la “evaluación” acaba identificándose –no obstante se es consciente de la diferencia–, con “medición”, la cual se postula como “objetiva”, en un reduccionismo mediado precisamente por esa referencia centrada en el aprendizaje, particularmente “evaluado” mediante el recurso psicologista del “test”, de la prueba o examen cuantitativo.

 

Tales constantes centradas en la medición que se juzga objetiva por el sólo hecho de “medir”, no puede dejar de tener –más aun cuando ese es su origen–, un alto contenido de fundamento positivista, cuando no abiertamente lo es: mientras el objeto de la educación escolar sea en general el aprendizaje, y éste no sólo pueda, sino que esencialmente tenga, que ser empírica y experimentalmente medido dando lugar a una evaluación “objetiva”, tal educación será, para esta concepción de la teoría evaluativa, “científica”.  El argumento de refutación es simple: si lo objetivo se define por el reflejo lo más fiel de la realidad del mundo de los objetos materiales fuera de nuestro pensamiento, esa “medición” que se hace mediante un “test psicométrico” diseñado con la más absoluta subjetividad (es decir, sólo con referencia en los conocimientos impartidos), la susodicha prueba de medición será, antes que “objetiva”, eminentemente subjetiva.  En esos términos, dado el fundamento psicologista, la educación es por entero lo que se dice que no es:  “cientificismo” mecanicista propio del positivismo.

 

Y cuando se da una enseñanza cuyo aprendizaje se exige; es decir, se demanda por el derecho de la autoridad del docente o por la fuerza coactiva de la calificación; mediante la respuesta fiel a un “test”, ello en su esencia tiene un contenido conductista, esto es, de estímulo-respuesta, o dicho de otro modo equivalente; de la calificación (estímulo), a la respuesta fiel que el docente ha dictado (respuesta).

 

Ya podrá presumirse de la aplicación de una pedagogía estructuralista, o constructivista, o crítica; propia de la “Escuela Nueva” más reciente que dice haber dejado atrás la enseñanza “tradicional”, concepto mismo ambiguo por el que se entiende ya la enseñanza prerousseana (anterior a la Revolución Francesa de 1789), ya la enseñanza previa a la aparición misma del concepto de “Escuela Nueva” con la fundación en 1921 de la “Liga Internacional de la Nueva Educación”; o bien la enseñanza anterior a la más reciente y última propuesta de moda; pero nunca entendiéndose por ello lo que realmente es: la enseñanza fundada en un principio sociologista, ético-esteticista, propio de la escuela socialista; mientras la evaluación opere como hemos expuesto más arriba, tenemos todo el derecho de llamarla, no obstante, positivista y conductista, esto es, reproductora de aquello que dice criticar y rechazar, e incluso reproductora de lo peor heredado de la “educación tradicional”; la cual ya ahora se restringe –hemos dicho– principalmente a la educación conductista originada desde Watson en 1913, hasta Stufflebeam en 1971; y con ello, no hace sino replicar el “cientificismo” mecanicista del positivismo; lo que nada tiene que ver con el desarrollo de la denominada “ciencia positiva”, es decir, con el acumulado histórico de los aportes de la ciencia en general en cuanto a metodología como en cuanto a resultados; que dichas modas actuales de la educación –que no teorías pedagógicas reales o completas–, alegan haber superado.  Nuevamente aquí, lo que condena a esas modas educativas, es el fundamento en común del psicologismo de la evaluación mediante el “test”.

 

Casos excepcionales en el mundo capitalista, uno en Europa, en Francia, y otro en América, en Brasil; son los de C. Freinet (1896-1966), y su “Pedagogía Popular”, en cuya escuela los estudiantes se capacitan en el trabajo y la responsabilidad (en su caso particular, una imprenta); o de P. Freire (una de cuyas obras se titula Pedagogía del Oprimido, 1973), que bajo el concepto de una “Pedagogía Liberadora” (una especie de mezcla de misionerismo dado por las influencias de la Teología de la Liberación y del sacrificio heroico en la lucha popular revolucionaria dado por las influencias de la lucha comunista), desarrolla –y no podría ser sino exitosa y brevemente, en cuarenta y cinco días–, un proyecto educativo que, dado en lo social concreto –como en el caso de Freinet–, con pleno sustento en el principio objetivista, se abandona a su vez la idea del “test psicométrico” para la evaluación.

 

Y todo ello se da más allá de la discusión sobre la real “objetividad de la medida”.  El fundamento psicologista no resuelve tal problema sino haciendo de la objetividad un convenio: <<será objetiva la evaluación-medida, en tanto se elimine lo más posible el factor de arbitrariedad o subjetividad posible del docente>>.  Así, el “test” ha de ser “objetivo” esencialmente para el estudiante, desde su punto de vista; de tal modo que éste tenga confianza en que ha sido evaluado imparcial y justamente.  Pero por lo demás, así, la evaluación es puramente sancionativa, confirma su carácter coactivo en manos del docente, y carece total y absolutamente de condición formativa; por lo menos en sentido positivo, pues lo que se está formando ahí, es a un sujeto no sólo permanentemente reprimido, sino esencialmente, despojado de su responsabilidad moral, de su conciencia social: no estudia para saber, sino sólo para resolver la “prueba psicométrica”, que ha de “medir su grado de aprendizaje”.

 

De ahí la apreciación generalizada de que los “exámenes” estilo “test psicométrico”. “no sirven para nada”; y –agregamos–, “menos aun” para evaluar el conocimiento adquirido; que no sea, por una parte, un instrumento de represión y control en manos del docente; y por otra parte, un instrumento de alienación, esto es, por el cual se crea un fetiche que suple el real conocimiento objetivo, por el aprendizaje subjetivamente condicionado.  “Distintos autores (Durkheim, 1938; V.A. Judges, 1971; Díaz Barriga, 1993) coinciden en afirmar que el examen, no surge, precisamente, en el escenario educativo. Aparece como un instrumento de selección creado por la burocracia china en el año 2,375 antes de nuestra era, a los efectos de decidir quiénes podían ocupar determinados cargos públicos.  En efecto, el primer ejemplo de una técnica institucionalizada conocido, fueron los ejercicios de competencia para la admisión a las oficinas públicas a las que podían acceder los ciudadanos del sexo masculino, de buena crianza, que disfrutaban de la más alta estimación.  El examen, proporcionaba los hombres del poder que constituían la jerarquía de los mandarines y, a su vez, mantuvo una tradición de erudición...  Los exámenes de competencia pasaron de una dinastía a otra, durante milenios, hasta su desaparición total en 1905”[1]

 

Y si bien se ve, el que está siendo puesto a prueba ahí, es el docente.  El atrapado en su propia lógica es éste; tanto más, cuanto se tenga presente que la evaluación al estudiante, tiene por fin valorar el trabajo del propio docente.  Un conocimiento dado, tiene que ser respondido en una medida dada correspondiente.  Y, cuan mayor la exigencia, o sea, la “objetividad” dada en el rigor de la exactitud de la pregunta, paradójicamente, tanto menor la creatividad y riqueza del conocimiento.  Cuanto más determinada, precisa y exacta la pregunta y su correspondiente respuesta exigida (de donde por definición se excluyen las llamadas “ciencias exactas”), es decir, cuanto mayor la “objetividad” dada por el convenio de eliminar lo más posible el factor de arbitrariedad o subjetividad posible del docente, tanto menor la cantidad de conocimiento evaluado, que sólo ha de compensarse con el absurdo “test” de las “cien preguntas” entre “Falso-Verdadero”, “Opción Múltiple”, “Apareamiento”, y “Complementación”, construido de tal modo que no de lugar mas que a una interpretación unívoca; es decir, vox populi, si una pregunta por opción múltiple es juzgada comúnmente como un absurdo, finalmente se tendría un absurdo multiplicado por cien.  Los estudiantes inteligentes y avezados que se satisfacen en los exámenes analíticos, incluso en el desafío de la solución de un problema “a cuaderno abierto”, donde su pensamiento es puesto en movimiento, se sienten, y en efecto son, alienados, “estandarizados”, en los exámenes de opción múltiple; y lo inverso, los estudiantes poco avezados que ven su “salvación” en el examen de opción múltiple, se sienten, y en efecto son, evidenciados en sus incapacidades en un examen de criterio abierto.

 

En esa lógica, un estudiante –en general el poco avezado–, reclamará por economía de esfuerzo cada vez más una real “objetividad”; y en esa proporción, el docente y su cúmulo de conocimientos complejos se irán haciendo cada vez más simplificados hasta la alienación; dado que lo que menos desea es una situación conflictiva; e irá siendo eliminado, y en mucho, autoeliminado.  No es casual el que se llegue de manera natural a la conclusión de que el más “objetivo” de los “test”, sea el “instrumento” por “opción múltiple”; mismo que a la vez más demerita al docente, dado que, si bien el estudiante hace el mínimo esfuerzo, y hasta nulo dejándolo a la suerte en la determinación del acierto; por parte del docente, con una plantilla para calificar (e incluso en un momento dado hasta con un programa de cómputo) se facilita el abrumador trabajo, que finalmente todos sabemos –alguna vez lo hemos experimentado con toda su crudeza*– que aun con ese tipo de “evaluación”, es factible la subjetividad o arbitrariedad de éste (por demás legítima y en su esencia “legal”, pero abordar este punto nos desviaría enormemente; su entendimiento lo dejamos implícito)

 



[1] Universidad de la Habana; Centro de Estudios para el Perfeccionamiento de la Educación Superior (CEPES); (no se consiguió el nombre de la autoría); Evaluación del Aprendizaje;  Cap 1 (actualizado al 4 de febrero 2005); <<Asignatura: “Evaluación Educativa”>>;  Biblioteca Virtual de la Maestría en Ciencias de la Educación Superior.

Index of/bibliomaestria/evaluacioneducativa/basico; p.22.

* Cuando nosotros en nuestra práctica docente justo llegamos a este punto en el año 2003, toda nuestra expectativa profesional en este ámbito hizo crisis, a tal punto, que precisamente ello fue lo que determinó la síntesis mostrada en este documento.

 



 

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20 julio 2010 2 20 /07 /julio /2010 08:17

La Evaluación Ético-Esteticista

en el Aula Universitaria Durante un Curso.

  Tesis Maestría en Educación Superior, 2007 (17)

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica

de Geografía Teórica,

http://espacio-geografico.over.blog.es/;

México, 20 sep 10.

 

Entre 1896 y 1921 se establecerán, pues, los fundamentos teóricos de la llamada “Escuela Nueva”.  En 1896, John Dewey, discípulo de Stanley Hall, fundó la “Escuela Experimental de la Universidad de Chicago“, influido profundamente por las ideas del pragmatismo de William James (1842-1910), y Charles Peirce (1839-1914); Hermann Lietz (1868-1919), en Alemania, por su parte creó el “Hogar Educativo Campestre”; en Francia, Edmond Demolins (1852-1907), estableció en 1899 la “Ecole des Roches” (es aquí donde el concepto de “educación integral” se define como “educación de hombres enteros”), hasta que Adolphe Ferrière (1879-1960), funda en Calais, Francia, la “Liga Internacional de la Nueva Educación” (1921).

 

Con ello converge el desarrollo teórico en psicología, entre el Behaviorismo o Conductismo fundado por J. Watson en la misma Universidad de Chicago en 1913, con fundamentos en el pragmatismo y el positivismo; convergencia en la cual se van a identificar plenamente conciencia y conducta, y por lo tanto el conocimiento –según éstos–, será resultado de reacciones condicionadas por los factores de estímulo-respuesta.

 

Quizá en la Educación Básica (denominada en México como Educación Primaria y Secundaria, esta última llamada a su vez Media Básica), se justifique la participación de la psicología, pero discutirlo para ese nivel educativo no es asunto de estas líneas; mas acerca de la psicología en la educación superior, su papel ha sido trasladar mecánicamente lo que quizás sea aplicable en el nivel básico dada la ausencia de un criterio formado en el educando, a un nivel educativo superior, donde el criterio está formado en lo fundamental.  Baste decir que no existe explícita una pedagogía para la educación superior, y todo cuanto se dice de ella, se remite a teorías planteadas para la educación básica.

 

Es suficiente con imaginar a un norteamericano Stanley Hall, psicólogo pragmático (partidario de la determinación subjetiva del saber por sus efectos prácticos), con las ideas de Nietzsche y de Schopenhauer (del voluntarismo e irracionalismo del conocimiento, dado sólo como instrumento de poder, de la negación del progreso histórico, del antimoralismo o antihumanismo y el pesimismo fatalista) y por ello malentendiendo reduccionistamente las teorías de Darwin y Haeckel (justo el proceso que dio lugar a la locura del nazismo), hurgando con una entera desviación moral en las conciencias de los individuos (es decir, con entera desviación de conciencia social –como lo implican las ideas del “Ubermensh”, del “Superhombre”–, reguladora de la conducta de los hombres en todas las esferas de la vida), con ideas subjetivistas de una mezcla de la psicología experimental y el psicoanálisis.

 

Simplemente todo un equívoco filosófico, ideológico, y pedagógico en la medida en que se traslada a ésta, en la que mediante el recurso psicológico, se coarta la libertad de criterio con prácticas manipuladoras de la conciencia (como haremos ver con suficiencia en el apartado c), más adelante), es decir, manipuladoras de la plena capacidad de elección libre y responsable –como estos teóricos reconocen sin ambages–, constituyéndose en prácticas manipuladoras las cuales siempre serán moralmente insolventes (habida cuenta de que no se están tratando casos clínicos, sino seres perfectamente sanos en pleno uso y formación de su criterio).

 

Pero así se inició el psicologismo en la educación entre los ss.XIX y XX y nada de ello es ajeno a una determinación económico-política, es decir, todo ello respondía plenamente a los intereses del gran capital monopolista financiero que iniciaba la nueva etapa del régimen económico social capitalista, el capitalismo monopolista de Estado: las masas eran alfabetizadas y capacitadas técnicamente, eso era suficiente para la producción; una formación real en la libertad de pensamiento atentaría contra el propio sistema, y para conducir el proceso por caminos que aseguraran el no-cuestionamiento al capitalismo imperialista, el psicologismo en pedagogía hizo su aparición para manipular las conciencias de acuerdo con los intereses del sistema.

 

Luego de ese período inicial, una segunda etapa vino con los trabajos, por un lado, de B. Skinner (1938), y por otro, de R. Tyler (1942), este último, el cual va a aportar los criterios y fundamentos acerca de la evaluación para la “Escuela Nueva”, a saber: el modelo de la “Evaluación por Objetivos”, por lo cual se entendería la confronta de los resultados del aprendizaje con los objetivos previamente programados.  Esta “educación y evaluación por objetivos” o “Educación Programada”, va a coincidir durante los años treintas-cuarentas; con los desarrollos teóricos de la teoría pedagógica de Skinner denominada “Tecnología Educativa”; o como le llama Díaz Barriga: la “pedagogía industrial”[1], modelo pedagógico que tiene por finalidad –dice éste–, la educación de la eficiencia, esto es, la educación habilitadora del estudiante a las necesidades del mercado laboral de ese capitalismo industrial del s.XX en su máximo esplendor; todo lo cual constituyó, además, los primeros pasos de la inserción de la nueva tecnología en la educación.

 

Esta tendencia duraría hasta fines de los años sesenta; y a principios de los años setenta, Stufflebeam (1971), expresó ya que el objetivo fundamental de la evaluación es el perfeccionamiento de la enseñanza centrando la atención en el proceso y ya no exclusivamente en el resultado.  Con ello se inició un cambio incesante que dura hasta nuestros días en la búsqueda de una real teoría de evaluación.

 

No obstante, bajo la influencia del psicologismo, continuará reduciéndose la evaluación a la utilización de técnicas psicométricas dirigidas a medir la inteligencia; es decir, a medir la capacidad de comprensión; a su vez iniciadas en 1882*, siendo de tipo sensorial y motor, que no establecieron relación alguna entre ellas y la inteligencia, y que duraron hasta 1905, para luego, en un segundo periodo de estas pruebas psicométricas entre 1905 a 1917, se crearan las primeras pruebas de inteligencia de Binet y Simon, y aparecerá la escala de inteligencia según un Coeficiente de Inteligencia (CI, o por sus siglas en inglés IQ).  Luego, durante un tercer período que va de 1917 a 1927, aparecen las pruebas colectivas de inteligencia (las llamadas Army Test Alfa, verbal; y Army Test Beta, no-verbal), surgiendo también las pruebas de personalidad en el cuestionario de Woodwoeth (1917), así como las de Cattell y de Eysenck, y la llamada “prueba proyectiva TAT” de Murphy.  Posterior a 1927 apareció la prueba de aptitudes mentales primaria (PMA), entre otras, las cuales sólo mencionamos aquí como ejemplo, sin pretender examinarlas ni discutirlas, que no es el caso de este trabajo.

 

El desarrollo de la evaluación continuó con L. Cronbach (1973), quien, oponiéndose a la evaluación conductual por objetivos, propuso la evaluación abocada a recoger información y comunicarla a quienes toman las decisiones con ese objetivo señalado por Stufflebeam, de perfeccionar la enseñanza.  En 1975, Stake habla ya de la necesidad de la evaluación holística orientada al servicio de los implicados en la educación.  Así, apenas cinco años después de iniciada la nueva búsqueda, M. Scriven (1977), avanza las ideas sobre evaluación, concluyendo que ésta debe referirse a la estimación del valor de la enseñanza; y es él quien va a distinguir entre “evaluación formativa” para estimar el proceso de enseñanza, y “evaluación sumativa” para estimar los resultados no sólo respecto de los objetivos programados, sino con respecto a resultados no previstos.  El factor determinante lo constituyó el concepto de “estimación”; es decir, según el diccionario, como “el aprecio y valor en que se tasa una cosa”**; que implicó para Scriven criterios para realizar juicios de valor acerca de las necesidades de los involucrados en el proceso educativo.

 

Con Scriven están presentes ya las bases eticistas: la necesidad de que la evaluación se reconozca como la “estimación”*** y con ello la emisión de juicios de valor, que implican el juicio moral; justo en el momento en que en Estados Unidos se discute si lo moral debía dejarse como un asunto del hogar y la religión, o si, como asunto social, debía enseñarse ética y moral en las escuelas, esto último, en lo que estuvieron a favor en ese momento el 80% de los padres de familia (encuesta Gallup, 1976).

 

  Mas el complemento de estos desarrollos en el mundo occidental capitalista, va a ser dado por E. Eisner (1979), quien considera la evaluación como una actividad artística.  Con ello el énfasis se ponía en el hecho de la necesidad de creatividad en el proceso evaluativo, en donde el aporte natural que sintetiza Eisner es el que la evaluación habrá de consistir en describir, interpretar y valorar.  Por esta vía, las teorías de la evaluación en el aula del mundo capitalista se han venido aproximando a la teoría ético-esteticista del sistema socialista, en el cual apareció desde el primer momento tras la Revolución de Octubre de 1917.

 

Podemos afirmar, entonces, que a partir del inicio de la década de los años ochenta del siglo XX, prácticamente se inicia el viraje histórico acerca de la evaluación en la “Escuela Nueva” del mundo capitalista: se va a proponer la transición de la evaluación psicologista eminentemente cuantitativista, a una evaluación ahora con fundamentos ético-esteticistas afín a una evaluación cualitativa.  Independientemente, nosotros, fundándonos en el pensamiento educativo marxista, llegamos a la misma idea.

 



[1] Díaz Barriga, Ángel; Una Polémica en Relación al Examen; Revista Ibroamericana de Educación, Nº 5, mayo-agost, 1994; Biblioteca Digital de la OEI; www.campus-oei.org/oeivirt/rie05a05.htm (párrafo 52).  Ver también, “Didáctica, Aportes Sobre una Polémica”; Editorial Alique, Buenos Aires, 1991.

* Datos tomados del libro de Hernández Hernández, Pedro; Psicología de la Educación; Editorial Trillas, México, 1991, p.434.

** En inglés: “cálculo aproximado” o “valor aproximado”, a la realidad.

*** Dato tomado del libro de L. Yelon, Stephen y W. Weinstein, Grace; La Psicología en el Aula; Editorial Trillas, México, 1991; p.294.

 



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20 julio 2010 2 20 /07 /julio /2010 08:16

La Evaluación Ético-Esteticista

en el Aula Universitaria Durante un Curso.

  Tesis; Maestría en Educación Superior, 2007 (16)

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica

de Geografía Teórica;

http://espacio-geografico.over-blog.es/;

México, 09 sep 10.

 

1 Formas de la evaluación educativa,

y pedagogía científica

 

Así, entrando pues en materia, la evaluación educativa –dicho así en general en todo lo que abarque e implique– de carácter ético-esteticista que sustentamos en esta tesis, no es evaluación educativa como evaluación psicologista, en tanto la evaluación psicologista no corresponde a una pedagogía –lo haremos ver–, científica, sino más bien alienante.

 

Esto es, partamos de considerar que, por lo menos, hay dos grandes formas de evaluación educativa en general: 1) una evaluación con fundamentos en la psicología, dicho en sentido amplio; y 2) una evaluación con fundamentos sociológicos y en la ética y la estética.  La primera es práctica común en el mundo capitalista en forma teorizada desde fines del s.XIX; la segunda es desarrollada a lo largo del s.XX en el sistema socialista, si bien no de manera única.

 

El conflicto, pues, entre ambos sistemas de evaluación educativa, no es asunto exclusivo de su efectividad práctica, sino esencialmente, un problema de orden filosófico, económico-político, social, y, en general, ideológico.

 

Sustentamos en esta tesis –decíamos– la teoría de la evaluación ético-esteticista fundada en la filosofía dialéctico materialista con un principio sociologista; expondremos sus elementos esenciales en el segundo apartado de este mismo II Capítulo, y abundaremos en argumentos demostrativos sobre sus fundamentos en el III Capítulo; pero juzgamos que es necesario deslindar de la teoría psicologista de la evaluación, y hemos dedicado este II Capítulo a la refutación de la misma bajo la afirmación de que ésta no corresponde a una pedagogía científica, por más que en ella se afirme implícitamente: que toda evaluación educativa es evaluación psicologista como medición objetiva y científica del conocimiento mediante un “test”, y que en ese sentido, es evaluación objetiva y científica del aprendizaje.

 

Que ésta no responda a un fundamento, como a un propósito científico de la evaluación educativa, no quiere decir que en general no sea válida, ni que en particular, en cierto modo en algunos casos, efectivamente responda a criterios científicos y resuelva en consecuencia.  Esta refutación por lo tanto, no implica una solución de contradicción, sino de contrariedad, a manera de deslinde.  El aporte excelsior ex aequo* en el campo de la Lógica Formal o Aristotélica del “Cuadro de las Oposiciones” del escolasticismo, amerita aquí explicarse bajo los criterios de la dialéctica materialista, o al fin de cuentas, de la Lógica Dialéctica.

 

La contradicción es una categoría acerca de la fuente interior objetiva del desarrollo o movimiento; la categoría de contradicción dialéctico materialista no se refiere, pues, a las contradicciones de la lógica o del pensamiento a manera de “contradicciones del lenguaje”: he ahí la diferencia con la consideración escolástica.  La categoría de contradicción expresa la transformación total de lo viejo por lo nuevo.

 

Por su parte, la contrariedad representa apenas una etapa del desarrollo de una contradicción, ciertamente la etapa superior, luego de pasar por las etapas de la identidad y la diferencia.  Así, mientras las contradicciones son fuente interior del movimiento, las contrariedades se refieren básicamente, aun cuando no exclusivamente, a las fuentes exteriores de la contradicción.  Si la contradicción es la transformación total de lo viejo, la contrariedad como una de sus etapas, representa tan sólo la negación de lo viejo por lo nuevo (antes, en la identidad y la diferencia, lo viejo y lo nuevo coexisten)

 

Así, hemos dicho, que si lo que nos proponemos es la refutación en función de la contrariedad, lo que estamos diciendo es que no nos proponemos una refutación de fondo; de abandono y reemplazo total del opuesto, como lo sería en términos de contradicción; sino tan sólo como la negación u oposición de una teoría a otra.

 

La teoría de la evaluación educativa con fundamento en la psicología constituye, a su vez, el fundamento evaluativo de la pedagogía de la llamada “Escuela Nueva”, principalmente cuando ésta, en el origen, echa mano de los desarrollos de ese momento en el campo de la psicología experimental.  A partir de ese momento, fines del s.XIX, la pedagogía como ciencia y teoría general de la educación introduce, por lo menos, la contrariedad a que nos hemos referido (y dialécticamente incluso una franca contradicción, pero que como tal hemos dejado fuera de nuestro análisis), entre ésta y lo que en adelante será por oposición, la “Escuela Tradicional”.

 

Al paralelo, ejemplificando en México, iban los orígenes de la educación pública aquí, que con Juárez, en 1870, se centraba en las preocupaciones de la didáctica, la enseñanza objetiva, y la educación integral (concepto no definido).  Así, se dejaba atrás la Escuela Lancasteriana bajo las influencias pedagógicas de Kalkins a través de Antonio P. Castilla, que puso principal énfasis en el problema de la didáctica; como Manuel Flores, una década después, bajo la influencia del positivismo de Stuart Mill (1806-1873), que ahora puso principal énfasis en el problema de la enseñanza objetiva en lo que fue llamado el “realismo pedagógico”.

 

Al mismo tiempo, de acuerdo con esta relación histórica tomada de Ernesto Meneses Morales y el colectivo de colaboradores en su: Tendencias Educativas Oficiales en México, 1911-1934; en Estados Unidos, Granville Stanley Hall (1846-1924), primer norteamericano que obtiene el doctorado en psicología bajo la tutoría de uno de los fundadores del pragmatismo, W. James (1842-1910); se desarrolla la psicología experimental bajo la influencia de uno de los fundadores de ésta, Wilhelm Wundt (1832-1920)..

 

Stanley Hall va a hacer algo más, va a establecer un eslabón entre otra vertiente de la psicología, la psicología genética y la educación; le influirá profundamente Friederich Nietzsche (1844-1900), y su idea del “Superhombre”.  “Hall se apartó –reseñan Meneses y colaboradores–, por estas ideas, de la Ilustración y sus principios de la importancia de la razón y la igualdad.  Charles R. Darwin (1809-1892), Ernest Haeckel (1834-1919) y Freud (1856-1939) lo ayudaron a afirmar su escepticismo sobre la igualdad y la fe en la naturaleza humana.  Artur Schopenhauer (1788-1860) y Friederich Nietzsche (1844-1900), le proporcionaron la firme creencia en el poder de la voluntad y la noción del “Ubermensh” (Superhombre), coronamiento de su doctrina”[1]

 

Stanley Hall –nos dicen Ernesto Meneses y sus colaboradores– “luchó a brazo partido contra el intelectualismo heredado de la escuela tradicional”[2], y no podía haber sido de otra manera –afirmamos nosotros–esa es precisamente la otra corriente teórica a la que más adelante nos habremos de referir.  Y un dato interesante que nos aporta el colectivo de esta obra referida, es que el mismo Jean Piaget, prestó atención a la “teoría de la recapitulación” psicológico-genética de Hall.

 

“Hall estima que sería pernicioso error exigir al adolescente estudio intenso y logros intelectuales...”, sin duda, llegaría a pensar, a ser crítico, y cuestionaría el orden de cosas; “...Mas bien recomienda que el joven lea extensamente...”, y he aquí la aparición de un doble lenguaje: sería un error exigir logros intelectuales, pero debe recomendarse que se lea (que se nutra el intelecto), pero ya sólo en tanto recomendación, ello podrá o no ser.  “...Los maestros que explotan el idealismo juvenil y alientan el desarrollo de sus sentimientos ayudan más al adolescente...”, pero atención, alentar el idealismo juvenil (su rebeldía natural), no debe mover la razón, sino el sentimiento; “...las capacidades de raciocinio emergen en esa época...” –continúa la interpretación que se hace de las ideas de Hall por el colectivo de autores–, (pero) “...Las escuelas deben desprenderse de la creencia de que el hombre es primariamente una criatura de razonamiento”[3].

 



*       El aporte más alto con igual mérito

[1] Meneses Morales, Ernesto; Tendencias Educativas Oficiales en México, 1911-1934; Centro de Estudios Educativos, ac, México 1986; pp.9-10

[2]       Ibid. p.6

[3]       Ibid. p.9

 


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20 julio 2010 2 20 /07 /julio /2010 08:15

La Evaluación Ético-Esteticista

en el Aula Universitaria Durante un Curso.

  Tesis; Maestría en Educación Superior, 2007 (15)

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica

de Geografía Teórica;

http://espacio-geografico.over-blog.es/;

México, 06 sep 10.

 

 

 

II Cap. Crítica al Fundamento Psicologista

de la Evaluación[*]

 

 

La Evaluación Psicologista en el Aula

 

Abordaremos en este capítulo esa compleja situación de quitarnos de encima el pesado fardo del fundamento dado por la Psicología a los fines educativos, y, particularmente, allí donde más ello ha incidido: en el problema de la evaluación.

 

Todo el problema en ese sentido, explicado en un panorama general que más adelante desarrollaremos, radica en que, desde fines del s.XIX, bajo las influencias del marco teórico del positivismo e incluso de la teoría organicista spenceriana, se planteó, mediante los entonces novedosos trabajos de la Psicología Experimental de Wundt (1832-1920), como de la Psicología Genética de Piaget (1896-1980), la idea de que fuese posible, en el campo educativo, medir el aprendizaje.  Con ese fundamento psicologista derivó en el ámbito de la educación, primero, la pedagogía fundada en la teoría conductista irracionalista de Watson (1878-1958); luego, mezclada con las influencias de la filosofía del pragmatismo, entre otros, con Dewey (1859-1952), surgió la pedagogía fundada en la teoría de la “tecnología educativa” con Skinner (1904-1990); y más tarde, evolucionó ya a un planteamiento racionalista con Ausubel (1918...) y la pedagogía fundada en la teoría del constructivismo, oficialmente dominante hoy en día.

 

Todo ello ocurrió fundamentalmente en los Estados Unidos, donde dio en llamarse a todos esos planteamientos: la “Escuela Nueva”; que con autores como Stanley Hall (1846-1924), llegaron a ser verdaderos planteamientos fascistas anticientíficos; pero que según esto, pretendía dejar atrás, por oposición, a la “Escuela Tradicional”; justo cuando a la par en la Unión Soviética se desarrollaban otras ideas educativas, fundadas éstas, en las teorías con un principio no psicologista e individualista, sino sociologista y por ello colectivista, siguiendo pues, la tradición histórico-educativa, descalificada en “occidente” como la “Escuela Tradicional”, de Makarenko, Lunacharsky, Pistrak, Pinkevich, entre otros, hasta llegar contemporáneamente a nosotros con Suchodolski, el cual desarrolla el principio sociologista en un fundamento pedagógico ético-esteticista; teorías de todos ellos, históricamente dirigidas, no a evaluar en forma de medida a partir de una prueba psicométrica, sino a evaluar en tanto la formación de la personalidad del sujeto socialmente determinado.

 

Bien oculta esta contradicción en las lecturas de pedagogía del “mundo occidental”, no permitía entender la historia y teoría objetiva del desarrollo de las ideas acerca de la educación.  Una vez que lo desentrañamos, todo adquirió un coherente orden lógico-histórico que nos permite refutar dicho fundamento psicologista.

 

El Capítulo se desarrolla en la discusión de tres aspectos: 1) La evaluación psicologista en el aula como medida para valorar; 2) la evaluación psicologista en el aula: del “cientificismo” al oscurantismo; y 3) la corriente filosófico-sociologista de la educación y la evaluación, frente a la corriente psicologista.

 

En el primer punto revisamos las formas de la evaluación educativa históricamente dadas, y el concepto de una pedagogía científica; de la cual se excluye –así lo refutamos– la evaluación psicologista, dada sus supuestas “objetividad” y “cientificidad”, mismas que no son, sino en términos positivista y conductual; evaluación que antes que extraer un valor moral en la formación del educando, se reduce a pretender la medición del conocimiento identificado con conducta; desarrollo histórico que muestra claramente el paso a una última etapa caracterizada por un viraje oscurantista, como lo haremos ver.

 

En el segundo aspecto exponemos el desarrollo histórico particular de la corriente educativa psicologista y la evaluación, que pasa desde el conductismo, hasta la llamada “Pedagogía Global Interactiva” reciente, esencia misma de la propuesta oscurantista, tal cual aquí por ello refutamos dicha corriente de pensamiento educativo.

 

Y en el tercer aspecto, como consiguiente lógico[**] , afirmamos el carácter de la corriente ético-esteticista de la evaluación, precisamente, frente a la evaluación psicologista.

 

Por último en esta parte introductoria al Capítulo, aclararemos que tal refutación la haremos sólo por contrariedad.  Esto es, en la dialéctica materialista, cuya esencia es el método de contrarios, se entiende a la identidad como el primer nivel del desarrollo de la contradicción, allí donde los opuestos no parecen distinguirse; luego viene, en ese desarrollo, el nivel de la contradicción dada en la diferencia, donde los opuestos ya se distinguen, pero coexisten.  Debe entenderse, dialécticamente, que la identidad ya contiene a la diferencia, lo mismo que la diferencia surge de la identidad.  Mas el desarrollo subsiguiente de la contradicción lleva al nivel de la contrariedad, esto es, allí donde los opuestos no solo se diferencian, sino donde ya se niegan entre sí; se reconoce pues, la coexistencia de los opuestos, pero negándose mutuamente.  En la diferencia, dice Foroba, “lo viejo y lo nuevo principalmente coexisten uno con otro, mientras que en el peldaño de la contrariedad, lo viejo y lo nuevo por excelencia se niegan. Se excluyen mutuamente”[1].  El último nivel en el desarrollo de la contradicción, es la contradicción misma como tal, plenamente desplegada, en donde los opuestos totalmente negados entre sí, pueden ser bajo esa condición no-antagónicos, o bien, abiertamente antagónicos, por lo tanto, no sólo excluyéndose un opuesto al otro, sino donde un opuesto finalmente ha de prevalecer, con la transformación total del otro.

 

La refutación del fundamento psicologista por contrariedad, entonces, significa que, en primer lugar, hemos podido reconocer la diferencia con su opuesto; pero, en segundo lugar, que reconocemos entre esos opuestos una negación y exclusión mutua.  Lo que haremos en consecuencia, será únicamente demostrar esa negación, por la cual aun se concede la necesaria coexistencia entre ambos opuestos.  Es decir, reconociendo que el fundamento psicologista, si bien es algo que rechazamos, que negamos, y el cual excluimos de nuestros fundamentos educativos universitarios, también es cierto que no podemos dejar de aceptar su presencia en las posibles soluciones científicas a los problemas de la educación.  Si pretendiésemos el análisis de la contradicción plena, ello implicaría demostrar su obsolescencia, el reemplazo de lo viejo por lo nuevo; y ni tenemos lo elementos para ello, ni ese es el fin de esta refutación.



[*] Usamos el término psicologista, como sociologista o ético-esteticista, en tanto “doctrina acerca de..., o con fundamentos en...”.

[**] En el modo BAROCO de la 2ª Figura del Silogismo, mediante una demostración apagógica (demostración indirecta)

[1] Foroba, N.T; Diccionario de Filosofía; Editorial Progreso, Moscú, 1980, México, 1984; v. Contrariedad.

 



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20 julio 2010 2 20 /07 /julio /2010 08:14

La Evaluación Ético-Esteticista

en el Aula Universitaria Durante un Curso.

  Tesis; Maestría en Educación Superior, 2007 (14)

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica

de Geografía Teórica;

http://espacio-geografico.over-blog.es/;

México, 02 sep 10.

 

 

                              En 1983 –habremos de relatar para concluir–, nosotros mismos vivimos –salva hecha la proporción– una experiencia semejante a las experimentadas por Kepler y Oersted, impartiendo nuestras clases de geografía en la Universidad Autónoma Chapingo.  Invitamos a los estudiantes a hacer investigación geográfica sobre los campos de cultivo agrícola experimental, la condición de las tierras y conservación del suelo y la distribución de agua; en un primer curso se usó la cartografía conforme propia para estudios de linealidad en Proyección UTM del Instituto Nacional de Geografía e Informática (INEGI) en escalas no mayores a 1:50,000; mas requeríamos didácticamente de una Proyección Cartográfica a la vez que sencilla para su construcción por el propio estudiante, lo suficientemente rigurosa; y así, al paralelo de nuestros trabajos de investigación para nuestra tesis de Licenciatura, llegamos a algo que hoy vemos muy simple, pero que en aquellos años que tratábamos de remediar por nuestra propia cuenta lo que por los estudios formales en la Facultad no habíamos obtenido con suficiente claridad teórica, y que dio lugar al “redescubrir” la Proyección Cartográfica Sinusoidal, originalmente construida independientemente a la vez en el s.XVI tanto por Sanson como por Flamsted, y cuya propiedad de equivalencia la hacía idónea para los trabajos de extensión superficial.

 

                              De hecho, otro tanto nos ha ocurrido ahora con la elaboración de esta tesis misma, en la cual poniendo en práctica una investigación rigurosa con apoyo en los procedimientos y métodos de la Lógica Formal, resolvimos un problema concreto de nuestra propia práctica docente.

 

Ante tal panorama didáctico, evidentemente los conceptos de estudiante, escuela, medios, recursos, y proceso del conocimiento, cambian.  La “Didáctica Concreta” reclama del estudiante, como tal, iniciativa, el ser  responsable e interesado por el conocimiento.  Reconceptualiza la escuela, de entender por ésta la infraestructura sede, a entenderla conforme a la antigüedad griega: como “escuela de pensamiento”.  Modifica los conceptos de los medios y recursos, de meros apoyos didácticos, de enseñanza, a herramientas de investigación practicada por un nuevo concepto de docente.  Y el conocimiento obtenido como reflejo objetivo de la realidad objetiva, supondrá la interacción viva con dicha realidad práctica concreta.

 

Para terminar, justo del último texto que nos llegó a las manos de las lecturas en la Maestría en Educación: “La Educación Universitaria y el Buen Maestro”, de Luis Ibarra Rivas, podemos generalizar nuestro concepto a manera del Gran Relato de la “Didáctica Concreta”.  En dicha interesante obra resultado de una sencilla pero muy aleccionadora investigación realizada en la Universidad de Querétaro, México en 1993; el autor se propuso determinar las características del docente comúnmente denominado de manera natural como “Buen Maestro” (así en su sentido común y no en la categorización que nosotros hacemos del concepto de Maestro en esta tesis, no obstante el mismo autor aclara que por el calificativo de “Buen Maestro”, no se refería al “mejor profesor”, ni al más bueno de la Facultad; y por otra parte, el concepto se refiere al “Buen Maestro” así, natural, y no en función de un modelo pedagógico o institucional, por el cual, dice Luis Ibarra, se “pretenden convertir en Buen Maestro a uno que no lo es”[1]), es decir, dice él, de aquellos docentes que “encarnaban las formas de valorar y de actuar más entrañables a cada una de sus facultades”[2].  Para ello participó y observó en los cursos de cuatro “Buenos Maestros”, que dice él, no tuvieron reparo en consentir ser observados dada la seguridad en sí mismos: uno en la Facultad de Psicología, otro en la Facultad de Química, uno más en la Facultad de Contaduría, y finalmente otro en la Facultad de Derecho. De donde debe observarse que se habla ahí, de la Universidad pública.

 

Algo que el mismo Luis Ibarra generaliza acerca del concepto del “Buen Maestro”, es que “las acciones de éstos no siempre se limitan a proveer información disciplinaria propia de las asignaturas que imparten, toda vez que, en ocasiones, rebasan las funciones generalmente consideradas como fundamental de los maestros de educación superior: transmitir conocimientos de tipo técnico científico.  Más bien se trata de intereses que apuntan, práctica o pensadamente, a mundos mejores, a utopías, y no tanto a la ciencia pura”[3].  En ese sentido, se da el gran rompimiento de los esquemas: no hay formales, solemnes y rígidos apegos a protocolares Programas y “Planes de Clase”, no es prohibitiva la digresión, no es condenable la “divagación”, entra en juego el espontaneismo.  Recordemos y tengamos presente en todo momento a los Maestros de las Escuelas de la Antigüedad, así como a Kepler y a Oersted.

 

El “Buen Maestro”, agregamos nosotros, se caracteriza por el ser un tipo osado, que trabaja siempre en el límite, al filo del deber ser, y por lo cual está permanentemente en riesgo, o como lo dice Luis Ibarra: permanentemente “...está en juego la legitimidad de lo que hacen o dejan de hacer...”[4], y nosotros agregaríamos lo que en todo caso es lo que esencialmente le caracteriza en esa temeridad y osadía: ese docente se mueve pues, en el profundo y desconcertante ámbito de la ética deontológica, va más allá del deber ser normado de la ética teleológica del común de las personas.  “El Buen Maestro –nos dice Luis Ibarra– casi no invertía energía o tiempo en el mundo de la norma, del deber ser”[5].  Se arriesga, y cuando falla, el costo es alto, pero a su vez, cuando le resulta satisfactorio, el premio es en alto grado elevado; ya nos lo hicieron ver Kepler y Oersted.  Y tanto más, cuando que –y he aquí lo caro a nuestro propio planteamiento–, en esa osadía participan entusiastas algunos de sus estudiantes.

 

A su vez, entrevistó a Directivos, otros profesores y a los estudiantes mismos, acerca de sus criterios o parámetros acerca del “Buen Maestro”.  Y así, resumimos nosotros, el “Buen Maestro” para los Directivos, es aquel que mantiene el control y el orden; que es “Buen Maestro” en la opinión de los estudiantes, que no tiene conflictos interpersonales, y que es congruente; es decir, que si pide a sus estudiantes que estudien, que participen con iniciativa y se comprometan con el trabajo que implique el diez de calificación, es porque él estudia y participa profesionalmente (cual Kepler, cual Oersted) en el compromiso con el trabajo que implica el “diez de calificación” para sí; si les demanda ser responsables, es porque a su vez él lo es.

 

En los criterios de los profesores acerca del “Buen Maestro” centralmente destaca: 1) el dominio de la disciplina, 2) su permanente actualización, y 3) interesa a los alumnos en sus disertaciones siendo como es, sin necesidad de “técnicas motivacionales”, y menos aun, de procedimientos coercitivos (otra vez: Kepler y Oersted, que hemos tomado como referencia histórica)

 

Por último, Luis Ibarra recoge la opinión de los alumnos, para los cuales, el “Buen Maestro” es aquel que, y aquí entrecomillamos por lo relativo de la opinión: “enseña muy bien, que se le entiende bien”; en el cual hay simpatía y a la vez es empático; que “sabe mucho”, que “domina la materia”; que “controla al grupo” sin regaños ni sermones, por su sola autoridad moral e intelectual; que es “justo”.  Referimos el hecho, pero lo relativo de la opinión, se hace tanto mayor, cuanto que estos son estudiantes de la Universidad pública.

 

Luego Luis Ibarra pasa a describir las actividades en clase del “Buen Maestro” en cada una de las especialidades y Facultades ya mencionadas más arriba.  Empieza por describir el ambiente y las condiciones en que opera la clase, caracteriza tanto al docente como al estudiante, pero, a nuestro parecer, no obstante, olvida dos factores fundamentales: 1) no menciona las edades de los docentes; quizá no tan relevante pero si sin duda importante; y 2) omite mencionar sus sistemas de evaluación, que para nosotros es un factor determinante.

 

No es el propósito el detallar sobre los resultados obtenidos por él, sería prolijo; pero resumimos generalizadamente acerca de las características del “Buen Maestro”: el pase de lista no es norma; se escribe con desparpajo en la pizarra, se borra con una mano teniendo el borrador en la otra, se es “un artesano que va construyendo su producto conforme va resolviendo, sobre la marcha, los problemas”[6]; no se hace despliegue de ostentosos recursos didácticos, más aun, ni siquiera se usan; no se apoya en ningún apunte ni mucho menos en el “Libro de Texto”; da la clase espontáneamente; la enseñanza del “Buen Maestro”, “se basaba en los actos de pensar..., los alumnos nunca dieron exposiciones.  Sólo el Buen Maestro tuvo esa responsabilidad y atribución”[7]; los jóvenes podían entrar y salir del aula sin más trámite; no lleva ningún tipo de acción para conminar al orden, deja que se produzca por sí mismo, por autodisciplina y con tolerancia.  “El Buen Maestro logra controlar la atención de sus estudiantes porque su actitud trasluce sus afectos, sus preferencias y disgustos...  expone la clase mediante el empleo frecuente de anécdotas, consejos y bromas...”[8]; “además de ser un experto en su materia, también es un ser con sentimientos acerca de su ciencia y del porvenir de sus estudiantes”[9]; en ocasiones se permite jugar con la ignorancia de sus estudiantes bromeando a costa de ellos.

 

Qué tan kepleriano se define al “Buen Maestro”, que, citamos del autor el siguiente extraordinario pasaje: “al disertar sobre un tema con una actitud objetiva, no mira a los ojos a sus estudiantes, ni siquiera da la impresión de preocuparse mucho por lo que ellos hacen o dejan de hacer; invierte su energía en el desarrollo de su contenido temático de la clase, volcando su interés en argumentar coherentemente las teorías que expone”[10]; y más adelante, por si quedaran dudas de la actitud kepleriana del “Buen Maestro”, Luis Ibarra expresa: “los estudiantes hacen cosas que, de forma soterrada, atentan contra la clase y el Buen Maestro: hacen la tarea de otras materias, se pierden contemplando el horizonte, intercambian papelitos con recados, platican en voz baja, hacen dibujitos en las papeletas o en sus cuadernos, miran al Buen Maestro pero no lo escuchan, en suma, se mantienen alejados de cualquiera de los mundos a los que el Buen Maestro pretende llevarlos”[11], el autor nos refiere estudiantes universitarios ante un docente al que reconocen como “Buen Maestro”, no a los púberes estudiantes de Kepler del Seminario de Graz.  Y en otra parte el autor expresa: “el Buen Maestro vuelca su energía y su atención en lo que va escribiendo.  El contacto con sus alumnos pasa a segundo término..., explica en voz alta, un tanto gozosa, lo que está haciendo”[12]

 

En cierto modo –y no podía ser de otra manera al defenderse esta tesis–, nosotros nos vemos a su vez descritos por todo lo anterior en nuestra actividad y situación en clase; y no por cuanto a que nos asumamos como “Buen Maestro” –que no lo somos, y dicho no por modestia, sino porque en realidad por nuestra parte, sí hemos caído en el conflicto interpersonal y en una actitud de rechazo por el estudiante por razones ideológicas que van más allá de la crítica social moderada, la cual caracteriza también al “Buen Maestro”; de lo cual, en todo caso, ahora somos conscientes y tendremos que tratar de atenuar–; sino nos vemos descritos, tan sólo por cuanto al ejercicio de la “Didáctica Concreta”).

 

Por último, como bien nos dice el autor de la fuente citada, Luis Ibarra Rivas, esa relación entre el ser y el deber ser, entre lo ético deontológico y lo ético teleológico, entre lo natural espontáneo y el modelo preestablecido: el “Buen Maestro”, que “encarna la producción social más eficiente (mundo objetivo de la disciplina científica y de la didáctica), más legítima (mundo de la norma), más querida (mundo de los afectos) y más divertida (mundo del juego)..., mostrando las formas duraderas de ser y de valorar construidas social e históricamente para dar la respuesta a la función que tiene la docencia en la sociedad... Quienes fincan su acción docente (o sus teorías pedagógicas) –dice el autor–, en la escuela activa..., quizás pretenden negar la realidad construida socialmente en las facultades de la Universidad Autónoma de Querétaro”[13]  Pero aquí bien podemos extrapolar, generalizar a la vez que particularizar: quienes fincan su creencia pedagógica en la variante de la “Escuela Activa” de las ideas psicoinstruccionales del cognoscitivismo constructivista, estamos seguros, niegan ese ser (lo natural y espontáneo), de la realidad socialmente construida en el aula de la Universidad Internacional en el Estado de Morelos, y pretenden ceñirle el estrecho corcé del modelo del deber ser, en el cual primero se crea el modelo con respecto del cual se ha de dar el deber ser; un modelo de docente –que ha de ser el “bueno”–, un modelo de estudiante –el estudiante ideal que estudia y desea saber–, un modelo de clase desarrollada con perfeccionismo mediante un “Plan de Clase”, un modelo de Programa –sincrónico en sus objetivos generales y particulares a seguirse en forma rigurosamente secuencial–; en suma, un modelo de escuela, en donde todo ocurre acorde con la fantasía de los mejores deseos, y en la que sólo después se considera la realidad, y si la realidad no corresponde a ello, tanto peor para la realidad.

 

Finalmente Luis Ibarra concluye categóricamente con una apreciación que nosotros compartimos por entero: “El Buen Maestro es falible.  Sin embargo, sus formas duraderas de ser y de valorar son la mejor producción pedagógica que se ha puesto en práctica hasta ahora en el juego de la docencia, tanto desde el punto de vista objetivo (...), como desde el normativo y afectivo”[14].  Ello es así, simplemente, porque es lo socialmente reconocido.

 

He ahí la expresión, hasta ahora más completa, que teóricamente podemos ofrecer en esos fundamentos particulares de la “Didáctica Concreta”, mucho hay que decir del sinnúmero de sus particularidades, lejos aun de un planteamiento pedagógico formal.  La hemos referido como ejemplo de nuestro apoyo teórico, en cuyo contexto ocurre un sistema de evaluación que le es inherente: precisamente, la evaluación ético-estéica que en particular hemos denominado sitéticamente, Evaluación por Autocompromiso.  Ahora aquí, en esta tesis, nos referimos a la parte compleja de su desarrollo dada precisamente, en ese momento, el momento de la evaluación.

 



[1] Ibarra Ruiz, Luis; La Educación Universitaria y El Buen Maestro; Ediciones Guernika; México, 1999; p.25

[2] Ibid. p. 18

[3]       Ibid. p.50

[4]       Ibid. p.56

[5]       Ibid. p.142

[6]       Ibid. p.102

[7]       Ibid. p.103

[8] Ibid. p.112 (en esta cita y en las inmediatas siguientes, se ha cambiado el tiempo de los verbos, de pasado a presente)

[9]       Ibid. p.115

[10]       Ibid. p.119

[11]       Ibid. p.122

[12]       Ibid. p.136

[13]       Ibid. p.310

[14]       Ibid. p.312.

 



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20 julio 2010 2 20 /07 /julio /2010 08:13

La Evaluación Ético-Esteticista

en el Aula Universitaria Durante un Curso.

  Tesis; Maestría en Educación Superior, 2007 (13)

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica

de Geografía Teórica;

http://espacio-geografico.over-blog.es/;

México, 30 ago 10.

 

 

Por lo pronto, la práctica docente de Kepler nos ha mostrado los rasgos fundamentales de la “Didáctica Concreta”, la cual puede sintetizarse en esa actividad de investigación, de búsqueda, eminentemente crítica y creativa inherente al quehacer científico de su especialidad profesional, que aporta el conocimiento de lo que va a enseñar.  Expuesta en su esencia, en su vínculo con el estudiante, consiste en el siguiente aforismo: “cuando el discípulo esté, entonces; y sólo entonces; el maestro aparecerá”.  Entre tanto, la enseñanza será sólo un formalismo del docente en calidad de profesor, propio para el estudiante en calidad de alumno, una orientación ad hoc para el estudiante en calidad de algún tipo de autodidacta que le consulta convirtiéndolo a él como docente en calidad de asesor, y una vacuidad de texto de instructivo, idónea para el instructo.

 

Mas ese profesionista con una especialidad dada (como el astrónomo o matemático Kepler), ejerce adicionalmente otra especialidad al mismo tiempo: la docente, y cuya práctica indisolublemente ligada al estudiante, debe fundamentar teóricamente, no sólo con ese fundamento general y extrínseco, sino particular e intrínseco a que nos hemos referido más arriba; de modo que la existencia simultánea en el aula de cada estrato de lo que forma el concepto estudiante (instructo, autodidacta, alumno, discípulo), reciba simultáneamente en el aula el tipo y nivel de conocimiento que le corresponde; y así incluso quizá (dado que ello es independiente a la voluntad del docente y reclamará la capacidad de autocontrol del estudiante) <<los inmaduros “púberes”, de nivel universitario a que nos referimos en esta tesis, dejen de pelear o juguetear>> y no se distraigan y perturben la clase.

 

En un tercer punto examinemos la práctica docente de Hans Christian Oersted (1777-1851).  El 11 de septiembre de 1820 fue leída la disertación  científica de Oersted, contenida en cuatro páginas, en la Academia de Ciencias de París: se trataba del descubrimiento de la tan buscada relación entre los campos magnético y eléctrico, que se intuía existía, pero más de siglo y medio de estudios no había permitido demostrarlo, a tal punto, que el descubrimiento de Oersted se produjo como consecuencia de un experimento, para demostrar que tal relación no existía; y lo más interesante aun para los fines de la teoría educativa que aquí discutimos, fue que tal experimento y demostración, ocurrió en el ámbito de una clase normal del profesor Hans Christian Oersted, en ese año de 1820.

 

Existen distintas litografías que recrean aquel momento, la más significativa es precisamente la que se plasmó en la Medalla Conmemorativa a “Hans Christian Oersted, Teacher Scientist, 1820”.  Se afirma que este es el único descubrimiento científico realizado en una clase, lo cual de manera efectiva aceptaríamos que así lo es; pero hemos relatado ya el caso de la “genial intuición” –como lo dijeran Marx y Engels en estas situaciones”–, del modelo de los cinco sólidos perfectos de Kepler que lo condujo al descubrimiento de sus tres famosas leyes del movimiento de los planetas.

 

El profesor de Física, Oersted, en un día como cualquier otro de la rutina educativa, recibió a sus alumnos en la Sala de clases.  Había preparado algunos dispositivos experimentales para mostrar a sus alumnos que no existía relación alguna entre el campo magnético y el campo eléctrico.  En la Medalla Conmemorativa a que hemos hecho referencia, se muestra esa escena en la cual, a la vista azorada de “cuatro estudiantes”; que bien sólo pudieran representar simbólicamente un mayor número; al borde de una mesa ven con extrañeza precisamente lo contrario de lo que el profesor Oersted les había advertido que ocurriría.  Y cabría pensar que por sus cabezas estaría pasando la idea de que, o entendieron mal las instrucciones, o lo que su profesor les había anticipado era falso.

 

Se ve ahí al profesor Oersted sosteniendo un cable en las manos, por el que, se entiende, está fluyendo la corriente eléctrica, y que lo tiende sobre una aguja magnética soportada libremente en un pivote.  La imagen es absolutamente clara, esa es la esencia del problema: la aguja magnética ha girado 90º y se ve perpendicular al cable de la corriente eléctrica.

 

En otro momento, en una historieta de caricaturas de nuestra propia manufactura, recreábamos “cuadro a cuadro” la escena que ahí imaginamos: al azoro de los estudiantes ante el discernir entre una instrucción mal entendida o una contradicción en su propio profesor, resolvían la duda desde el momento mismo en que –nos imaginamos al pobre del profesor Oersted– éste veía girar la aguja magnética en 90º cuando él había advertido justo que eso era lo que no iba a ocurrir, y él entonces hacía lo propio girando el cable de la corriente eléctrica en 90º para alinearlo a la aguja, la cual, obstinada, volvía a girar otros 90º.  En ese momento –no podemos imaginar otra situación–, los estudiantes de Oersted; que finalmente comprendían que habían entendido bien las instrucciones y por lo tanto su profesor era el que había caído en contradicción; estarían esbozando la más amplia sonrisa, tapándose la boca para no exclamar la sonora carcajada, entendiendo que el palidecer y enrojecer del rostro de Oersted; al mismo tiempo que comenzaba a transpirar profusamente en su danza en torno al pivote persiguiendo con su cable en las manos a la necia aguja que lo eludía, debería ser como consecuencia de su error.  A su vista, su profesor se equivocaba abiertamente.

 

Pero esa condición de Oersted, lo que estaba revelando, no era su vergüenza de haberse equivocado, sino era debido a que se había hecho un descubrimiento científico.  Su desconcierto y su placer, debían ser infinitos.

 

Mas lo que a continuación diremos de Oersted, se aplica por entero al mismo Kepler; transcribimos ahora –sin recriminación a la extensión de lo trascrito dado el texto, con ciertos arreglos, de nuestra propia autoría–, nuestras propias palabras de la ponencia presentada en el I Congreso Estatal Sobre Experiencias Didácticas en la Áreas de Ciencias Naturales y Matemáticas, en mayo de 1996:

 

Hasta aquí, todo lo expuesto, más bien parece hablar, al educador entendido en estas cosas, justo y aparentemente, “lo que no se debe hacer”.

 

Qué nos revela la extraordinaria anécdota de la lección de Oersted: 1) un profesor que no ha preparado su clase; 2) un profesor que, en consecuencia, improvisa, 3) un profesor que, además, es de los notables de su tiempo; 4) un profesor que, seguido de lo inmediatamente anterior, imparte un tema en los límites del conocimiento de su tiempo en esa materia; y 5) digamos en suma, un profesor que violenta todas las leyes de la didáctica, es decir, el considerar si: a) los jóvenes estaban o no preparados, b) si la lección era o no adecuada a ello, c) si estaba o no claro el sentido o finalidad de la lección, y d) por demás evidente, que Oersted no sabía, sólo presuponía los resultados de su lección, en ningún momento se ocupó de hacer él antes el experimento que habría de demostrar a sus alumnos; y e) en consecuencia, qué tan objetivo o subjetivo fue.  Y en particular con respecto a la didáctica Ley del Efecto, acerca de que aquella actividad que conduce al éxito será muy superior a la que termina en fracaso, aquí quedó hecha polvo.

 

Por lo dicho hasta aquí, se podría decir que se ha hecho la más furiosa crítica al maestro Oersted, pero por lo contrario, desde el punto de vista de la “Didáctica Concreta”, sólo de imaginarnos esa lección y sus secuelas, cómo habríamos deseado haber tenido un maestro así>>[1], o como lo ha dicho Koestler: “debió ser una auténtica experiencia”.

 

Así, tanto Kepler como Oersted, son quienes más idealmente responden a nuestro concepto de maestro y mejor expresa en su didaxis el sentido de nuestro concepto de “Didáctica Concreta”: a) Oersted no era “un maestro más”, uno más de los reproductores simples, empíricos e irracionales de la norma establecida; b) Oersted, para ser maestro, era antes un investigador científico; c) Toda norma didáctica (recordemos que tiempo atrás ya Comenio había publicado su “Didáctica Magna”), es superada, no por lo que equivocando conceptos llamaríamos una “práctica docente científica”, sino correctamente dicho, la norma didáctica es superada por una práctica docente inmersa en un quehacer científico; independientemente de qué tanto dicha práctica docente como tal sea realmente científica, en la medida de su propia fundamentación teórica.  Lo anterior explica por qué Oersted no necesitaba “preparar la clase” y por qué “improvisaba”; es que el proceso hipotético-deductivo y sus investigaciones científicas, estaban profundamente ligadas a su práctica docente.

 

Oersted había descubierto así la relación entre los campos magnético y eléctrico, volteó a ver a sus alumnos que se carcajeaban hondamente, y luego de un momento de entrecruzar miradas, les hizo de su conocimiento que eran testigos presenciales de uno de los más notables descubrimientos científicos.  Y entonces aquello debió haber dado lugar a la explicación y secuela de clases más extraordinarias, mas ciertamente, sólo en mayor medida para los estudiantes discipulares, para los capaces de seguir al maestro tanto más de cerca como les fuese posible; luego relativamente para los estudiantes en calidad de alumnos.

 

A un docente que hace investigación no sólo sobre su especialidad profesional, sino sobre su misma práctica docente con plena capacidad crítica y creativa, no hay necesidad de plantearle ningún tipo de “credo del Buen Maestro”.



[1] Hernández Iriberri, Luis Ignacio; La Lección de Oersted: Didáctica Concreta; Memorias del Primer Congreso Estatal Sobre Experiencias Didácticas en las Áreas de Ciencias Naturales y Matemáticas; Colegio de Bachilleres del Estado de Morelos; Cuernavaca, Mor; mayo de 1996; pp.247-251.

 


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20 julio 2010 2 20 /07 /julio /2010 08:12

La Evaluación Ético-Esteticista

en el Aula Universitaria Durante un Curso.

  Tesis; Maestría en Educación Superior, 2007 (12)

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica

de Geografía Teórica;

http://espacio-geografico.over-blog.es/;

México, 26 ago 10.

 

Aparte, dos casos que ya nos muestran las complejidades de la educación actual, los tendremos en las experiencias, por un lado de Kepler en los ss.XV-XVI; y por otro lado de Oersted, en el s.XIX; para finalmente comparar nuestra propia práctica docente.

 

Así, Johannes Kepler (1571-1630), a decir de Jay E. Greene que como recopilador retoma estas ideas de los biógrafos de Kepler, Max Caspers, en su obra“Johannes Kepler”; y P. Moore, por su parte en “The Story of Man and the Stars”, uno de los gigantes sobre cuyos hombros se paró Newton: “el enigmático y fascinador Juan Kepler, astrónomo y astrólogo, matemático y místico”[1]  He ahí las primeras condiciones del ejercicio de la “Didáctica Concreta”: lo enigmático y fascinador, “lo astrológico y místico” por decirlo metafóricamente ahora así, cual lo propio del mago seductor; astrónomo y matemático, cual lo propio del sabio; y cual lo propio del utopista –características éstas que hemos considerado las esenciales en el maestro y trataremos especialmente en el III Capítulo–, Kepler, hace cuatro siglos, ya decía: “Veo una nave o unas velas acondicionadas a los vientos del cielo y habrá gente que no temerá siquiera el vacío del espacio interplanetario...”[2], citamos esto último de Yaroslav Golovánov; pero, citando de Robert Strother, las palabras de Kepler son ahora: “¡Debemos construir una nave que surque el inmenso océano del Universo!”[3]; hoy, cuatro siglos después, dos naves de factura humana, si bien no tripuladas aun, los “Voyager I y II”, han salido ya del propio Sistema Solar y viajan rumbo a las estrellas.  Pero doce seres humanos han pisado ya el suelo lunar.  “Entre los tratados científicos de Kepler –nos dice Golovánov–, hay un trabajo extraordinario.  En 1609, Kepler, bajo el pseudónimo de “Duracotus” escribe “El Sueño o la Geografía de la Luna”, un cuento de ciencia-ficción en el que considera una Luna con mares, bosques y ríos y habitada, la primera obra en la nueva literatura europea sobre el vuelo al cosmos”[4]

 

Kepler fue, a partir de 1594, docente de astronomía y matemáticas en el Seminario Luterano de Graz, Austria –tomando ahora los datos de la obra “Kepler” de Arthur Koestler*– y fue allí donde publicó en 1596 “El Misterio del Universo”, o “Misterium Cosmographicum”, en donde daba cuenta del descubrimiento de sus famosas especulaciones con los sólidos perfectos.

 

Había partido de la idea empírica de que existiendo sólo cinco sólidos perfectos que podrían construirse en el espacio tridimensional, siendo todo en el Universo geometría, éstos podrían caber exactamente en los cinco intervalos que separaban las esferas celestes de los seis planetas hasta entonces conocidos: el tetraedro entre la esfera de Saturno y Júpiter; el cubo entre la esfera de Júpiter y Marte; el pentágono entre la esfera de Marte y la Tierra; el exágono entre la esfera de la Tierra y Venus; y el octaedro entre la esfera de Venus y Mercurio.

 

A partir del 1 de enero de 1600, la intolerancia en Graz lo empujó a irse a Praga invitado por Tycho Brhae a su Observatorio.  En 1600, aquel mismo año en que se condena en Italia a Giordano Bruno a morir en la hoguera por haber sostenido que el espacio es infinito y está poblado de estrellas tan grandes como el Sol, Kepler sale de Graz.  Un año después murió Tycho Brahe y él ocupó su puesto como encargado del Observatorio, donde permaneció hasta 1611.  De sus nuevos estudios en dicho Observatorio, Kepler publicó en 1605 o 1609 (las fuentes difieren) su “Astronomía Nova”, o “Nueva Astronomía”, libro en el cual ya da a conocer sus dos primera leyes sobre las órbitas de los planetas (la de las órbitas elípticas, y la del recorrido de los radios vectores de un área igual en un tiempo igual)

 

Hasta poco antes de 1605 podemos imaginarnos a Kepler batallando con sus sólidos perfectos, llevaba trabajando en ello unos diez años; abandonó su modelo de las esferas y poliedros, en el momento mismo en que con los registros astronómicos de Tycho Brahe, en este último año descubrió que las órbitas eran elípticas; y hasta 1619; justo el mismo año en que Giulio Cesare Lucillio Vanini (1585-1619), seguidor de los trabajos de Galileo y Pomponazzi, es monstruosamente torturado, arrastrado por un caballo, cortada la lengua y quemado vivo por el “Santo Oficio”; Kepler, estando ahora en Linz, volverá a publicar una nueva obra: su “Harmonice Mundi”, o “Armonía del Mundo”; si acaso poco antes en 1611, cuando deja Praga y va a Linz enseñando matemáticas por catorce años, escribe su cuento “Un Sueño o La Geografía de la Luna”, y publica su “Dióptrica”, en la que estudia sobre la construcción de telescopios; mas es en su “Armonía del Mundo”, en la cual expone su tercera Ley: “El cuadrado de los períodos de los planetas, son proporcionales a los cubos de sus distancias medias al Sol”.

 

Ese es el contexto para valorar a Kepler docente.  Koestler narra en la biografía de éste, insertando notas autobiográficas del propio Kepler que: “Las clases de este nuevo profesor debieron ser una auténtica experiencia.  Se consideraba a sí mismo un pobre pedagogo porque, como explica en su autoanálisis, siempre se excitaba –y así ocurría la mayor parte del tiempo–, <<se lanzaba –y aquí cita palabras de Kepler acerca de sí mismo– a una larga perorata sin tener tiempo de sopesar si lo que estaba diciendo era correcto>>.  Su <<entusiasmo y vehemencia son perjudiciales, y un obstáculo para él>> porque le llevan a hacer –dice ahora Koestler– continuas digresiones y siempre piensa en <<nuevas palabras y nuevos temas, nuevas formas de expresar o probar sus puntos de vista, o incluso de alterar el plan de su clase –dice ahora el propio Kepler de sí– o no decir lo que había pensado decir>>...  <<Esta es la causa de muchos paréntesis en su clase: se le ocurren de pronto todo tipo de cosas...  En este sentido, sus clases son agotadoras, o en cualquier caso desconcertantes y no muy intelegibles>>”[5], termina el autor Koestler este pasaje enormemente trascendente para entender el fondo de la “Didáctica Concreta”.

 

En su Serie “Cosmos”, el divulgador de la ciencia Carl Sagan, recrea una escena en la cual Kepler imparte una clase, cuidadosamente registrada por el mismo Kepler, impartida el 9 de julio de 1595.  Se le ve pues, tal como Kepler mismo se pinta en sus datos autobiográficos, en plena clase con sus púberes estudiantes del Seminario que se distraen y pelean entre sí omitiéndolo, cuando él, ensimismado y totalmente abstraído en la pizarra dibujando y analizando el modelo que acaba de ocurrírsele, dice Kepler: “El deleite que extraje de mi descubrimiento, es algo que jamás seré capaz de describir con palabras”[6]: era precisamente su modelo de los cinco sólidos perfectos, asociado a los seis planetas y sus órbitas respectivas.  Empezó allí esa marcha ascendente a partir de los datos empíricos de la realidad objetiva, hasta el descubrimiento científico que quedó establecido en su tres famosas Leyes acerca del movimiento de los planetas.  Para cuando esto último ocurrió entre 1605 y 1609, una década después de aquella clase y la posterior publicación de su “Misterios del Universo”, con la publicación ahora de su “Nueva Astronomía”, como dice Koestler: “...el viejo Kepler había demolido prácticamente todos los puntos de libro del joven Kepler”[7]

 

Así se hace, crítica y creativamente, la ciencia; así es como se plantea hacer, crítica y creativamente, la “Didáctica Concreta”.  Hasta aquí, no lo olvidemos, hablamos de la didáctica, de la enseñanza, del acto unívoco por parte del docente, que no obstante; ciertamente en términos discipulares –y sólo en términos discipulares–; se consuma en el acto del aprendizaje (pues, como veremos en otro capítulo, producto de la didaxis del docente en calidad de profesor, no necesariamente se consumará en un aprendizaje, en este caso, del alumno).  De momento dejemos a los estudiantes ahí peleándose, del problema de su aprendizaje nos ocuparemos después y ya los reprenderemos, pues, haber tenido clases con Kepler –nos ha dicho Koestler – “debió ser una auténtica experiencia”; el problema es que debemos preguntarnos si esa experiencia se hubiese representado ante todos su estudiantes por igual y de la misma manera, y la respuesta sería: no.  Los estudiantes en calidad de inmaduros instructos lo omiten y pelean en clase, los estudiantes en calidad de alumnos inevitablemente se distraen sin entender la disertación del profesor; y sólo los estudiantes discipulares intentarán seguirlo fascinados compartiendo la extraña “locura”.

 



[1] Greene, Jay E; 100 Grandes Científicos; Editorial Diana, 7° Reimpresión, México, 1977 (v. Juan Kepler, pp.68-72)

[2] Golovánov, Yaroslav; Semblanzas de Grandes Hombres de Ciencias; Editorial Progreso, Moscú, 1986; p.126.                                                                                                                                                                                                                                                                                                 

[3] Strother, Robert; Hacia las Estrellas; en “Grandes Vidas, Grandes Obras; Kepler” Selecciones del Reader’s Digest; México, 1967, p.483.

[4] Golovánov, Yaroslav; Op. Cit. 1986; p.122. (y curiosidades de la historia, justo el día en que redactábamos estas líneas, recibimos un correo electrónico de “Noticias de la Ciencia” de la “Agencia Nacional de Aeronáutica y del Espacio” de los Estados Unidos (NASA), en el cual se dice:  “La Luna, el primer objeto del cielo nocturno que hemos visto la mayoría de nosotros, continúa siendo un misterio. Tormento de poetas, buscada por jóvenes enamorados, estudiada intensamente por astrónomos durante cuatro siglos, examinada por geólogos durante los últimos cincuenta años, visitada por doce humanos, ese es el satélite de la Tierra...  Y ahora, cuando estamos pensando en construir allí una casa permanente, surge la pregunta primordial: ¿Hay agua en la Luna? Aunque no haya sido detectada de manera definitiva, evidencia reciente sugiere que sí existe...  Antiguamente, los observadores creían que la Luna tenía agua en abundancia. De hecho, llamaron mares a las grandes llanuras de lava como la Mare Imbrium. Pero cuando Neil Armstrong y Buzz Aldrin aterrizaron en la Luna en 1969, no pisaron agua en el Mar de la Tranquilidad, pero sí roca basáltica. Nadie se sorprendió de eso; la idea de los mares lunares había sido reemplazada hacía décadas por la de llanuras de lava”; de Levy David H-Philips, Tony; Agua en la Luna; NASAS; ciencia@nasa; abril 14, 2005 (subrayado nuestro)

*       Koestler, Arthur; Kepler; Editorial Salvat, Col. Grandes Biografías, No. 46; Barcelona, 1985.

[5] Koestler, Arthur; Kepler; Op. Cit. pp.20-21.

[6] Ibid. p. 25

[7]       Ibid. p.37.

 



 

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20 julio 2010 2 20 /07 /julio /2010 08:11

La Evaluación Ético-Esteticista

en el Aula Universitaria Durante un Curso.

  Tesis; Maestría en Educación Superior, 2007 (11)

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica

de Geografía Teórica;

http://espacio-geografico.over-blog.es/;

México, 23 ago 10.

 

 

3      “Didáctica Concreta”.

 

                              En el marco de los fundamentos teóricos de esta tesis incluimos la síntesis de nuestras propias ideas educativas, sin la pretensión de hacer de ello ninguna “teoría pedagógica”; pero sin desconocer que nuestro trabajo profesional docente no puede ser ajeno a una determinación teórica; no obstante hasta antes de estudiar esta Maestría en Educación, ello era determinación teórica construida empíricamente, siendo ya no sólo general y extrínseca como lo expusimos en el primer apartado de este I Capítulo, sino particular e intrínseca, como lo habremos de exponer ahora en este segundo apartado.

 

Tal determinación teórica particular e intrínseca radica en lo que hemos denominado: “Didáctica Concreta”, con no más apoyo teórico que nuestra propia experiencia generalizada; es decir, entendiendo por didáctica (de didaskalos, enseñanza), la actividad unívoca que realiza el docente.  Esa actividad se plantea como una “Enseñanza Concreta”, por lo cual a su vez, lo que se da a entender, es, sobre el fundamento de la teoría gnoseológica del reflejo, una enseñanza que tanto incide en la práctica del sujeto en la realidad objetiva viva como un todo; como desemboca en ella misma como una realidad objetiva transformada en una síntesis, luego de un proceso subjetivo de abstracción teórica mediante la cual dicho sujeto se apropia de la realidad objetiva y el conocimiento verdadero científicamente fundado.

 

La “Enseñanza Concreta”, o “Didáctica de lo Concreto”, constituye un replanteamiento conceptual, respecto de la didáctica general psicologista, de los principales actores del proceso educativo: del docente, del estudiante, de la escuela, de los medios y recursos de enseñanza, de la forma y contenido del conocimiento, así como de la evaluación y el sentido de la evaluación del proceso mismo.

 

Nuestra práctica docente ha sido, hasta el año 2003, si bien asistemática –decíamos, por “ensayo-error”–, no por ello absolutamente empírica; esto es, no ha sido una práctica ciega sin fundamento teórico alguno.  En todo caso, se revela que no se ha sido lo suficientemente consecuente con dichos fundamentos, que nos imponían un trabajo científico, ni con la suficiente teoría pedagógica; y en mucho, porque, como  se  establece  en una de las variables en el estudio de la relación causal, no se habían contado con condiciones favorables para detenernos en la observación; y en ello, el statu quo entre Profesor por Horas/Clase y Profesor de Tiempo Completo, marcó esa diferencia.  Al final de cuentas, la investigación es algo que se pudo haber logrado –y que se puede realizar– independientemente de tal estado laboral, sin embargo, el hecho es que, en principio, hubimos de necesitar de ciertas condiciones psicológicas de estabilidad.

 

En la “Didáctica Concreta”, partimos del supuesto de un proceso unívoco de enseñanza en lo concreto; es decir, en lo multifacético de la realidad objetiva, que ha de ser abstraída por el que aprende en una de dichas facetas en determinados niveles de complejidad (observacional, descriptivo, analítico, y finalmente el sintético), haciendo uso principalmente del lenguaje, ya verbal –en lo preferente–, ya escrito; pero que a su vez se atiene incluso a la expresión no-verbal: al silencio, a la indiferencia, o a la manifestación de rechazo; demostrando su apropiación y consumando ese proceso unívoco de la didáctica.  Todo ello “cuenta”.  La preferencia por la expresión verbal, es porque ésta manifiesta sin ambages la estructura concreta del pensamiento; y se secundarizan las demás expresiones dado su carácter eminentemente simbólico abstracto.  La escritura, por ejemplo, implica por lo menos una doble reflexión, y cuanto más se reflexiona en ello, mayor la posibilidad de la tendencia al simbolismo abstracto, es decir, al dar mediante las palabras escritas un sentido especial.

 

A continuación, a manera de premisa antecedente, exponemos tres casos históricamente dados que muestran la idea de lo que concebimos como “Didáctica Concreta”.  El primero de ellos, se reduce a un comentario general sobre la enseñanza en las Escuelas de la Antigüedad griega; los otros dos, se refieren a las experiencias de Kepler y Oersted, de los siglos XVII y XIX respectivamente.  La de Kepler, recreada por el divulgador de la ciencia Carl Sagan en su Serie “Cosmos”; a partir de la descripción de un autoanálisis del mismo Kepler en una clase real impartida por él, y la cual fue de trascendencia histórica; y la de Oersted, igualmente de una enorme trascendencia histórica, ambas recogidas como hechos reales.

 

Así, de las Escuelas de la Antigüedad; concepto de “Escuela” por el que hay que entender pues, más bien la doctrina del maestro, que la infraestructura, y de ahí que en ella se formaran básicamente discípulos, seguidores fieles de esa doctrina; podemos referir varias importantes, las primeras de ellas denominadas simplemente de acuerdo al lugar o las características del sitio, y así se tiene por ejemplo, la primera escuela, la “Escuela Jónica” o “Escuela de Mileto”, de los materialistas Tales, Anaximandro y Anaxímenes, en Mileto bajo el imperio ateniense, al sur de las costas de la Península de Anatolia, Asia Menor (ss.VII-VI ane); luego la “Escuela de Éfeso”, del dialéctico Heráclito (ss.VI-V ane) a su vez en la Península de Anatolia, un poco más al norte de Mileto; la “Escuela de Samos” o “Escuela Pitagórica”, fundada por el idealista Pitágoras (s.IV ane), precisamente en Samos, isla de las Espóradas en el Egeo, vértice de un triángulo equilátero junto con Mileto y Éfeso; o la primera escuela fundada en Atenas por el materialista Anaxágoras (ss.VI-V ane); la “Escuela Élico-Erétrica”, socrática, (entre los ss.IV-III), fundada por el discípulo de Sócrates, Fedón de Elis, escuela particularmente interesada en los estudios de la Ética y la Verdad; o finalmente la “Escuela de Megara”, fundada por el matemático Euclides (s.IV a III ane), precisamente en Megara, en el Estrecho de Corinto.   O nombradas por el sitio en sí, como “El Jardín de Academos”, o simplemente “La Academia”, del idealista Platón (ss.V-IV ane); “El Jardín”, del materialista Epicuro (ss.IV-III ane); o el gimnasio llamado “El Liceo”, de Aristóteles, conocida también incluso por el estilo de éste para impartir sus disertaciones a la vez que caminaba con sus discípulos, y por lo que se conocía  también como la “Escuela Peripatética”; o la “Escuela de La Plaza del Cánido”, o “Escuela Cínica” del idealista Antístines (ss.V-IV ane), en Atenas; la “Escuela Cirenáica”, del idealista Arístipo (ss.V-IV ane), en Cirene en las costas del noreste de Libia; la “Escuela Atomística de Abdera”, de los materialistas Leucipo y Demócrito (s.V ane), precisamente en Abdera, al norte del Mar Egeo.  Pero también se denominaban como “Pórticos”, por esos sitios cubiertos con arcadas y columnas que se construyen delante de un muro de fachada o de patio de los templos u otros edificios suntuosos: “El Pórtico Pintado” o “Escuela Eleática” de los materialistas e idealistas Jenófanes, Parménides y Zenón, en Elea (ss.VI-V ane), al sur de Nápoles en Italia; “El Pórtico Pecile” o “El Pórtico de la Estoa” de los materialistas e idealistas Zenón de Citio y Crisipio (ss.IV-III ane), en Atenas; y el “Pórtico Medio” de la filosofía eclecticista con Panecio y Posidonio (s.II ane)  Hasta que la última escuela de la Antigüedad será la fundada por el idealista neoplatónico Plotino en Atenas, la cual desaparece por decreto de Justiniano que promulga la prohibición de la enseñanza de la filosofía, en el año 529*.

 

En todas estas escuelas, hemos dicho, la característica esencial es que representaban una doctrina de pensamiento a partir de un Maestro, y los asistentes a sus disertaciones se definían por ese sólo hecho como discípulos.  Esta es la razón fundamental por la cual hemos vuelto a la escuela de la Antigüedad griega, pues ella expresa la esencia de las decididas directrices del proceso educativo hacia un desarrollo intelectivo y un progreso moral.  Frente a ella, la escuela moderna que surge ya ex consuetudine, ya ex privilegio, la Universidad (cuyo nombre deriva de las organizaciones estudiantiles, las universitas, que ya se daban desde los primeros establecimientos en el s.XIII), que a partir de las enseñanzas cada vez más diversas desde las llamadas “Siete Artes Liberales” (el Trivium más el Cuadrivium) adquiere características cada vez mayores de un conocimiento universal, pero que al mismo tiempo disuelve imperceptiblemente esa esencial formación discipular en nombre de la “neutralidad” (luego confundida incluso con “objetividad”) en medio de ese saber universal.  Lo que en la escuela de la Antigüedad griega era una virtud que produjo enormes desarrollos: esa formación discipular, diríamos incluso doctrinal; en la escuela actual de la Universidad capitalista, se toma por no pocos, como un vicio, pero justo, prejuicio que provoca un enorme retraso.

 

                              Ciertamente lo que causa desasosiego es ese sesgo doctrinal; es decir, de una forma de pensamiento filosófico determinado; inevitable respecto del discípulo, es más, por lo que el discípulo se define.  Mas un concepto de escuela así no debe ser rechazado por ese hecho, dado que si bien el adoctrinamiento en este caso existe, éste sólo incide sobre el que lo ha aceptado entre vrias opciones, y trabaja en forma omnipresente con el Maestro.  Para los demás, tal doctrina de pensamiento sólo deberá representar una de las tantas corrientes de pensamiento del saber universal, parte rigurosa de su formación, y es finalmente un carácter de partido en la ciencia, que se está aceptando ya por convicción, o rechazando y tomando su opuesto por omisión.

 

Es el caso de la escuela socialista, en la cual no se niega la formación en la doctrina del pensamiento materialista en la lucha por el comunismo, educándose el estudiante como un ser omnilateral.  Es a ello precisamente a lo que se le llama la “posición de partido” en la ciencia, dado que ese saber no es neutral, en tanto determinado por la lucha ideológica de las clases sociales.

 

Dicho en sentido lato, hoy el proceso educativo es más complejo, pero precisamente sometiéndolo a la “economía de pensamiento”, al sutil filo de “la Navaja de Occam” que en su fórmula originaria era: Entia non sunt multiplicanda praeter necessítatem** (simplificar al máximo el fenómeno por sus principios o supuestos para entenderlo), es que volveremos a redimensionarlo correctamente.



* Ruggiero, Guido de; Sumario de Historia de la Filosofía; Editorial Claridad, 1ª edición,  Buenos Aires, 1948.

** Runes, Dagobert D.; Diccionario de Filosofía; Editorial Grijalbo, México, 1969 (v. Economía de Pensamiento).

 



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20 julio 2010 2 20 /07 /julio /2010 08:10

La Evaluación Ético-Esteticista

en el Aula Universitaria Durante un Curso.

  Tesis; Maestría en Educación Superior, 2007 (10)

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica

de Geografía Teórica;

http://espacio-geografico.over-blog.es/;

México, 19 ago 10.

 

 

f)       Objetivos

 

Objetivo General.- Diseñar un sistema objetivo y concreto de evaluación en el aula universitaria con un fundamento ético-esteticista, que contribuya al desarrollo del nivel académico en el conocimiento científico, y en los más elevados valores morales.

 

El objetivo general quedó satisfecho, no sin dejarnos unas lecciones interesantes para el trabajo pedagógico posterior.  Pero por otra parte, se satisficieron dos objetivos particulares: 1) didácticamente, se logró resolver la actitud generalizada de indiferencia por parte del estudiante; sin que ello implique el concepto de “motivación”, sino de desarrollo de la responsabilidad; lo cual implica más bien en este caso, una solución ético-estética; si bien esa actitud generalizada de indiferencia se resolvió diferencialmente, en un proceso académico más objetivo y riguroso; y, 2) el segundo objetivo particular, consistió en verificar la formación de la personalidad en la relación Maestro-Discípulo, como relación dirigente del proceso educativo, lo que en este caso se satisfizo plenamente, no obstante no se haya materializado en el proceso ninguna formación discipular estricta.

 

 

g)     Método.

 

El método de investigación de esta tesis, ha sido, en principio, extraído de la propia experiencia docente dada empíricamente en la práctica concreta; una experiencia de nueve años de equívoco ensayo-error; nueve años escolares impartidos en cuatro instituciones entre 1995 y 2003, lo cual generalizamos teóricamente; diríamos, que sistematizamos a posteriori; de un total de cerca de treinta cursos, que nos hicieron acumular por equívoco “ensayo-error” en la generalización de nueve casos; lo mismo situaciones constantes que definían nuestro estilo didáctico, tales como, esencialmente, la afectividad, o el plantear insistentemente la evaluación con un examen con una pregunta a resolver “a cuaderno abierto”, así como la preocupación por que nuestro desempeño docente tuviese resultados que fuesen considerados “Buenos” a la vista de los intereses de la Institución; o bien situaciones anómalas pero positivas que incidían en la búsqueda de soluciones al problema de la negociación de las calificaciones, tales como, precisamente, la “Evaluación a Confianza Plena”, o finalmente lo que ha sido motivo de esta tesis: la “Evaluación Ético-Estética”, que ha supuesto un autocompromiso por parte del estudiante.

 

En total acumulamos doce casos, doce de esas situaciones, considerando ya el trabajo sistematizado del año 2004 en sus dos Semestres escolares, y el primer semestre de 2005; dándose circunstancialmente a su vez doce variables bajo las cuales, agrupadas de algún modo, en algunas ocasiones los cursos resultaban ya “Buenos” a la vista de los intereses institucionales, pero “Insatisfactorios” a nuestra autocrítica; o en otras ocasiones resultaron satisfactorios para ambas partes (Institución y docente), y, sin embargo, en la mecánica inmediatista del ensayo-error, tales aciertos no pudieron verse con claridad en cuanto al conjunto de variables que le determinaron.  Y si unas situaciones resultaron ser constantes y otras anómalas positivas, también es cierto que otras situaciones resultaron ser gravemente negativas.  Mas la mezcla de posibles combinaciones de causas, en no poco número de ellas en una observación poco sistemática, no nos permitía llegar a conclusiones acerca de las razones de lo que resultó “Malo”, como de lo que resultó “Bueno”.  Al tener que elegir tema de tesis, y entender que el trabajo de investigación para resolver la misma nos imponía hacer una labor ordenada y sistemática, vimos la oportunidad de arreglar ese caos acumulado cuya solución prácticamente se estaba dejando a la reiteración azarosa de la combinación afortunada.

 

Al aplicar un método ya sistemático y riguroso para la determinación de la causalidad acerca de cuándo y por qué un curso había sido “Bueno” para nosotros, y “Satisfactorio” para la institución, hubo que echar mano entonces de un método lógico para establecer la relación causal del fenómeno: el Método de Concordancias.  Desde el punto de vista materialista, tal relación causal existe objetivamente, no es una determinación subjetiva arbitraria ni asunto del “espíritu”.  En el conjunto del fenómeno de nuestra propia práctica docente, estaba dado un conjunto de relaciones causales posibles que explicaban los efectos; por lo demás, cada causa a su vez, todo un fenómeno educativo en sí; y el problema preliminar consistió en delimitar una causa o reducido conjunto de causas reales; entre una multiplicidad de causas posibles.  “El conocimiento de la relación causal constituye un proceso complicado y multifacético, el cual requiere muchas veces largo tiempo y una investigación científica sumamente compleja”[1].  Y pareciera que con esta cita ad auctorem quisiéramos ufanarnos presuntuosamente; mas no es así, queremos sólo dejar la constancia de que el método científico no es nada para mentes especiales, sino un simple trabajo sistemático, ordenado y, fundamentalmente, que –como dicen Gorski y Tavants–, “requiere muchas veces largo tiempo”, y de ahí que la siguiente cita sea de particular valor: “Existen, no obstante, procedimientos sencillísimos para determinar la dependencia causal de los fenómenos, basado en las propiedades y en las leyes de las relaciones causales”[2]

 

El procedimiento más sencillo es, entonces, el Método de Concordancias de la relación causal de los fenómenos, el cual constituye un razonamiento basado en la observación y, por lo tanto, en la comparación de circunstancias.  Bajo este método, los resultados, no obstante, siempre tienen el carácter de probables, y es utilizado en las fases iniciales de una investigación.  En él, básicamente se averigua la causa partiendo del efecto conocido.  Así, en el largo proceso del ensayo-error, acumulamos una serie de efectos cuyas circunstancias nos eran imprescindibles comparar ordenadamente, lo cual finalmente lo sometimos a prueba, primero dándole orden mediante una Tabla de Concordancias observando el fenómeno durante un Semestre escolar, para luego aplicar una variante más compleja, mediante el Método de Diferencias.  Si en el Método de Concordancias el procedimiento consiste en la eliminación de las circunstancias como causas posibles para, por exclusión, obtener la circunstancia o causa real; en el Método por Diferencias el procedimiento consiste en la consideración de la ausencia del fenómeno, bajo la concordancia de todas las circunstancias menos una, que será la causa real.  Esto es, que en el Método por Concordancias eliminamos variables como causas posibles, para obtener la variable como causa real.  Mientras que en el Método por Diferencias, inversamente, usamos los casos en que el fenómeno existió, comparado con el caso en que el fenómeno no existió.  Puede verse sin dificultad, que el primer Método es meramente observacional, en tanto que el segundo Método es experimental.

 

Lo importante fue determinar la causa real de la situación definida como “buena”, a partir de la cual; ahora ya en un proceso de demostración objetiva; habríamos de elaborar en función de ello, la hipótesis de solución al problema planteado y luego verificarla tanto en lo teórico, como en lo empírico experimental y en lo predictivo; siendo esa causa, entonces, lo que llamamos: Evaluación Ético-Estética..

 



[1] Gorski, D.P y Tavants, P.V; Lógica; Editorial Grijalbo, México, 1969, p.215.

[2]       Ibid. p.215.

 



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20 julio 2010 2 20 /07 /julio /2010 08:09

La Evaluación Ético-Esteticista

en el Aula Universitaria Durante un Curso.

  Tesis, Maestría en Educación Superior, 2007 (9).

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.

“Espacio Geográfico”, Revista Electrónica

de Geografía Teórica,

http://espacio-geografíco.over-blog.es/;

México, 16 ago 10.

 

b)    Planteamiento del Problema

 

En realidad el problema es lo que surgió primero –y no podía haber sido de otra manera–, luego vino su clasificación en el tema general de la evaluación en el aula universitaria.

 

El problema (nuestro, de nuestra práctica docente, y como tal objeto de nuestra investigación) pues, consistió en enfrentar en el ámbito de la educación privada, esa contradicción en la cual, por un lado, el estudiante se ve involuntariamente sometido por el sistema económico-social en el ámbito educativo, a una condición mercantil; por la cual se genera en él, en la generalidad de los casos, el fetiche de que adquiere su educación, no como un proceso propio de abstracción y generalización del conocimiento en relación con el docente, sino como una cosa, una mercancía.  Por otro lado, el docente, enfrentado a ese condicionamiento mercantil del estudiante, se ve conflictuado en el ejercicio de su ética profesional docente que opera en sentido contrario, es decir, demandando del estudiante justo esa abstracción y generalización del conocimiento, cuando el estudiante sólo está viendo un asunto de trámite o transacción comercial a plazos.

 

Dado el problema en esos términos, su solución consistirá en empezar por romper esas relaciones fetichizadas, y ante ello, el único argumento era la justificación del juicio moral, por el cual no sólo el estudiante ha de ganar en identidad, sino ha de satisfacer la condición moral de su obligación: “el estudiante ha de ser estudiante”, es decir, por el cual, “el estudiante debe ser estudiante” y como tal, “mundana plastilina” en manos del docente, y no un “cliente” que demanda por derecho el ser tratado cual noble y rígido diamante.

 

En esa transacción comercial de la adquisición de los servicios de su educación como una cosa, de la cual a su vista, el docente es no sólo parte integrante, sino con ciertos matices, uno y lo mismo; a partir de las relaciones objetivas mercantiles, se crea en el estudiante la mentalidad, por demás legítimamente, por una parte, de que la evaluación la adquiere como el comprobante de que los conocimientos le fueron dados, o que, en la evaluación final, obtiene dicho documento como la “factura” de adquisición del servicio educativo como “esa cosa” intangible; pero que, por otra parte, adquiere incluso su conocimiento mismo en tanto lo dado formalmente en un aparato simbólico, sensorio-visualmente “tangible”, que se ve físicamente; pero donde se crea subjetivamente en dicho estudiante la idea del docente como figura de autoridad dada por poder, más que de autoridad moral dada por el rigor de sus fundamentos científicos.

 

A fin de que tal juicio moral no quedase en moralina o en “el sermón del maestro”, en tanto que toda la operación mercantil se centra en el momento de la “evaluación”, la solución quedaría dada en una solución al sistema de evaluación en el aula universitaria, proponiéndose así lo que hemos llamado “Evaluación Ético-Estética”.  De ello derivamos el cómo y por qué dicho sistema de evaluación en el aula universitaria, se convierte en una opción potenciadora del desarrollo académico guiado por la relación Maestro-Discípulo.

 

 

c)     Hipótesis y su Verificación

 

Es esta una investigación de carácter hipotético-deductivo.  Entendemos por la hipótesis un juicio lógico categórico universal afirmativo, que constituye una explicación, e implícitamente una solución, al problema planteado.

 

Como juicio lógico, es resultado de una educación que tiende a esclarecer la conexión entre el fenómeno y su causa.  En tal sentido, aquí el fenómeno es el condicionamiento mercantil del estudiante, la fetichización de las relaciones educativas, que problematiza la ética profesional docente en el proceso de la evaluación.  La causa probable, al momento de establecer la hipótesis, se definió como resultado de un sistema de evaluación defectuoso: el sistema psicologista; por lo que la solución implícita radicaba en el desarrollo de un sistema alternativo de evaluación en el aula, particularmente dicho, de la Universidad privada, proponiéndose así la evaluación ético-esteticista.

 

Así, la hipótesis quedó enunciada ya como suficiente en el siguiente juicio[a]:

 

“La evaluación ético-esteticista en el aula universitaria, resuelve la contradicción <<condicionamiento mercantil del estudiante, frente a la ética profesional docente>>, en tanto dicho sistema evaluativo permite reapropiarse del valor de uso del trabajo concreto formador de la personalidad, siendo así la realización del progreso moral e intelectual científico de la relación general docente-estudiante, dirigida por el vínculo Maestro-Discípulo”

 

Podemos decir que ha sido inferida con estricto arreglo a las normas de la lógica, y que sus premisas han sido demostradas verdaderas (III y IV Capítulos); mas la comprobación necesaria –a reserva de la dirección a través de su experimentación formal por terceros–, se ha verificado en todas las conclusiones que a su vez han sido concordes con los datos de la observación y experimentación, sin que en ningún caso se contradiga.

 

Tales conclusiones son, por ejemplo, que hay dos teorías evaluativas perfectamente diferenciables, las cuales responden incluso a posiciones ideológicas y de clase social en consonancia con los intereses de un régimen económico-político dado, capitalista o socialista; que el docente es un ser productivo y no un “prestador de servicios profesionales”; que las relaciones docente-estudiante son relaciones fetichizadas, detrás de las cuales viven verdaderas relaciones humanas ético-estéticas; que el producto del docente como “obrero del intelecto”, es la mercancía “fuerza de trabajo cualificada”; que el docente está en posibilidad de resarcir como suyo el valor de uso de su producción en tanto satisfactor espiritual de su actividad creativa, y que ello tiende a revertir el proceso de alienación social del estudiante, y por lo tanto, dirigirlo a su humanización; que la relación en bruto inicialmente cuantitativa docente-estudiante, sufre un proceso de transformaciones cualitativas que pasan de la relación Cliente-Servidor, a la relación Instructo-Instructor, y de ésta a la relación Autodidacta-Asesor, luego a la relación Alumno-Profesor, para, finalmente, llegar a la relación Discípulo-Maestro.

 

Otras conclusiones son, que en tanto la evaluación psicologista se centra en la medida, la evaluación ético-esteticista se centra en la extracción de valores y en ese sentido se establece la diferencia entre el “test” que manipula la conciencia, y el respeto a la dignidad humana en la formación de la personalidad; que mientras la evaluación psicologista se ocupa del aprendizaje, la evaluación ético-esteticista se ocupa de la formación de la responsabilidad moral y la personalidad; misma que es por definición un sistema formador de la responsabilidad moral; que tal sistema permite con toda evidencia extraer valores del estudiante por los cuales se justifica objetivamente el juicio moral acerca de sus capacidades y desempeño académico; y que en esa responsabilidad del autocompromiso y despliegue de capacidades en el desempeño académico, se posibilita el desarrollo del conocimiento científico y el progreso moral; entre otras conclusiones posibles más, las cuales ninguna entra en contradicción con lo observado y experimentado, y antes al contrario, corrobora la veracidad de la hipótesis.

 

La hipótesis así verificada, tanto en lo teórico, como en lo empírico –a reserva de su comprobación en la aplicación por terceros, lo cual en cierta medida incluso también así ya ha sido con resultados positivos, pero para lo cual insertamos el Anexo: “Protocolo de Comprobación”–, es ahora una tesis de partida para la solución de posteriores aspectos problemáticos, uno de los cuales ha sido de inmediato, el problema de la adecuación didáctica en correspondencia con una especie de “tasa de crecimiento del conocimiento”, dada empíricamente por la propagación de la curva de la potenciación de la serie de calificaciones elevadas a la constante de Neper, que evidencia claramente las etapas del conocimiento meramente descriptivo, de acopio y ordenamiento de datos (primeros dos grados académicos); a una etapa analítica en donde tales datos son estructurados, disociados en sus elementos y sometidos a juicio en su lógica formal (tercer grado académico); para finalmente, en una tercera y última etapa de la formación escolar, pasar a la síntesis, a la recomposición del todo concreto transformado, en tanto sometido a la crítica sobre la base de un sistema de referencia teórico (cuarto año y último grado académico).

 

Respecto a la verificación de la hipótesis, comprobar que era verdad que “La evaluación ético-esteticista en el aula, resuelve la contradicción <<condicionamiento mercantil del estudiante, frente a la ética profesional docente>>, en tanto dicho sistema evaluativo permite reapropiarse del valor de uso del trabajo concreto formador de la personalidad; siendo así la realización del progreso moral e intelectual científico de la relación general docente-estudiante, dirigida por el vínculo Maestro-Discípulo”; lo hicimos no sólo teóricamente con arreglo a la lógica por la objetividad y veracidad de sus premisas, sino empíricamente mediante los resultados obtenidos, mismos que fueron cuantificados estadísticamente; y por predicción (si bien problemas circunstanciales debilitaron su rigor en este último recurso).

 

Elaborada con anticipación, la predicción consistió precisamente en que, luego de la evaluación del primer parcial, se forzaría a todos al compromiso de trabajo por el diez y que ello permitiría elevar el nivel educativo, reflejado en un trabajo académico nunca antes logrado.  Es decir, se estableció que todos tendrían diez para el segundo período, pero que ahora el asunto era sostenerse.

 

Se rebasaron las expectativas toda vez que, sin forzar la situación, en los hechos así ocurrió[b], de tal modo que desde ese momento dábamos por verificada la hipótesis, en tanto que dicha evaluación ético-estética, en principio, daba lugar al progreso intelectual científico.  Luego la realización del progreso moral nos sorprendió con la propuesta estudiantil, en tres grupos (de seis en total; podemos decir, en tres de cuatro grupos), de efectuar campamentos de convivencia (propuesta que –en la iniciativa de los estudiantes– no fue lo suficientemente consistente en un grupo, donde finalmente ese campamento no se realizó).  Así, podemos afirmar que con el 75% del estudiantado se estableció una relación distinta a la meramente formal, propiciando lo discipular.  Se daba ahí, pues, impensadamente, la posibilidad de una reapropiación del valor de uso del trabajo concreto.  Con todo ello podía considerarse que la contradicción de origen era resuelta.  Sin embargo, en cuanto a esta verificación por predicción, todo ello quedó –ante la necesidad del rigor de los procedimientos–, en lo “subjetivo”. 



[a] Se observará que se enuncia como un juicio singular, pero, como explican Gorski y Tavants: “En la teoría de la Lógica acerca de los raciocinios, los juicios singulares se equiparan  habitualmente a los universales”;Lógica; Editorial Grijalbo, México, 1968, p.105

[b] Ocurrió particularmente en los tres grupos con la materia de Desarrollo Humano y Valores, grupos objeto de estudio, aun cuando parte de ese incremento del nivel académico, se reflejó en los grupos de Geografía Económica y Política Mundial, estos no objeto de estudio, pero formados en parte por los mismos estudiantes de los grupos de Desarrollo Humano y Valores.

 



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