“Las Transformaciones de unas Sustancias en Otras”: Dialéctica de los elementos genésicos en la teoría geográfica del Dr. Carlos Sáenz de la Calzada, 1954. (1/…)
Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri.
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15 oct 12.
Introducción.
En alguno de los días de aquellos años de 1977 o 1978, viendo el Dr. Carlos Sáenz de la Calzada el que nosotros estábamos presentes en sus cursos aún sin estar inscritos en ellos, entendiendo que en ello había un interés especial de nuestra parte, nos invitó a dedicarnos al área de su espacialidad, la Nosonoctonología, como él la denominaba, o la “Geografía Médica”, como más comúnmente se aceptaba; y nos habló con particular énfasis de la teoría de los elementos de Empédocles de Agrigento (490-430), en el desarrollo de la geografía misma en general, en una frase que nos quedó grabada: “Sería interesante hacer una geografía basada en los cuatro elementos, tierra, aire, agua y fuego, <<contrariamente unidos>>…” Acostumbrados a sus inflexiones cuando insertaba entre sus ideas –como solía hacerlo– de algún pasaje literario, apenas percibimos que esa última idea era uno de esos pasajes, que invitaba al análisis dialéctico de dicha teoría. Poco después nos obsequió unas copias en separta del “Cap. I Historia”, de sus Fundamentos de la Geografía Médica, y pudimos ver, en efecto, el origen de esa última idea: del auto sacramental La Vida es Sueño, del renacentista Calderón de la Barca, quien, junto con Sor Juana Inés de la Cruz, eran a nuestro parecer, sus autores literarios predilectos.
Y fue precisamente esa manera de impartir sus clases insertando en su discurso pasajes ya de Calderón de la Barca, ya de Sor Juan Inés de la Cruz principalmente, lo que nos movía a estar en el aula escuchándolo disertar. No era, pues, contra su frustración, nuestro interés por la “geografía médica”, sino su sola erudición.
En La Vida es Sueño (más que la comedia, el auto sacramental del mismo título), de Calderón de la Barca, su personaje protagónico, Segismundo, es la representación del ser humano que, como humano, goza del razonamiento, tanto como del don divino del libre albedrío. El mundo que le rodea está a sus pies, y ese mundo no es otro que el de los elementos: “tierra, aire, agua y fuego/ que contrariamente unidos/ y unidamente contrarios/ en lucha están, dividíos”, escribe De la Barca. Pero Segismundo, cual Adán, es tentado y peca, y ese paradisiaco reino sobre la naturaleza se vuelca sobre él; sólo el Amor, la Sabiduría y el Poder le salvarán. A más elementos geográficos, en la obra, Segismundo se destaca salvando a Ulises vulnerado por los encantos de Cirse (la Culpa); al final, no obstante, se reconcilia con Dios, ante quien la vida es sueño, y el despertar la muerte.
Más allá de la belleza estética literaria en la expresión de la ciencia, esa tarea sutilmente asignada de hacer una geografía basada en la teoría de los elementos, cual clásicos estudiantes reacios, ante lo ineluctable cual trágica condición, no sujetos a su curso y “libres de coacción alguna”…, tardamos poco más de treinta años en aplicarnos en esa tarea inevitable. Hela aquí.
La Fructífera Antítesis: una geografía basada
en la dialéctica de los elementos de Empédocles de Agrigento.
Dos cosas destacan de manera extraordinariamente esencial y notable: 1) la abstracción y generalización teórica del conjunto de los fenómenos de medio natural, “vueltos” a la antigua teoría de los elementos de Empédocles; y 2) el estudio necesariamente dialéctico de lo que no puede ser sino “contrariamente unido”, como lo canta Calderón de la Barca en su auto sacramental La Vida es Sueño.
De principio, para cualquiera que ni fuese geógrafo, podría criticarse la “vuelta” a los elementos agrigentinos de la más antigua alquimia; pero he aquí que para el geógrafo, tal propuesta, en lo espontáneo e intuitivo de su aceptación, no tendría más dificultad e inconveniente que, precisamente, el desprenderlo de la esotérica alquimia; pero para ninguno sería objeción el capitular la sistemática de la exposición geográfica, bajo los títulos de “Tierra”, “Aire”, “Agua” y “Fuego” (remitido lo mismo a la energía solar, como a la energía tectónica).
Sin embargo, muy en lo particular para nosotros en 1977 o 1978 en que el Dr, Sáenz de la Calzada nos lo propuso, realmente el problema no estaba en superar los supuestos de la alquimia (asunto de mero contexto histórico), sino en que, hasta ahí, digamos 1978, los cuatro elementos, no obstante la provechosa abstracción y generalización teórica que aún en su momento difícilmente tendríamos que comprender, ello nos seguía reduciendo a una “geografía de los fenómenos”, que en ese entonces intuitivamente rechazábamos no viendo en ello la identidad geográfica, la cual no descubrimos sino hasta 1981.
Cuán difícil se presentaba el problema de superar el tratamiento de los fenómenos desde la misma teoría de los elementos, que, cuando toda historia de la ciencia nos narra que Empédocles conjuntó los tres elementos dados históricamente, uno de Tales de Mileto: el agua; otro de Heráclito: el fuego; y uno más, de Anaxímenes: el aire; a los que el mismo Empédocles agregó el cuarto elemento: la tierra; sin embargo, entendidos del tema como Reinhard Federman, que en su Alquimia, se remonta en el estudio hasta los tiempos míticos, o el propio Carlos Sáenz de la Calzada; en los cuatro elementos fundamentales –hay que ponerlo entre signos de admiración– ¡omitieron la tierra, propuesta del mismo Empédocles, y mencionaron en su lugar el ápeiron, de Anaximandro.
Entre las cuatro esencias o elementos, tanto Federman como Sáenz dela Calzada, mencionan la propuesta de Anaximandro: el ápeiron (lo indefinido); y ciertamente, de manera histórica es incluso la segunda propuesta, pero se hace evidente que el mismo no fue plenamente aceptado desde el primer momento, sino hasta mucho después, incluso, de la conjunción que elabora Empédocles, comenzándosele a reconocer, entonces, como el quinto elemento, o como la quintaesencia; a la que a su vez se le empezó a denominar como el éter, lo que nos permite entender que ese áperion, como “lo indefinido”, se refería al espacio, e incluso, a la propiedad más relevante de éste: el vacío. Y sin embargo, ni Federman ni Sáenz de la Calzada, identifican de esa manera la propuesta de Anaximandro, y nosotros mismos no lo vimos sino hasta luego de 1981 cuando ya estudiábamos con atención el concepto de espacio.
Como ahora, 2012, cualquiera lo podrá entender, la teoría de los elementos, incluyendo la quintaesencia, redondea aún más la posibilidad real de “hacer una geografía con base en la teoría de los elementos”. Pero, al mismo tiempo, lleva ella a su vez, la contradicción histórica esencial de la geografía; esto es, el que se estudie en geografía ya los fenómenos (ahora generalizados en los cuatro elementos agrigentinos); o el espacio (la quintaesencia).
Cuando redactamos este ensayo (octubre de 2012), hemos resuelto ya la teoría unificada de la geografía introduciendo la categoría de estados de espacio, como una abstracción y generalización teórica superior aún, incluso, a la categoría de los elementos; y es desde ello que nos es posible no sólo, finalmente, hacer la tarea encomendada hace poco más de treinta años por el Dr. Carlos Sáenz de la Calzada en la sugerencia de que “sería interesante hacer una geografía basada en la teoría de los cuatro elementos, <<contradictoriamente unidos>>…”; sino el establecerla como una condición necesaria en ese proceso científico de abstracción y generalización del pensamiento geográfico que permitiese resolver su contradicción histórica esencial.
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